Democracia y partidos políticos: una relación tóxica

PABLO MONTENEGRO

En política es complicado hablar de leyes universales, principalmente porque la historia, los seres humanos y los procesos políticos son tan cambiantes que nada puede quedar establecido como una norma esencial de la misma.

Fue Robert Michels quien definió una de estas leyes genéricas conocida como La Ley de Hierro de la Oligarquía. Esta teorización la hizo en 1915 ante el surgimiento de los nuevos partidos políticos y la nueva forma de democracia que empezaba a implantarse en algunos países y a extenderse a diversos sectores de la sociedad, en la que los partidos de masas y nuevas organizaciones empezaban a florecer por el mundo. Bajo estas condiciones, podía observarse la clara influencia teórica de Max Weber, así como su experiencia personal con muchos de los procesos políticos de la época como partidos, sindicatos u otras organizaciones.

Esta Ley quedaba basada en tres principios que podía ser muy resumido como:

  • El problema de la burocratización de las organizaciones.
  • La dicotomía entre eficiencia y democracia interna.
  • La importancia de los lideres en la política.
  • A esto debería añadírsele otro punto más actual, que consiste en su necesidad de institucionalización y continuo funcionamiento de campaña para su subsistencia.

Con esta visión, Michels aludía a gran parte de las organizaciones y partidos, principalmente de izquierdas que trataban de abanderarse de una nueva forma de hacer política. Estableciendo esta especie de regla bajo la que fuese cual fuese la intención del partido, todo terminaba por convertirse en una especie de oligarquía interna que tomaba el control y manejaba el funcionamiento de dichas organizaciones.

Esto, como es evidente, terminó por hacerse un argumento abanderado de otros sectores de la sociedad para terminar criticando una especie de corrupción moral, en la que estas organizaciones de izquierdas pretendían dibujarse como una cosa que luego terminaba corrompiéndose.

Sin embargo, Michels no estableció estas cuestiones como una visión que afectara a sectores particulares, sino como una consecuencia endémica del propio funcionamiento de la democracia y los partidos políticos. Y es precisamente bajo esta condición con la que llegamos a la actualidad.

Uno de los problemas de la política es confundir la moral con el funcionamiento orgánico de instituciones y procesos democráticos. Es una realidad que no todos los partidos tienen las mismas pretensiones; algunos actúan de manera indiferente ante esto, pero otros pretenden apoyarse en la sociedad y buscar una mejor forma de ser organizaciones abiertas tanto a la participación como a un funcionamiento abierto en la forma de gestionar las cuestiones internas.

Aquí es cuando Michels vuelve para recordarnos que no se trata tanto de las pretensiones que se tengan, sino de lo que el propio sistema nos lleva a configurar una especie de estructuras internas sin las que ningún partido puede funcionar:

  • Todo partido implica una burocracia interna en la que se buscan ascensos, protagonismos a la hora de gestionar las cosas. Configurar una estructura que termina por ser vertical en lo que hay veces que es más importante situarse en la parte alta de la escalera que hacer las cosas para las que se entraron en política.
  • Todo partido implica que, para subsistir, tenga que mantenerse en la escena política. Lo que hace que muchas veces sea más importante una campaña política que la propia gestión que pueda hacerse de un gobierno.
  • Todo partido implica que, por cómo funciona la democracia actual[1], se necesite una figura pública que esté por encima del resto, incluso del mismo partido. Un líder o lideresa quede por encima de todo.

En definitiva, todo partido implica que, sin ser afín a los elementos de sistema, no puede existir en las democracias actuales. Precisamente por esto, no se trata de que existan mejores o peores personas que quieran formar parte de los partidos, sino que el “problema” está en los propios partidos y que la única solución ante ello no es otra que la de adaptarse. Siguiendo a Michels; no es tanto que los partidos terminen por convertirse en ricos y poderosos, sino que terminan comportándose como una oligarquía cerrada que necesita de reproducir sus propias mecánicas, que no son muy distintas a aquella que llevan a necesitar aferrarte al poder para subsistir y ese es el verdadero problema que afecta a las entrañas de la democracia.

No se trata de la moral de que quien quiera estar en ese partido pueda ser superior al resto y no corromperse actuando de la forma correcta ante cada situación. No hay un líder que pueda estar por encima de todo sin que nada le afecte para crear un partido perfecto siendo ajeno a todo esto. Y no, no se trata de hablar exclusivamente de un partido concreto; podríamos hablar de Pablo Iglesias, Yolanda Diaz o incluso del mismo Jesucristo; cualquiera de ellos terminaría por caer en esto, porque no es un problema de las personas que puedan estar en el poder de esas organizaciones o actuar dentro de ellas, no es problema de los que puedan existir egos o de buscar algo mejor o peor para el resto (que también pueden afectar en otras situaciones). Es un problema de la democracia y del sistema de partidos, y es un problema endémico constituido en las mismas bases de la misma, ante lo único que puede hacerse es tratar de actuar lo mejor posible asumiendo que se tendrán que superar un gran número de contradicciones, pero que, aunque esto sea así, lo realmente importante es saber para qué se está ahí y cómo eso afecta a quienes de verdad necesitan que la política pueda mejorar sus vidas.

[1] Ya sea democracia parlamentaria o democracia directa.

 

Pablo Montenegro del Pozo está cursando un doctorado en teoría política por la UCM. Es licenciado en Ciencias Políticas por la UCM, con un Master en Teoría Política y Cultura democrática por la UCM. Ha publicado en alguna otra revista como la revista Mirall o la revista La Trivial. (@PabloMonP)