Discurso en la conferencia de embajadores

Señor Primer Ministro,

Señor Presidente del Senado,

Señor Presidente de la Asamblea Nacional,

Señor Ministro de Asuntos Exteriores y Europeos,

Señoras y Señores Ministros,

Señoras y Señores Parlamentarios,

Señoras y Señores Embajadores:

Hay momentos en la historia en los que el destino vacila entre lo mejor y lo peor. Momentos en los que todos los esfuerzos realizados pueden echarse a perder o, por el contrario, posibilitar progresos duraderos. Hoy vivimos uno de esos momentos.

Así ocurre con la acción de la comunidad internacional en el arco de crisis que se extiende de las fronteras de Pakistán a los confines del Sahel, pasando por Irán y Oriente Próximo.

Así ocurre con Europa, donde el Tratado de Lisboa y las decisiones adoptadas para hacer frente a la crisis financiera abren perspectivas que hay que desarrollar para convertir a la Unión Europea en un actor global.

Así ocurre con la economía mundial que aún no ha encontrado el camino hacia un crecimiento sólido y sostenible, mientras que el G20 debe convencer de que tiene la voluntad de proseguir las reformas necesarias.

En la gran mesa donde se toman las decisiones, hay nuevos actores que ahora forman parte de las potencias reconocidas. Con razón, éstos reclaman que se reconozcan sus derechos. Pero también deben aceptar que esos derechos conllevan deberes, responsabilidades que deben asumir. Tienen que reconocer que su brillante éxito los obliga a ir más allá de la estricta defensa de sus intereses nacionales y a aportar su contribución para resolver los problemas del mundo. Este movimiento se ha iniciado y me alegro por ello.

En este momento de la historia en el que el destino duda, necesitamos, en efecto, voluntad y unidad para que la balanza se incline hacia el lado adecuado. Si estamos divididos e indecisos, si no logramos ponernos de acuerdo, entre potencias reconocidas y grandes países emergentes, sobre los objetivos que hemos de alcanzar y sobre los medios necesarios para lograrlo, si no somos capaces de encarar colectivamente los desafíos del terrorismo y de la proliferación, los desequilibrios económicos y el calentamiento del planeta, no habremos cumplido nuestro deber.

En este momento de la historia en el que el destino vacila, Francia debe afirmar su visión, su determinación. Pero también debe proponerse reunir, ayudar a hallar -para cada uno de los grandes desafíos que debemos afrontar- un camino que nos acerque, el camino del progreso y de la ambición. Espero que cada una y cada uno de vosotros porte la voz de Francia, pero también que sepa escuchar las expectativas del mundo.

Señoras y Señores Embajadores:

La lucha contra el terrorismo sigue siendo una prioridad capital. Todos los análisis confirman que, desde 2001, tras los golpes asestados, se ha reducido considerablemente la capacidad de Al Qaeda para lanzar ataques devastadores contra países occidentales. Por el contrario, Al Qaeda y quienes declaran adherir a ésta han aumentado su influencia y su violencia mortífera en algunos Estados, de Pakistán a Malí.

Cada país se enfrenta a una situación específica, a la que los Gobiernos respectivos deben responder de forma adaptada, con el apoyo de la comunidad internacional. Hoy no existe una coordinación operacional entre los grupos que actúan en todo ese arco de crisis. Pero si la situación se degrada, existiría el gran riesgo de que apareciera una cadena continua que uniría las bases terroristas de Quetta y del sudeste afgano con las de Yemen, Somalia y el Sahel.

Sobre Afganistán, la tendencia actual de los analistas es catastrofista. Todos los días nos anuncian el regreso de los talibanes, como si las cartas estuvieran echadas, como si fuésemos a abandonar al pueblo afgano.

La realidad es que los talibanes siguen siendo fuertes, a pesar de las importantes pérdidas sufridas en el sur y en el este. Sin embargo, el resto del país no experimenta mayores violencias. La coalición y el Gobierno afgano han sabido adaptar su estrategia y siguen haciéndolo. Estoy convencido de que lo lograremos si proseguimos nuestra acción con determinación. Cada uno de nosotros debe asumir plenamente sus responsabilidades, establecidas claramente en las conferencias de Londres y de Kabul.

Las de los Aliados y las nuestras son defender a los afganos en las regiones donde los talibanes representan una amenaza, instruir a fuerzas de seguridad afganas capaces de combatir por sí solas y, por último, aportar a la población una ayuda civil adaptada a sus necesidades reales. Es lo que Francia hace en su zona de responsabilidad, Kapisa y Surobi. El precio humano es alto. Y ha seguido aumentado esta semana. Pero imaginemos lo que sería si no estuviésemos allí. Recordemos lo que los talibanes hacían en el pasado y las miles de víctimas afganas que siguen causando.

El Gobierno afgano, por su parte, debe mejorar imperativamente la gobernanza del país, luchar contra la corrupción y la droga. También debe -ésa es su misión principal- proponer la reconciliación a quienes renuncian a la violencia, a quienes cortan todos los lazos con Al Qaeda y a quienes respetan las instituciones afganas. Por último, es necesario que el Gobierno afgano se prepare seriamente para hacerse cargo de la seguridad de las provincias y de los distritos considerados lo bastante estables para serle transferidos. Nuestra acción al servicio de la paz no debe estar supeditada a calendarios artificiales o a humores mediáticos. Tenemos objetivos políticos realistas fundados en una transición progresiva y ordenada. Tenemos una estrategia clara: ¡apliquémosla hasta el final! Francia seguirá implicándose en Afganistán, junto con sus aliados, tanto tiempo como sea necesario y tanto tiempo como lo desee el pueblo afgano.

Pero ninguna victoria será posible y duradera sin la participación de Pakistán. Ese país se enfrenta, con valentía y con la ayuda del mundo entero, a las consecuencias de unas inundaciones sin precedentes. Se enfrenta a desafíos económicos y sociales inmensos. Debe vencer al terrorismo en territorio propio. Pero también debe actuar contra los santuarios donde se refugian los terroristas afganos. Es lo que dije al Presidente Zardari el 2 de agosto. Francia permanecerá junto a Pakistán en este combate contra todas las formas de terrorismo. Debe librarse sin ambigüedad. Cuanta menos ambigüedad haya, más convencida estará la comunidad internacional de que es útil ayudar a su Gobierno.

Con Yemen ésta en juego la estabilidad de toda la península arábiga. Hace un año, cuando un movimiento armado se extendía y amenazaba con desbordar en la vecina Arabia Saudí, varios países -entre ellos, Francia- asumieron sus responsabilidades. Una tregua frágil sucedió a una serie de enfrentamientos violentos. Pero el problema persiste. Sólo podrá resolverse mediante el diálogo y las reformas.

Del otro lado del Golfo de Aden, en Somalia, la situación está clara: los atentados mortíferos de Kampala, en julio, demostraron que las milicias islamistas de Al Shabab tienen ahora capacidad para extender sus combates mucho más allá de sus fronteras. Una victoria suya en Mogadiscio transformaría Somalia en base de partida de Al Qaeda. Terminaría de desestabilizar una región ya fragilizada por los enfrentamientos en Sudán.

Francia contribuye, por su presencia militar, en Yibuti, en Chad y en la RCA, a la estabilidad regional. Va a acentuar su esfuerzo en Somalia, en respuesta a las peticiones de la Unión Africana y con sus socios europeos. Tras los 500 soldados formados en Yibuti, se están entrenando a 2.000 soldados en Uganda y va a reforzarse la fuerza africana AMISON en la que ya hemos formado a 5.600 hombres.

Por supuesto, no habrá una solución puramente militar. La Unión Europea, primer donante de ayuda, debe mantener su esfuerzo y, con todos los demás apoyos exteriores, ayudar al Gobierno a ampliar su base política, condición previa necesaria para la reconstrucción de las estructuras del Estado. Este camino también permitirá resolver de forma duradera el problema de la piratería.

Por último, en el Sahel, la barbarie de la rama magrebí de Al Qaeda ha quedado nuevamente reflejada en su rechazo de toda negociación y en el asesinato de Michel Germaneau. Esos terroristas quieren extender su influencia en una inmensa zona desértica donde a los Estados les cuesta afirmar su presencia.

Por primera vez, en julio, se asestó un duro golpe a los terroristas gracias a un ataque llevado a cabo por fuerzas mauritanas con el apoyo de Francia. Se lo digo: ese día representa un momento crucial. Francia ayuda sin reservas, a los Gobiernos que lo solicitan, a formar, equipar o informar a las fuerzas móviles que precisan para eliminar a los grupos que amenazan con desestabilizar todo el Sahel. De forma paralela, nuestra cooperación civil ayuda a los Estados a reforzar su apoyo a las poblaciones y deseo que la Unión Europea se implique más en este ámbito.

Asimismo, Francia permanece junto a Argelia, Marruecos, Túnez y Libia: su combate contra el terrorismo es el nuestro, puesto que su seguridad no puede separarse de la nuestra.

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En el centro de ese arco de crisis, está Irán. El régimen ejerce su control mediante la represión y recurre a las ejecuciones capitales de forma masiva, inclusive bajo su forma más odiosa: la lapidación, con la que se amenaza a la Señora Mohammadi. Alimenta la violencia y el extremismo en la región. Pero, sobre todo, hoy representa la principal amenaza para la seguridad internacional en un ámbito capital: la proliferación.

Entiéndanme: Francia está a favor del desarrollo -y respeta estrictamente las normas internacionales- de la electricidad de origen nuclear. Por este motivo, se congratula por la inauguración de la central de Busher, cuyo combustible es y será suministrado totalmente por Rusia. Naturalmente, ése no es el problema.

Pronto hará un año que, en Pittsburgh, junto con Barack Obama y Gordon Brown, revelamos la existencia del centro nuclear clandestino que Irán construía para sus actividades proliferantes. Dije entonces que habría que imponer a Irán sanciones si no cambiaba su política. Ahí estamos. El Consejo de Seguridad, Estados Unidos, la Unión Europea y muchos más han adoptado medidas robustas e incluso sin precedentes tratándose de los europeos. Ya era hora. Porque todos conocen las graves consecuencias de una política que permita a Irán proseguir su carrera nuclear: la proliferación se generalizaría en la región o habría una intervención militar; en todo caso, una crisis ingente.

Vamos a aplicar esas sanciones con resolución y llamo a todos los países a hacer lo mismo. En ocasiones, se dice que las sanciones no funcionan e incluso que conducen a la guerra. Es falso. Fracasan cuando son demasiado débiles o cuando su objetivo no está claro. El nuestro es sencillo: hacer entender a Irán que sus elecciones tienen un coste elevado y creciente y que existe una alternativa, el inicio de negociaciones, pero de negociaciones serias y concretas que vayan al grano de la cuestión. ¿Irán está dispuesto a ello? Lo veremos en septiembre cuando la Señora Ashton y los Seis se reúnan con los negociadores iraníes y cuando se inicie en Viena el diálogo sobre el suministro de uranio al reactor civil de Teherán.

Quiero que, en los próximos meses, se alcance un acuerdo adecuado, que Irán respete el derecho, que las preocupaciones internacionales se superen. Las preocupaciones de los vecinos de Irán deben tomarse en cuenta y éstos deberán ser consultados en lo relacionado con cualquier acuerdo.

Pero si no pudiese concluirse un acuerdo fiable, el aislamiento de Irán aumentaría inexorablemente. Ante una amenaza que se concretaría, además tendríamos que organizarnos para proteger y defender a los Estados que se sintiesen amenazados.

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Hay quien afirma que las violencias producidas a lo largo del arco de crisis tienen una única causa: la inexistencia de una solución al conflicto israelo-palestino. Evidentemente, es falso. Quienes matan en Bagdad o en Kandahar quieren eliminar a sus enemigos en Irak o Afganistán. Sin embargo, ¿quién no entiende que una resolución de paz entre israelíes y palestinos transformaría la situación política en todo Oriente Próximo?

También en este caso, el destino vacila. También en este caso, es una cuestión de voluntad y de determinación. Lo afirmo: en un plazo de un año, puede firmarse un acuerdo de paz, cuyos parámetros conoce todo el mundo. La reanudación de las negociaciones directas el 2 de septiembre crea una expectativa inmensa, una esperanza inmensa. No deberán ser decepcionadas. Un Estado palestino viable y democrático, en base a las fronteras de 1967, es a la vez un derecho para los palestinos y la mejor garantía, para Israel, de su seguridad y de su integración plena en la región, de conformidad con la Iniciativa Árabe de Paz. También es el único modo, conforme al interés de ambos pueblos, de reducir los extremismos y restablecer la confianza en el futuro. Toda la comunidad internacional deberá apoyar el proceso que ya se ha reanudado.

Por este motivo, Francia propone acoger la IIª Conferencia de París de ayuda al pueblo palestino para financiar la finalización de la construcción de la economía y de las estructuras del futuro Estado. Además de los compromisos financieros que ésta conllevará, se tratará de una manifestación concreta y fuerte de la voluntad de la comunidad internacional de lograr el éxito de la solución de los dos Estados.

Con el mismo espíritu, Francia desea, junto con la Copresidencia egipcia, que la IIª Cumbre de la Unión por el Mediterráneo se celebre en Barcelona a finales de noviembre. Ésta brindará la ocasión de acordar grandes proyectos económicos que demuestren la capacidad de todos los países participantes de construir juntos un futuro mejor para todos los pueblos del Mediterráneo.

La paz entre Siria e Israel también es posible. Francia ha reestablecido con Damasco un diálogo regular y útil para toda la región y se implica, en particular junto a Turquía, para alcanzar un acuerdo. He encomendado una misión con este objetivo al Embajador Jean-Claude Cousseran, en quien confío plenamente.

Ahora que la esperanza renace en la región, sería inaceptable que Líbano se sumiese de nuevo en la violencia. Francia se ha congratulado por la visita conjunta a Beirut del Rey Abdallah de Arabia Saudí y del Presidente Bachar Al Assad. Aporta todo su apoyo a sus instituciones democráticas, al Presidente Sleimane y al Primer Ministro Hariri. Francia, profundamente apegada a ese país, es amiga de todos los libaneses. Obra a favor de la estabilidad de un Líbano diverso, donde todas las comunidades deben poder cohabitar en un marco de tolerancia y de respeto mutuo. La acción de la comunidad internacional en Líbano no tiene más razón de ser que esa estabilidad. Y ése es todo el sentido de la misión de la FINUL al servicio de la paz y de la soberanía de Líbano, que todos sus vecinos deben respetar.

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Señoras y Señores Embajadores: En Europa, el destino también vacila entre lo mejor y lo peor. El invierno pasado vivimos lo peor: de pronto, la crisis de la deuda griega se convirtió, para los analistas e incluso para los mercados, en una crisis del euro cuya viabilidad se ponía en tela de juicio.

Permítanme -ahora que ha pasado la tormenta- recordar ante ustedes algunas verdades sencillas.

En primer lugar, las finanzas públicas de la zona euro están sensiblemente menos degradadas, en su conjunto, que las de Estados Unidos o Japón, tanto en términos de déficits como de deuda. Asimismo, contrariamente a lo que se dice con demasiada frecuencia, los europeos supieron reaccionar eficazmente, con un plan masivo de ayuda a Grecia de 110.000 millones de euros y un plan de garantía financiera de toda la zona euro de 750.000 millones de euros. El Gobierno griego, por su parte, ha tomado y sigue tomando las medidas valientes que se imponen.

Es cierto que hubiese sido mejor actuar con más rapidez. Pero ello supondría olvidar que, en Europa, el proceso de decisión implica a 27 naciones soberanas.

Lo que la historia recordará es que, como siempre, Europa superó sus dificultades apostando por la solidaridad y la unidad.

Lo que la Historia recordará es que esas dificultades brindaron la ocasión de realizar más progresos en la Unión, puesto que han permitido la afirmación de su gobierno económico. Lo que la Historia recordará es que, una vez más, el entendimiento franco-alemán -a pesar de la diferencia entre los enfoques iniciales- posibilitó el progreso de Europa. En el momento crucial, el entendimiento franco-alemán resultó decisivo.

Lo que destaco de esta difícil etapa es que debemos reforzar la eficacia de las instituciones europeas. El proceso ha comenzado con la creación de la Presidencia estable del Consejo Europeo, la Alta Representante para la Acción Exterior y el Servicio al que está adscrita. La próxima etapa es el gobierno económico de los Veintisiete con encuentros entre los 16 países de la zona euro cada vez que sea necesario. Hace tan solo unos meses, la idea de un gobierno económico europeo era casi tabú, salvo para Francia. Hoy, toda Europa concuerda en reconocer que un verdadero gobierno económico europeo no sólo es necesario, sino indispensable. Ahora hay que instaurarlo de forma concreta. El trabajo ha comenzado; Francia y Alemania han realizado propuestas ambiciosas, presentadas con ocasión de nuestro Consejo de Ministros del 21 de julio, por el Señor Schauble y por la Señora Lagarde. A partir de octubre, el Consejo Europeo tomará las decisiones que se imponen en base a las propuestas de su Presidente, Herman Van Rompuy.

Pero Europa no puede limitarse únicamente a las cuestiones económicas, independientemente de su importancia.

Lo que la Historia nos enseña es que ningún espacio de prosperidad ha sobrevivido si no era capaz de garantizar su seguridad y la defensa de sus intereses. En Europa, aún estamos lejos de conseguirlo.

La crisis aumenta aún más la diferencia entre el esfuerzo de nuestros aliados estadounidenses y el esfuerzo de los europeos, reducidos y dispersados. Durante la Presidencia Francesa de la Unión, definimos juntos las respuestas. Hay que ponerlas en práctica porque no defenderemos Europa con murallas de procedimientos y batallones de papel.

Frente a las amenazas contra nuestros intereses vitales, disponemos de la disuasión nuclear que también garantiza nuestra independencia. Pero frente a los nuevos desafíos, los europeos acumulan retraso ahora que tienen que participar en la seguridad del mar -esencial para nuestro comercio- en la seguridad del espacio y ahora también del ciberespacio.

Francia está dispuesta a implicarse en proyectos concretos que nos permitan llevar a cabo las misiones de combate más exigentes. He escuchado las declaraciones de nuestros aliados británicos sobre la cooperación bilateral con Francia. Estamos dispuestos a hablar de ello sin tabúes.
Con esta preocupación en mente, acudiré a la Cumbre de la OTAN, a finales de noviembre en Lisboa, donde adoptaremos un nuevo concepto estratégico.

Nuestra Alianza militar y nuclear es esencial para nuestra seguridad, pero debe reformarse, desengrasar sus estructuras y adaptarse a la nueva situación internacional. Necesita fuerzas “proyectables” y robustas y, como lo demuestra la experiencia afgana, necesita coordinar mejor la acción militar y la acción civil. Las nuevas amenazas requieren una relación nueva y más estrecha de la OTAN con la Unión Europea.

Nuestros intereses comunes con Rusia deben permitir desarrollar -si Moscú lo desea- una asociación sin precedentes para la seguridad de todo el espacio euro-atlántico. El próximo mes, Francia presentará propuestas precisas relativas a las relaciones de Rusia con la Unión y con la OTAN o en el marco de la OSCE que celebrará su Cumbre a principios de diciembre en Astana.

Señoras y Señores Embajadores:

Con 500 millones de ciudadanos y una potencia económica que representa más del 30% del PIB mundial, más del 35% del total mundial de inversiones directas en el extranjero e incluso cerca del 60% del total de la ayuda pública al desarrollo, la Unión Europea tiene en sus manos las cartas necesarias para imponerse como potencia económica global.

Pero también es necesario que tenga la voluntad de hacer uso de sus ventajas sin ingenuidad, en el marco de una estrategia coherente, con el objetivo de obtener resultados concretos y beneficios recíprocos. Europa es el mayor mercado del mundo y el primer importador: ¡no dudemos en actuar con exigencia y firmeza para abrir mercados hasta ahora demasiado cerrados! ¡No dudemos en luchar para imponer el respeto de las reglas de competencia leal! ¡No dudemos en luchar contra el dumping fiscal, social y medioambiental!

La reunión extraordinaria del Consejo Europeo del 16 de septiembre, que estará dedicada a las relaciones de la Unión Europea con sus grandes socios, debe permitir avanzar en lo referente a todos estos puntos.

La Unión Europea también debe dotarse de los medios para mantenerse en primera línea de la competición mundial. Para ello, debe poner en marcha, con determinación, la estrategia económica que aprobamos en el Consejo Europeo de junio. La UE debe movilizar todos nuestros medios financieros al servicio de un crecimiento más fuerte y sostenible, enfocándose en la investigación, la educación, el empleo y también en la agricultura, que representa para Europa un volumen de exportaciones superior al de la industria aeronáutica: Europa, como Estados Unidos, debe utilizar su “poder verde”.

*

En un mundo en profunda mutación, en esta Europa que progresa, Francia sigue estando bien situada, porque con el Primer Ministro y todo el Gobierno empezamos desde hace tres años un esfuerzo importante de modernización de nuestra economía. Tenemos dos objetivos sencillos: reducir las diferencias de competitividad con los más eficaces y mejorar nuestro potencial de crecimiento eliminando todos los obstáculos acumulados a lo largo de los años.

Por ello, desfiscalizamos y liberamos las horas extraordinarias para sobrepasar el obstáculo de las 35 horas y decidimos no reemplazar a uno de cada dos funcionarios que se jubilen, en el marco de un gran movimiento de reforma de nuestras administraciones.

Por ello, suprimimos la “tasa profesional”, un impuesto que sólo existía en nuestro país y que afectaba las inversiones de las empresas.

Por ello, aprobamos el dispositivo fiscal de apoyo a la investigación en nuestras empresas, que es por cierto el más atractivo de todos los países de la OCDE.

Por ello, otorgamos a nuestras universidades un estatuto completo de autonomía que les permite, por ejemplo, firmar acuerdos con las empresas privadas o adaptar sus cursos universitarios.

Por ello, lanzamos el “gran préstamo” que nos permite invertir 35.000 millones de euros en la enseñanza superior, la formación, la investigación y la innovación. Con las cofinanciaciones privadas, el esfuerzo total de inversión en las tecnologías del futuro será del orden de 60.000 millones de euros.

Por ello, vamos a reformar nuestro sistema de jubilación: se trata de una reforma de gran importancia, que el Parlamento aprobará este otoño; una reforma necesaria y justa; una reforma que fortalecerá la competitividad de Francia.

De forma paralela, al igual que todos sus socios europeos, Francia va a reducir su déficit público, que pasará de un 8% del PIB en la actualidad a un 6% en 2011 y a un 3% en 2013, lo cual representa una reducción de nuestro déficit de 40.000 millones de euros a partir de 2011 y de 100.000 millones para 2013.

Estas reformas también son necesarias para confirmar la confianza del mundo en la economía francesa. Ya están dando sus frutos: en 2009, en el momento más intenso de la crisis, las inversiones directas extranjeras en Francia sólo disminuyeron en un 4% mientras que, al mismo tiempo, bajaban en un 37% a escala mundial. Francia sigue ocupando, en la actualidad, el tercer lugar de los países que reciben inversión extranjera, atrás de Estados Unidos y China.

Señoras y Señores Embajadores:

El 12 de noviembre, Francia asumirá la presidencia del G20 durante un año, y el próximo 1 de enero, la del G8.

Dos grandes responsabilidades que llegan en un momento de cuestionamiento sobre la vocación de estas dos instancias.

El G20, creado a propuesta de Francia, representa un 85% de la riqueza del planeta y ha permitido a las principales potencias económicas afrontar con éxito la crisis más grave desde la de los años treinta.

En primer lugar, apoyando el crecimiento mundial de manera coordinada. Ahí están los resultados: a principios de 2009, el FMI anunciaba que la recesión continuaría en 2010, pero gracias a la acción del G20, el mundo retomó el crecimiento más pronto de lo que se esperaba. Y esto también es válido para Francia: el FMI nos anunciaba un 0,3%, pero tendremos por lo menos un 1,4% en 2010.

Pero para salvar de manera duradera la economía mundial, era también preciso adoptar nuevas reglas para el sistema financiero. Reformas impensables antes se decidieron y se pusieron en marcha: las actividades de los fondos especulativos se encuentran reguladas hoy en día; las agencias de notación deben ser registradas; el pago de bonos en los bancos debe enmarcarse con reglas estrictas y se han puesto en marcha sanciones en caso de pérdidas o de malos resultados. Finalmente, los paraísos fiscales están en vías de desaparición: 500 convenios de intercambio de información en materia fiscal se han firmado desde el G20 de Londres, el secreto bancario se reduce en todas partes en el mundo y se han adoptado sanciones contra los paraísos fiscales que no adoptan las nuevas reglas internacionales.

Además, era preciso entablar un diálogo para terminar progresivamente con los desequilibrios peligrosos de la economía mundial: excedentes masivos aquí, déficit insostenibles allá. Este diálogo se lanzó con la puesta en marcha del marco para un crecimiento fuerte, sostenible y equilibrado en la Cumbre de Pittsburgh. En 2011, será necesario profundizarlo y enriquecerlo; consolidar los mecanismos de coordinación; fortalecer la vigilancia multilateral; elevar el nivel de exigencia de los compromisos suscritos con el fin de poner en marcha, en base a un calendario, medidas concretas de política económica.

En resumen, el G20 “de los tiempos de crisis” ha realizado un trabajo considerable. A decir verdad sin precedentes.

Hoy en día, cuando una calma relativa se ha instaurado, existe la tentación de limitar las ambiciones del G20 a la aplicación de las decisiones tomadas, completada en 2011 con algunas medidas útiles: ampliar la regulación en los ámbitos en los cuales sigue siendo insuficiente; verificar la puesta en marcha de los convenios fiscales de intercambio de información firmados desde la Cumbre de Londres; adoptar medidas fuertes para luchar contra la corrupción; fortalecer el mandato del Foro de Estabilidad Financiera; de manera más amplia, revisar el marco prudencial de los establecimientos bancarios para evitar que se reproduzca una crisis como la que experimentamos.

En todos estos aspectos, se pondrán propuestas precisas sobre la mesa, primero para preparar de la mejor manera posible la Cumbre de Seúl, y luego para prolongar sus resultados en 2011.

Terminar el trabajo iniciado es importante, ¡por supuesto! De ello depende la credibilidad del G20. ¿Pero acaso es suficiente?

Lo digo con toda claridad: conformarse con este orden del día sería condenar al G20 a un estancamiento y al mundo a nuevas crisis.

De manera paradójica, era más fácil ser audaz cuando el mundo estaba al borde del precipicio y cuando apenas si teníamos, en realidad, la oportunidad de hacer algo. Hoy en día tenemos la opción: terminar las obras iniciadas, tratar a medida que se presenten los acontecimientos imprevistos y limitar ahí nuestra ambición; o bien, añadir nuevos trabajos: los que están en espera desde hace mucho tiempo y de los que también dependen la estabilidad y la prosperidad del mundo.

Francia propone a sus socios que se decidan por la ambición. Con una convicción: sólo el G20 dispone del peso específico, de la legitimidad y de la capacidad de decisión necesarias para dar los impulsos indispensables a estas obras del mañana.

¿Cuáles son? Francia va a consultar a sus socios al respecto. Por lo que a ella se refiere, Francia identifica tres.

La primera obra consiste en la reforma del sistema monetario internacional.

¿Quién puede cuestionar que la inestabilidad de los tipos de cambio es una dura amenaza para el crecimiento mundial? ¿Cómo pueden las empresas planificar su producción y sus exportaciones cuando, por ejemplo, el euro pasa brutalmente de un dólar por un euro a 1,6 dólares por un euro, antes de bajar en unas semanas a 1,27?

La prosperidad de la posguerra debía mucho a Bretton Woods, a sus reglas y a sus instituciones. Desde principios de los años setenta, estamos viviendo en un no-sistema monetario internacional. No se trata, por supuesto, de regresar a un sistema de tipos de cambio fijos. Lo que hoy en día es deseable, necesario incluso, es establecer instrumentos para evitar la excesiva volatilidad de las monedas, la acumulación de los desequilibrios, la búsqueda de un nivel siempre más elevado de las reservas de cambio por parte de los países emergentes que se han visto confrontados a los retiros brutales y masivos de capitales internacionales.

Soy perfectamente consciente de que se trata de un tema sensible. Y Francia tiene la intención de proponer a sus socios abordarlo sin tabúes, pero también con todas las precauciones necesarias. ¿Por qué, por ejemplo, no comenzar con un seminario entre los mejores especialistas, que podría llevarse a cabo en China?

En su aspecto de fondo, se podrían estudiar tres pistas:

1. Debemos ante todo fortalecer nuestros mecanismos de administración de crisis: desde 1990, los países emergentes han experimentado 42 episodios de retiros brutales de capitales internacionales, poniendo en peligro su estabilidad y su crecimiento. Debemos volver a reflexionar en los mecanismos internacionales de garantía para disponer de instrumentos multilaterales más eficaces y más rápidos con el fin de prevenir y tratar estas crisis.

Se ha lanzado una reflexión sobre los instrumentos con los cuales dispone el FMI. La crisis financiera y también la crisis del euro mostraron que para garantizar la estabilidad, el mundo debía ser capaz de movilizar rápidamente sumas muy importantes con el fin de afrontar la especulación irracional de los mercados.

También deseo que llevemos a cabo un debate acerca de la doctrina internacional sobre el movimiento de capitales. Hemos vivido años en la ilusión de que la apertura de los mercados de capitales constituía siempre un progreso. La realidad nos ha mostrado que no es así. Es legítimo que países muy dependientes de los capitales exteriores puedan tomar, en caso de crisis, medidas para regularlos. La mejor garantía contra el alza de riesgos proteccionistas, en esta materia como en otras, es la elaboración de reglas multilaterales.

2. Debemos posteriormente interrogarnos sobre la adecuación de un sistema monetario internacional dominado por una sola moneda en un mundo que se ha vuelto multipolar. En un hecho: a la acumulación de reservas de cambio en ciertos países corresponde un aumento del déficit de la balanza de pagos corrientes de Estados Unidos.

En Londres, los países del G20 decidieron una asignación excepcional de 250.000 millones de Derechos Especiales de Giro. Este activo internacional es objeto hoy en día de un interés cada vez mayor. Estamos lejos de la creación de la moneda mundial que deseaba Keynes con el Bancor. Pero ofrecer un activo de Seul le prononcé fait foi 9/11 reserva internacional, que no sea emitido por un solo país permitiría fortalecer la estabilidad del sistema en su totalidad.

3. Finalmente debemos encontrar los medios para coordinar mejor las políticas económicas y monetarias de las grandes zonas económicas. Con el G20 pusimos en marcha en Pittsburgh el marco que debe permitir a cada uno de nosotros llevar a cabo políticas económicas apropiadas para lograr un crecimiento elevado y estable, reduciendo al mismo tiempo los desequilibrios internacionales.

Pero debemos, sin duda, ir más lejos y definir un nuevo marco de concertación sobre las evoluciones del cambio. Este foro es actualmente el G7 de los ministros de finanzas y de gobernadores de los bancos centrales. Pero, ¿cómo se puede hoy en día hablar de tipos de cambio sin China? Debemos debatir sobre cuál es la mejor respuesta para esta cuestión inevitable.

Hablar de estos temas no es ningún sacrilegio. Discutir acerca de ellos de manera serena, en el foro más legítimo y eficaz, el G20, es deseable. Necesario incluso. ¿Entonces por qué esperar? ¿Y esperar qué, por cierto? ¿Una próxima crisis, otra vez, con consecuencias incalculables?

La segunda obra que debemos empezar es la de la volatilidad de los precios de las materias primas, y una prueba de ello en este mismo momento es la brutal alza del precio del trigo.

¿Quién no se acuerda de las “revueltas por el hambre” en Haití o en África cuando los precios de ciertos productos alimentarios habían explotado bruscamente en 2008? ¿Quién ha olvidado las consecuencias dramáticas para la economía mundial de las alzas brutales de los precios del petróleo y del gas, seguidas de bajas igualmente muy rápidas?

¿Quién se atreverá a decir que el tema es demasiado difícil y que es mejor no hacer nada?

Francia propone a sus socios del G20 abrir este expediente con ambición y pragmatismo. Se podrían estudiar tres temas al respecto.

Ante todo, sería conveniente preguntarse sobre el funcionamiento mismo de los mercados de derivados de materias primas. ¿Por qué deberíamos regular los mercados de derivados solamente en el ámbito financiero? Ampliar la regulación a las materias primas es posible y deseable. De esta manera limitaremos la especulación.

Posteriormente, para las materias primas agrícolas, varias pistas podrían explorarse sin a priori: la transparencia de los mercados; las políticas de almacenamiento; pero también la creación, por parte de instituciones financieras internacionales, de herramientas en materia de seguros para permitir a los países importadores cubrirse contra la volatilidad de los precios.

Finalmente, los precios de la energía, inscritos en el orden del día del G20 desde la Cumbre de Pittsburgh. Francia recibió el mandato de proponer medidas para Seúl y para la Cumbre de 2011, con el fin de luchar en contra de la volatilidad de los precios. Propondremos medidas de transparencia y un diálogo profundo entre productores y consumidores para limitar las fluctuaciones de los precios.

La tercera obra propuesta por la presidencia francesa del G20: la reforma de la gobernanza mundial, de la cual les hablé ampliamente aquí mismo, hace un año.

El G20 ha decidido que sería el “principal foro” mundial para los temas económicos y financieros. Pero es necesario que se dote de los medios para trabajar de manera más eficaz. ¿Acaso no es necesario crear un secretariado del G20 para seguir en permanencia la puesta en marcha de las decisiones tomadas y tramitar los expedientes, en unión con todas las organizaciones internacionales concernidas?

¿No es necesario también que el G20 abra su orden del día a nuevos temas, como el desarrollo? ¿No se debería, por ejemplo, adoptar al respecto reglas de buena conducta y de buenas prácticas para la ayuda pública? ¿No deberíamos debatir acerca de las financiaciones innovadoras y, en particular, de un posible impuesto sobre las transacciones financieras? Estas financiaciones son indispensables si queremos cumplir con los Objetivos del Milenio y con la financiación del Acuerdo de Copenhague sobre cambio climático.

¿No deberíamos, además, hablar en el G20 de la financiación de un acuerdo sobre el clima? En un momento en el cual la lucha contra el cambio climático avanza con mayor lentitud, tras la decepción de Copenhague y el estancamiento del proceso legislativo en Estados Unidos, es capital que Europa, junto con otros países desarrollados, mantenga los compromisos asumidos. Resulta esencial que el Acuerdo de Copenhague se aplique, ya se trate de las “fast start”, de las financiaciones innovadoras o de la protección de los bosques. Cancún será una etapa importante, pero el momento decisivo para sellar un acuerdo será probablemente la cumbre de noviembre de 2011 en Sudáfrica. La Cumbre del G20 en Francia la precederá con poco tiempo de anticipación. Tengo la intención de entrevistarme con el Presidente Zuma sobre esta secuencia que puede aportar avances decisivos.

Francia sugerirá también un debate más amplio sobre la gobernanza mundial. El G20 ha dado un impulso decisivo a la reforma del Banco Mundial y debería hacer lo mismo en los próximos meses con la del FMI. Cómo podría ignorar las instituciones especializadas de las Naciones Unidas que abordan la economía, el empleo, el comercio… Cada una necesita una reforma. Todas deben aprender a trabajar mejor juntas.

¿Cómo, en este contexto, no enviar una señal fuerte a la Asamblea General de las Naciones Unidas a favor de una reforma interina del Consejo de Seguridad? Sin este impulso decisivo, esta reforma, debatida hace veinte años en la ONU, se quedaría pendiente mucho tiempo todavía.

Les hablé ampliamente del G20. Unas cuantas palabras ahora sobre el G8. Algunos lo consideran condenado. Otros estiman, por el contrario, que tiene ante sí un hermoso futuro, enfocándose en temas de seguridad y en su asociación con África.

El futuro lo dirá y Francia tiene la intención de preparar con mucha atención esta cumbre, la cual permitirá a dirigentes, cuyos puntos de vista son con frecuencia muy cercanos, intercambiar -como lo hicieron en junio en Canadá- acerca de aspectos de interés común y los principales temas políticos, de Irán al proceso de paz en Oriente Próximo y a Afganistán.

La Cumbre, precedida por una reunión de Ministros del Interior de los países concernidos, debatirá también sobre la desestabilización de los países del Caribe, de África Occidental y del Sahel por traficantes de droga de América Latina, destinada a Europa. Juntos queremos cortar esta ruta de la droga, ayudar a los países de tránsito y proteger a los europeos de esta plaga. Tendremos que abordar, sin duda, en este contexto, la lucha contra Al Qaeda en la banda del Sahel, de Mauritania a Somalia.

El otro gran tema de la Cumbre sería la asociación con África pues el G8 representa, por sí solo, el 80% de la ayuda pública mundial. Ustedes no se sorprenderán de saber que Francia, segundo donante de ayuda pública al mundo, otorga una importancia muy particular a esta asociación. La Cumbre de Niza y el cincuentenario de las independencias permitieron confirmar tanto la fuerza de los lazos heredados de la historia como la renovación profunda de nuestra relación con todo el continente. Haré hincapié en ello nuevamente, el 20 de septiembre en Nueva York, en la apertura de la Cumbre sobre los Objetivos del Milenio, momento fuerte de movilización.

Con motivo del G8 de Muskoka, entregamos a nuestros socios africanos un informe sobre la ejecución de los compromisos asumidos. El Primer Ministro Mélès de Etiopía presentará, durante la cumbre bajo nuestra presidencia, un informe paralelo sobre la utilización de la ayuda por parte de los africanos. Con lo que aporten estos dos informes, reflexionaremos juntos acerca de los medios más eficaces para ayudar mejor todavía a este continente con el fin de lograr su despegue. El G8, ahora más que nunca, debe seguir comprometido al lado de África.

Para terminar, unas cuantas palabras sobre el estado de ánimo que me caracterizará a lo largo de todo este año de doble presidencia. Digan a los dirigentes de sus países, pertenezcan o no al G20, que Francia tiene la intención de proceder colectivamente, de escucharlos, de consultarlos tan frecuentemente como sea posible. Esto es lo que voy a hacer, por ejemplo, a finales de octubre durante la Cumbre de la Francofonía en Montreux.

Señoras y Señores Embajadores:

Los temas del orden del día de las cumbres del G20 y del G8 van a ser la parte medular de los trabajos de su conferencia. Me congratulo por ello pues, más allá del aspecto técnico de los temas, una pregunta sencilla y decisiva se plantea a nuestros Estados: ¿somos capaces juntos de construir para todos los pueblos, un mundo más seguro, más próspero, más justo?

Muchas gracias.

Enviado por Enrique Ibañes