ALEXIS LARA CLIMENT
Los políticos en general, los partidos políticos y la política representan para los españoles, uno de los principales problemas del país, según el CIS. Todos los líderes políticos son puntuados por debajo del aprobado, y los niveles de afiliación a las organizaciones políticas están más bajos que nunca pese a los avances en comunicación política. ¿Podríamos, por tanto, caracterizar la situación política actual en España como una crisis de la “democracia de partidos” que se establece con la Constitución de 1978?
¿Una democracia de audiencia?
Efectivamente. La ciudadanía, tal y como explica Bernard Manin (2008), tiene la percepción de que los partidos se han convertido en organizaciones cerradas, desconectadas totalmente de la sociedad civil, lo que podría dar lugar a una transición hacia la democracia de audiencia. Esto se traduce en tres posibles consecuencias:
- Promoción de los representantes mediáticos: frente al descrédito de los partidos, las campañas electorales se centrarán más en la personalización del líder, gestionado meticulosamente por los spin doctors que tratarán de potenciar sus habilidades mediáticas y comunicativas.
- Cambio en el patrón de la opinión pública: los canales de comunicación estructurados de manera partidista caen en desuso a favor de los canales de comunicación políticamente no partidistas. Esto a su vez se traduce, en teoría, en una mayor autonomía de los periodistas y en una supuesta mayor neutralidad de la información.
- Mayor protagonismo ciudadano: frente a esa desafección política – los partidos políticos y las instituciones públicas, así como algunos medios – han querido otorgar una mayor importancia al ciudadano-elector a través de una mayor participación. Aunque el marketing político “está dirigido a tratar al elector como a un consumidor que hay que complacer, y no como a un ciudadano al que informar e involucrar en el debate” (Mazzoleni, 2004), la realidad es que se han tenido que integrar elementos de participación popular en la política. Mecanismos como las primarias en los partidos donde – aparte de escenificar una mayor personalización sobre el candidato, – se acapara una gran atención de los medios o los sondeos – definidos por Manin como mecanismos de interacción entre representantes y representados – han contribuido a un mayor protagonismo ciudadano en la influencia para la toma de decisiones. Además, todos estos aparatos tienden a reforzar la estructura de la democracia de audiencia, por ejemplo “la publicación de los sondeos electorales tiende a aumentar la diferencia de trato de los medios a los candidatos <<reales>> y a los candidatos <<aparentes>> (Cayrol 2000, 99 – 100); alimentando de esto modo la brecha entre aquellos más mediáticos y aquellos a los que no se le dan tan bien los focos.
El caso español
Sin embargo, en el caso español, ¿podríamos decir que estamos evolucionando hacia una “democracia de audiencia”?
Si analizamos los elementos explicados anteriormente – representantes mediáticos, cambio en el patrón de la opinión pública y mayor protagonismo ciudadano – podríamos decir que sí. Sin embargo, existe una suerte de componentes que no nos permite afirmarlo con rotundidad y que pondría en cuestión esa transición desde una democracia de partidos a una democracia de audiencia. Para que este paso se diera, sería necesario que los canales de comunicación fuesen en su mayor parte políticamente no partidistas.
El libro de Traficantes de Información de Pascual Serrano es un buen ejemplo explicativo del modelo de pluralismo polarizado en el que vivimos; el autor nos muestra quiénes son los propietarios de los medios de comunicación y sus vinculaciones con el mundo de la política, lo que nos indica hasta qué punto esta interconexión coarta la autonomía de los periodistas y su libertad de expresión. Esta vinculación partidista también ocurre en los medios de comunicación públicos. El caso de RTVE es paradigmático. En abril de 2012, el nuevo decreto ley modificó la norma por la que se hacía necesario un consenso de dos tercios del Congreso para designar al presidente de la corporación, con lo que la mayoría absoluta del PP bastó para elegir a la persona de su confianza, designación que recayó sobre Leopoldo González-Echenique, como presidente de RTVE. Julio Somoano, antiguo presentador de los informativos de Telemadrid, era, por su parte, nombrado director de informativos, frente a la oposición mostrada por trabajadores de TVE.
Otro elemento que niega esta transición hacia una democracia de audiencia es el umbral de desarrollo cultural español. A diferencia de otros países, España se sitúa muy por debajo en cuanto a difusión de la prensa. En 2010, el índice de difusión se encontraba en 78 periódicos por cada 1000 españoles, muy por debajo de los 100 periódicos por cada 1000 personas que la Unesco consideraría en el umbral del desarrollo cultural.
¿Hacia dónde evoluciona el sistema mediático español?
Según la categorización que realizan Hallin y Mancini en su estudio, los sistemas mediáticos podrían clasificarse en tres grandes tipos: el modelo liberal, el modelo corporativo democrático y el modelo de pluralismo polarizado. Este último sería el del caso del Estado español, caracterizado en primer lugar por una baja circulación de la prensa resultado de una industria editorial tradicionalmente débil y una historia democrática frecuentemente interrumpida. En segundo lugar, una alta politización de los medios, como lo demuestra el caso de RTVE explicado anteriormente o el giro conservador de El País, toda vez que es rescatado con dinero de grupos de capital riesgo con unos determinados intereses políticos. En tercer lugar, existe un alto grado de instrumentalización de los periodistas, lo que da lugar a un nivel elevado de paralelismo político y a una menor profesionalización e autonomía de los trabajadores. Esta instrumentalización se da por parte del gobierno, de los partidos políticos y de los empresarios. Por último, en el modelo de pluralismo polarizado también encontramos una cierta intervención estatal en los medios, como lo demuestra la concesión de licencias en función de dudosos criterios. Hallin y Mancini, insistiendo en este concepto, exponen que “una intervención estatal más tímida puede ser consecuencia tanto de una política que tenga como objetivo favorecer las fuerzas del mercado, como del fallo del sistema político para establecer y hacer cumplir sus políticas de comunicación. Este fenómeno es […] especialmente corriente en la historia reciente de la radiotelevisión del sur de Europa. (Hallin y Mancini, 2008).
Conclusiones
En definitiva, España está en un importante proceso de cambio en el que encontramos elementos mediáticos/democráticos de modelos anteriores, pero también del que aún está por nacer.
Y es que, en los últimos años, hemos visto un incremento de la promoción de los representantes mediáticos y la personalización política, especialmente con la aparición de nuevos partidos y el boom de las tertulias políticas en televisión.
También hemos presenciado un cambio de patrón de la opinión pública. Los medios online siguen su escalada y son cada vez más los españoles los que se informan a través de ellos y de las redes sociales, en detrimento de la prensa escrita, la televisión o la radio. No obstante, la alta politización de los medios de comunicación de masas sigue siendo una constante en el caso español, por lo que se aleja de esa democracia de audiencia de Manin.
Por último, los partidos políticos han empezado a dar un mayor protagonismo al ciudadano a través de las primarias o de los presupuestos participativos en varias ciudades del Estado. En el primer caso, los medios actúan como en las democracias de audiencia y promueven a aquellos candidatos con mayores capacidades en la comunicación política. En el segundo caso, la lógica de este modelo cambia y el foco se centra por el momento en la ciudadanía.
Habrá que ver hacia donde se dirigen los nuevos elementos de la política española para determinar cuál es su nuevo sistema mediático/democrático.
Alexis Lara Climent es Sociólogo de la Comunicación y Fundador de La Comarca Científica (@_AlexisLara_)
Bibliografía: Mazzoleni, G. (2004), “La comunicación política”, p. 182. Hallin, D. y Mancini, P. (2008), “Sistemas mediáticos comparados”, p. 40 – 65.