Discurso de Mariano Rajoy en Buenos Aires

MARIANO RAJOY

Señor presidente de la República Argentina, muchas gracias una vez más por acompañarme en un acto, en este caso un acto de la importancia de éste al que estamos asistiendo todos.

Señor presidente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, señor presidente de la Fundación de la Libertad,

Queridas amigas y amigos todos.

Voy a hablar de la política exterior española y de algunas cosas más. Voy a hablar de la política exterior española que se está redefiniendo y renovando tanto por factores externos como por nuestra propia evolución interna. Con el restablecimiento de la Democracia, allá por los finales de los años setenta, la agenda exterior de la Transición se concretó de forma natural y consensuada: reencontrarse con la Europa integrada y recuperar el lugar de España en la comunidad internacional. Creo que hoy, cuarenta años después, podemos decir que el objetivo se ha cumplido con creces. La Unión Europea no puede hoy concebirse sin la presencia de España y el reencuentro con América Latina ha permitido la creación y el desarrollo de la Comunidad Iberoamericana. Y la adhesión de España al club europeo propició nuestro papel de impulsor de la relación estratégica entre América Latina y la Unión Europea.

Consolidados estos objetivos históricos, nos enfrentamos ahora, todos, a nuevos desafíos. Los efectos positivos de la globalización, como saben, son difícilmente contestables. Un mundo más conectado ofrece horizontes más amplios para todos. Sin embargo, es preciso reconocer que esos beneficios no siempre se distribuyen de forma equilibrada entre las personas y las regiones del mundo. Por eso, los que creemos que globalización y desarrollo sostenido inclusive no son contradictorios sino complementarios, tenemos que unirnos y tenemos que ofrecer respuestas convincentes a todos aquellos que sientan que su bienestar o su identidad están amenazados en un mundo cada vez más interconectado y competitivo.

En caso contrario, el orden global democrático y de libertades, en el que muchos creemos firmemente, corre serios riesgos ante la proliferación de movimientos populistas y nacionalistas que, prometiendo cínicamente lo imposible, se aprovechan del desasosiego que genera todo tiempo de mudanzas.

Estoy convencido de que la respuesta a dicha amenaza no puede ser ni el aislamiento ni la inacción; ni poner barreras o cerrar fronteras, ni tampoco tener fe ciega en las propiedades de autorregulación de los mercados. La respuesta correcta es intensificar la cooperación internacional para conformar y regular esa globalización, promoviendo un orden mundial equitativo basado en instituciones multilaterales y en reglas comunes que permitan a los países encontrar soluciones colectivas a problemas que hoy no conocen fronteras.

Así, en este contexto de crecientes pulsiones populistas y proteccionistas, nuestra relación con Iberoamérica adquiere una dimensión y una importancia renovada. América Latina, por su trayectoria histórica, se ha vacunado en gran medida de muchos de estos males. La realidad de la América Latina de hoy es ciertamente muy diferente de aquella de los años 80 que llevó a Gabriel García Márquez, cuando recibió el Premio Nobel, a hablar de «la soledad de América Latina». Se trata de una región que ha aprendido las lecciones del pasado, ha sabido desterrar tentaciones golpistas y ha mejorado notablemente su institucionalidad y el manejo de herramientas macroeconómicas. Con todo ello, se ha ganado una merecida mejora de su reputación y credibilidad en la comunidad internacional y en los mercados. Por ello, contar con una América Latina cada vez más estable y cada vez más alineada en valores e ideales con el resto del espacio atlántico, es una oportunidad que España y Europa no podemos, ni vamos, a desaprovechar.

Por todo ello, más que nunca, América Latina constituye un empeño irrenunciable para España. Aún más, nuestra política hacia la región trasciende lo que normalmente calificamos de política exterior, ya que formamos parte de una misma comunidad fraguada en múltiples lazos históricos e identitarios, que desde 1991 tiene su expresión institucional en la Comunidad Iberoamericana.

Desde el inicio de mi segundo mandato al frente del Gobierno de España estoy determinado a potenciar una fase de renovada intensidad en nuestras relaciones con Iberoamérica. Estoy convencido de que este ritmo se va a mantener e incluso intensificar.

Esta intensificación es el reflejo de una América Latina –con Argentina, sin duda alguna, a la vanguardia–, que está en una fase de cambios y reorientaciones en su dinámica interna y en su relación con el resto del mundo. Y también, creo, es expresión del renovado prestigio de España en la región, gracias al crecimiento económico sostenido de los últimos años, que está siendo posible merced a nuestra decidida apuesta por una economía abierta y también gracias a las reformas emprendidas. España ha vuelto a ocupar el lugar que le corresponde en el mundo y a ser vista por los demás países como un actor internacional relevante y confiable.

Una relación renovada entre España y América Latina tiene que ser simétrica y flexible en su diseño, y tiene que saber aunar las diversas dimensiones en que ésta se despliega: desde la estrictamente bilateral, hasta la regional y multilateral, apostando de forma decidida por un multilateralismo eficaz.

Estaremos de acuerdo en que en toda política exterior el juego simultáneo de valores e intereses no siempre es fácilmente conciliable. Sin embargo, creo firmemente que, al igual que ha ocurrido con la integración europea, nuestra relación natural con Iberoamérica nos ayuda a superar este dilema. Nuestra identidad común y los valores que compartimos nos permiten potenciar nuestros intereses comunes, mientras que estos intereses contribuyen simultáneamente a reforzar y expandir nuestra identidad compartida.

España se precia de mantener un diálogo franco y abierto con los países de la región. Es una de nuestras mayores fortalezas. La intensificación y profundización que han experimentado las relaciones político-diplomáticas con los países iberoamericanos ha permitido alcanzar unos niveles de diálogo y concertación política y cooperación que nos han ayudado a establecer, a pesar de las tensiones o problemas ocasionales que se puedan producir, relaciones privilegiadas con ellos. Las renovadas Cumbres Iberoamericanas, con su foco en la cooperación y la cohesión social, son el fiel reflejo de esa agenda positiva que aspiramos a construir.

En este marco general, destacan los seis países latinoamericanos con los que España ha desarrollado una Asociación Estratégica, tanto por su peso específico como por sus particulares vínculos con nuestro país. Entre ellos se encuentra, naturalmente, Argentina. El hecho concreto de que Argentina albergue la mayor colectividad española en el mundo, más de 470.000 personas, indica el carácter indisoluble de nuestros lazos. Pero esa afinidad natural conviene cultivarla. Y eso es lo que me he propuesto hacer en colaboración con el presidente Macri.

En 2017, Argentina y España firmamos un nuevo Plan para la Profundización de la Acción Estratégica que sustituyó al de 2005. Este nuevo documento, que está permitiendo fortalecer aún más nuestra estrecha colaboración, fue uno de los logros de la visita de Estado del presidente Macri a España, un hito que representó el comienzo de una nueva etapa, fructífera e ilusionante, de cooperación entre nuestras dos naciones que, aunque quisieran, no podrían estar nunca alejadas.

Soy consciente de que en una conferencia como ésta no se puede no hablar de economía. Buenos Aires, además, ha sido, hace semanas, la capital económica del mundo al albergar la reunión de ministros de Economía y Presidentes de Bancos Centrales del G-20 bajo la presidencia del ministro Dujovne. También, el pasado diciembre albergó, como todos ustedes recuerdan, la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercial.

Yo quiero decirles, lo he hecho ya en alguna ocasión a lo largo de esta visita, que constato, y lo hago además con mucha satisfacción, que en estos dos años y medio de Gobierno del presidente Mauricio Macri, hay una estrategia gubernamental de «inserción inteligente en el mundo». Que Argentina ostente ahora la presidencia del G-20 es una excelente noticia, no solo para Argentina sino también para el mundo.

Por otra parte, quiero decirles también que coincido con Christine Lagarde cuando con ocasión de su reciente visita a esta ciudad declaró que «los primeros dos años del gobierno de Macri han sido asombrosos». Pero en realidad para mí –que conozco bien al presidente desde hace años– no han sido tan sorprendentes, ni tan asombrosos, pues confiaba plenamente, como otras muchas personas en Argentina y fuera de aquí, en su capacidad y en su determinación para adoptar las reformas necesarias para normalizar, que es la palabra, y para abrir la economía, para reorganizar el gasto público, para hacerlo más eficiente, y para alentar el desarrollo de talentos. Y todo ello, como saben, en circunstancias muy difíciles, lo que lo hace aún más meritorio.

El resultado de esas reformas y de las políticas emprendidas para recuperar la senda del crecimiento empieza a dar sus frutos. De acuerdo con los pronósticos del Fondo Monetario Internacional, (que tradicionalmente, como saben los hace a la baja, y por eso luego los Gobiernos nos vemos obligados a superarlos), pues el crecimiento económico de la Argentina será del 2,5% este año y 2,8% en 2019, por encima de la media que se espera para el conjunto de América Latina y el Caribe, del 1,9 % y 2,6 % respectivamente.

Permítanme ahora que me refiera a otros datos que recientemente ha publicado el Banco de España referidos, lógicamente, a mi país, revisando también al alza la previsión de crecimiento de la economía española para este año del 2,4% al 2,7%, y el organismo supervisor también mejora su pronóstico para 2019 y 2020: del 2,1% al 2,3%, y del 2% al 2,1%, respectivamente. Tengan ustedes la seguridad de que este Gobierno también hará, como ha hecho los últimos cuatro años, esfuerzos para dejar cortos a los pronósticos.

La dura crisis económica española, iniciada en 2008, se enmarcó en la crisis económico-financiera mundial, a la que se añadió la crisis inmobiliaria española, una deuda privada creciente y la pérdida de competitividad. Las reformas económicas emprendidas desde el inicio de mi primer mandato como presidente del Gobierno, a finales de 2011, empezaron a dar fruto dos años después, a finales de 2013, cuando se inició un periodo de recuperación que se afianzó a lo largo de los años 2014 y 2015, y se consolidó desde 2016.

Con el objetivo de recuperar la confianza en la economía española y sentar las bases para el crecimiento y la creación de empleo de forma sostenida, la política económica se ha basado en tres pilares fundamentales:

Una seria política de consolidación fiscal. Esto es muy importante, no solo en política ni cuando hablamos de cuestiones de Gobierno: en la vida las personas y las empresas cuando menos deban, mejor para ellos y más libres serán para tomar sus propias decisiones. Por tanto, primero una seria política de consolidación fiscal.

En segundo lugar, un ambicioso programa de reformas estructurales. Hay que adaptarse al mundo en el que uno vive, si no, inevitablemente, y esto no es economía, si no puro sentido común, uno se va quedando atrás. Y en tercer lugar, el saneamiento del sector financiero para que el crédito volviera a fluir al sector privado.

Me parece más que justificado resaltar que hay un claro paralelismo entre las estrategias de salida de la crisis en Argentina y en España, así como en su constatable éxito.

Somos Argentina y España Estados democráticos que garantizan los derechos fundamentales y el Estado de derecho. Ambos países apostamos cada vez más por economías más abiertas, sostenidas e inclusivas. Creemos que la comunidad internacional tiene que mantener la confianza en el orden multilateral que tanto nos ha costado establecer. Si existen disputas comerciales deben resolverse en el marco de la Organización Mundial de Comercio y no mediante medidas unilaterales, que solo traen consecuencias negativas y además de largo alcance. Como se ha señalado, el desarrollo del comercio ha sido más veloz que el crecimiento económico y ha generado una gran mejora en la situación de muchos países, sobre todo los más pobres, así como de la población más desfavorecida en los países más desarrollados.

Razones todas ellas para sustentar lo que quiere ser el principal mensaje de mi intervención el día de hoy: España y Argentina, Argentina y España, están hoy en una inmejorable condición para proyectarse conjuntamente en la esfera internacional. Juntos, trabajando para tejer consensos con otros países que comparten nuestros valores, podemos aportar mucho a la gobernanza global. Y no sólo en los ámbitos estrictamente latinoamericano y europeo, sino también en los principales asuntos transversales de la agenda global, que van del cambio climático al comercio internacional o a la aplicación de la Agenda 2030.

Un caso paradigmático sería la colaboración intra e interregional. Aquí las sinergias entre Argentina, la más europea de las naciones americanas, y España, la más americana de las europeas, son evidentes. Contemplando el éxito que ha supuesto para España su integración en la Unión Europea, no puedo más que animar a Argentina a seguir –con el protagonismo que evidentemente le corresponde– esta senda en el marco de Mercosur e incluso más allá de éste, buscando una deseable convergencia con otras iniciativas exitosas, como podría ser la Alianza del Pacífico.

No quiero dejar de mencionar aquí, como ya se ha hecho, el Acuerdo de Asociación entre Mercosur y la Unión Europea. Lo hemos perseguido durante casi veinte años y creo que estamos muy cerca de concluirlo. España ha sido el mayor impulsor de este acuerdo por la parte europea. Me congratula constatar que desde que el presidente Macri asumió la presidencia es también una prioridad para Argentina y me sorprende que no lo hubiera sido antes. Tampoco podemos olvidar el valioso instrumento del sistema de Cumbres Iberoamericanas. Renovadas tras la Cumbre de Cádiz de 2012, ofrecen hoy un nuevo enfoque, más pragmático, más operativo, incluso centrado en programas de cooperación al servicio de ambas riberas del Atlántico. En ambos marcos las posibilidades de concertación e iniciativa de nuestros dos países son hoy más grandes que nunca.

Los réditos económicos que nos puede ofrecer esta relación renovada son indudables. Las inversiones y las empresas multinacionales constituyen, junto con el comercio, otro medio fundamental de generación y de difusión de tecnología y de innovaciones. España es el segundo mayor inversor en Argentina, con un stock de más de 13.000 millones de dólares, lo que representa un 17,6 % del total de la inversión extranjera directa en el país. Unas trescientas empresas españolas contribuyen en Argentina al desarrollo productivo, a crear empleo y a modernizar y hacer más competitiva la economía en sectores estratégicos como las telecomunicaciones, energía, infraestructura de transportes o banca, entre otros. La voluntad de compromiso y permanencia de las empresas españolas ha quedado acreditada durante años y no siempre, como saben, en condiciones fáciles. Percibimos un creciente interés de nuestras empresas en participar en esta nueva fase de la economía argentina mediante nuevas inversiones o aumentando las que ya han realizado. Las inversiones son un síntoma de confianza renovada en el futuro, que anticipa cómo se comportará la economía en los próximos años. Los empresarios y los inversores aprecian especialmente la continuidad y previsibilidad de las políticas económicas. La presencia de más de sesenta empresas españolas en el Encuentro Empresarial hispano-argentino de esta semana es una buena prueba de esa confianza.

Además del comercio y las inversiones, la colaboración institucional es la tercera forma de internacionalización de la innovación y de las tecnologías.

Y buena prueba de la colaboración de España en este ámbito es la reciente firma de la Carta Iberoamericana para el desarrollo del Ecosistema Digital, que establece una serie de compromisos para todos los países firmantes, entre ellos Argentina, para avanzar en este objetivo.

Otro instrumento potente de colaboración internacional es el Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (CYTED), en el que desde 1984 han participado más de 28.000 empresas, investigadores y expertos.

Y este cuadro se completa con las actuaciones que se desarrollan en el ámbito euro-latinoamericano, en particular en el Plan de Acción Unión Europea-CELAC y el lanzamiento en marzo de 2016 de un Área Común de Investigación Unión Europea-CELAC. Además, quiero destacar la iniciativa española de una Asociación Unión Europea-CELAC para la Productividad a fin de encarar conjuntamente los retos de ambas regiones para abordar los diferentes factores que inciden en la productividad de nuestras economías.

Y dicho esto, y ya entro en la parte final de mi intervención, la economía no lo es todo: tanto el futuro Acuerdo de Asociación Unión Europea-Mercosur, como las Cumbres Iberoamericanas se basan en un acervo de valores compartidos. Nosotros procuramos actuar siempre desde el respeto y desde el diálogo, siendo al mismo tiempo inequívocos en nuestro compromiso con la defensa y promoción de la democracia y de los Derechos Humanos. En este punto, no puedo sino expresar nuestra preocupación compartida por el grave deterioro de la situación política, económica y humanitaria en Venezuela. Los Gobiernos de España y Argentina actuamos en plena sintonía en este dossier y coincidimos en que resulta imperativo devolver la palabra al pueblo venezolano mediante elecciones creíbles, transparentes y legítimas, respetando el derecho de todas las formaciones políticas y de todos los candidatos a concurrir en igualdad de condiciones, y sujetas a una observación internacional cualificada.

Soy consciente de que la riqueza y variedad de las relaciones entre España y Latinoamericana hace difícil agotar el tema, y que, sin duda, he dejado en el tintero facetas tan relevantes como la cooperación en el marco de la Agenda 2030, los flujos migratorios o la cultura. Pero, tenemos limitaciones de tiempo y no es siempre posible agotar todos los temas. Con todo, lo que sí espero es no haberles agotado a ustedes con mi intervención.

Termino ya recordando las palabras recientes del presidente Macri instando a que «el G-20 ponga las necesidades de la gente en un primer plano con un enfoque profundo en la equidad y la sostenibilidad». Y me parece muy oportuno este llamamiento en tiempos como los nuestros, en los que algunos parecen empeñados en anteponer mitos nacionalistas e ideas populistas trasnochadas y viejas a las necesidades reales de la gente.

Hoy más que nunca resuenan las palabras pronunciadas en 1936 en Buenos Aires por José Ortega y Gasset: «Argentinos, a las cosas», eso le vale para todos, es una invocación particularmente válida hoy en día, y como les acabo de decir, no sólo para los argentinos, sino también para los españoles y, en definitiva, para todos los ciudadanos del mundo.

Muchísimas gracias.