BERTA GALOFRÉ CLARET
Si el intelectual es aquel que está al servicio de una idea, más allá de algo o alguien, Carme Serrallonga fue una intelectual stricto sensu. Una pedagoga, humanista y traductora, que por encima de todo se reivindicaba como maestra. Precisamente por su tarea como docente, siempre rodeada de jóvenes y concentrada en la escuela, es hoy una figura un tanto desapercibida. No obstante, su relevancia destaca por su influencia en el pensamiento y forma de entender el mundo de muchos intelectuales de la segunda mitad del siglo XX en Catalunya. Es por este motivo que este breve artículo pretende modestamente sacarla de la sombra y situarla como pieza fundamental durante la renovación pedagógica catalana del pasado siglo.
Carme Serrallonga (1909-1997) estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona, después de convencer a sus padres de que su destino eran las humanidades, y no la farmacia como ellos deseaban. De hecho, mostró un gran interés por la literatura, especialmente en las lenguas; curiosidad que desarrolló al lado de grandes eruditos de su época como el doctor Rubió o, más adelante, Pompeu Fabra. Así, con un fuerte currículum al terminar la carrera, el doctor Josep Estalella, director del Instituto Escuela de la Institución Libre Enseñanza y gran referente de la reforma educativa de la segunda república española, convenció a Serrallonga para que formara parte del equipo fundador del Institut Escola en 1932 en Barcelona. Serrallonga, quien solía contar que Estalella tenía un inmenso talento para detectar buenos maestros, fue seducida por el proyecto y se puso manos a la obra.
Sin duda alguna, los años treinta supusieron una entrada de aire fresco en todos los ámbitos para España. En esta dirección, es necesario concretamente subrayar las esperanzas que se depositaron en la renovación pedagógica, entendida como una oportunidad de cambio social. Hacer tanto hincapié en la nueva Institución donde participaría Serrallonga no es azaroso, ya que permite comprender con más adecuación nuestra protagonista. Incuestionablemente, la creación del centro, con su carácter reformador, vertebró la manera con la que entendería para siempre la educación. Su involucración en el proyecto representó un punto de inflexión en el pensamiento y trayectoria de Carme Serrallonga.
Después de trabajar varios años en el Institut Escola se marchó un tiempo a Madrid para realizar su tesis doctoral. Sin embargo, regresó a Barcelona tras pocos años reincorporándose de nuevo al Institut Escola de Sarrià. Allí trabajó hasta el triunfo del Franquismo, momento en que los felices años treinta se truncaron con el inicio de la dictadura. Las esperanzas que Serrallonga, junto con sus coetáneos, habían puesto en el renacer de la cultura y sociedad del país se esfumaron para adentrarse en unos años grises y complejos. Aun así, sus ilusiones encontraron brechas desde las cuales continuar sus labores e ideales.
Pocos días después de la entrada de las tropas franquistas en la capital catalana, todos los maestros cercanos al bando republicano quedaron destituidos y amenazados, entre los que se encontraba Carme Serrallonga. No obstante, y conscientes de que no habría entendimiento posible con los nuevos líderes políticos, las aspiraciones de aquellos maestros no desaparecieron tan fácilmente.
Padres de alumnos del Institut Escola pidieron a sus profesores la creación de una escuela que continuara la línea pedagógica que hasta entonces sus hijos habían cursado. Así es como surgió la Escola Isabel de Villena, un centro al margen de la legalidad que existía en total invisibilidad, modo que aseguró su supervivencia durante los primeros años. El centro ofrecía des de la coeducación una enseñanza en catalán, avanzando así con un proyecto que luchaba por una Catalunya moderna, ideal e innovadora. Sin discriminación de género, se educaba por igual tanto a niños como a niñas con una atención personalísima a través de la experimentación, donde lo importante era el aprendizaje más allá de las notas y donde el factor humano era lo más importante, en la misma línea que el Institut Escola había defendido. Tras los años, Carme Serrallonga terminó convirtiéndose en la directora de la escuela, un centro, cabe realzar, bautizado con un nombre no aleatorio: Isabel de Villena. Isabel de Villena fue una religiosa, pensadora y escritora protofeminista del medievo, que destacó por ser la primera mujer en escribir en catalán. En este sentido es relevante citar su obra más conocida: Vita Christi, libro donde narró la vida de Jesús mediante una perspectiva femenina a la vez que defendía las capacidades intelectuales i espirituales de la mujer. Debido a su contenido, los estudiosos consideran que posiblemente el libro fuera una respuesta a una obra contemporánea donde se discriminaba y describía a la mujer como un ser débil, malo y sin razón. Así pues, la elección del nombre para la escuela no fue ni es trivial: Isabel de Villena tenía (y tiene) que ser también recordada.
Aunque la faceta pedagógica de Carme Serrallonga fue la que ocupó más espacio en su biografía, sería reduccionista pensarla solo de esta forma. Su tarea en el mundo teatral no fue insignificante. Empezó su recorrido teatral como miembro y profesora de dicción en l’Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual, una institución interdisciplinar nacida en 1960 con voluntad de convertirse en un símil de la Bauhaus alemana la cual proponían una formación escénica que fusionaba distintas disciplinas artísticas. Por otro lado, Serrallonga también destacó como traductora de teatro y novela, especialmente italiana, alemana y francesa. Además, durante la posguerra, introdujo autores hasta entonces con poca preponderancia en el país.
En conclusión, aunque Carme Serrallonga se reivindicaba solo como una simple maestra, su labor docente traspasó sus lecciones en la escuela. Su activismo político ya fuera a través de la conservación de la lengua y cultura catalana o desobedeciendo al régimen dictatorial fue fundamental para el cultivo del pensamiento crítico y libre entonces anulado. Una semilla que fue cosechada y que floreció años más tarde en las generaciones posteriores. En este sentido, son muchos los alumnos que pasaron por Serrallonga y que hoy destacan por su importancia intelectual en la sociedad catalana, buenos ejemplos son: Carme Sansa, Pau Riba, Sergi Pàmies, Enric Casassas o Rosa Delor.
Carme Serrallonga no produjo en vida una obra que articulara su pensamiento pedagógico porque todas sus convicciones quedaron materializadas en las acciones concretas de carácter innovador y transformador comentadas anteriormente. De esta forma, Carme Serralloga, con su pasión por las humanidades y la pedagogía, así como su activismo político y lingüístico consiguió, por un lado, mantener unos ideales de modernidad, libertad y espíritu crítico y, por el otro, abrir unas reformas pedagógicas que aún hoy siguen vigentes.
Berta Galofré Claret es Periodista y crítica cultural. Graduada en Humanidades. Cursa el máster en Pensamiento Contemporáneo y Tradición Clásica. Gestiona la Secció de Filosofia del Ateneu Barcelonès (@Berta_gClaret).
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