Discurso: la despedida de Eva Perón

ESTEFANÍA MOLINA

“Tenía que venir…”. Con la voz algo rota y llorosa. Así es como se asomó Eva Duarte de Perón al balcón de la inmensa Plaza de Mayo de la ciudad de Buenos Aires un 17 de octubre de 1951. Aquella mujer de moño rubio y trenzado, más conocida como Evita, no quiso faltar a la cita con sus descamisados y conmemorar un año más el Día de la Lealtad, frente a la muchedumbre de ciudadanos allí agolpados. Un día de celebración, convertido en un adiós, en que se produjo uno de los diálogos más emotivos de la historia, entre una líder y su nación, mientras miles de voces gritaban al unísono: “¡La vida por Perón!”

El camino hacia la Casa Rosada

Nacida treinta y tres años antes en el seno de una familia humilde, la hasta entonces actriz y cantante, María Eva Duarte, se casó con Juan Domingo Perón, ­–coronel del ejército golpista que hizo caer el último Presidente de la corrupta “Década Infame” de Argentina–. A pesar de su inicial talante reformista, el Gobierno Militar pronto excluyó las centrales sindicales de la vida política; un carácter que llevó a ciertos sectores del obrerismo a aliarse con el grupo de jóvenes militares, entre los que se encontraba Perón.

Gracias a su apoyo y popularidad, aquel joven pronto sería aupado a la Secretaría de Trabajo del Gobierno Militar, desde donde promulgó una serie de leyes que satisficieron las históricas demandas sindicales, avanzando en la consecución de amplías garantías laborales. Sin embargo, rápidamente se percibió cierta amenazada entre los sectores más conservadores del Ejército y la política, quienes en vísperas de las elecciones ordenaron su detención. “Perón ya no constituye un peligro para el país” titulaban los periódicos.

Pero el sindicalismo no se rindió, devolviéndole a su estandarte el favor. Un 17 de octubre de 1946, miles de obreros se agolparon ante la Plaza de Mayo para pedir la liberación de Juan Domingo Perón. Hacía mucho calor, y comenzaron a desabrocharse las camisas. Ellos serían más tarde los descamisados, apodo dado a los seguidores de aquel nuevo movimiento social y político llamado Justicialismo, que se erigiría como la ideología que auparía a JD. Perón a la Presidencia de la Nación y gobernó la República de Argentina durante diez años.

“Mis queridos descamisados

“Yo les aseguro que nada ni nadie hubiera podido impedirme que viniese, porque yo tengo con Perón y con todos ustedes, con los trabajadores, con los muchachos de la CGT, una deuda sagrada”. Cinco años después, diagnosticada de cáncer y a escasos meses de su muerte, la mujer de Perón, Evita, eligió aquella misma Plaza emblemática para despedirse. Sirviéndose de una estructura epistolar, se dirigió a su marido para agradecerle todo lo que ella era y fue: “Nada de lo que yo tengo, nada de lo que soy, nada de lo que pienso es mío, es de Perón”.

Sin embargo, Eva nunca fue la segunda de abordo en el tándem matrimonial. Mujer inquieta, viajera, activista y fundadora del Partido Peronista Femenino, así como Jefa Espiritual de Argentina, ella fue para muchos la mano derecha del Presidente y símbolo indiscutible para la nación. Un concepto, repetido de forma persistente entre sus líneas, que apelaba al sentimiento de un pueblo por el que ella sentía auténtico fervor: “Me quema en el alma, me duele en mi carne y arde en mis nervios: es el amor por este pueblo y por Perón”.

Precisamente, por ese pueblo es por quien “tenía que venir…”, como repitió hasta cuatro veces, encontrándose ya muy enferma, cuando los médicos trataban de limitar sus apariciones públicas. Pero su estado de salud no le impidió esbozar una magnánima carga emocional mantenida a lo largo de todo el discurso, que brotaba de lo más profundo de su ser, y que coronaba con un exquisito uso de figuras literarias como la antítesis, a la hora de dar gracias a sus descamisados por dedicar “a esta humilde mujer este glorioso día”.

Aunque la grandeza del parlamento de Evita iba más allá de las palabras, descansaba también n sua emocional dialéctica, umb descamisados por dedicar de mujer este glorioso dra.  pueblo y por Perle rativamente para alumben su liderazgo incontestable. “Juremos todos, públicamente, defender a Perón y luchar por él hasta la muerte” decía mientras clamaba el favor de Dios y la importancia de la lucha, advirtiendo de las amenazas y enemigos que acechaban al Peronismo. Pocos líderes estarían hoy en condiciones de exigir a sus ciudadanos semejante deber. Pero Eva tenía carisma, aquel tipo de legitimidad que en palabras de uno de los padres fundadores de la Ciencia Política, Max Weber, es difícil de lograr, personal e intransferible, que expira cuando lo hace el líder.

Ahora bien, el compromiso del Peronismo con la patria era recíproco; Eva no exigió nada que no estuviese dispuesta a ofrecer. “Si el pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando, porque la felicidad de un solo descamisado vale más que toda mi vida”. Una capacidad de sacrificio del líder por el pueblo, que pasaba por dejar en el camino “los jirones de su vida”. Un discurso sincero y profundo, que aquel día hizo llorar sin consuelo a miles de personas frente a la Casa Rosada, que ante la inminente pérdida de su símbolo alzaron la voz con un canto eterno para la historia de Argentina: ¡“La vida por Perón! ¡Viva Perón!”.

Estefanía Molina(@EstefMolina_) es periodista de elnacional.cat, politóloga y editora del blog Mujeres de Estado.

Publicado en Beerderberg

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