PABLO VÁZQUEZ SANDE
Diversos formatos televisivos han apostado en los últimos años por dar protagonismo a los escenarios personales y privados de los candidatos, en el imparable proceso de personalización y de humanización al que estamos asistiendo. De este modo, programas como En tu casa o en la mía o Dos días y una noche, en el que los equipos de los candidatos organizaban los lugares en los que se enmarcaba la acción en los que eran filmados los principales líderes del país, han consagrado una tendencia a la hibridación de espacios que, años antes, ya se había iniciado en las redes sociales.
Y es que la pérdida de hegemonía de los medios de comunicación como recurso de relación entre los candidatos y sus públicos, ligada a la popularización de los modelos de autocomunicación de masas, han permitido que el espacio, un elemento que tradicionalmente no servía como recurso discursivo, se reivindicase como algo más que unas simples coordenadas espacio-temporales en las que se desarrolla una acción. Dicho de otro modo, los escenarios se han convertido en un elemento más a partir del que se construye el relato.
En este contexto, el entorno físico donde se enmarca la actividad ya no es un simple telón de fondo o un ambiente definido únicamente por unas determinadas coordenadas geográficas e históricas, sino que aparece revestido cada vez más de una carga emocional. Antes bien, el valor semántico del que dota a la acción complementándola y apoyándola puede llegar a imponerse a la función representativa o escenográfica tradicional de tipo exclusivamente referencial.
De este modo, el escenario se reinventa como un complejo en el que emerge con mucha fuerza su función simbólica o mediadora y en el que la significación emocional, construida tanto por el modo concreto en el que el espacio se presenta en el relato como por el uso de la propia narrativa audiovisual, convive con el significado referencial y el carácter sociocultural que emanan de todo escenario.
Todo ello se refleja en que, desde el punto de vista narrativo, los espacios pueden desempeñar ahora funciones que van más allá de las que tradicionalmente representaban en la construcción del discurso político. De esta manera, a aspectos más clásicos como el referencial (decorado en que se desarrolla la acción, sin significado narrativo) o el descriptivo (elemento accesorio que agrega información), se añaden ahora la función dramática (cuando la acción tiene lugar interactuando con el escenario), la función estructural (el desarrollo del discurso está condicionado por el espacio) o la función expresiva (el papel del escenario consiste en apoyar y representar los estados de ánimo del personaje).
La utilización de escenarios personales como uno de los elementos nucleares del relato político es una tendencia que, como señalábamos al comienzo, hemos observado en las últimas campañas electorales españolas pero que ya estaba presente en procesos que se desarrollaban hace casi una década. En este sentido, un estudio de los vídeos que compartieron en YouTube los candidatos gallegos de las elecciones municipales de 2011 ya revela la utilización incipiente de entornos íntimos y privados como escenario en el que se puede apreciar el protagonismo de la función dramática, estructural y expresiva del espacio.
En este sentido, aunque se comprueba que los espacios más recurrentes siguen siendo los vinculados a espacios institucionales o políticos (35,7%) o los medios de comunicación (15,5%), ya surgen varios casos donde está presente, bien de modo exclusivo o bien de modo compartido, el escenario personal del candidato.
Así, nos encontramos con ejemplos en los que la acción se desarrolla exclusivamente en el salón de casa de uno de los candidatos, un espacio vinculado estrechamente a la esfera privada del político y en el que se reivindica explícita e implícitamente el valor semántico y simbólico de dicho escenario. De este modo, el político elige este entorno para hacer un repaso por su trayectoria personal y profesional y también para abordar sus hobbies y demás elementos que configuran su personalidad más íntima.
En otros casos, el valor simbólico de los escenarios reside en reivindicar el entorno elegido para la grabación como elemento importante de su recorrido profesional en etapas ajenas a la política. De este modo se subraya esa frecuente veta discursiva que incide en el valor añadido que, en opinión de algunos, generan los outsiders desde el punto de vista de su atractivo electoral.
Además, la centralidad del escenario en el discurso también se aprecia desde la perspectiva de la búsqueda de las connotaciones implícitas y de marcado carácter cultural. Es, por ejemplo, el caso de uno de los candidatos, que elige planos alusivos a la emblemática estatua del Cristo del Corcovado para evocar su etapa de emigrante en Brasil, en un gesto que pretende activar la característica morriña gallega y buscar la empatía de una comunidad tradicionalmente abocada a la emigración como esta.
Existen también ejemplos en esa campaña de 2011 de cómo la construcción del relato se articula a partir de la combinación en un mismo vídeo de espacios vinculados al ámbito más íntimo y privado con otros públicos, rompiendo así la tradicional barrera que separaba lo particular de lo público.
En cualquier caso, no es fácil apuntar a las claves que explican este fenómeno de protagonismo de los espacios personales más allá de que parecen una consecuencia lógica de los procesos de personalización y de humanización que vive la política española actual. Dicho esto, es innegable que se constatan tres hechos que pueden respaldar este auge: la necesidad de diferenciación, la búsqueda de nuevos marcos discursivos y las dinámicas sociopolíticas españolas.
En primer lugar, la cada vez más frecuente utilización estratégica de espacios personales con valores semánticos puede responder a la necesidad de diferenciación de unos candidatos respecto a otros, buscando la articulación de un discurso que integre la esfera privada como un elemento que agrega un valor añadido a lo que sus siglas políticas representan.
Por otra parte, la búsqueda de nuevos marcos discursivos que se alejan de los tradicionales y que presentan un carácter más tradicional. En un momento en el que los partidos están tendiendo a modelos catch all donde lo que buscan son adhesiones a partir de, en muchas ocasiones, eludir temas conflictivos, no cabe duda de que la apuesta por los escenarios personales puede servir para desviar la atención y escapar de cuestiones espinosas.
Por último, las propias dinámicas sociopolíticas de España, país marcado por una crisis de legitimidad de los partidos políticos y por una desconfianza evidente hacia los representantes públicos, también pueden aconsejar a los candidatos buscar issues transversales o ligados a cuestiones personales que no evoquen temas partidistas anclados al concepto tradicional de política que resuena en el imaginario popular.
Ya saben, la próxima vez que vean a un candidato no piensen sólo en el dónde. Reflexionen también sobre el porqué de ese dónde.
Pablo Vázquez Sande es doctor en Comunicación y director de Atalaya Comunicación (@vazquezsande)
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