Desmontando tres mitos sobre la nueva ultraderecha alemana

ANDREU JEREZ

Mucho se ha escrito y se ha hablado sobre Alternativa para Alemania (AfD), el partido ultraderechista alemán más exitoso desde la fundación de la República Federal de Alemania en 1949. El joven partido, creado en 2013, ha generado ríos de tinta tanto dentro de las fronteras alemanas como fuera del país que marca el ritmo de la Unión Europea. Las siglas de AfD han sido a menudo relacionadas con los conceptos “Alemania Oriental”, “viejos” y “pobres”. Es decir, a menudo se ha intentado explicar o contextualizar el innegable éxito electoral del partido (llegó a rondar el 15 % de intención de voto en el verano de 2015, en el momento álgido de la llamada “crisis de los refugiados” y actualmente apunta con asentarse en resultados de dos dígitos) como un fenómeno circunscrito a los territorios de la desaparecida República Democrática Alemana, así como al electorado viejo y pobre.

Nada más lejos de la realidad: el análisis de las estadísticas demuestra que la fortaleza de AfD descansa precisamente en un electorado transversal, que se alimenta de antiguos votantes de prácticamente todos los partidos con presencia parlamentaria, así como de abstencionistas y primeros votantes, y ello, en las dos Alemanias. AfD hace tiempo que rompió la frontera electoral nacida tras la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana; es decir, AfD polariza, moviliza y politiza a ciudadanos decepcionados con el establishment político del país. El surgimiento y establecimiento exitoso de AfD demuestra que algo se ha roto en el tablero político alemán. El joven partido ultra es sólo el síntoma de esa ruptura.

AfD capitaliza, sin duda, el voto tradicional ultraderechista y neonazi, cuyos partidos nunca consiguieron dejar de jugar un rol marginal en el sistema político de Alemania. Sin embargo, el avance político de AfD, que le permitirá superar holgadamente la barrera electoral del 5 % para entrar en el parlamento federal, se nutre fundamentalmente de una clase media bien integrada socialmente, que ocupa lo que en el lenguaje de la estrategia política se conoce como la centralidad del tablero. AfD es, por tanto, un partido con un programa y una dialéctica netamente ultraderechistas que recibe un voto que tradicionalmente no había apostado por opciones ultras ni neonazis. Y eso, sin querer caer en el catastrofismo, es lo realmente preocupante. Una señal de que algo no funciona.

Tomando como punto de partida esa conclusión fundamental para entender el fenómeno AfD, vamos a proceder a desmontar tres mitos repetidos sobre el partido ultra más exitoso de la historia reciente de Alemania. Para ello, usaremos como referencia un completo y reciente informe de la Fundación Hans Böckler, dependiente de la principal central sindical del país.

AfD es un partido exclusivamente germano oriental: esta afirmación es definitivamente falsa. Basta con echar un vistazo a los resultados obtenidos en las elecciones regionales en las que AfD ha participado desde su fundación en febrero de 2013. Si bien es cierto que consiguió sus mejores resultados en estados federados orientales como Mecklemburgo-Pomerania Occidental y Sajonia-Anhalt, no es menos cierto que la nueva ultraderecha alemana también ha conseguido resultados excelentes en los estados federados occidentales. Sólo algunos de ellos: 7,4 % en Renania del Norte-Westfalia, 12,6 % en Renania-Palatinado, 15,1 % en Baden-Wurtemberg. Este último porcentaje es especialmente paradigmático a la hora de desmontar el mito de que AfD es un partido exclusivamente germano oriental: en el estado sureño, rico y con un desempleo técnico, la nueva ultraderecha alemana se convirtió en la tercera fuerza más votada por delante de los socialdemócratas del SPD. La tesis de que sólo el desempleo estructural en Alemania oriental y la frustración por las promesas no cumplidas tras la reunificación alemana en 1990 entre los ciudadanos germano orientales impulsan electoralmente a AfD queda así definitivamente desmontada. El joven partido ultra incluso obtuvo mejores resultados en algunos estados occidentales que en otros orientales. AfD es, sin dudas, un fenómeno político transversal, también en lo que se refiere a la dimensión geográfica.

AfD es un partido de gente mayor o jubilados: las estadísticas desmontan este manido mito. El 45 % de los electores de AfD se encuentran entre los 30 y los 49 años de edad, correspondiendo esa franja de edad al 37 % del total de ciudadanos alemanes con derecho a voto. Es decir, casi la mitad del electorado de AfD se encuentra en una franja fundamental para entender la centralidad del tablero político alemán desde la perspectiva sociodemográfica de Alemania. La edad media del votante de AfD roza los 48 años. Las cifras también demuestran que si eres hombre, también eres más susceptible de votar ultra: el 60 % del electorado del joven partido ultraderechista es masculino. En todo caso, la edad media del electorado de AfD acaba con la argumentación de que en un país envejecido como Alemania, los jubilados y los miembros de la tercera edad, marcados por su conservadurismo, son los grupos de edad que alimentan fundamentalmente a la nueva ultraderecha alemana. AfD se nutre de votos de todos los grupos de edad, y casi la mitad de sus votantes se encuentran en la plenitud de la vida.

AfD es un partido de pobres o white trash: tal vez movidos por la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, muchos analistas han buscado paralelismos entre el electorado de AfD y de parte de la población que apoyó al actual presidente estadounidense. El papel electoral jugado en algunos estados del interior estadounidense por los llamados rednecks invitó a pensar que la pobreza blanca y periférica (despectivamente bautizada como white trash) es crucial para entender el avance electoral del partido ultraderechista alemán. Este es nuevamente un mito que las cifras permiten desmontar: si bien es cierto que buena parte de su electorado procede de capas asalariadas con sueldos mensuales de 1.500 euros o menos, también lo es que AfD no es un fenómeno político exclusivo de segmentos sociales con bajos ingresos. Bien al contrario, un 76 % de los votantes del partido ultraderechista se considera clase media y un 33 % asegura ingresar entre 1.500 y 2.500 euros mensuales. Sin el inestimable apoyo de la pequeña burguesía e incluso de importantes empresas familiares alemanas con una fuerte orientación al mercado interior (y no a los mercados exteriores a través de la exportación), AfD no habría llegado hasta donde ha llegado. AfD es, en definitiva, un fenómeno transversal también en la dimensión socioeconómica.

Tras haber desmontado tres mitos que nos impedían entender correctamente el auténtico significado político del llamado factor AfD, hay que destacar que la diversidad de los perfiles electorales de los que se nutre AfD ofrece unos denominadores comunes claves: el miedo al futuro y a la pérdida de estatus social, y el escepticismo respecto a la actual clase política alemana. La inmensa mayoría de votantes de AfD, más allá de su procedencia, edad o ingresos, cree que con el actual liderazgo del país su vida empeorará irremediablemente. Por ello votan a AfD: porque creen que es la única opción real de mantener lo conseguido. Esa es la base de la revolución hiperconservadora, ultranacionalista y de tintes xenófobos con la que AfD anhela llegar algún día al poder en Alemania.

 

Andreu Jerez es periodista freelance residente en Berlin. Coautor del libro Factor AfD. El retorno de la ultraderecha a Alemania. (@andreujerez)

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