De las sabrosas pláticas que el lector sostuviera con el señor Data y con el Dr. Freud a propósito de los liderazgos políticos

DANIEL ESKIBEL

El lector camina por uno de los largos corredores de la nave Enterprise. A su lado va el Teniente Comandante Data, serio e inexpresivo. Ambos caminan rumbo al Holodec (1).

-Señor Data- dice el lector con voz insegura

-¿Señor?

-¿Puedo hacerle una pregunta?

-Claro que sí-. La blanquísima cara del Oficial de la Federación parece iluminarse por un instante.

-¿Por qué Jean Luc Picard es, además de Capitán de esta nave, algo así como un líder, un conductor para todos ustedes?

El lector y Data se detienen frente a la puerta del Holodec. Allí dentro pueden vivirse todas las fantasías, siempre que sean adecuadamente programadas en la computadora. A esta tarea de programación se entrega el señor Data. Mientras tanto su rostro tiene un aspecto de perplejidad y curiosidad.

-Creo que nunca nos hemos hecho esa pregunta en el Enterprise- dice Data mientras sigue trabajando en la computadora.

Sus ojos brillan con intensidad al continuar respondiendo:

-Sucede que para quienes confían plenamente en Picard, su liderazgo es sentido como algo natural, como que simplemente es así y así debe ser y no hay nada que preguntarse. Y para quienes no confían en él, pues sencillamente creen que su liderazgo tiene bases falsas y que se derrumbará en cualquier momento, entonces ¿para qué estudiar un problema que pronto dejará de existir?

-¿Y usted que piensa?- insiste el lector.

-Lógicamente existe la posibilidad de que ambas posiciones sean incorrectas. De hecho podría ser un campo interesante de investigación científica. Me doy cuenta que para eso ha venido usted al Enterprise. A propósito, el Holodec está a su disposición.

-Gracias señor Data- dice el lector parándose frente a la puerta de entrada que con suave zumbido comienza a abrirse.

Data lo mira con interés pero sin perder cierta expresión de perplejidad. Y le anuncia:

–Bienvenido al Holodec, la máquina de realidad virtual más potente de la historia. Al atravesar esa puerta usted estará en Viena en el año 1920, más concretamente en la calle Berggasse. Mientras usted hace su recorrido yo pensaré en su pregunta. Realmente es interesante. Buena suerte señor.

-Gracias Data –responde el lector mientras ingresa al Holodec y la puerta se cierra detrás suyo.

El Dr. Freud y los liderazgos políticos

El lector se mezcla con la gente que camina por aquella calle de Viena. Observa con placer los edificios de cuatro o cinco pisos de altura, repletos de ventanas rectangulares con pequeños balcones. Se detiene frente al número 19.

Diez minutos después esta tendido boca arriba en un diván.

-Dr. Freud –dice-, quisiera comprender cómo es que millones de personas, todas ellas muy diferentes entre sí, pueden elegir a un mismo líder político y confiar en él.

La voz de Freud le llega desde una zona situada detrás suyo:

El más singular de los fenómenos presentados por una masa psicológica es el siguiente: cualesquiera que sean los individuos que la componen y por diversos o semejantes que puedan ser su género de vida, sus ocupaciones, su carácter o su inteligencia, el solo hecho de hallarse transformados en una multitud les dota de una especie de alma colectiva. Este alma les hace sentir, pensar y obrar de una manera por completo distinta de cómo sentiría, pensaría y obraría cada uno de ellos aisladamente.” (2)

El lector arriesga una opinión:

-Sí, entiendo. Pero se me ocurre que una masa psicológica no es lo mismo a principios del siglo veinte que en el siglo veintiuno, cuando las multitudes que siguen y votan y apoyan a un líder político no participan en grandes concentraciones humanas ni actúan físicamente en una masa.

Salvo que pensáramos en un nuevo tipo de masa: millones de personas, casi todas aisladas entre sí pero todas con una pantalla frente a sus ojos, ya sea smartphone, televisor, ordenador o tablet. En ese caso…¿reaccionarían en forma similar a una multitud en la calle?

Freud no responde ni que sí ni que no. Simplemente explica:

La multitud es impulsiva, versátil e irritable y se deja guiar casi exclusivamente por lo inconsciente…Aún cuando desea apasionadamente algo, nunca lo desea por mucho tiempo…No tolera aplazamiento alguno entre el deseo y la realización. Abriga un sentimiento de omnipotencia…

Es extraordinariamente influenciable y crédula…Piensa en imágenes que se enlazan unas a otras asociativamente…Los sentimientos son siempre simples y exaltados. De este modo, no conoce dudas ni incertidumbres.

Las multitudes llegan rápidamente a lo extremo. La sospecha enunciada se transforma ipso facto en indiscutible evidencia. Un principio de antipatía pasa a constituir en segundos un odio feroz.” (3)

Se hace un silencio bastante prolongado.

El lector comenta en voz alta sus pensamientos:

-Aislados físicamente pero psicológicamente integrantes de multitudes…podría ser, sí. Con pantallas operando como mediadoras con los líderes. Pantallas con palabras, con imágenes, con sonidos…

En la penumbra de la habitación el lector apenas entrevé el pesado mobiliario recargado de libros y pequeñas estatuillas y objetos de arte. La voz de Freud parece flotar en el aire:

-”La multitud se muestra muy accesible al poder verdaderamente mágico de las palabras, las cuales son susceptibles tanto de provocar en el alma colectiva las más violentas tempestades como de apaciguarlas y devolverles la calma. La razón y los argumentos no pueden nada contra ciertas palabras y fórmulas…»(4)

La multitud no reacciona sino ante estímulos muy intensos. Para influir sobre ella es inútil argumentar lógicamente. En cambio, será preciso presentar imágenes de vivos colores y repetir una y otra vez las mismas cosas.” (5)

El lector sonríe:

-Eso me recuerda algunas campañas políticas que he visto recientemente. Tal vez usted tuvo algo que ver.

Freud no le contesta. En el largo silencio se escucha el tic tac de un reloj. El lector piensa, algo preocupado:

-¿Se habrá enojado por el chiste? ¿O estará pensando para interpretármelo? ¿No se habrá quedado dormido?

En ese momento reaparece poderosa la voz de Freud:

-Es la hora.

Y finaliza la sesión.

Liderazgo: una cuestión de amor

El lector no podrá quejarse: estuvo en el Enterprise, habló con el Teniente Comandante Data y estuvo en el diván de Freud, en la Viena de 1920. Todo para intentar comprender mejor el fenómeno psicosocial de los liderazgos políticos.

Los líderes políticos más convocantes poseen una poderosa capacidad de comunicación. La misma se despliega en todo su esplendor en las pantallas que estructuran la vida de la gente. Y en torno a esas pantallas se congrega una muchedumbre que siente, piensa y actúa en forma similar a la multitud que se despliega en la calle.

Freud concebía como masas desde las multitudes efímeras, episódicas, formadas en la calle en determinado momento, hasta instituciones como la Iglesia y el Ejército. Hoy en día podemos concebir estas otras multitudes, las de los públicos instalados frente a las pantallas.

El estrado del acto de masas es sustituido por la pantalla. Los miles de ojos del público ya no son visibles para el comunicador. El público ya no siente la presencia física masiva de los otros espectadores, ya no siente sus gritos, sus olores, su roce, sus empujones, su calor, su colorido, su movimiento. Pero se sabe y se siente dentro de una multitud.

Tanto se siente en esa multitud, formando parte de ella, que justamente suele utilizar las pantallas para eso: para sentirse acompañado.

Y así, además, se siente mucho más cerca del orador, lo ve y lo oye mucho mejor.

Esta nueva masa distiende sus represiones, se vuelve más sugestionable, es afectada más fácilmente por el contagio afectivo, y puede ubicar a una figura casi virtual como Ideal de su Yo, como modelo y punto de referencia.

Desde sus pantallas van hilos invisibles que se atan afectivamente a ese líder, mientras otros hilos invisibles se atan con otros millones de personas que en ese mismo momento están ubicando a ese mismo líder en su Ideal del Yo.

Todos ellos viven la ilusión de todas las masas: el líder que ama por igual a todos los miembros del grupo.

Quizás, al fin y al cabo, los liderazgos políticos tengan mucho que ver con el amor. Y con las necesidades amorosas en un mundo fragmentado, lleno de multitudes solitarias y atravesadas por la violencia, desconfiadas ya del excesivo uso de argumentos razonables para justificar hasta el horror más descarnado.

 

Notas

(1) La nave espacial Enterprise, su Capitán Jean Luc Picard y el Teniente Comandante Data son algunos de los protagonistas de la serie televisiva “Viaje a las estrellas. La nueva generación” (creada por Gene Rodenberry).
(2) Sigmund Freud: “Psicología de las masas y análisis del Yo”. En “Obras completas” tomo VII, Biblioteca Nueva, 1974. Pag. 2565.
(3) S. Freud: ibídem, pag. 2568.
(4) S. Freud: ibídem, pag. 2569.
(5) S. Freud: ibídem, pag. 2568.

 

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Daniel Eskibel pasó de un diván como el de Freud a la locura de las campañas políticas. Tal vez por eso regala 16 libros de estrategia política y 1 curso de psicología política en www.maquiaveloyfreud.com/biblioteca

Publicado en Beerderberg

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