De Pompeya Sila a Ashley Madison: relato de las infidelidades políticas

MIREIA CASTELLÓ

En el año 63 aC, Pompeya Sila, esposa de César, estaba celebrando las fiestas de la Bona Dea, donde solo podían participar mujeres. Un joven disfrazado de mujer consiguió entrar en la fiesta e intentó seducir a Pompeya. El joven fue descubierto y llevado a juicio, pero César no presentó ninguna prueba contra él y finalmente fue absuelto. Sin embargo César se divorció de Pompeya, aduciendo que su esposa estaba por encima de toda sospecha. Este episodio llegaría hasta nuestros días en forma del célebre aforismo “la esposa del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo”.

En estos tiempos en los que el relato personal y privado de los candidatos, su historia de vida, su familia y sus aficiones han tomado una relevancia extraordinaria para la construcción de su imagen pública, la sentencia de César toma especial relevancia. Porque si un político engaña a su cónyuge, ¿significa que también puede engañar a los ciudadanos?

Un repaso por las infidelidades políticas más célebres puede contribuir a entender mejor a las personas que escogemos para que lleguen al poder, sus fortalezas, sus debilidades y su humanidad, y recordarnos que tienen vidas privadas fuera de la política.

En Estados Unidos, los padres fundadores habían podido mantener en secreto las noticias entorno a sus infidelidades, como el affair de Thomas Jefferson con su esclava Sally Hemming, que no se confirmó hasta el año 2001, situación que cambiaría con la llegada del siglo XX.

Franklin D. Roosevelt fue un hombre capaz de crecer ante la adversidad. Aprendió a convivir con la polio a la edad de 39 años, se convirtió en el presidente que estuvo a la altura de la Gran Depresión, estuvo involucrado en dos guerras mundiales y rescató a la economía con el “New Deal”. Como presidente obtuvo grandes logros, pero una infidelidad haría casi imposible salvar su propio matrimonio.

Mientras a Franklin le gustaba moverse entre los círculos de la clase alta estadounidense, Eleanor prefería llevar una vida más tranquila. Sin embargo, cuando Franklin empezó a adquirir más obligaciones públicas, Eleanor contrató a Lucy Mercer como secretaria personal. Mercer, más joven y vivaz, no tardó en convertirse en la amante de su marido. Al cabo de un tiempo, Eleanor descubrió la infidelidad mediante unas cartas de Mercer a Franklin. Debido a la mediación de la madre de Franklin, el matrimonio se mantuvo, pero Eleanor se estableció por su cuenta y pasó el resto de su vida dedicada a actividades sociales y políticas. A pesar de que disponía de medios para dejar a su marido infiel, nunca escapó de la presión de ser la “esposa ideal” y mantuvo las apariencias con Franklin hasta su muerte. La infidelidad de Roosevelt no se hizo pública hasta la década los sesenta, y se considera que él debe la presidencia a su mujer y a su madre, ya que es probable que los votantes de la época hubieran dado la espalda a un hombre divorciado por una infidelidad.

Años después, el auge de los medios de comunicación, la difusión de las noticias a nivel nacional y la creación de las primeras revistas del corazón con estrellas de cine y chismes sobre su vida privada en portada, ponían en evidencia que las intimidades de los personajes públicos y, en general, el sexo, interesan y venden.  Pero a pesar de las actitudes conservadoras sobre el sexo, el Informe Kinsey demostró que los estadounidenses tenían una concepción más amplia de la sexualidad. Poco a poco, la era del amor libre empezaba en Estados Unidos.

Durante la década de los sesenta las infidelidades de políticos de alto nivel, como las aventuras amorosas de John F. Kennedy con Marilyn Monroe, llamaron la atención de la opinión pública e inspiraron una cierta curiosidad, pero las críticas a los romances de JFK nunca fueron unánimes. Porque cuando se trataba de explicar las historias amorosas del presidente, la prensa de la época ignoró en gran medida sus devaneos amorosos, a pesar de su preocupación por una posible exposición de los hechos. Quizás por este motivo cuidó de forma especial su relación con los medios de comunicación, convirtiéndose en primer presidente de utilizar la televisión como herramienta de comunicación de masas, cultivando una imagen y proyección públicas impecables. Por su parte, Jackie Kennedy optó por «no preguntar y no decir» y pasó gran parte de su tiempo en Virginia con su familia. Al cabo de un tiempo, Kennedy se alejaría de Marilyn Monroe, después de su polémica interpretación del “Happy Birthday”.

Actualmente es imposible imaginar a los medios de comunicación haciendo caso omiso de un presidente que tenga una aventura con una estrella de cine, como sucedió con François Hollande y Julie Gayet, pero en la época de Kennedy todavía estaba instalada la idea de que la vida personal de los políticos era privada. No sería hasta el caso Watergate, episodio que sacudió simbólicamente la confianza de Estados Unidos en su presidente, que se instaló un “frame” de castigo para los políticos “infieles”. Para aquellos que siguieron, como por ejemplo, Gary Hart, ex senador por Colorado y candidato a las presidenciales de 1984, o Larry Craig, ex senador por Ohio, la justicia y la opinión pública serían rápidas y, con frecuencia, implacables, como sucedió con Bill Clinton y su proceso de impeachment.

Su relación con Monica Lewinsky quizás no la habríamos conocido como tal si hubiera sucedido unos años antes. Aunque su infidelidad pudiese haber sido descubierta, el caso habría terminado de manera muy diferente. No habría habido Internet para mantener el tema vivo, ningún equipo forense hubiese encontrado ADN en el vestido azul, Linda Tripp probablemente no habría caído en la cuenta de utilizar las grabaciones de voz como prueba y Saturday Night Live no hubiera hecho gags cómicos con el caso. Sin embargo, la infidelidad de Bill Clinton tuvo lugar en el momento perfecto para la tecnología, la ciencia, los medios de comunicación y la cultura y construir un relato contra una infidelidad política que cambiaría la política norteamericana para siempre.

Recientemente, la revelación de datos de personas usuarias de la plataforma Ashley Madison por parte del grupo de hackers “Impact Team” ha vuelto a poner de actualidad el aforismo de César, esta vez con ciudadanos “infieles” anónimos – o no tanto – en el foco de la opinión pública. En la era del Big Data y de la transparencia, nos dicen los hackers, “si tienes algo que ocultar no deberías estar haciéndolo”, obviando, quizás, que si la fidelidad y la honradez son valores universales compartidos, la privacidad sería el último reducto de libertad, también para los representantes políticos.

Mireia Castelló es consultora de comunicación política (@mireiacastello)

Publicado en Beerderberg

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