El futuro de la izquierda en España

IGNACIO MARTÍN GRANADOS

En nuestras sociedades líquidas, ¿qué significa hoy ser de izquierdas?, ¿tiene sentido seguir hablando de izquierda y derecha?, es más, en el actual contexto sociopolítico en que vivimos, ¿no ha cambiado la tradicional fractura ideológica por la de los partidos tradicionales frente a los “regeneradores”?

Estas son sólo algunas interrogantes que nos planteamos ante el complejo escenario político y electoral que nos depara el 2015 en el que el modelo político nacido de la Transición de 1978 parece haberse quedado obsoleto de un día para otro.

En las últimas elecciones europeas, los partidos  socialdemócratas sólo consiguieron superar el 20% del voto en diez de los 28 países de la Unión Europea. Sin embargo, según el Estudio Internacional de la Fundación BBVA Values and Worldviews (2013), el 74% de la población de nuestro país rechaza el sistema capitalista como forma de organización política y social, atribuyendo como culpable de las desigualdades sociales a la economía de mercado.

Si el causante de la crisis parece claro que lo encontramos en el sistema capitalista y la hegemonía neoliberal, ¿por qué éste sigue campando a sus anchas imponiendo las respuestas  económicas y sociales que debilitan los principios fundamentales de nuestras democracias, empequeñecen a los partidos de izquierda y propicia el ascenso de soluciones ultraderechistas, antieuropeas y populistas?

¿Por qué ante un clima tan propicio, aparentemente, para los partidos de izquierda, éstos no encuentran soluciones atractivas que ofrecer a los votantes? Por tanto, ¿cuál es su futuro electoral? Para responder a todas estas preguntas, volvemos a interrogarnos con la pregunta con la que iniciaba este artículo: ¿qué es la izquierda?

Sin entrar en cuestiones de clasificación o corrientes ideológicas de la izquierda (socialdemocracia, eurocomunismo o terceras vías), podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que los principales valores que la definen son la defensa de la igualdad en todos los ámbitos, la defensa de la participación política (empoderamiento ciudadano), la protección de los derechos civiles y la lucha por la libertad.

¿Cómo puede ser, entonces, que si los españoles demandamos un cambio inspirado en los ideales de justicia, igualdad, cooperación y libertad, no los identifiquemos con los partidos de izquierda? Esta aparente contradicción tiene una respuesta sencilla: estos ideales no se encuentran en la oferta partidista actual.

Por un lado, la socialdemocracia clásica (centro-izquierda) es incapaz de formular auténticas soluciones para superar la crisis y sólo atina a responder con medidas que maquillan la realidad. Por otra parte, los partidos de la izquierda obrera de inspiración marxista (izquierda “auténtica”) no sólo son incapaces de ilusionar a la sociedad del siglo XXI sino que se resisten a colaborar y abrirse a movimientos cívicos o de base.

Si a esto le sumamos que, en ambos casos, sus estructuras internas y modelos organizativos son poco participativos y cerrados a la sociedad y los movimientos ciudadanos, obtenemos aparatos desvinculados de su propia militancia y de la realidad social. Resulta obvio que, desde la revolución industrial, tanto los partidos obreros, como los sindicatos y nuestra sociedad ha cambiado mucho, pero determinadas estructuras, discursos y formas de organizarse de los partidos de izquierda se mantienen inmutables.

La izquierda siempre ha reivindicado el poder de la política para transformar el mundo y someter a los mercados, su voluntad de sobrepasar con sus propuestas los problemas que acucian a la sociedad en cada momento. Sin embargo, los principales partidos que dicen representarla, han acabado institucionalizándose, comportándose de forma conservadora e incapaces de canalizar las nuevas demandas planteadas por los sectores más progresistas de la sociedad.

Y es en este momento de crisis económica, de planes de ajuste, de hegemonía neoliberal cuando se produce una nueva ventana de oportunidad, una repolitización de la sociedad generada por la irrupción del movimiento 15M. Después de la ocupación de la Puerta del Sol aquel 15 de mayo de 2011 ha habido muchos hitos que explican la situación en que nos encontramos hoy: las diferentes mareas (por la educación y la sanidad pública) que afloraron un enorme malestar subterráneo, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), las iniciativas Rodea el Congreso, 15MPaRato o Democracia Real Ya o las protestas vecinales de Gamonal… junto con todos los casos de corrupción institucional y el malestar con la clase política han incrementado los deseos de regeneración democrática, de transparencia en la gestión pública y de participar de una manera más intensa en los asuntos públicos y no sólo cada cuatro años.

Por tanto, no podemos afirmar que la izquierda se encuentre en crisis, sino que el espíritu y los valores de la izquierda se han trasladado a los movimientos sociales y políticos de base ante la incapacidad de los partidos tradicionales de incorporar de una forma creíble a sus discursos y programas estas demandas. Y el riesgo de estos partidos es que o se renuevan u otras formaciones ocuparán el espacio vacío dejado por ellos.

A pesar de que desde posturas conservadoras y próximas al neoliberalismo se afirme que el estallido social del 15M no sirvió para nada, toda esa energía ha ido alimentando los movimientos mencionados anteriormente y, durante estos últimos meses, la sociedad civil, de forma latente, ha estado incubando el magma que, como un volcán en erupción, ha estallado con Podemos, parte y respuesta de ese movimiento que ha sabido capitalizar el descontento ciudadano.

Así, en la actualidad, en el ámbito de la izquierda ideológica nos encontramos con un amplio abanico de sensibilidades: los representantes de los partidos tradicionales (PSOE, IU) y nuevas expresiones post 15M (Partido X, Podemos o Guanyem/Ganemos. Equo nació antes del 15M como las Candidaturas de Unidad Popular -CUP- de Cataluña, pero también los incluiríamos en esta categoría).

Por tanto, para que la izquierda tenga un futuro exitoso en España, pero sobre todo para afrontar el presente y el desprestigio de los partidos y la política formal, debe enfrentarse a los siguientes retos:

  • Construir un nuevo relato adaptado a nuestra compleja sociedad, un marco diferente, que ilusione y motive a toda la ciudadanía, con un lenguaje renovado, claro, directo, inclusivo y actual, que emocione, sin eufemismos ni retóricas excluyentes (a veces propias de la izquierda tradicional), dirigido a toda la gente, no sólo a la izquierda.
  • Apostar por la apertura y la participación, por una mayor extensión de los derechos políticos de los ciudadanos. Se precisa una nueva forma de hacer política diferente de la actual en que se vota cada cuatro años, pero también dentro de las formaciones políticas, que deben abrirse a la ciudadanía, tanto para la discusión colectiva de los programas electorales como para los procesos de selección de cuadros. Se exige más que nunca una participación permanente en el control de las decisiones que nos afectan través de mecanismos de democracia participativa y directa, así como otros de control y transparencia.
  • Poner al día los valores y principios más esenciales de la izquierda. A lo largo de los últimos años, la izquierda ha ido sumando otros movimientos y corrientes como el ecologismo, el feminismo, el pacifismo, la antiglobalización (antisistema) pero no ha sido capaz de ofrecer las soluciones adecuadas -sin renunciar a la prosperidad- más allá de generalidades o incumplimientos, para mejorar nuestra sociedad y plantar cara los radicalismos y populismos. Es el momento de actualizar el ADN de la izquierda, adaptarlo a los tiempos actuales y luchar contra las desigualdades desde una óptica transversal (más redistribución de la riqueza, igualdad efectiva ante la ley, defensa de los derechos de las minorías, eliminación de los privilegios de unos pocos, que paguen la crisis sus culpables, defensa de una nueva fiscalidad, apostar por nuevas formas de organización económica, etc.) que supere la dicotomía de la socialdemocracia actual -incapaz de convertirse en alternativa con soluciones innovadoras- y el capitalismo más depredador.
  • Abrirse a toda la sociedad y huir de mesianismos y sectarismos, apelando al sentido común y realizar una labor didáctica con los ciudadanos. La cultura política se aprende con la práctica, ejerciéndola, por lo que no hay que tener miedo a sacar el debate a las calles fomentando el intercambio de ideas que construya una sociedad y ciudadanos concienciados y críticos.
  • Renunciar a las viejas maneras de hacer política que están vaciando de militantes los partidos políticos. Es el momento de hackearlos, de airearlos y que los afiliados se conviertan en participantes, de abrir las ventanas y que entre el aire fresco de la ciudadanía. Para ello es fundamental su gestión transparente, que los partidos configuren sus listas a través de primarias y los programas electorales se elaboren de forma colaborativa con los ciudadanos.
  • Apostar por el consenso y la confluencia. El cambio no se produce de un día para otro y no habrá un cambio completo sin ganar el poder, por lo que deberán apostar por la unidad y espacios de convergencia frente al bipartidismo todavía imperante. En las pasadas elecciones europeas ya se ha podido comprobar como la unión de varias fuerzas, a modo de “frente popular”, ha conseguido el objetivo de obtener representación que, de forma separada, habría sido imposible conseguir (Coalición Primavera Europea o Alternativa Galega de Esquerda en las autonómicas gallegas).
  • Permitir los liderazgos democráticos, inspiradores, que visibilicen los proyectos, impulsen y guíen las organizaciones, que sean capaces de emocionar y de actuar como agregadores de sentimientos amplios, pero también respeten la participación democrática y los procesos colectivos. Con Ada Colau y Pablo Iglesias tenemos el ejemplo de cómo el talento de un liderazgo audaz posiciona beneficiosamente la organización que representa.

En definitiva, se trata de volver a ilusionar a la ciudadanía, que está ávida de nuevas formas de hacer política, sentirse verdaderamente representada y convertir la indignación en cambio político. Algunos partidos lo han comprendido y están dando pasos en esta dirección, para volver a ocupar un espacio ahora vacío, y como única vía de supervivencia política en un mundo que ha cambiado

Al inicio de esta crisis se decía que la solución la hallaríamos refundando el capitalismo. El diagnóstico se ha revelado erróneo, pero si sirve para refundar la izquierda, se habrá conseguido el resultado deseado.

Ignacio Martín Granados es politólogo y miembro del Consejo Directivo de ACOP. www.martingranados.es

Publicado en Beerderberg

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