CARLOS MAGARIÑO
La socialdemocracia parecía estar en plena decadencia en el Viejo Continente: los grandes bastiones se habían derrumbado y solo quedaba la península ibérica en pie, con Sánchez y Costa intentando sostener al centro izquierda y sus respectivas visiones en el Consejo Europeo. Las elecciones federales alemanas no parecían ser el bálsamo necesario para impulsar su relevancia en el eje de poder más importante de Europa: el binomio CDU-CSU avanzaba con paso firme para mantenerse como primera fuerza del Bundestag, con el único peligro de los Verdes, que bajo la batuta de Annalena Baerbock parecían aspirar a todo y tenían la ambición de romper con el tablero político teutón. La CDU no había arriesgado con la elección de Armin Laschet como candidato a la cancillería, siendo este un fiel seguidor de la línea marcada por Angela Merkel en sus 16 años de poder, y teniendo la ambición máxima de mantener las reglas maestras de la próxima excanciller.
Los socialistas alemanes parecían estar paralizados, sin tener muy claro qué hacer ni cómo actuar ante la posible debacle electoral. Sin embargo, el SPD demostró tener un singular as bajo la manga: Olaf Scholz, el todavía vicecanciller y ministro de finanzas alemán. Scholz no escenifica un nuevo comienzo, ni siquiera promete retocar en demasía la política del ejecutivo; simplemente juega la baza de la experiencia y de ser un líder sereno con poca necesidad de alardes y florituras. Scholz es lo que se denomina un socialdemócrata pragmático, es decir, fiel a las políticas de izquierdas, pero asumiendo la importancia de la ortodoxia económica germana y la necesidad de estabilidad en la acción política. Lo que se ha intentado exponer desde el equipo de comunicación del SPD es que Scholz se parece más a Merkel que lo que se parece Laschet, que la CDU y el SPD están más cerca de lo que parece y que Olaf proporciona la solidez y certidumbre que proveía Angela. En un mundo tan cambiante y con tanta incertidumbre como la Alemania post-Merkel, el candidato del SPD promete estabilidad, seguir con la vía marcada y no tocar nada: que todo cambie para que todo siga igual.
El valor de quedarse callado
Dijo Unamuno eso de que “el silencio es la peor mentira”, pero nunca antes puede haber sido más eficaz. El silencio es entendido como un escondite, una guarida donde agazaparse cuando se dan mal dadas, cuando existe el miedo, pero también cuando se es astuto. Sin embargo, utilizar la prudencia y la omisión discursiva en aras de protegerse ante el fallo y la desgracia puede que no sea la mejor de las estrategias en un mundo en constante movimiento. Nuestras sociedades se están acostumbrando al martilleo informativo, a la encadenación de estímulos constantes que necesitan respuesta, opinión y dictámenes realizados por la clase política. Ante este atropello, ¿dejar que las palabras te pasen por tu lado es la mejor opción? Depende.
Estar callado relega la creación del relato a tu contrario: qué, cómo, cuándo y porqué ha pasado el acontecimiento en cuestión. Es un peligro, pero también una oportunidad para el que decide mantenerse alejado de la vorágine. En ocasiones, dar espacio y libertad de acción significa librarte del posible fallo y poner toda la presión sobre los hombros de tu contrincante, para que obtenga el mayor de los triunfos o el peor de los fracasos. Doble o nada.
A veces, el silencio puede significar pasar de puntillas, no entrar al trapo o simplemente dejar que los focos apunten a los demás. En unos tiempos cada vez más convulsos, puede que la sociedad demande que los políticos estén en un segundo plano, que no necesiten estar siempre en primera plana. Es necesario un proceso de estabilización y consolidación en el mundo poscovid, alejándonos así de la prominente futbolización política en la cual nos hallamos, esa dinámica que crea forofos acérrimos a los partidos políticos que seguirán sin rechistar los mandatos de las dirección de sus formaciones, pero que deja de lado a esa gran parte de la sociedad despolitizada y a veces hastiada con la política y los políticos. Olaf Scholz ha entendido esta dinámica y así ha decidido aceptar bailar en el alambre de la ambigüedad y ganar a partir del error ajeno.
Ganar con el fallo
El todavía vicecanciller tiene una estrategia clara: esperar a que los otros fallen mientras él está callado, observando. Tanto la CDU-CSU como los Verdes están dándole la razón.
El binomio CDU-CSU es un polvorín. La guerra interna entre los defensores y los detractores de Armin Laschet es encarnizada y no hace más que limitar la potencia y el futuro éxito del partido democristiano en las urnas. La convergencia de los partidos hermanos – CDU y CSU- hacia su actual candidato a la cancillería parece estar en entredicho, con voces que llevan tiempo pidiendo su destitución, y con un apoyo descafeinado de Markus Söder, líder de la CSU y ministro presidente del relevante Land de Baviera, el estado federado con mayor renta per cápita de toda Alemania.
Pero puede que las acciones de Laschet tampoco ayuden a ganarse ni la estima ni el reconocimiento de la ciudadanía – y menos de sus compañeros de partido-: desde su escena riéndose en pleno discurso de Steinmeier – presidente de la República- en las terribles inundaciones que azotaron en julio el oeste de Alemania pasando por el presunto plagio que realizó en un libro o que el Land que lidera -Renania del Norte-Westfalia- sea uno de los que peores datos tiene en relación a la pandemia. En un momento tan complejo emocionalmente como el actual, con un cambio de guardia en el liderazgo del ejecutivo alemán y en plena pandemia de la COVID-19, Laschet puede ser percibido como poco empático, errático y con limitadas aptitudes para ser el líder que necesita en la actualidad la República Alemana.
Los Verdes de Annalena Baerbock tampoco se salvan. Se descubrió que el currículum de la candidata a la cancillería tenía entradas falsas o que parte de su libro “Jetzt. Wie wir unser Land erneuern” había sido copiado de páginas web diversas y de obras de otros autores. Pero otro error garrafal que puede haber dejado tocada a Baerbock es su negativa a ser entrevistada por el diario Bild, el más leído en Alemania, por supuestamente “no tener tiempo”. El periódico decidió dejar el espacio donde iba a estar la entrevista en blanco, además de anunciar entrevistas con los máximos rivales de Baerbock: Laschet y Scholz. Error tras error.
Tierra a la vista
Bien es sabido que la actitud de Olaf Scholz puede tener riesgos y crear problemas en el corto plazo. Esa intención de ser cuasi invisible, de mantenerse cerca pero lejos del debate puede generar una sensación de desconexión con el electorado, de cierta apatía con las temáticas que interesan a los alemanes de a pie. Puede que se necesite a un Canciller que batalle con sus contrincantes, que intente defender su posición delante de los críticos, que tenga el vigor necesario para mantener la preponderancia geoeconómica de Alemania en Europa y en el resto del mundo. El prestigio que ha consolidado Merkel en todos los foros mundiales deberá ser preservado por el próximo Canciller, que tendrá la considerable misión de erigirse como un sucesor a la altura.
Cuando vemos cerca la orilla nos solemos relajar, pensar que todo está hecho y que el éxito está asegurado. Relajarse puede hacernos errar ante los objetivos más sencillos. Aunque Scholz es un candidato que parece tener todo bajo control, observarse como líder en las encuestas puede ser un espaldarazo para su plan, pero también un lugar demasiado cómodo en el que quedarse. No cometer errores es fundamental en esta fase de la campaña y mantener la opinión positiva sobre tu presidencialidad será el único aspecto que tendrán que controlar en la war room de los socialdemócratas alemanes. El intento de realizar un toque de efecto – reunión con Macron mediante- puede que haya sido una de esas acciones peligrosas que pueden hacernos perder más de lo que ganamos. Verse victorioso antes de que te den la copa.
La suerte está echada
Sin embrago, el SPD tiene ante si una oportunidad histórica de volver a tener a su líder como Canciller de la nación, después de los más de 15 años que han pasado desde que Gerhard Schröder dejara la jefatura del ejecutivo. Así, Olaf Scholz parece tener el plan perfecto para que la socialdemocracia alemana resucite como un ave fénix herido que desea volver a volar – y gobernar-. La estrategia de esperar el fallo del contrario, no meter la pata y mantener un perfil bajo parece estar funcionando según los sondeos: el Politbarometer de la ZDF ya le proporciona un 25% del apoyo del electorado alemán, una cifra que nadie esperaba en los albores de la campaña.
La sociedad alemana es ahora la que tiene la significativa tarea de elegir sabiamente quién será el o la sucesora de Angela Merkel, decidir si quieren cambio o estabilidad, transformación o consolidación. Alemania espera un nuevo Canciller que reemplace a la irremplazable Angela Merkel. Mientras tanto, Olaf Scholz seguirá en silencio, esperando que llegue el 26 de septiembre. Las comparaciones pueden ser odiosas.
Carlos Magariño es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra. Miembro del espacio La Cúpula (@cmagfer)