«Algunos políticos critican las fake news, pero las usan». Entrevista a Natalia Aruguete

NATALIA ARUGUETE, por Marina Isun

El pasado 27 de abril, Donald Trump twitteaba “Fake news, the enemy of the people!”… ¿Qué opina de esta afirmación? podemos considerar las fake news uno de los enemigos de la democracia?

En efecto, las fake news son un problema para la democracia. Aunque no lo pondría en términos de “amigos o enemigos”, es cierto que perturban e impiden que haya una comunicación auténtica en las redes sociales. Las fake news suelen generar un evento político cuyo propósito es vaciar el terreno discursivo y acallar a las voces con las que se disiente. Sin embargo, la afectación a la libertad de expresión no se vincula con el tono que le ha dado Donald Trump, en el marco de su embestida contra Twitter, a quien amenazó con tomar represalias, producto de la iniciativa de Twitter de editar los posts de Trump en su muro. En principio, uno podría decir que hay una gran paradoja —muy expresiva en el ejemplo de Trump aunque extensible a otros casos— entre los líderes políticos y sus partidos, que critican las fake news, aunque luego utilizan esos mecanismos como estrategia de campaña al atacar a algún oponente. Más elocuente aún, en una sociedad polarizada como es la norteamericana.

¿Qué pasa cuando el concepto ‘fake news’ acaba siento una arma arrojadiza contra las palabras de otro rival político, contra algún medio de comunicación, tal y como dijo Trump sobre la CNN, estamos desvalorizando el concepto?

En efecto, creo que muchos políticos —Trump, en particular, aunque también cabe para Bolsonaro en Brasil y para mandatarios de otros países— tienen rasgos autoritarios y utilizan la etiqueta “Fake News” como estrategia política de amedrentamiento a otros actores, individuales cuanto institucionales. Ello no obsta que los periodistas y los medios de comunicación tradicionales utilicen o publiquen noticias falsas, pero ello responde más a la falta de verificación de esos contenidos que a una estrategia política de fake news. En ese punto me parece central observar que en este caso lo que conduce a publicar noticias falsas son nuestros sesgos cognitivos. El sujeto está inserto en una cultura que tiene sesgos cognitivos y desde allí establece atajos para reunir evidencias y llegar a determinadas conclusiones, que en algunas oportunidades derivan en noticias falsas o tergiversaciones, lo cual nos supone presentar de ese tipo de tergiversaciones como fake news. La diferencia entre noticias falsas y fake news reside en que las primeras se refieren a contenidos falsos producto de la falta de verificación, en tanto que las segundas son el resultado de una operación política que pretende generar un evento más allá del objetivo informativo que pueda llegar a tener.

Parece ser, que hay unanimidad entre académicos y profesionales sobre la notoriedad  de las fake news en el panorama comunicativo pero no en una respuesta. ¿Qué solución propone usted al respecto?

No termino de darme cuenta cuál sería la solución para resolver las afectaciones de las fake news al sistema político y, sobre todo, a la democracia. Creo que no se puede responsabilizar al usuario de bajo rango de las redes sociales —aun cuando, en muchas ocasiones, sea el garante de la difusión y propagación de fake news así como de noticias falsas—, en la media en que no tiene herramientas para resolverlo por iniciativa individual. Y eso se debe a que, en la conversación virtual, los “usuarios de a pie” somos hablados por nuestros sesgos cognitivos y conducidos a reunir “evidencia” por nuestros sesgos de confirmación. Más allá de eso, creo que cabe una responsabilización conjunta entre las plataformas y los Estados, aunque no la restringiría a los Estados nacionales sino a instancias supranacionales que den una reflexión pública acerca de la posibilidad de regulación en este ámbito.

¿Qué opina sobre alguna de las afirmaciones que esgrimen que el control de las fake news implicará una limitación de la libertad de expresión?

Creo que la regulación de la creación y circulación de mensajes en redes sociales conlleva una disyuntiva difícil de resolver. Es muy difícil distinguir entre la descripción fáctica de los hechos y las interpretaciones y opiniones, que son constitutivas de toda construcción noticiosa. La dificultad para distinguir cuales son los tramos falsos de la información que requerirían de algún tipo de limitación puede implicar efectivamente una limitación en la libertad de expresión. Sin embargo, ello no supone asumir que la libertad de expresión sea un derecho absoluto, tal como argumentan varios expertos en la materia. Tiene límites frente a otros derechos, como el de no ser abusado, violentado, discriminado o amenazado. Este dilema merece una mirada pública, aunque ello llevará tiempo y requeriría un compromiso político que exceda las especulaciones coyunturales así como una capitalización política y mezquina por parte de los partidos.

 

Natalia Aruguete es Investigadora del Conicet y profesora de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y de la Universidad Austral (UA), Argentina. Es autora del libro «Fake news, trolls y otros encantos«. (@natyaruguete)

Entrevista realizada por Marina Isun, consultora de comunicación (@marinaisun)

Fotografía de Laura Miconi, extraída de ANCCOM (CC)