Análisis urgente de la comunicación de Trump. Quien domina la narrativa, domina la política

JAVIER SÁNCHEZ GLEZ.

Cuando Donald J. Trump asumió su primer mandato en la presidencia de Estados Unidos el 20 de enero de 2017, el mundo no sólo presenció un cambio político, sino también una transformación profunda en la forma en que un presidente se comunica con su país y con el mundo. Su estilo, tan alejado del protocolo tradicional, puso en jaque los códigos de la retórica política clásica y abrió una nueva etapa: la de la comunicación presidencial sin filtro, intensamente mediática, y marcada por la inmediatez de las redes sociales. Comunicación directa y sin intermediarios.

Desde el primer día en la Casa Blanca, Trump dejó claro que no pensaba comunicarse a través de los canales habituales. Mientras otros presidentes delegaban sus mensajes en portavoces o discursos cuidadosamente redactados, Trump optó por el tuit. Twitter fue su megáfono preferido, su tribuna permanente. En tan solo 140 caracteres (luego 280), el entonces presidente expresaba opiniones, anunciaba políticas, atacaba a oponentes y, muchas veces, desataba tormentas mediáticas.

Esta estrategia comunicacional tenía un objetivo claro: saltarse a los medios tradicionales, a los que Trump calificó desde el principio como «fake news», y hablarle directamente a su base electoral. La figura del periodista como mediador del mensaje presidencial se volvió irrelevante. La audiencia ya no tenía que esperar conferencias de prensa o comunicados oficiales: el presidente estaba a un clic de distancia.

El estilo discursivo de Trump también rompió con las convenciones. Si bien su léxico era simple y sus frases a menudo repetitivas, su discurso estaba cuidadosamente diseñado para impactar. Apelaba al nacionalismo, a la emoción, al sentido común de «la gente real». Utilizaba expresiones tajantes como “America First”, “Drain the swamp” o “Make America Great Again” que funcionaban como mantras cargados de identidad.

Lejos del tecnicismo político, Trump empleaba un lenguaje más cercano al marketing que a la diplomacia. Esto no solo le permitió conectar con sectores históricamente desatendidos, sino que también lo convirtió en un comunicador imbatible en escenarios polarizados.

En sus primeros días de gobierno, esta retórica se trasladó rápidamente a acciones concretas: órdenes ejecutivas firmadas con teatralidad frente a las cámaras, declaraciones categóricas, e incluso confrontaciones públicas con figuras de su propio gobierno. La política se volvió espectáculo, y el presidente, protagonista absoluto. Una narrativa de “nosotros contra ellos”

Un elemento central de su discurso ha sido siempre la construcción constante de enemigos: los medios, la élite política de Washington, los inmigrantes, China, o incluso instituciones como el FBI. Esta estrategia binaria, simplificaba la complejidad de la política pero generaba un fuerte sentido de pertenencia entre sus seguidores. Es siempre la narrativa del outsider que viene a combatir el sistema desde adentro.

En 2025, durante su segundo mandato presidencial, Donald Trump sigue manteniendo un estilo de comunicación directo y provocador, caracterizado por anuncios impactantes y declaraciones polémicas que generan siempre amplias reacciones tanto a nivel nacional como internacional. Todo en la política mundial gira en torno a lo que dice y hace.

Trump no gobierna sólo con decretos y políticas: gobierna con titulares, tuits, anuncios inesperados y frases pensadas para la viralidad. Cada aparición pública está diseñada como un acto de impacto, donde lo importante no es tanto la precisión de los datos, sino la contundencia del mensaje.

Aunque las redes sociales han cambiado y evolucionado, Trump sigue apostando por los canales de comunicación directa. Desde plataformas como Truth Social y transmisiones en vivo, hasta videos cuidadosamente editados que simulan una estética de «presidente en guerra», su equipo ha logrado convertir cada anuncio en un evento mediático.

A diferencia de su primer mandato, ahora sus mensajes no solo buscan provocar; también apuntan a estructurar el relato político en torno a la urgencia y la amenaza. Declaraciones como “Estados Unidos ha sido debilitado, y nosotros hemos vuelto para restaurarlo” aparecen envueltas en imágenes patrióticas, banderas ondeando y música épica. La forma es tan importante como el fondo.

El tono de Trump en sus alocuciones oficiales ha ganado en dramatismo. Desde su discurso de investidura en enero, en el que proclamó el inicio de una «edad de oro», hasta recientes conferencias donde anuncia medidas con un aire de «estado de excepción», la comunicación oral del presidente está más performática que nunca.

Usa frases cortas, repetitivas y altamente simbólicas, como «estamos recuperando lo que es nuestro», “el mundo nos necesita fuertes” o “no pedimos permiso, actuamos”. Estas frases no son casuales: construyen una narrativa de redención nacional y posicionan a Trump como un salvador firme y decidido.

Lo que distingue a Trump en 2025 no es solo lo que dice, sino cómo y cuándo lo dice. Su equipo maneja los tiempos con precisión quirúrgica: filtran declaraciones, lanzan anuncios inesperados, provocan reacciones y luego capitalizan la controversia. Cada decisión es una escena cuidadosamente ensayada dentro de un guión político que prioriza la visibilidad sobre la institucionalidad. Esto tiene consecuencias: mientras para sus seguidores representa un estilo valiente y eficaz, para sus críticos constituye una amenaza al discurso democrático, al debido proceso y al respeto por los derechos humanos.

Donald Trump no ha cambiado, pero ha perfeccionado su estilo. En 2025, su comunicación no solo es política, es performativa. No informa, domina. No persuade, confronta. Y lo hace con una precisión que convierte cada palabra, cada silencio y cada gesto en una pieza del engranaje que mantiene viva su narrativa: la de un líder que gobierna desde el micrófono.

Su estilo de comunicación ha marcado y sigue marcando un antes y un después. Un presidente que dice lo que piensa y no teme romper con lo establecido. Para sus críticos, supone un deterioro preocupante del discurso público y una amenaza a la verdad como valor democrático.

Donald Trump ha demostrado que, en la era de la sobreinformación, quien domina la narrativa domina la política. Y en 2025, su narrativa sigue siendo la más potente, la más polémica y, sin duda, la más influyente. En cualquier caso, lo cierto es que ha redefinido por completo lo que significa «hablar como presidente» en el siglo XXI.

Javier Sánchez Glez. es politólogo y consultor de estrategia y comunicación política (@javisanchezglez )