Al congreso de los diputados

He venido á este sitio por primera vez á hablar como Diputado , porque no puedo en este momento, hallándome bastante constipado, esforzar demasiado la voz, y creo que este sitio es desde el en que se oye mejor á los oradores.

He pedido y voy á usar de la palabra en pro del dictamen de la Comisión; tengo que hacerlo también para contestar á muchas de las alusiones personales que se me han dirigido, y comenzaré por este punto, aunque después en el progreso de mi discurso haya de volver acaso alguna vez á él. ,i El Congreso recordará cuántas y cuáles han sido esas alusiones. Me las ha dirigido el Sr. Santa Cruz; me las ha dirigido el Sr. Martínez de la Rosa; me las ha dirigido el Sr. Illas y Vidal; me las ha dirigido el Sr. Lafuente (D. Modesto), y no recuerdo si ha habido algún otro señor en el mismo caso. El Sr. Santa Cruz consideraba indispensable , hablando de los proyectos de reforma de 1852, que alguno de sus autores, y más especialmente yo por la circunstancia de haber sido honrado por la votación del Congreso para el alto cargo de Presidente del mismo, diesen explicaciones sobre ellos, y manifestasen clara y categóricamente si insistían en ellos ó si los retractaban. El Sr. Martínez de la Rosa, exponiendo la misma idea, dijo que el silencio que se guardaba sobre este punto por los autores de aquella reforma, estaba pesando sobre la atmósfera. El Sr. Illas y Vidal habló de proyectos de reacción , y hasta de absolutistas vergonzantes. El Sr. D. Modesto de Lafuente, por último, pues no recuerdo si hubo alguna idea especial en lo manifestado por el señor González de la Vega, que insistió en el mismo tema, me amenazó hasta con la imagen de la esfinge.

Á todos estos señores tengo que manifestar en general, sin perjuicio de alguna especialidad sobre las especialidades de los argumentos que cada uno de ellos ha empleado, que yo no considero á ningún hombre político en la obligación de hablar sobre proyectos ó sobre sistemas de política, si este hombre no se halla en alguna de las circunstancias ó de los casos siguientes: Primero , el de ser llamado por la Corona para formar parte de un Ministerio : segundo, el de haber sido nombrado Ministro de la Corona y haber de presentarse á las Corles; tercero, el de hacer oposición á un Ministerio, oponiendo á las doctrinas, á los principios, al programa que el Ministerio haya expuesto y esté sosteniendo, otras doctrinas, otros principios y otro programa. Diré desde luego al Sr. Martínez de la Rosa que no sé cómo puede pesar sobre la atmósfera política el silencio de un hombre que se halla fuera de esos tres casos; tal vez S. S. tenga otro peso diferente y de diversa índole que este. Diré al señor Illas y Vidal que S. S. podrá calificarme á mí, como á los demás hombres que formaban la administración de 1851 y 1852, de la manera que guste; podrá calificar nuestras opiniones, nuestras doctrinas y hasta nuestros pensamientos; pero lo que S. S. no podrá decir de ninguno de aquellos hombres, ni de mí, sin que se asome en el rostro de aquellos que lo oigan y que nos conocen á todos , en unos la indignación y en otros la risa, es que ninguno de esos hombres, seamos absolutistas ó cualquiera otra cosa, somos vergonzantes.

Yo no he sido nunca nada vergonzante: yo hablo en un Congreso compuesto en su mayor parte de personas que han pertenecido á otras legislaturas , y de otras que si no han pertenecido , son hombres públicos que no pueden desconocer la historia de nuestro país; y en la conciencia de todos está que los hombres que pertenecieron á la administración de 1851 y 1852 , si acaso pecaban por algo, era por franqueza. Vuelvo á decir que ni absolutista ni ninguna otra cosa he sido nunca de una manera vergonzante; y en otra ocasión explicaré al Sr. Illas, que. parece ignorarlo, cuál es mi absolutismo. Diré , por último , al Sr. D. Modesto Lafuente que el temor que S. S. manifestaba que podría yo tener de verme en el caso de la esfinge , la cual, descifrado el enigma , se había estrellado contra una roca, es uno de los estímulos que tengo , junto con algún sentimiento de caridad , para calmar la agitación en que parece encontrarse estos señores, hablando de la manera y en los términos que lo haré de los puntos sobre los cuales han manifestado tanta ansiedad.

He dicho, señores, que no me hallaba en ninguno de los tres casos en que un hombre público, que ha manifestado ciertas opiniones y cierto sistema, debe explicarse respecto de ellos. Yo no estoy en el caso de ser llamado por la Corona para formar parte de un Ministerio. Ese caso se ha verificado hace algún tiempo, y á S. M. franca y noblemente manifesté en aquella ocasión «cuáles eran los principios y la política que yo creía que podía seguirse por un Ministerio en las actuales circunstancias, y cuáles eran las condiciones sin las cuales no me habría prestado á formar parte de un Gabinete. Yo no puedo menos de extrañar que el Sr. Martínez de la Rosa, que debe, tener noticias auténticas de lo que pasó en la presencia augusta de S. M., porque no puedo presumir que carezca de ellas, hablase aquí el otro día de silencio , y dijera que este silencio pesaba sobre la atmósfera.

No me hallo en el día en ese caso; en la ocasión , en el momento en que lo he estado, he satisfecho cumplida y francamente , procediendo como procedo en todas mis cosas , esa obligación. No me hallo en el caso de haber sido llamado por S. M. y formar parte de un Ministerio. Si me hallara en este caso , el primer día que me hubiera presentado á la Representación Nacional , habría expuesto, como lo ha hecho el Ministerio que dignamente ocupa ese banco, el programa que hubiera de seguir.

No me hallo, por último, en el caso de formar parte de una oposición que oponga doctrinas, principios y programa al programa , principios y doctrinas que haya expuesto y sostenga el Gobierno actual. Ni pertenezco, ni he pertenecido, ni perteneceré á la oposición á ningún Ministerio conservador.

Hallábase yo , señores, retirado en Francia en el desgraciado bienio de 1855 y 1856, separado completamente de los negocios públicos. En aquella capital tuve ocasión alguna que otra vez de hablar con algunas de las personas que se hallaban allí mismo, ó que iban por casualidad. Hay algunas en este recinto, que me están escuchando , á las cuales manifesté, con la franqueza que yo acostumbro siempre, que en el caso , bien esperado, y realizado por fortuna de nuestra patria, de que el partido entonces proscrito volviese á ponerse al frente de los negocios públicos, yo no haría oposición « ningún Ministerio que perteneciese á las filas del partido conservador, á ningún Gobierno que gobernase con las ideas conservadoras. Yo manifesté más, señores; yo manifesté antes de formarse el Ministerio del Duque de Valencia, y cuando aún existía el Gabinete del Conde de Lucena, que si duraba aquel Ministerio y yo tuviese algún carácter político, como el de Diputado á Cortes, y si aquel Ministerio gobernaba con las ideas conservadoras, me tendría á su lado, no le haría oposición. Manifesté después que la misma conducta habría de seguir con el Ministerio del Duque de Valencia ; y los hechos hablan acerca de si la he seguido ó no. La misma habría observado con el Ministerio presidido por el General Armero, y la misma observaré con el Ministerio actual, como con todos los Ministerios del partido conservador que gobiernen al país con las ideas conservadoras. Yo había manifestado además, y tengo una singular complacencia en repetirlo en este sitio, que me consideraba en tal situación, que no podía de ninguna manera contribuir al bien de mi país más eficazmente ni de otro modo que estando retirado de los negocios públicos, con mi abnegación , con mi completa abnegación, la más completa y absoluta. Puede ser que otros tengan formadas diferentes ideas , diferentes opiniones; puede que otros abriguen diversos pensamientos; los míos han sido y son estos. He creído que podía hacer mucho más bien a mi patria , mucho más bien al Trono y á las instituciones , alejado del poder. En esta persuasión estoy, y espero que en esta persuasión continuaré.

Cuando tal es mi situación pública, manifiesta, que nadie ignora, que nadie puede contradecir, ¿qué significa preguntarme á mí, como á los demás hombres que formaron la administración de 1851 y 1852, si se persiste en los proyectos de reforma de aquel año, ó se abjura de ellos y se retiran esos proyectos?

El afirmarse en esos proyectos, decía el Sr. Santa Cruz, (y esta idea ha sido aceptada, al parecer, por los demás señores que han hablado de esta materia), será inutilizarse. El abandonar esos proyectos será retractarse, será faltar á lo que un hombre público de ciertas condiciones no puede faltar jamás. Pedimos, pues , las explicaciones con este motivo y con este objeto.

Pues á todos esos señores contesto yo manifestando que esto que S. SS. han dicho es, ó un decreto á un memorial que no existe , ó una sentencia en un juicio inquisitorial.

El formar esos raciocinios con tal objeto, exige de mi parte que yo pregunte á mi vez : ¿ dónde está el memorial en que ponéis ese decreto ? ¿ Se trata aquí de aspirar al poder? ¿ Quién lo pretende? ¿ Quién lo pide? ¿ Quién da muestras de desearle? Los hombres de 1851 y 1852 ¿ están llamados al poder, ora insistan en los proyectos de reforma , ora los abandonen ó los retracten? ¿ Por qué ese decreto? ¿ Os piden el poder esos hombres? Habéis puesto un decreto que correspondería á un memorial que no existe. Vosotros mostráis el decreto; yo os pido el memorial. ¿ Quién lo ha presentado?

Pero si ese decreto se ha puesto sin memorial, y no es por consiguiente ni puede ser un decreto, entonces es un fallo en un proceso inquisitorial y de oficio. ¿Y no conocen estos señores, no conocen los que tales interpelaciones dirigen, que esas interpelaciones, esas preguntas, esas demandas de explicaciones, esas exigencias, carecen absolutamente de objeto? Pues nada digo del miedo que parece manifestar esos mismos señores. i Qué se teme ? ¿ Se teme que yo, Diputado, plantee los proyectos de reforma de 1852? ¿Cómo ni de qué manera? ¿Se teme que yo trate de plantearlos como Ministro? ¿ Tengo yo ese carácter ? Absurda, señores, y lo digo con perdón de todos aquellos á quienes contesto en este momento, absurda me parece, por no decir ridícula, la pregunta, en las circunstancias en que la han hecho estos señores, demandando si se insiste en los proyectos de reforma de 1852, ó si se retiran esos proyectos. ¡ Cuántas respuestas tiene esa pregunta, sin necesidad de entrar en el fondo de la cuestión; sin necesidad de repetir aquí lo que ninguna obligación hay de repetirán este momento, sobre cuáles son nuestros pensamientos políticos ; sin necesidad de ponerse en ridículo, porque en ridículo se pondría el hombre que contestara á esas preguntas! La pregunta no se dirige á lo que yo pienso en este momento, sino á lo que yo haría ó pensaría en el caso y circunstancia de ser poder, de formar parte de un Ministerio. ¿ Y quién de esos señores puede decir con la mano puesta en su corazón, con la conciencia de su patriotismo y con el interés que exige el bien público: «en un tiempo que no sé cuándo llegará, ni si llegará; en unas circunstancias que desconozco completamente , en ese tiempo que yo me figuro, y en esas circunstancias que desconozco , haría yo esto ?»

Los proyectos de reforma dg 1852, lo mismo que la Constitución de 1812, lo mismo que el Estatuto de 1834, lo mismo que la Constitución de 1837 y la del 45, y lo mismo que la reforma de 1857, así como todas las Constituciones y reformas que puedan venir, tienen defectos: en ninguna de ellas, absolutamente en ninguna, puede encontrarse la bondad absoluta, que sólo existe en Dios y en las cosas de Dios. Preguntar por consiguiente á un hombre si insiste, si continúa en-su pensamiento de hace cinco años, tal como estaba aquel pensamiento; ó si por el contrario, lo retira y abandona y se pone en contradicción consigo mismo, es una cosa absurda.

Yo no puedo hablar con la confianza de que, hablando así, produciría el bien de mi país, y menos acertaría; no puedo hablar hoy de los proyectos del 52, porque no estoy en situación de pensar si podrían ó no podrían proponerse estos proyectos. Yo no sé lo que pensaría en ese caso; pero siempre pensaría que no hay en ninguna de las cosas del mundo la bondad absoluta, que existe sólo en Dios.

En el progreso de mi discurso (puesto que he tomado la palabra , y voy á usarla en pro del dictamen) tal vez surgirán algunas indicaciones que tengan relación con este punto. Ahora voy á hablar en pro del dictamen de la comisión, manifestando al Congreso que hay en este punto una coincidencia que no deja de ser notable.

Nos hallábamos en este sitio en Mayo de 1857: habíase abierto la legislatura : tratábase de la discusión del dictamen de contestación al Discurso de la Corona, y creí yo que tal vez me sería indispensable tomar parte en aquella discusión. Lo creí con motivo de una indicación sumamente benévola, y que yo agradecí sobremanera, que hizo el Sr. Ríos Rosas en su discurso acerca de los proyectos de reforma de 1852: indicación reducida á que la bandera levantada en 1852 estaba plegada, ó que sus autores la conservaban plegada.

Yo temí entonces que podría verme en la necesidad de tomar parte en aquella discusión ; y digo que lo temí, porque no deseaba tomarla. No quería que se interpretase nada de lo que yo dijera como indicación que no hubiera nacido del Gobierno de S. M., y mucho menos como oposición al Gabinete; y tenía también el temor de que pudiera calificarse mi conducta como de aspiración al poder en un sentido ó en otro , ó como de oposición al Gabinete presidido por el Duque de Valencia. Este temor es el que selló mis labios; este temor hizo que yo guardase silencio en aquella discusión y en todo el tiempo que duró la anterior legislatura.

Pero en aquella discusión tomé algunos apuntes, y estos apuntes, señores, son los que van á servirme de guía en este momento, habiendo de explanarlos muy brevemente, por lo mismo que no todos tienen grande oportunidad en esta ocasión, á pesar de que algunos, en mi concepto, la tienen en todas épocas y en todas circunstancias.

Pensaba yo entonces manifestar cuál era por mi parte {pues debo declarar que yo no hablo autorizado por ninguna de las dignísimas personas que compusieron el Gabinete de 1851 á 1852, que hablo exclusivamente por mí, que no he formado acuerdo con nadie y que no tengo la representación de ninguno de ellos); había pensado, digo, en vista de la indicación benévola del Sr. Ríos Rosas, que ya dejo recordada, manifestar cuál era la actitud, por mi parte, de los que habían formado la administración de 1851 á 1852. Mi actitud en aquellas circunstancias, en aquellos momentos, era, como lo es hoy, la de apoyar á todo Gobierno conservador. Y lo vuelvo á decir: apoyar desinteresadamente á todo Ministerio conservador, y por consiguiente al Gabinete actual. Callé sin embargo, señores, exponiéndome á que se calificase mi silencio de una manera poco favorable, á que se calificase hasta de funesto; porque no quería dar lugar á que mis palabras se interpretasen en el sentido que dejo manifestado; porque no quería que se dijese que hacia la oposición, ó que tenia aspiración de ningún género.

Protesto ahora, como hubiera protestado entonces, que cualquiera cosa que enuncie, la manifiesto únicamente para que se acepte, si parece buena, y se deseche en el caso contrario, asegurando que no insistiré en ello, por bueno que me parezca.

Con estas protestas y estas salvedades, pensaba yo haber dicho entonces (proclamándose, como se proclamaba, el olvido de lo pasado) que estaba muy conforme en esa idea, siempre que se entendiese el olvido respecto de los antecedentes, respecto de todos los sucesos que pudieran haber provocado más ó menos directamente la situación á que vino el Estado á parar en el año 1854, y que duró los años de 1855 y 1856; pero que creía indispensable que, lejos de olvidar aquellos acontecimientos, estuviesen presentes siempre, constantemente, perpetuamente en la memoria de los Gobiernos, de las Cortes, del Senado, del Congreso y del Gabinete, y en fin, de todos los hombres públicos influyentes en los destinos de la Nación, los hechos que se habían verificado entre nosotros; que yo no recordaba ni recordaría por mi parte (y así lo he cumplido, y así lo cumplo, y así lo cumpliré, en cuanto á los antecedentes y motivos de la revolución) más que un solo acontecimiento; el acontecimiento glorioso de Julio de 1856, en que se dio una gran batalla para salvar el Trono, las instituciones, la sociedad y el orden público.

Esto yo no lo olvidaba, ni podía olvidarlo, ni lo olvidaré, señores; pero en cuanto á hechos, tendré yo siempre presente, y rogaría á todos los Gobiernos y á todos los Representantes de la Nación, que tuvieran presente lo que había ocurrido en esta Nación monárquica y católica: el hecho, nada más que el hecho, de haberse puesto aquí á discusión el Trono, la dinastía y la unidad de la Religión; no para recordar quién lo había puesto á discusión; no para recordar las opiniones que sobre ello se habían manifestado; no para recordar los votos que se habían emitido ; Nada de eso; sino el hecho de que en España [se había puesto á discusión y á votación el Trono, la Monarquía y la unidad de la Religión. Este hecho es el que debía estar presente en la memoria de todos los que tengan participación en la gobernación del Estado; y tienen participación en la gobernación del Estado, no sólo los Ministros de la Corona, sino los Representantes del país.

Era necesario, señores, tener presente esto y todo lo demás que había ocurrido en España, y que había producido el estado de agitación constante en que la Nación se había encontrado en aquel triste periodo. No desciendo ahora á los pormenores, á detallar las causas que producían ese estado; pero la situación era de perenne, de constante agitación. Habíamos llegado á una completa perturbación social; y de esa perturbación social estamos por desgracia amenazados, muy amenazados, más de cerca de lo que acaso podemos presumir.

Preguntábame yo en tales circunstancias, en tales momentos, y cuando dirigía mi reflexión sobre estos interesantísimos puntos: ¿qué debía hacerse por los Cuerpos Colegisladores, qué debía hacerse por los Ministerios? Y me preguntaba después, para satisfacer á esta pregunta: ¿qué era gobernar, cómo se debía gobernar en aquellas circunstancias?

De gobernar, señores, han dicho unos que es prevenir; otros anticiparse ; otros resistir; otros ceder. Todas estas cosas y cada una de ellas son dotes y cualidades indispensables para gobernar: unas al mismo tiempo, otras alternativamente deben tener aplicación. A veces es indispensable resistir, á veces conviene anticiparse, y á veces conviene cualquiera de las demás cosas que he indicado. Pero si de todas estas cualidades, que componen el conjunto de dotes de^ gobierno, se busca aquella que pueda presentarse como la más culminante; en mi humilde opinión gobernar es prever y prevenir, y con este objeto obrar con prudencia y energía al mismo tiempo. ¿Qué debía pues hacerse, qué debía procurarse, qué debía tratarse en aquellas circunstancias, en Mayo de 1857, en que discutíamos aquí la contestación al discurso de la Corona? ¿Qué debe hoy pensarse y hacerse por todos los Gobiernos, por todos los Representantes de la Nación; porque las circunstancias, bajo el aspecto que las voy á considerar, han variado poco, señores, si es que han variado algo? Evitar, prevenir, poner remedio para conjurar la gran tempestad de que está amenazada la Nación, de que tan amenazadas están casi todas las naciones de Europa.

Esa gran calamidad, ese gravísimo mal, inminente y difícil de evitar, si no hay grandísimo esfuerzo de patriotismo en todos, es, señores, el socialismo, es el comunismo, es la perturbación de la sociedad, es la conclusión de la sociedad misma.

El socialismo, Sres. Diputados, que tiene este nombre sin duda por antítesis, porque esos proyectos quiméricos de los que se llaman socialistas , son la antítesis de la sociedad, son lo contrario de la sociedad, son la negación de la sociedad; el socialismo, repito, es incompatible con la propiedad; la propiedad es la base de la sociedad; sin la propiedad es imposible la sociedad; no existirá.

La propiedad, y por consiguiente la sociedad, es la obra de Dios; sabemos todos que no ha de perecer; pero puede eclipsarse; puede ocurrir una tempestad como un huracán; el huracán será pasajero; mas por poco que dure, la perturbación será tal y la ruina de tantos intereses y de tantos hombres sería tanta, que espanta, señores, el considerarlo. Por imposible que sea de una manera estable la realización de tales ideas, por quiméricas que ellas deban reputarse , desgraciadamente no es imposible una tentativa, y no es imposible su victoria, siquiera sea momentánea. La Europa entera está amenazada de esa calamidad: todas las naciones de Europa están amagadas de este mal: yo concederé que hay unas más distantes de él que otras: me parece que la Rusia y la Inglaterra, cada cual por su estilo (y bien diverso por cierto) por el estado de su civilización, de sus costumbres, por su manera diferente de existir, son las que están más distantes de ese mal; creo que el resto de Europa, que la Alemania, Italia, Francia y España están casi igualmente amenazadas de esa gravísima calamidad. Acaso por desgracia no sea nuestra Nación, no sea la España la que menos lo esté.

Los gérmenes que se han advertido y aún se advierten por diferentes partes, y que se reproducen en circunstancias diversas, no nos dejan de eso la menor duda. Esto, señores, pensaba é iba yo á decir en Mayo de 1857; y los meses que han trascurrido nos han ofrecido , por nuestra desgracia, tristísimos y elocuentes testimonios de que no eran quiméricos mis presagios. En este tiempo hemos visto la intentona de los republicanos de Andalucía; en este tiempo, hace pocos días, hemos visto el horrible atentado contra la vida del Emperador de los franceses. Launa revela los trabajos que se hacen en España, en nuestra patria: el otro revela los que se verifican en toda Europa , atacando á un Monarca, que es en el día el sostén del orden público en su nación, orden público de Francia, que está casi identificado con el de los demás Estados de Europa. En esto, señores, creo yo que es necesario pensar, y creo que ese horrible acontecimiento que acaba de verificarse en la capital de la nación vecina, habrá tal vez despertado, habrá acaso hecho surgir en lodos ó en algunos de los Gobiernos europeos la idea de la necesidad en que, á mi parecer, se hallan de entenderse, de concertarse para conjurar ese mal, esa calamidad, y de formar contra las sociedades subterráneas, que trabajan para minar los fundamentos sociales de todas las naciones europeas, una asociación de Gobiernos para precaverse, y en caso de que en alguna consiguiesen un triunfo momentáneo los perturbadores del orden social, reprimirlos con mano fuerte. No puedo decir más, porque no me toca en la situación en que me hallo, con el carácter de Diputado, y nada podría yo influir en esto. Lo que acabo de indicar no es más que la expresión de un sentimiento que ha nacido en mí, la indicación de una idea que se ha despertado en mi ánimo con motivo de ese horrible acontecimiento. Pero creo que el mismo sentimiento se habrá despertado, no sólo entre nosotros, sino en otros países, en los hombres que puedan tal vez contribuir á que se lleve á ejecución.

Hablaba, señores, del socialismo :. he recordado las intentonas que se han hecho en España y que hemos presenciado. Todos recordamos los incendios de Valladolid y de Palencia, y todos recordamos la prueba posterior que tristemente ha venido á confirmar los vaticinios que yo hacía en el año precedente. He oído decir, y creo que no sin fundamento, que en algunas provincias de la Monarquía se habían descubierto síntomas de trabajos que se preparaban para un día determinado, en el cual debía ocurrir un grande acontecimiento en la capital del vecino imperio. Si esto es así, como lo creo, podrán los Sres. Diputados deducir cuánto es lo que se trabaja en ese sentido, y cuál es por consiguiente el mal, la gran calamidad que debemos conjurar y precaver, cooperando todos á ello , cada uno en su situación, lo mismo los de un partido que los de otro, lo mismo los progresistas que los moderados: porque, si ocurriese esta gran calamidad, todos quedaríamos iguales.

He dicho, señores, que el socialismo es la antítesis de la sociedad, es la negación de la sociedad. Añadiré ahora que en materia de socialismo, es decir, con el objeto que se proponen los que abrigan esas ideas, imposibles de realizar de un modo estable, todo lo que pudiera hacerse y pudiera apetecerse y pudiera pensarse en esa dirección, con ese fin que manifiestan y que ostentan, aunque hipócritamente, los socialistas, está ya hecho de una manera que no puede mejorarse; y de ahí no se puede pasar. Con el fin á que aparentan aspirar los socialistas nada se puede hacer más que lo que hizo el fundador de nuestra Religión, Jesucristo; no se puede pasar de la doctrina de Jesucristo; no se puede pasar del Evangelio. Santificar la pobreza; Jesucristo la santificó : aconsejar y mandar al pobre la resignación y al rico la caridad ; presentar en una imagen, en una parábola, al rico avariento y orgulloso, y al pobre que estaba debajo de su mesa recogiendo las migajas del pan que se caían de la mesa del rico, y al uno pagando su orgullo en las penas perpetuas, y al otro disfrutando el premio de su resignación en la gloria eterna. A más de esto no se puede aspirar; más que esto no se puede hacer. Procúrese, justísimo es y necesario, el alivio de las clases pobres: procúresela beneficencia, pero es necesario también atender á otras cosas ; y una de ellas es la defensa y la protección de la propiedad, de que hablaré dentro de muy pocos momentos .

Cuando la situación, Sres. Diputados, era el año anterior, y es en la actualidad , la que acabo de presentar á vuestra vista; cuando nadie duda de esto, parecíame á mí que en interés de la salvación de la sociedad, el patriotismo de todos, el amor que todos tenemos al orden social, á la conservación de la sociedad, del Trono y de las instituciones, exigían que pensásemos de una manera muy seria en los medios de conjurar ese mal; y parecíame además que cuando apartamos la vista de esa consideración, y cuando aquí nos entretenemos y nos ocupamos todos, absolutamente todos, pues yo no aludo á nadie ahora, ni á partidos , ni á fracciones, ni á personas; cuando nos ocupamos, digo, en disputas de puntos secundarios de política ó de otro género, antes de haber hecho todo lo que conviene ó todo lo que sea posible hacer para conjurar esos males ; me parece, señores, que damos muestra de no considerar su gravedad, ó de creerlos distantes, cuando por desgracia, pienso que nos amenazan muy de cerca.

dad, que sin embargo nunca llega, que jamás llegará, porque es una pura quimera. No llegará, no, por más que, anunciada un día y otro por todo e! mundo, como resultado, como efecto natural y necesario de la civilización actual y de las nuevas formas de gobierno, haya llegado a ser tenida por posible, y sea en consecuencia generalmente apetecida y demandada. En este afán y esta demanda «así universal de un imposible, está, si bien se mira, una de las causas perennes del malestar general, y de su inevitable secuela , los motines y revoluciones.

«No haya pobres,» dicen los socialistas; y los pobres creen al oírlos que todos pueden convertirse en ricos, ó por lo menos que es efectivamente posible e! que deje de haber pobres. De esta errónea persuasión á la insurrección general de los espíritus y de los brazos, al trastorno absoluto de la sociedad, no hay más un paso, y éste facilísimo, casi natural.

»¡Que no haya pobres!… ¡Qué ilusión! Lo que es posible es que no haya ritos ¡ y así sucedería necesariamente, si el socialismo, por desgracia, llegara á plantearse.

«Ninguno sea pobre en la sociedad, sean torios ricos.»—Es lo mismo que decir respecto á la milicia:—«Nadie sea soldado, sean todos generales.»—Y respecto á la Religión:—«No haya simples fieles ó creyentes, sino sean todos sacerdotes, ó por mejor decir, todos obispos.»—Y en materia de edificios:—«No haya piedras «n la base, no haya cimientos, sino pónganse todas las piedras, todos los materiales en la superficie, en lo alto del edificio, en la cúpula.»—Por último, en todo género de cosas físicas y morales.—«No haya clases, no haya diferencias, no haya orden.»

¿Qué debemos hacer, qué debemos procurar en general para evitar esos males que nos amenazan ? A mí, señores , me parecía en Mayo de 1857, como me lo parece en Enero de 1858, que debemos contribuir todos á la formación de un Gobierno fuerte, estable y duradero; á que se consolide entre nosotros el orden; á que cese el estado de agitación en que nos hemos encontrado y aún nos encontramos ; á que haya tranquilidad y estabilidad; en una palabra, y resumiendo mi pensamiento en una fórmula muy concisa y para mí muy significativa, á que llegue esta sociedad á su asiento: porque esta sociedad , hace mucho tiempo, por causas que no son imputables á nadie , ni á personas , ni á partidos , por efecto más bien de un conjunto de circunstancias que no hemos podido evitar, se halla fuera de su asiento , señores, completamente fuera de su asiento.

«¿Queréis saber, una vez planteado el socialismo, lo que llegaría á ser, no la sociedad, pues sociedad y socialismo son términos que se excluyen, sino el conjunto material de los individuos que la habían formado?—Pues no sería más que un montón informe do restos de la sociedad disuelta, es decir, como los materiales de un edificio destruido por el cañón ó por la piqueta, que no son sino ruinas de lo que fue edificio; los materiales allí estarían, pero el edificio no. Del propio modo, una vez planteado el socialismo, hallaríais hombres, individuos que componían antes la sociedad, pero no la sociedad misma; hombres robándose, matándose, despedazándose unos á otros como fieras del desierto, y todos ellos pobres, todos indigentes, todos miserables. Este cuadro no es una hipótesis gratuita, no es un resultado meramente posible, sino seguro, cierto, inevitable, del socialismo.

«Fuerza es decirlo : no es posible de manera ninguna que deje de haber en la sociedad ricos y pobres; se puede , sí, y aun se debe dulcificar un poco la miseria y la indigencia; y esto, que es lo único posible, es cabalmente lo que aconseja y aun ordena la Religión de Jesucristo.

»En lugar, pues, de predicar y anunciar la felicidad, debe decirse claramente que la prosperidad absoluta es imposible en este mundo; debe recomendarse la caridad á los ricos, y la resignación á los pobres: estas son las enseñanzas y es tos los preceptos de la Religión de Jesucristo; á estas enseñanzas y á estos preceptos hay que acomodar las leyes. Es preciso, por tanto, proteger, fortalecer los derechos y ensanchar el influjo de los propietarios, al mismo tiempo que se alivie y dulcifique la suerte de los menesterosos. Es preciso castigar duramente los crímenes contra la propiedad, y proporcionar trabajo á las clases pobres por medio de leyes apropiadas e este fin, y aliviar la miseria por medio de buenas leyes de beneficencia pública.»

Este es el fin á que debemos aspirar. ¿Cuáles son los medios, pero medios prácticos, señores, que más directa y más inmediatamente pueden contribuir á ese fin? Hay en la sociedad tres elementos permanentes de grandísimo influjo en ella, y es necesario procurar por todos los medios posibles (y procurarlo teniendo en ello puesta la mira constantemente, sin apartarla ni en los actos del Gobierno, ni en las leyes), que esos elementos conspiren al fin de la estabilidad de la sociedad. Sin religión, sin administración de justicia , sin fuerza armada la sociedad no puede estar en un orden de tranquilidad y de estabilidad.

¿A qué me había yo de extender en reflexiones sobre esto? Es completamente inútil. Los Sres. Diputados comprenden cuánta es la importancia de todos y cada uno de estos elementos; y todos y cada uno de ellos deben conspirar para el fin de la estabilidad , del orden y del asiento de la sociedad. Cuando se trate pues de cualquiera cosa que tenga relación con esos interesantísimos objetos, con esos tres importantes elementos del orden público y de la conservación de la sociedad , es necesario procurar que todos contribuyan á ella; es necesario también procurar en cada uno el mayor prestigio , la estabilidad , la firmeza; y luego la armonía entre todos ellos. De uno de estos especialmente tengo que hacer algunas indicaciones, porque se roza con uno de los puntos de que se trata precisamente en el proyecto de contestación al Discurso de la Corona, y porque es una materia en la cual deseo enunciar las opiniones que yo tengo. Hablo de la Religión, del culto, de sus ministros; hablo de la Iglesia y del clero.

Los ministros del culto, el clero ha tenido siempre, y creo que debe tener y procurarse que tenga, una saludable influencia en el orden social. Esa influencia , señores, la ha tenido el clero en otras épocas, según el estado de civilización de los pueblos , según el giro que ha tomado esa civilización, según las costumbres; y la ha tenido á menos costa que puede tenerla hoy, con menos sacrificios de los que hoy necesita emplear , y de los que emplea seguramente , pues procura cumplir satisfactoriamente su altísima misión.

El clero en todos tiempos, especialmente en la Edad Media, sin necesidad de grandes esfuerzos, aunque los hacía, tenia gran consideración y prestigio solamente por su carácter: bastaba el signo exterior del carácter que adornaba á la persona, bastaba el hábito, para que se tuviese consideración y respeto al que lo vestía. Los tiempos han cambiado en esta parte, y el clero en el día necesita conservar el prestigio saludable que debe tener en la sociedad, por su saber y virtud, cualidades que tiene y que debe procurarse constantemente que conserve y aumente en lo posible. El clero tiene también prestigio en la actualidad, y debe tenerlo en esta época por su desinterés : y el desinterés del clero en el día no puede ser mayor, porque la Iglesia y el clero en España están dotados muy pobremente.

Pero se trata con este motivo , ó surge en esta ocasión, la cuestión de los bienes de la Iglesia , la cuestión de la desamortización; y este es el punto sobre el cual he indicado que iba a manifestar mis opiniones. Las que yo he sostenido son bien conocidas: los principios son los mismos; mis creencias son iguales en cuanto á las ideas. He figurado, por la posición que he ocupado generalmente de Diputado, en casi todas las cuestiones que se han traído aquí sobre esta materia. Se acordó y verificó en una gran parte la enajenación de los bienes del clero secular en la época de 1840 á 1843: en 1845 se propuso por el Gobierno de S. M. la devolución á la Iglesia de los bienes que no se habían vendido: tuve el honor de ser individuo de la Comisión nombrada por el Congreso; apoyé con todas mis fuerzas el proyecto del Gobierno de S. M.; contribuí con mi voto y con mi palabra á que dicho proyecto se elevase á ley, y así se verificó. El Concordato celebrado con la Santa Sede y concluido en 1851, fue preparado por el Ministerio que presidia el Sr. Duque de Valencia , y especialmente por el Sr. Ministro de Estado, que era el Sr. Marques de Pidal, y por el Sr. Ministro de Gracia y Justicia, que lo era el Sr. Arrazola.

Cuando se formó la administración de 1851, en Enero de aquel año , se hallaba ya concluido casi todo: quedaban muy pocos puntos por arreglar. El Gabinete de 1851 tuvo la fortuna y la gloria de acabar de arreglar ese Concordato, terminando los tres ó cuatro puntos que únicamente quedaban pendientes: la gloria principal fue de los Ministerios anteriores que habían entendido en él. Se ajustó al fin el Concordato, que fue firmado y quedó enteramente concluido en los primeros meses de 1851. Lo que en él se convino lo saben los Sres. Diputados: recuerdo únicamente que uno de los convenios fue muy solemne , reducido á consignar el derecho de adquirir por parte de la Iglesia. Tal era el estado de las cosas, conservando la Iglesia los bienes que habían sido del clero secular en propiedad plena , omnímoda; teniendo el derecho de adquirir , y habiendo obtenido también la entrega de los bienes que habían correspondido á las comunidades religiosas suprimidas, en administración y en usufructo, pues se habían de ir enajenando de la manera prevenida en el mismo Concordato.

Siendo esta la situación de las cosas, la ley de las Cortes Constituyentes estableció la enajenación de todos los bienes que poseía la Iglesia, así de los que se la habían devuelto en propiedad, y cuya enajenación no estaba autorizada por el Concordato, como de los que habían pertenecido á las comunidades religiosas suprimidas, y que se le habían entregado, según acabo de decir, en administración y en usufructo , á condición de irse vendiendo de la manera y en los términos que allí mismo se prevenía.

Esta fue, señores, una infracción manifiesta del Concordato, principalmente en cuanto á los bienes que se habían devuelto á la Iglesia como de su propiedad. Respecto á los bienes que poseía en usufructo, la infracción era solamente de forma; pero en cuanto á los bienes devueltos como de su propiedad, lo era en la forma y en el fondo.

Posteriormente, y en época que todos los Sres. Diputados recuerdan también, se acordó la suspensión de la ley de desamortización, y se acordó primero la suspensión de la enajenación de los bienes eclesiásticos.

Se trata ahora, según se nos manifiesta en el Discurso de la Corona, y según contesta la Comisión, de la devolución á la Iglesia de los bienes no vendidos , y de una equitativa indemnización por los que han sido enajenados. Aquí, señores, hay principios , hay derechos, y hay luego consideraciones de conveniencia.

En cuanto á los principios y al derecho, mis ideas son hoy lo que han sido siempre: que en un país católico la Iglesia no puede menos de tener el derecho de adquirir; que lo que adquiere la Iglesia por virtud de este derecho, constituye una propiedad tan sagrada como la propiedad de los particulares; y que por consiguiente, sin infringir esos principios, no se puede disponer de ninguna manera ni por nadie la enajenación de los bienes de la Iglesia.

Es otra máxima, otro principio que yo sostengo, como consecuencia inmediata y necesaria de éste , que sólo la Iglesia, ejerciendo un acto de dominio , y el acto más positivo del dominio, puede disponer la enajenación de sus bienes, ó convenir en ella; y -que por consiguiente, no conviniendo la Iglesia y su Jefe supremo, su representante, su cabeza visible, el Sumo Pontífice , en fin, en la enajenación, no se puede determinar; y ni yo como Diputado la pediría ni la votaría, ni como Ministro la propondría jamás.

Pero , señores, en la situación en que nos hallamos, y salvos «estos principios, pues, por mi parte, desde aquí hasta la eternidad, espero no faltar á ellos, y si la Iglesia insiste en la conservación de los bienes que tiene , y si la Iglesia no dispone su enajenación , vuelvo á decir que jamás por mi parte pediría ni votaría, ni propondría cosa en contrario; salvos , digo , estos principios, yo creo que sería conveniente, siendo posible, en bien de la Iglesia y del Estado, obtener , pedir la enajenación de esos bienes , tanto la de los que constituyen la propiedad de la Iglesia y que la han constituido siempre , como la de los que, habiendo pertenecido á las comunidades religiosas , le fueron entregados en administración y usufructo.

El Sr. Ministro de Estado, Presidente del Consejo de Ministros, ha manifestado en el día de ayer que sobre este punto hay una negociación , un acuerdo concluido que está pendiente de? ejecución ; y que esa negociación ó el proyecto á que da lugar, en su tiempo , cuando sea oportuno , vendrá á las Cortes. Desde ahora para cuando venga á las Cortes esa negociación concluida , el Gobierno de S. M. tiene mi humilde apoyo; desde ahora, sin discusión por mi parte, tiene mi aprobación; yo no me opondré jamás á nada de lo que se haya convenido entre el Gobierno de S. M. y la Santa Sede, sea conforme á las ideas que he manifestado , sea enteramente contrario á ellas. No disputaré ; pero digo, manifestando mis ideas sobre esta materia, que desearía que el Gobierno hubiera podido conseguir lo que dejo indicado, ó que se pudiera conseguir en adelante.

Las razones que tengo para ello son sencillas, y me parecen también convincentes. He indicado que en los tiempos que tocamos , el clero debe tener la saludable influencia que es preciso que ejerza en la sociedad; que debe conservarla y esperarse que la aumente, conquistando gran prestigio por su saber y su virtud ; y he añadido que por su desinterés, del cual da sobradas pruebas estando muy pobremente dotado. Pero, señores, salvando los principios , defendiéndolos, proclamándolos siempre altamente, como yo acabo de proclamarlos; diciendo, como yo digo , que la .Iglesia es tan dueña de sus bienes como yo de los míos; si la Iglesia quiere disponer de ellos , si consiente en ello (que si no consiente, yo jamás propondré cosa en contrario), yo por mi parte propondría reverentemente , respetuosamente á la Iglesia, á su Jefe, al Vicario de Jesucristo, que consintiera en disponer la enajenación de esos bienes.

Porque, señores, desgraciadamente en los tiempos que corremos , la amortización de esos bienes , que son poca cosa, que valen muy poco , que acaso producen muchas cuestiones desagradables , porque se han entregado á la Iglesia bienes imputando sus rendimientos por cantidades determinadas, que las Iglesias, que los Prelados han dicho que no producen, y esto ocasiona constantemente cuestiones y dudas que es necesario resolver, y que tal vez no se resuelven de una manera satisfactoria ; la amortización , digo , de estos bienes que aún restan, ha sido una de las banderas para nuevas revoluciones en este desgraciado país; y para convencerse de esto basta un ligero recuerdo de los hechos. En la época de 1840 á 1843 se dispuso la enajenación (indebidamente vuelvo á decir, porque no hay derecho para atacar esa propiedad, que es tan propiedad como otra cualquiera ): pero el hecho es que se decreto la enajenación , y se realizó la de una gran parte de los bienes. La Iglesia, llevada de sus principios de benignidad, ha saneado esas ventas; pero no basto esto; no basto el Concordato de 1851 para que en época posterior , en 1855 y 1856 , no se dictara una ley, en la cual se determinó la enajenación de esos bienes , infringiendo , como he manifestado , y como en mi opinión es indudable, la solemne estipulación del Concordato. A virtud de aquella ley se ha vendido otra porción de los bienes de la Iglesia; y de nuevo el Jefe de la Iglesia , movido por los mismos principios de benignidad, consiente en el saneamiento de las ventas realizadas. Señores, yo no he de buscar pretextos para una nueva revolución; yo no he de procurar nuevas revoluciones; he de hacer lo que en la situación que ocupe me sea posible para evitarlas. ¿Pero estamos seguros de que por otros no se levantará esa bandera y se tendrá constantemente levantada? Y ¿seria , señores, decoroso para el Jefe de la Iglesia, si ocurriese esto , si viniera sobre España esa nueva calamidad , tratar por tercera vez del saneamiento de las ventas, ó no sanearlas y dejar al Estado en una situación tan angustiosa? Estas son, señores, las razones que yo tendría para rogar , para impetrar, para pedir reverente y respetuosamente, reconociendo el derecho de la Iglesia, que con su beneplácito , porque de otra manera ya he dicho que no lo propondría, se vendieran los bienes de que se trata.

No se crea por esto que el ánimo del orador haya sido que se impetre de la Santa Sede la autorización á los Prelados para enajenar todos , absolutamente todos los bienes que la Iglesia posee en propiedad, sin reserva ni excepción alguna: no ha sido, ni podía ser tal su pensamiento al pronunciar este discurso, pues que, aun dada la hipótesis de que la Iglesia disponga la enajenación de sus bienes (habiéndose de verificar en la forma que ella, como única propietaria, disponga, de acuerdo con el Gobierno de S. M.) considera el orador conveniente, y tal vez necesario, que conserve en plena propiedad y dominio, no sólo aquellas fincas que siempre se han reservado, como los palacios, edificios para Seminarios y otros

En cuanto á-la desamortización de los demás bienes , de los que no corresponden á la Iglesia, ni constituyen una propiedad que á ella haya de devolverse en virtud del solemne convenio hecho con Su Santidad; tratándose, señores , de aquellos bienes de que , en mi juicio , puede disponer , ó sobre cuya suerte puede el Estado decidir , mi opinión es que se lleve adelante la desamortización de la manera y en los términos que se consideren más ventajosos para los dueños de esos bienes , ó para los establecimientos á quienes correspondan, y para el Estado.

Acabo de decir , señores , ó de indicar más bien , porque no he hecho más que indicarla , cuál es mi opinión respecto á este punto , que el Gobierno de S. M. nos ha anunciado en el Discurso de la Corona, y que ha aceptado el Gabinete actual, según se desprende de la contestación á ese mismo Discurso; y sólo me resta decir que lo que el Gobierno de S. M. proponga, después de meditarlo y examinarlo bien, para proteger los intereses de los establecimientos á quienes corresponden hoy esos bienes, eso votaré y aprobare, sin entrar en su discusión.

Otro de los grandes medios (señores, tengo á la vista los apuntes del año pasado, y algunas cosas no hago más que indicarlas: en otras, que creo podrán tener más oportunidad en este momento , me extenderé algo más), otro de los medios que por

establecimientos , casas de los Párrocos con sus adyacencias; sino algunas fincas de considerable y seguro rendimiento y fácil administración, para que le sirvan al mismo tiempo de parte de su dotación, y do protesta viva y perpetua del derecho incontestable que asiste á la Iglesia para conservar , si así lo estimase conveniente , todos aquellos bienes cuya enajenación no autoriza expresamente el Concordato, y para adquirir otros nuevos , con arreglo al art. 41 de esta misma solemne estipulación y acuerdo de las Supremas Potestades. Cuando se dicten las medidas de ejecución que exige necesariamente aquel artículo, será la ocasión oportuna para formular, con acuerdo del M. R. Nuncio de Su Santidad, un sistema que dé por resultado á la vez mejorar gradualmente las dotaciones del Culto y del Clero, según lo prescrito en el art. 3S del mismo convenio; hacer completamente independiente, sin intervención directa de las oficinas públicas, confían, dela á quien corresponda , la administración de los medios y recursos consignados para tan elevados objetos á cada Mitra, Cabildo y parroquia ó establecimiento eclesiástico; y que aun en los bienes raíces que la Iglesia posea en adelante no sean sensibles los principales perjuicios atribuidos á la amortización.

Poderosamente podrían contribuir á producir la situación á que, en mi juicio , debemos aspirar , una situación de tranquilidad, de orden, de asiento en la sociedad, era la ley de instrucción pública , que el año pasado estaba anunciada en el Discurso de la Corona; habiéndose después presentado y aprobado un proyecto estableciendo las bases para formar la ley , como se verificó por el Ministerio de aquella época (1). Yo no he meditado bastante sobre esta cuestión: no he meditado sobre la ley que se ha hecho, y nada puedo decir acerca de ella; digo solamente que es de la mayor influencia é importancia, y desearé mucho que se haya procurado llenar el grandísimo objeto á que una ley de instrucción pública debe tender. El Congreso lo examinará, sin que ahora sea ocasión oportuna , como los Sres. Diputados conocen, de entrar en esta cuestión.

Pero es de hoy , como lo era del año pasado , como lo será de todos tiempos , y muy especialmente de los presentes, la influencia de la propiedad. En el día , en la situación en que nos hallamos , por el mal de que está amenazada toda la Europa, la primera influencia que debe haber, la que más debe contribuir á evitar ese mal, es la de la propiedad: la clase propietaria se halla amenazada, y esta clase es la que debe llamar constante y perennemente la atención del Gobierno y de los Cuerpos deliberantes. Cuando hablo de esto debo, señores , decir lo que siento; debo ser franco , como procuro serlo en todas las cosas: los propietarios en España, para salvarse y defenderse , para defender

Si yo hubiera hablado en aquella ocasión , habría recordado el objeto que se turo en 1851, al segregar del Ministerio de Fomento , que se creaba , y llevar al de Gracia y justicia la instrucción pública, que era el de reunir los tres grandes Intereses ó elementos sociales, el culto, la administración de justicia y la instrucción pública; y habría dicho que no encontraba yo bien á la última entre las materiales y afanosas tareas de la agricultura, la actividad del comercio y de la industria, la agitación de la Bolsa y el estruendo de los ferro-carriles; y que, partidario de las economías, suscribiría sin embargo al mayor gasto de un Ministerio especial de instrucción pública, con preferencia á la agregación definitiva de este importante ramo al Ministerio de Fomento.

He sido, señores, Ministro precisamente del ramo que tiene relación con el punto de contribuciones; he sido Ministro de Hacienda; he hablado de economías; he procurado las que me han sido posibles: como Diputado hablo menos de economías que he hablado como Ministro; como Diputado y como contribuyente, aunque no en grande cantidad, porque no es grande mi fortuna; como contribuyente y propietario que soy, tengo que decir aquí francamente, de manera que llegue á oídos de todos, que si bien los propietarios tienen derecho á que, el Gobierno, á que las Cortes en todos sus actos tengan puesta la mira con el mayor interés en la protección de esa clase, es necesario también que los propietarios acudan á sostener al Gobierno, á sostener el orden, la situación, las instituciones, haciendo sacrificios, pagando más de lo que pagan. Es preciso, señores, hacerse cargo de las circunstancias, del estado de la civilización en todos los pueblos de Europa, de la cual participamos necesariamente nosotros: nosotros vivimos ya á la moderna; y resumiendo en una fórmula lo que he dicho , añadiré que vivimos á la moderna, y todavía queremos pagar á la antigua. Esto no es posible-

Tratando de esta materia, naturalmente debe hablarse, y lo encuentro oportuno en este lugar, de la administración pública; porque nada creo que conduce tanto como ella al sostenimiento de las buenas situaciones políticas, ó al remedio y mejora de las malas. En este punto tengo yo una opinión, que si bien en teoría no se impugnará, en la práctica acaso no ha sido seguida como lo ha sido por mí; tengo una máxima que no sé si se calificará como errónea, así como la tengo también en otros: creo que la administración y la política deben, en cuanto sea posible, caminar paralelamente, auxiliarse, ayudarse; pero en el caso de que la una de ellas haya de alcanzar mayor altura; y , exceptuando acaso dos , el culto y clero desde la supresión del diezmo, y la deuda pública desde que se suspendió el pago de los intereses, difícilmente se encontrará uno que no cause en la actualidad mucho mayor gasto que en tiempo del Gobierno absoluto. Tener esta organización , establecer y conservar como necesarios y provechosos el servicio de la Guardia Civil y otros que conspiran al mismo fin , construir carreteras y ferro-carriles, y pedir y acordar estos m dios de comunicación en mayor escala, aumentar la marina, y promover todo género de mejoras, haciendo uso con frecuencia, y tal vez no con exceso de moderación, del crédito; esto es vivir á la moderna.

Á estas causas del crecimiento progresivo de los gastos públicos , se agregan las vicisitudes y trastornos políticos que, por desgracia, tan frecuentes han sido entre nosotros , y que , por la fuerza de las cosas más que por la voluntad de los hombres, han producido: 1.» la paralización del incremento natural de las rentas: 2.» un aumento considerable en los gastos. Desde 1S54 hasta 1856 se han levantado empréstitos, cuyos intereses anuales pasan bastante de 60 millones.

Tales son las razones, indicándolas muy someramente , que tuvo el autor de este discurso para manifestar que la propiedad tiene que pagar más de lo que hasta ahora ha pagado: y al hacer esta manifestación , recordando que en otro tiempo y en otra posición había proclamado las economías, no se opuso, ni se opondrá nunca á que se hagan todas las posibles. Considerando nuestra situación económica hasta donde cree conocerla y puede apreciarla , estaba y está persuadido de que el aumento de 50 millones en la contribución de inmuebles (propuesto al escribirse esta nota por el Gobierno para el año corriente), los que puedan proponerse en otros impuestos y procurarse en las rentas eventuales, no llenarán el déficit que ofrecen los Presupuestos: y tiene el convencimiento íntimo de que, obtenido por los medios indicados el aumento posible y efectivo en los ingresos ordinarios, será todavía necesario hacer las economías posibles en loe gastos , si, como conviene y es propio de una situación sólida , arreglada y normal, se aspira á nivelar de una manera efectiva los gastos con los ingresos, uno y otros ordinarios.

Yo creo que el fin de la sociedad , y por consiguiente el de las Constituciones , el de todas las instituciones políticas, es la tranquilidad, la libertad individual, la seguridad de las personas y de los bienes , el bienestar de los ciudadanos, la paz , el sosiego y el orden público ; y las Constituciones y todo género de instituciones, todas las leyes fundamentales , orgánicas y secundarias , todas ellas no son más que medios para llegar á ese fin. ¿ Qué me importa á mí que en una Constitución se hallen consignados tales ó cuales derechos , si esos derechos después no son efectivos? Yo no me opongo de ninguna manera á que los derechos estén consignados; yo reconozco esos derechos, como que son el fin de la sociedad: si estamos reunidos, si paga Cámara en el mismo, y se acordó que todas las disposiciones, aun las que se dictasen por los Ministerios que conservaban atribuciones respecto de Ultramar, se comunicasen por conducto de la Dirección. El Consejo consultaba en todos los asuntos de importancia, y la Cámara proponía, no en ternas , sino en listas de individuos, cuyos méritos calificaba, para la provisión do todos los empleos públicos de Ultramar, cuyo sueldo no bajase de mil pesos fuertes. A esta organización era natural, y así se pensaba, que , vistos los buenos resultados , hubiera seguido la creación de un Ministerio de Ultramar.

La creación del Consejo y Dirección de Ultramar en 1851, á que precedieron extensos y repetidos informes, fue para el Ministerio de aquella época objeto del mayor y más detenido , concienzudo y circunspecto examen. Difícilmente lo habrá tenido mayor ningún otro asunto.

Los resultados excedieron á las esperanzas. La Dirección despachaba con celo y actividad: el Consejo deliberaba con madurez y consultaba con sumo acierto: la Cámara proponía para la provisión de empleos con justicia é imparcialidad , y el Ministro de 1851 y 1852 , que proponía á S. I., jamás desatendió las indicaciones de la Cámara. ¡ Qué satisfacción para el Monarca! j Qué descanso para el Ministro! ¡ Qué provecho para la administración!

De aquella organización se conserva la Dirección de Ultramar bajo la dependencia del Ministerio de Estado.

Que debe pensarse muy seriamente y con urgencia en la administración de Ultramar, estableciendo sobre bases sólidas la central, de la cual dependerá la interior de nuestras importantes posesiones , está en la conciencia de todos. Lo que para ello deberá hacerse, asunto es de la mayor gravedad é importancia , no para tratado en este lugar: bastará indicar que , en la humilde opinión del que escribe esta nota , opinión sometida á la de las personas más ilustradas, la creación del Ministerio de Ultramar , conveníentísima y aun necesaria con los apoyos y auxilios oportunos, podría ser peligrosa sin la del Consejo y Cámara de Ultramar. Si tenemos penosos deberes que cumplir , es para obtener lo que la sociedad nos da, esto es, la tranquilidad , la seguridad de las personas y de las propiedades, el sosiego y el orden público; pero si á mí me dan instituciones en que estén esos derechos muy clara y pomposamente consignados , y luego no se atienden, y luego no se cumplen, y luego se violan, entonces yo renegaré de las instituciones, reclamando que se consoliden los derechos y que se atiendan. Yo , señores, no aludo á nadie, no me refiero á nadie, ni á partido, ni á fracción , ni á persona alguna; expongo una teoría, y digo que es teoría fundamental ó de política general que yo profeso , y que profeso la teoría secundaria de que la administración debe caminar paralelamente con la política, y en caso de que haya sacrificio , la política debe ser sacrificada á la administración, y nunca, jamás la administración á la política.

Tenía yo, señores, apuntadas en Mayo del año anterior, y son oportunas también en este momento, porque se trata de ellas en la contestación al Discurso de la Corona, algunas indicaciones sobre una ley de empleados públicos.

En la clase de los medios, fuera de los que bajo otro aspecto dejo examinados, de los medios que pueden contribuir á preparar entre nosotros una situación de estabilidad , de paz y de sosiego , y un Gobierno normal, estable, firme, y al mismo tiempo robusto y benéfico, considero que los principales son tres: primero, la manera de hacer las elecciones, la ley electoral; segundo: la manera de deliberar los Cuerpos colegisladores; tercero , una ley de empleados públicos, ó sean las reglas que deben observarse para la provisión y ascenso en los empleos. Las dos primeras ya se ve que son exclusivamente políticas; la tercera es administrativa, ó por lo menos lo parece ; pero por desgracia está tan ligada á la política, que muchas veces depende de ella.

Sobre estos puntos, dos de los cuales, la ley electoral y la de empleados, se loan en la contestación al Discurso de la Corona, yo enunciaré brevísima y ligeramente mis ideas al Congreso; y haré también algunas indicaciones, aunque leves, respecto del otro punto que tengo por más importante.

¿ Qué voy yo á decir á los Sres. Diputados que estos ignoren, que estos no conozcan, que estos no sientan, respecto de la ley electoral, respecto de las elecciones? Nada nuevo , señores: y nada nuevo por muchísimos motivos: porque no quiero hacer una repetición de lo que tantas veces se ha expuesto en este lugar; porque me hasta á mí referirme en este punto á la conciencia de los Diputados , á lo que cada uno sienta y encuentre en su conciencia: este es el testimonio mayor que puedo apetecer de lo que voy á indicar al Congreso.

Las elecciones , Sres. Diputados, se hacen actualmente en España de una manera tal, que cada elección general es una verdadera perturbación social. El país se conmueve, se agita, y se agita de una manera terrible; llegan las luchas , llegan las contiendas, llegan los odios á los distritos , á los partidos, á los pueblos , á las familias , á los individuos. Se establece, señores Diputados, sin poderlo remediar, por la fuerza de las cosas, por una consecuencia inevitable que todos lamentamos, contra la cual todos protestamos , pero sin advertir que es en vano protestar y lamentar, porque la fuerza de las cosas la trae consigo y á nadie se puede culpar; se establece , repito, una lucha necesaria, inevitable, natural, entre el Gobierno y los partidos que lo combaten; y el Gobierno, señores, hace muchas cosas, tiene que hacerlas, se ve en la indispensable necesidad de hacerlas, contra su voluntad, contra sus ideas , contra sus instintos y sus principios, pero en propia defensa; porque entra en una verdadera guerra : y en una guerra puede pensarse al principio si se entra ó no en ella; pero después de haber entrado, nadie tiene tiempo de pensar si es justo ó no defenderse hasta más acá ó más allá.

Este lastimoso estado, señores, yo deseo que cese: yo creo que es indispensable que cese. Mientras no cese , no tendremos paz, no tendremos tranquilidad ; seguirá la agitación; no habrá un orden estable de cosas, la sociedad española no estará en su asiento.

En cuanto á los medios que para salir de semejante situación 3deban emplearse,. ni yo puedo ser exclusivo en ellos, ni lo habría sido, ni lo seria nunca. Convengamos en el fin; tratemos todos de buena fe de conseguir ese fin; busquémosle con celo, con buen deseo y con afán. Indicaré solamente, pero repitiendo que no soy exclusivo, ni lo seria nunca en ningún caso, en ninguna situación, y que no insistiría, y que cedería á cualquier cosa mejor que se propusiera; indicaré solamente, por indicar algo , que, en mi juicio, buscando la verdad, los electores deben ser pocos; no debe haber cuestión sobre si son electores ó no lo son los que aparezcan en el número que designe la ley en las listas cobratorias de la contribución: diré que trescientos cuarenta y nueve Diputados me parecen demasiado para España: diré que, en mi humilde opinión, hay clases que considero como otras tantas religiones, que por lo sagrado de su instituto no deben tener participación en este Cuerpo, debiéndola tener y teniéndola en el otro. Estas clases son : la del clero, que «está excluida, y yo lo apruebo , por esa razón que he manifestado; la magistratura, y el ejército activo. Diré por último, señores, que, por regla general, los empleados en servicio activo tampoco deben venir á este sitio. Hay empleados, hay cierta clase de empleados de alta categoría, de residencia fija en Madrid , cuya presencia en este Cuerpo puede ser conveniente para ilustrar las cuestiones: pero los empleados, por regla general, y con la excepción que acabo de indicar , no deben tener entrada aquí, fuera de otras razones, por una muy obvia. ¿ Qué significa un empleado en una provincia ó en Madrid, de un corto sueldo, que no va á su oficina por venir aquí? Que cobra el sueldo y no sirve el destino, con perjuicio del público y de la administración?

He pronunciado una expresión, llamando la atención sobre ella, que necesita algunas explicaciones , porque tal vez habrá sorprendido á algunos Sres. Diputados , especialmente á los progresistas. He dicho que mi opinión es que los electores sean pocos, buscando la verdad. ¿Y se busca la verdad siendo pocos? Sí, señores , con ahorro de camino. De los electores que votan, hay muchos que tienen precisamente lo necesario para adquirir la cualidad ó carácter de elector, y hay otros ricos que tienen muchos bienes de fortuna. ¿Quiénes de estos son los que votan real y verdaderamente? Los de la ínfima clase, los que pagan muy poco, ¿votan? No , señores : votan los ricos , los influyentes. Pues supongamos que se estableciera el sufragio universal: ¿ quiénes votarían entonces? Las personas influyentes con mucha más preponderancia; porque cada persona influyente en un pueblo ó en un partido tiene su clientela, sus arrendatarios, sus trabajadores, personas á quienes emplea, y otras que van á solicitar su favor y protección: el influyente , el rico, el propietario , uno ó más en cada pueblo, es el que dispone de los demás; y cuando éstos depositan en la urna las papeletas, votan lo que ha indicado esa persona influyente^ Esta es la verdad; la sienten todos; todos la conocen. Pues yo quiero la verdad con ahorro de camino.

He hablado, señores, de la manera de deliberar los Cuerpos Colegisladores. El Sr. Illas y Vidal, de quien hice mención al principio de mi discurso, creo que me confundió en esa clase de absolutistas con el adjetivo de vergonzantes, que S. S. ve, y que tal vez no existe más que en su imaginación.

Sobre lo de vergonzantes ya he contestado á S. S. Yo no he sido nunca vergonzante en nada; he manifestado siempre mis opiniones. Acaso alguna vez habré usado de más franqueza que la que convenía; acaso habré dejado de callar pudiendo hacerlo, y he sentido las consecuencias, nada favorables para mí, de esta conducta; pero no estoy arrepentido. En cuanto á lo de absolutista , voy á decir algunas palabras en contestación á las pronunciadas por el Sr. Illas y Vidal. Yo soy absolutista de un absolutismo solo : no reconozco más que el de Dios , porque el absolutismo de Dios es el del Ser necesario, del Ser único , del Ser infinitamente sabio ó infinitamente justo. Pero entre nosotros (porque yo no hablo de otras naciones; no tengo misión para eso, ni puedo decir tampoco que haya una clase de gobierno que sea general, que sea la única conveniente para todos los países); hablando de España, diré á S. S. que no he sido, ni soy, ni espero ser jamás absolutista. Las pruebas que S. S. encuentra de que soy absolutista ó de que tiendo al absolutismo, estas serán calificaciones de S. S. Yo soy enemigo , por convencimiento y por organización, de la arbitrariedad; y soy amigo y partidario decidido , también por convencimiento y por organización , de la legalidad. Yo quiero Trono, un Trono fuerte, -un Trono respetado; pero no le quiero arbitrario , despótico , ni absoluto ; quiero que tenga reglas y que no falte á esas reglas. Yo quiero Cortes; las he querido siempre; jamás, en ningún proyecto , he propuesto nada en contra de su existencia. Las he querido , las quiero, y sigo queriéndolas , con gran /prestigio , con -grande autoridad.

Lo que he pensado alguna vez, lo he pensado en esa dirección y con ese fin: puedo haberme equivocado en los medios, eso es muy fácil: si los Sres. Diputados lo creen así, sea en buena hora , dése por sentado: yo no los defiendo ahora: lo que sostengo es, que el fin á que se encaminaban era dar prestigio á las Cortes, darles autoridad, darles respetabilidad; y esto por un principio, porque croo que la existencia de las instituciones y de las Cortes, si tienen algún peligro en España , es el que puede nacer de sus propios excesos. Para salvarlas y para que -puedan ser fecundos los trabajos de las Cortes, para conservar las instituciones y conservar la sociedad , es necesario que tengan gran prestigio; y no pueden tenerlo cuando en sus deliberaciones no hay la buena dirección, la mesura y el decora convenientes. Así que, piénsenlo bien los Sres. Diputados, porque yo sobre eso nada propongo, y nada habría que proponer en este momento. Si llega el caso, cuando llegue, cuando esta cuestión ocupe al Congreso , que se medite bien esto y se tenga presente.

Se podría hablar mucho sobre este asunto; se podrían recordar los ejemplos tan continuos, tan frecuentes entre nosotros, del desprestigio de la Representación Nacional, causado por ella misma, por hechos que han ocurrido en su seno: yo no lo haré, no necesito hacerlo; diré sólo que el fin á que creo que debe aspirarse es al de fijar bien la manera de resolver y de deliberar. Concíllense todos las extremos; búsquese el medio á propósito para esto; y ese medio, se» el que fuere, tiene mi voto. Propónganle otros enhorabuena: no quiero tomar la iniciativa; pero búsquese ese medio , con la conciencia de que de esa manera se conservarán y salvarán las instituciones : de otro modo , yo creo , aunque puede ser una equivocación mía, que habrá gran peligro.

He hablado por último, señores, como de un gran medio, de más importancia de lo que se cree para aspirar al fin que he indicado, para conseguir el asiento de la sociedad, y para que tengamos un Gobierno firme , sólido y estable, de la ley de empleados públicos,

Esta indicación parecerá acaso de poca importancia; y es de tanta , señores , que si no se pone remedio, y un remedio pronto y eficaz, vendrá un cataclismo. Si así seguimos, es imposible la conservación y la continuación de lo existente; es imposible la administración pública; y sin administración pública, sin una buena y ordenada administración pública, no puede haber aquí nada bueno, no puede haber nada estable, no pueden arraigarse las instituciones.

Es imposible la administración pública, cuando los empleados no tienen ningún género de estabilidad: es imposible la administración pública, cuando á cada cambio ministerial ocurre, si no el hecho, la aspiración al menos, por parte de todo el mundo , de que se verifiquen cambios y cambios radicales y generales en los empleados de todos los ramos. Parece imposible que pase lo que todos vemos, lo que yo he visto y tocado por mi desgracia, y lo que creo tocarán y sentirán todos los señores Diputados; parece imposible, pero es una cosa demasiado cierta, que, á la noticia de un cambio ministerial, todos se agitan , todos vienen, todos acuden. Y no hablo de lo que sucede, á lo menos de lo que se pretende , en tiempo de elecciones: esto, señores , horroriza.

Hasta por la material pérdida de tiempo, es imposible, completamente imposible, al Ministro ocuparse en los negocios públicos y despacharlos, si ha de atender á las reclamaciones sobre personas, si la de atender á los empleados, á los pretendientes, á los aspirantes. Señores, no culpo á nadie; no culpo á los Sres. Diputados de que les suceda lo que me sucede á mí mismo. Pues qué, ¿ un Diputado puede evitar que acudan á él con mil pretextos , barnizándolos con mil colores, una multitud de personas que demandan su protección? Esto, señores, es imposible: y lo es además en otro concepto.

Si se formara la estadística del personal de empleados públicos en actividad y cesantes en todos los ramos de la administración , nos asustarla; pero con tal trascendencia, y esto no debe perderse de vista, que de año en año van creciendo en una proporción , que concluirán por producir, como he dicho, un cataclismo. No se crea que es exageración: lo siento como lo digo; es una verdad que se topará desgraciadamente, si no se pone el remedio. ¿Hay muchos en España que, siendo de una clase pobre y laboriosa, que siendo hijos de un menestral ó de un profesor de cualquiera clase de industria, se limiten á seguir el ejemplo de su padre, á ejercer una profesión ó arte, á trabajar en su oficio? Pues, señores, son muy pocos. Lo general es que aspiren á ser empleados; y lo general es también que, con tal movimiento de empleados, haya pocos de estas clases que no hayan obtenido una vez algún empleo; y, señores, en habiendo obtenido un empleo una perdona de esta clase, por secundario que haya sido, rarísima vez vuelve á ocuparse en una profesión ni en ninguna clase de trabajo: es un verdadero vago , es una plaga de la sociedad.

¿Y qué se puede esperar, señores, de este estado social? ¿Qué se puede esperar de una nación en que un grandísimo número de personas de esta clase están fluctuando, están luchando, verdaderamente luchando, por conseguir empleos; están acechando la ocasión de lanzarse, y se hallan sin tener una ocupación honrosa, sin trabajar ni producir nada? No se puede esperar más que agitación y desorden continuos, perennes, inevitables. Pues echen la vista los Sres. Diputados á la situación en que nos hallamos hoy; consideren la en que nos hallábamos el año anterior; la en que nos hallábamos cinco, diez años antes, y verán cómo ha ido creciendo en progresión ascendente. Yo lo he notado, señores; tengo el convencimiento práctico de que esto crece de una manera espantosa; y esto que he llegado á notar, toma grandes proporciones: dentro de tres años, dentro de dos, dentro de uno, habrá tomado unas proporciones colosales; será una cosa insoportable, y no tendremos entonces ni tendrá la sociedad medios de salir de una tal situación.

El medio único, muy doloroso, señores, (cuando las llagas llegan á profundizarse y son grandes, la cura no puede ser sino dolorosa), el medio único es cerrar las puertas, establecer reglas para ingresar en las carreras públicas, reglas para ascender, reglas para conservar á los empleados, no pudiendo ser separados arbitrariamente, sino por motivos justos y fundados; reglas que en un estado normal, si nos hallásemos en él, parecerían duras; pero que hoy son indispensables, porque la enfermedad no puede curarse sino con medicamentos fuertes.

Entonces, señores, el Ministro no podría hacer lo que hoy puede, y por eso se lo reclama todo el mundo; porque entonces el Ministro podría decir: «no hay vacante; el destino que Vd. me pide no está vacante, ó la persona que le pide no tiene las condiciones necesarias que la ley exige para su desempeño, y ni la Reina puede dárselo tampoco.» Y es necesario establecer el remedio hoy tanto más duro , cuanto que hemos llegado casi al límite del mal: si esperamos un poco más sin poner el remedio , entonces, señores, ya no alcanzará; creo, en mi opinión y en mi conciencia, que no alcanzará; y entonces ese mal de los cesantes, ese mal de los pretendientes sin cualidades ni condiciones para ser empleados, será una verdadera plaga que conmoverá el orden social. Y esto afecta extraordinariamente, mucho más de lo que se cree, á la parte política; porque afecta á la administración, y la administración afecta á la política.

Por no alargar el discurso se omitió, al tratar de este punto, el recordar las disposiciones adoptadas sobre la materia en el año de 1852.

Á propuesta del Ministerio de aquella época , se dignó la Reina expedir en 18 de Junio de dicho año un Decreto, refrendado por el Presidente del Consejo de Ministros, estableciendo reglas generales para el ingreso y ascensos en la carreras de empleados públicos, entre cuyas reglas se daba lugar a los exámenes.

He molestado mucho más de lo justo, más de lo que pensaba, la atención del Congreso. {Varios Sres. Diputados: No, no.) (El Sr. Martínez de la Rosa pide la palabra para una alusión personal.)

Estas indicaciones son el producto de mis meditaciones, de mi conciencia, y no tienen ningún objeto absolutamente más que el de exponerlas á la consideración del Gobierno y del Congreso por si encuentra alguna aceptable: creo que en la mayor parte de ellas no puedo tener el título, ni lo pretendo, de originalidad: creo que todo esto se halla en el convencimiento de todos nosotros; que habré podido adivinar lo que está en la mente, con la conciencia de todos.

nea y oposiciones; fijando las categorías de los empleados, y. disponiendo que por los respectivos Ministerios se propusiesen Reglamentos especiales para la aplicación á cada ramo, de la manera más análoga y conveniente á su índole especial, d* las disposiciones generales del mencionado Real Decreto.

Los Reglamentos se expidieron, en efecto, por el Ministerio de Hacienda, en 1, por el de Gobernación en 28, y por el de Gracia y Justicia en 30 de Octubre del mismo año de 1852. Decreto y Reglamentos publicados en la- Gacela , y comprendidos en los tomos 50 y 57 de la Colección Legislativa, donde pueden, verse.

Preveníase en el Decreto general (art. 44) que sus disposiciones empezaría á regir en 1de Octubre de aquel año; y así se comenzó á verificar, habiendo tenido efecto por completo en el corto periodo que medió desde que se expidieron los respectivos Reglamentos hasta la retirada de aquel Ministerio en 14 de Diciembre de 1852.

Desde entonces el Decreto y Reglamentos referidos , sin haber sido derogados , dejaron de tener aplicación y observancia

Á los males , trascendentales y ya reconocidos en 1852, de la inestabilidad de los empleados públicos, de la injusticia en la separación de unos y en la admisión de otros, de la protección á ilegítimas ó exageradas aspiraciones, de la postergación del verdadero mérito, con gran detrimento por todas estas causas del servicio público; se procuró poner remedio por el mencionado Real Decreto, con al propósito de presentar á las Cortes un proyecto de ley en que se consignaran aquellos principios.

Desde entonces acá los males han crecido grandemente, y crecen cada día de una manera asombrosa. En aquella época el remedio no era difícil: en. el día, al paso que urgentísimo, se ha hecho menos fácil, y habrá de ser fuerte, doloroso. Algún tiempo más , y será imposible; y la cuestión de los empleados , de los cesantes y de los pretendientes, será un problema irresoluble; y la administración pública será un nombre vano, y la cuestión de los empleos será una cuestión social.

Señores, tal es la situación en que nos hallamos, en la que pesa ese conjunto de males que ligeramente he procurado indicar, así como algunos de los remedios que, en mi humilde opinión, deben adoptarse. La situación en que nos hallamos por efecto de todas estas circunstancias, preciso es confesar que no es una situación de sosiego, una situación de tranquilidad, una situación en la cual pueda decirse que la sociedad está en su asiento. No lo está; no vendrá ese asiento á la sociedad mientras no tengamos lo que he manifestado: las Cortes, que deliberen de una manera en que no pueda haber ningún género de excesos, ningún género de abuso, ningún género de escándalo; la elección, que se verifique de otra manera; el Congreso de los Diputados, que, por el número de éstos y por las circunstancias que reúnan, adquiera grande respetabilidad, gran prestigio, que tan necesario es para los Cuerpos Colegisladores. Tal es la opinión del absolutista vergonzante del Sr. Illas y Vidal. Creo que contribuirá grandemente á esto, por otro lado, la ley de empleados públicos con las condiciones que estos deban tener. Creo que es necesario tener fija la vista en la necesidad de protegerá la clase propietaria, que es la base de la sociedad, para evitar los males de que ésta se halla amenazada. Creo que debemos todos concentrarnos en este punto, y prescindir, señores, haciendo tregua, de todo lo demás que no tenga relación con él. Esta es la causa común de la Monarquía, de la sociedad, del Congreso, del Senado y de las instituciones!; porque ya dije al principio de mi discurso, y no debe olvidarse, que aquí, en España, en la Católica y Monárquica España, y en una asamblea convocada por la Corona, se ha puesto á discusión el Trono, la dinastía y la unidad religiosa. Para todos los Sres. Diputados , como para todos los demás que estamos convencidos de la legitimidad del derecho de Isabel II; para los que hemos proclamado y jurado esta bandera, á la que seremos constantemente fieles, no se necesitan más razones; pero á los que no se hallan en este caso conviene decir que fuera del Trono y fuera de la dinastía de Isabel II, lo que puede preverse, lo que puede vislumbrarse en España, es el caos.

Digo por último, que de esta manera, y concretándonos á los puntos indicados, podremos contribuir á producir en nuestra .patria la situación á que debemos aspirar todos; y que delante de esta consideración tan alta, de este fin á que debemos todos caminar, las demás cuestiones de sistemas pasados y presentes, de políticas y de programas , en cuanto no contribuyan á este fin, serán de poca ó ninguna importancia. Busquemos el fin: pensemos en los medios de conseguirlo: todo lo demás será, no sólo estéril, sino inútil y aun perjudicial. He concluido.

Enviado por Enrique Ibañes