Discurso y Poder

TEUN A. VAN DIJK

En el campo de las humanidades y las ciencias sociales hay pocas nociones que sean tan importantes y ubicuas como las de “discurso” y “poder”. Por tanto, resulta de especial interés investigar las relaciones que se establecen entre ellas, aunque solo sea porque hay personas y grupos sociales que ejercen su poder a través del habla y el texto, como es el caso de las “élites simbólicas”: periodistas, profesores y políticos, entre otros. Antes de examinar las relaciones entre estos dos conceptos y los fenómenos sociales a que se refieren, vamos a definir brevemente lo que entendemos por ellos.

Discurso

En tanto que noción “fundamental”, el concepto de “discurso” se puede definir de muchas maneras, como sucede desde el campo multidisciplinar de los Estudios del Discurso. En primer lugar, tanto hablado como escrito, el discurso es una forma de uso de la lengua y, por lo tanto, se estudia desde la lingüística. En segundo lugar, el discurso también es una tipología de interacción social estudiada por las ciencias sociales, como es el caso de una conversación, un debate parlamentario, una telenovela o un mensaje de WhatsApp. En tercer lugar, con el discurso expresamos y comunicamos estados mentales como, por ejemplo, conocimientos, opiniones y emociones, lo que requiere del análisis más profundo de la psicología cognitiva y social. De forma similar, los parlamentos debaten leyes, que son los “géneros de discurso” objeto de estudio de la ciencia política. La prensa, la televisión e internet aportan noticias y “media messages” que se estudian como formas de comunicación de masas. Por otra parte, los libros, los periódicos, la televisión e Internet producen texto y habla enfocados a la venta; es decir, “bienes culturales” que se pueden analizar desde la economía. Y, por último, la mayoría de las fuentes de los historiadores son formas de discurso. En definitiva, el discurso tiene muchas facetas, es omnipresente en la sociedad y se estudia desde muchas disciplinas.

Este fenómeno no debería sorprendernos porque el discurso es exclusivamente humano y, por lo tanto, relevante en todos los estudios relativos a las actividades y las sociedades humanas.

Como formas de uso del lenguaje y la interacción social, el discurso se analiza normalmente en términos de unidades que se constituyen en varios niveles, tales como sonidos, letras, palabras, frases, cláusulas, oraciones y párrafos o bien se enfoca al habla, en forma de preguntas y respuestas, como introducciones y conclusiones, titulares y conductores, y así sucesivamente. Algunas de estas unidades se estudian en la gramática de la oración o del discurso, otras en el análisis de la conversación, el estudio de la narrativa o la argumentación o más generalmente en los estudios de género.

Estas numerosas y diferentes formas de texto y habla tienen muchas propiedades estructurales y funcionales, tales como reglas más o menos estrictas que definen su “secuenciación”: en muchos idiomas los artículos preceden a los sustantivos, los titulares y los títulos están en la parte superior de los textos, las preguntas vienen antes de respuestas, etc. Del mismo modo, las unidades pueden combinarse con otras más grandes, una propiedad fundamental de la construcción del discurso.

Cada una de las unidades del discurso no solo se compone de sonidos, letras o imágenes que se pueden expresar y ser percibidas, sino que también expresan “significados” locales o globales. Por tanto, el discurso no solo obedece a leyes de ordenamiento estructural, como por ejemplo la gramaticalidad, sino que también debe ser significativo para que pueda funcionar como forma de comunicación. De esta forma, expresando texto o habla ordenada y significativa, en contextos comunicativos y sociales específicos, la gente se involucra en muchos tipos de interacción social. Por tanto, desde el punto de vista discursivo, las personas pueden ejercer el poder participando en las interacciones sociales.

Poder

La noción de poder es bastante menos compleja que la de discurso. Como tal, el poder es abstracto: no se puede ver ni tocar. Se trata de una propiedad o una relación entre las personas. Aquí estamos especialmente interesados en el “poder social” como relación entre grupos sociales, es decir, entre hombres y mujeres, negros y blancos, ricos y pobres, homosexuales y heterosexuales, amos y esclavos, viejos y jóvenes o jefes y empleados.

De las muchas formas de definir el poder social, aquí vamos a utilizar la noción de “control”. Un grupo de personas tiene poder si controla el otro grupo y sus miembros. Este control tiene dos formas: el control de las “mentes” y el control de las acciones. Por lo general, para controlar las acciones de otras personas primero hay que controlar sus mentes y así actúen de acuerdo con los deseos de los “poderosos”.

Para el control de las mentes –conocimiento, opiniones, emociones, deseos, etc.- de otras personas normalmente se utiliza el discurso. Las acciones de las personas pueden controlarse por la fuerza, como es el caso de fuerza militar o policial, o el abuso de la fuerza por parte de los hombres sobre las mujeres o los adultos mayores de los niños. Pero la mayoría de las formas de control de la mente en la vida cotidiana son discursivas, como es el caso de las leyes y reglamentos, órdenes y recomendaciones, instrucciones, la información, la educación y la manipulación, por ejemplo, la ejercida por las élites simbólicas: los políticos, los periodistas y profesores. Algunas de estas formas de poder son legítimas, otras, en cambio, son ilegítimas, como es el caso del “abuso de poder” o la “dominación”.

El poder de los grupos dominantes tiene una base específica, un material especial o recurso simbólico que un grupo tiene más que otro, como es el caso de la fuerza, el dinero, la tierra, el estado, la fama, la posición o conocimiento. La característica principal del poder de las élites simbólicas es que tienen control o acceso preferencial a las manifestaciones más influyentes del discurso público. Y debido a que las mentes están controladas en gran medida mediante el discurso, las élites simbólicas también tienen más control –indirecto- de la mente del público.

De este modo descubrimos un vínculo crucial entre el discurso y el poder: la mayor parte de las formas de poder social legítimas no son ejercidas por fuerza directa, sino indirectamente mediante el texto y el habla. Por tanto, aquellos grupos sociales que tienen el control o el acceso preferente al discurso dominante, por lo general, también tienen más poder, como es precisamente el caso de las élites simbólicas.

Sin embargo, como se sugiere, la relación entre el discurso y el poder es indirecta: está mediada por la mente. El discurso es interpretado por los miembros como usuarios sociales de la lengua y, por lo tanto, puede influir en sus conocimientos, opiniones, emociones, así como en las intenciones basadas en ellas. Podemos vernos obligados o manipulados, pero también podemos ignorar o resistir los Sin embargo, como se sugiere, la relación entre el discurso y el poder es indirecta: está mediada por la mente. El discurso es interpretado por los miembros como usuarios sociales de la lengua y, por lo tanto, puede influir en sus conocimientos, opiniones, emociones, así como en las intenciones basadas en ellas. Podemos vernos obligados o manipulados, pero también podemos ignorar o resistir los deseos “discursivamente comunicados” por parte de los grupos poderosos. Algunas formas de discurso son más “potentes” que otras -si es que consiguen tener más éxito a la hora influir sobre las mentes de los destinatarios según lo previsto por los autores o altavoces dominantes.

Es en este punto donde la teoría y la investigación de las relaciones entre el discurso y el poder se vuelve más interesante, pero también más compleja. Los estudios del discurso contemporáneo han sofisticado el análisis de las estructuras complejas del texto y el habla. También conocemos más elementos acerca de las propiedades y tipos de poder ejercido por los grupos sociales, organizaciones e instituciones, por ejemplo sobre el sexismo, el racismo o la manipulación o la información de políticos o periodistas.

Por el contrario, conocemos muchos menos detalles sobre cómo la mente, nuestro conocimiento y, sobretodo, nuestras opiniones e intenciones son controladas por el discurso. De hecho, hay muchos ejemplos de discursos públicos, en la política o los medios de comunicación, que no tienen la influencia prevista en las mentes y las acciones del público. En otras palabras, las relaciones entre discurso y poder social siempre están mediadas por la mente.

Discurso, cognición y sociedad

En teoría, estas relaciones complejas entre el discurso y el poder solo pueden entenderse plenamente desde la investigación multidisciplinar que analiza cómo las estructuras del discurso están vinculadas con los procesos mentales y cómo estos, a su vez, se relacionan con las formas de interacción y de manera más general con las estructuras de la sociedad. Seguidamente vamos a examinar brevemente esta interfaz cognitiva con algo más de detalle.

Las estructuras y los procesos de la mente definen lo que llamamos cognición y tienen lugar en la memoria, ya que se implementa en los miles de millones de neuronas del cerebro. Aunque la neurociencia actual ha avanzado mucho en el estudio del cerebro, aún tenemos poca información de cómo exactamente las estructuras típicas de la mente, como el conocimiento y las opiniones, se implementan en el “hardware” del cerebro. Sin embargo, incluso sin esa visión sobre su base neurológica, la psicología cognitiva ha hecho muchas distinciones teóricas útiles que explican el pensamiento y la acción humana.

Por lo tanto, podemos distinguir entre diferentes tipos y funciones de la memoria, por ejemplo entre la memoria a corto plazo (MCP) y la memoria a largo plazo (MLP). Cuando entendemos texto o habla, primero secuenciamos e interpretamos las palabras y frases en MCP y luego guardamos el resultado de este proceso de entendimiento en la MLP, desde donde más tarde podemos – parcialmente- recordar lo que hemos leído o escuchado. También es de esta manera cómo adquirimos conocimiento del discurso sobre eventos específicos, o sobre el mundo en general.

Modelos mentales

Otra distinción teórica elaborada desde la psicología cognitiva es la que existe entre la Memoria Episódica y la Memoria Semántica. La memoria episódica (ME) registra todas nuestras experiencias individuales y por lo tanto tiene un carácter más personal, subjetivo y autobiográfico. La mayor parte de los recuerdos personales más triviales solo son relevantes “ad hoc” y no se pueden recuperar después de largos períodos de tiempo. Pocos de nosotros recordamos un año después lo que compramos hoy en el supermercado. Sin embargo, recordamos mejor los eventos emocionalmente relevantes, tales como accidentes, o los eventos más duraderos, como las vacaciones o cuando y donde hemos estudiado.

A menudo se supone que la representación de eventos específicos en ME toma la forma de modelos mentales jerárquicos y esquemáticos, y que consiste en una configuración espaciotemporal, un evento o una acción, y los participantes -y sus identidades, roles y relaciones-. Cuando entendemos el discurso, no solo interpretamos su significado, también construimos una representación mental de los eventos o acciones. Por el contrario, si una historia sobre una experiencia personal está representada por un modelo subjetivo en ME, transformamos partes contextualmente relevantes del modelo en significados expresados en habla. Los modelos mentales no solo son personales, sino también subjetivos y también pueden ofrecer opiniones y emociones de los eventos que experimentamos. Son típicamente multimodales: pueden contener información visual, auditiva y sensorial derivada de nuestros sentidos y procesada en diferentes partes del cerebro.

Cognición social: Conocimientos, actitudes e ideologías

Las representaciones mentales de la memoria semántica, por el contrario, son más genéricas y socialmente compartidas con otros miembros de grupos sociales y comunidades, como es el caso del conocimiento de una lengua o del conocimiento genérico del mundo. Este conocimiento se adquiere, en parte, a través de nuestras experiencias personales, por ejemplo, mediante la generalización y la abstracción de los modelos mentales. Sabemos de supermercados, el tráfico, las casas, y los días festivos, entre los cientos de miles de cosas de la vida cotidiana, mediante la generalización de nuestras experiencias personales. También podemos adquirir conocimientos de forma más directa, por ejemplo, mediante el discurso genérico de los medios de comunicación o los libros de texto, sobre las nociones abstractas o sobre aspectos del mundo que no tienen experiencia en la vida cotidiana, acerca de la política, la geografía, la biología o la genética. El conocimiento compartido por los miembros de una comunidad –epistémica-, no solo sirve para formar nuevos modelos mentales personales -necesitamos tener conocimiento genérico sobre los coches y los accidentes para entender un informe o noticias sobre los accidentes de tráfico-, sino también para todas las formas de la interacción humana y la comunicación y, por lo tanto, para el discurso.

Del mismo modo, a partir de este conocimiento, los miembros de los grupos sociales pueden formar gradualmente actitudes socialmente compartidas, por ejemplo, sobre la inmigración, el aborto, o ideologías como las de sexismo o antisexismo, el racismo y el antirracismo, el neoliberalismo y el socialismo. Tales formas de cognición social suelen ser adquiridas por el discurso, como el texto ideológico, intervenir en los medios de comunicación o en internet, o las conversaciones con otros miembros de un grupo ideológico.

La reproducción socio-cognitiva y discursiva del poder y la dominación

Las representaciones mentales de la memoria semántica, por el contrario, son más genéricas y socialmente compartidas con otros miembros de grupos sociales y comunidades, como es el caso del conocimiento de una lengua o del conocimiento genérico del mundo. Este conocimiento se adquiere, en parte, a través de nuestras experiencias personales, por ejemplo, mediante la generalización y la abstracción de los modelos mentales. Sabemos de supermercados, el tráfico, las casas, y los días festivos, entre los cientos de miles de cosas de la vida cotidiana, mediante la generalización de nuestras experiencias personales. También podemos adquirir conocimientos de forma más directa, por ejemplo, mediante el discurso genérico de los medios de comunicación o los libros de texto, sobre las nociones abstractas o sobre aspectos del mundo que no tienen experiencia en la vida cotidiana, acerca de la política, la geografía, la biología o la genética. El conocimiento compartido por los miembros de una comunidad –epistémica-, no solo sirve para formar nuevos modelos mentales personales -necesitamos tener conocimiento genérico sobre los coches y los accidentes para entender un informe o noticias sobre los accidentes de tráfico-, sino también para todas las formas de la interacción humana y la comunicación y, por lo tanto, para el discurso.

Del mismo modo, a partir de este conocimiento, los miembros de los grupos sociales pueden formar gradualmente actitudes socialmente compartidas, por ejemplo, sobre la inmigración, el aborto, o ideologías como las de sexismo o antisexismo, el racismo y el antirracismo, el neoliberalismo y el socialismo. Tales formas de cognición social suelen ser adquiridas por el discurso, como el texto ideológico, intervenir en los medios de comunicación o en internet, o las conversaciones con otros miembros de un grupo ideológico.

La reproducción socio-cognitiva y discursiva del poder y la dominación

Es en este punto crucial en el que se establece el enlace entre el discurso y el poder. Los miembros de los grupos dominantes no solo tienen acceso preferencial al discurso público, sino que también comparten formas de cognición social, tales como el conocimiento, las actitudes y las ideologías que influyen en su discurso. Tal discurso a su vez puede influir en los modelos mentales de los destinatarios -como hacemos cuando interpretamos las noticias-, que a su vez puede influir en las actitudes -por ejemplo, sobre los inmigrantes e incluso las ideologías -como el racismo- de los destinatarios. Así, los complejos procesos de persuasión y manipulación pueden dar lugar a actitudes sociales e ideologías que están en el foco de los grupos dominantes.

Por tanto, vemos cómo el poder social y el abuso de poder pueden reproducirse a través de las estructuras del discurso y de la cognición, por ejemplo, cuando los grupos dominados aceptan e interiorizan las actitudes e ideologías de los grupos dominantes -un proceso a menudo descrito como “hegemonía”.

Los mismos procesos también pueden explicar el contrapoder, es decir, cuando los miembros de los grupos dominados tienen acceso al discurso público, por ejemplo a través de las redes sociales, y son capaces de comunicar discursos alternativos, expresando actitudes e ideologías alternativas y criticando a los dominantes. Este fenómeno lo observamos durante la Primavera Árabe, así como en los numerosos movimientos sociales que han surgido durante la crisis económica.

Un ejemplo: las “olas” de inmigrantes

Para ilustrar esta compleja relación entre el discurso, la cognición y el poder, podemos considerar las metáforas utilizadas habitualmente en la cobertura de la inmigración: la llegada de inmigrantes se describe a menudo en las noticias en términos de “olas” o “invasiones”.

Éstas no son metáforas inocentes utilizadas para escribir sobre la llegada de un gran número de inmigrantes. Los “beneficiarios” de noticias construyen modelos mentales en los que las metáforas interpretan experiencias multimodales relacionadas con las olas y las invasiones, como la sensación de ahogarse en una masa de inmigrantes o de que el barrio, ciudad o país está siendo ocupado por una fuerza alienígena. Estas sensaciones pueden desencadenar emociones de miedo o de ira, asociadas al modelo mental de la noticia.

Si se repiten estas noticias reportajes, metáforas y sus correspondientes modelos mentales, pueden llegar a ser generalizados y socialmente compartidos como actitudes negativas acerca de la inmigración. Estos modelos finalmente pueden estructurarse en ideologías racistas o xenófobas, creando así otras actitudes negativas hacia las minorías o inmigrantes.

Estos procesos representan la relación entre el discurso y la cognición social. Cuando las élites simbólicas, como los políticos, tienen interés en este tipo de actitudes e ideologías, sus discursos se pueden utilizar para mejorar y reproducir su poder, por ejemplo, cuando muchas personas votan por su partido político. Si tal partido político adquiere así más poder e incluso entra en el gobierno, puede promulgar leyes que restrinjan aún más la inmigración. Y esto es exactamente lo que ha ocurrido en las últimas décadas en Europa.

Vemos así cómo las metáforas y otros aspectos negativos del texto y el habla pueden influir en los modelos mentales y en la cognición social, que a su vez puede contribuir al poder y la dominación de ciertos grupos sociales, lo que acaba produciendo desigualdad social.

Teun A. van Dijk es profesor en la Universitat Pompeu Fabra. Excatedrático de estudios del discurso en la Universidad de Ámsterdam www.discursos.org

Publicado en Beerderberg

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