MARIA BEFELDT
¿Cómo fue posible el ascenso de Angela Merkel? Un cuento político narrado por alguien que empezó a hacer campaña en el año que Merkel fue candidata por primera vez.
Nací en el oeste de Berlín, cuatro años antes de la caída del muro. Pese a estar completamente rodeada por la Alemania socialista (RDA), nuestra mitad de la ciudad pertenecía a la República Federal Alemana (RFA). Cada vez que salíamos de viaje o a visitar familiares debíamos cruzar fronteras y controles. Cada mañana podíamos escuchar a los soldados estadounidenses hospedados en mi barrio cantando “Who saves the freedom? The army! The army”, mientras corrían por la avenida principal. El canciller era Helmut Kohl. Mientras tanto, del otro lado del muro, una joven escribía su doctorado en química. Su padre era un pastor protestante y su familia se había radicado en la RDA voluntariamente. Ella estaba cómoda en el sistema. Su padre defendía una iglesia interconectada con el socialismo y ella llegó a ser secretaria de propaganda y agitación en su instituto académico. Esta joven era Angela Merkel.
El muro cayó, las promesas del canciller Kohl sobre “paisajes florecientes” no se cumplieron y la coalición entre el viejo partido de obreros (SPD) y el nuevo partido de revolucionarios ambientalistas (Los Verdes) intentaba brindar un aire renovado a la Alemania reunificada. En ese contexto Merkel ascendía lenta pero continuamente en la estructura partidaria de la CDU (Unión Demócrata Cristiana).
Merkel empezó como “la niña de Kohl” y no pasó mucho tiempo hasta que fue nombrada ministra en su gabinete. Durante su ascenso supo quitar de su camino a cualquier colega inconveniente. A veces, detrás del escenario, y otras veces, públicamente. Ejemplo de esto último fue su carta abierta contra Kohl, su propio mentor, quien se vio envuelto en un escándalo por donaciones ilegales al partido.
En las elecciones de 2005 Angela Merkel fue la candidata a canciller de la CDU. Unos comicios que ella misma bautizó como “la elección determinante” (Schicksalswahl). Esas fueron las elecciones que me hicieron militante del SPD.
La hora de Merkel
Comencé haciendo unas prácticas con el entonces secretario general del SPD. Haciendo campaña con él en la calle percibía diariamente la decepción y la ira de la gente. Sin embargo, el apoyo hacia el SPD seguía firme y durante el verano de campaña creció de forma importante, casi milagrosa. Así fue como se pasó del triunfo seguro de la CDU que los medios y las encuestas pronosticaban, a un casi empate con los socialdemócratas.
En la noche de la elección, la sede del SPD en Berlín era una fiesta. Yo aplaudía frenéticamente junto a los compañeros al ver los resultados de las 18 horas. Gerhard Schröder, exhausto por la intensa campaña y alentado por los militantes, gozó su gran victoria contra las encuestas. En este momento glorioso, nadie se podía imaginar lo que iba a ocurrir apenas una hora después.
Schröder se presentó en el plató de la televisión nacional alemana (ARD), como indica el protocolo y la tradición política alemana. Hasta el día de hoy no sé qué es lo que pasó en el viaje desde la central del partido hasta los estudios de televisión, pero cuando lo vi en las pantallas gigantes quedé atónita. Nuestro candidato estaba desencajado. Atacaba de forma arrogante a los presentadores por una supuesta “contra-campaña” de los medios. Insistía en que no habría manera de que su partido entrara en negociaciones con la CDU y, por consiguiente, de que aceptase a Merkel como canciller. Sus palabras quedaron para la posteridad. Durante toda la discusión Merkel se mantuvo calmada, con un gesto de casi imperceptible asombro. Finalmente, luego del escrutinio definitivo, la CDU oficializó su victoria y se aseguró liderar la próxima coalición de gobierno. A partir de esa noche del año 2005, en Alemania no hay alternativa a Angela Merkel.
“Ustedes me conocen”
En la campaña del 2013, trabajé a tiempo completo en la sede del SPD para el candidato Peer Steinbrück. A pesar de que la campaña no estaba diseñada para él, Steinbrück logró posicionar temas en la agenda, transmitir los temas prioritarios del partido y demostrar que los socialdemócratas también podían manejar la economía. Pese a todo, Merkel seguía siendo imbatible.
En el debate televisivo entre ambos candidatos, la canciller cerró con una frase que pasó a la historia: “Ustedes me conocen”. La gente no quería escuchar problemas, no quería reformas que podrían fallar. Los votantes querían lo que conocen.
Luego de una segunda gran coalición es posible afirmar que Merkel se ha institucionalizado. Pareciera que no hay alternativa a ella en la política alemana. Trabajé para Sigmar Gabriel, entonces ministro de economía y vicecanciller del gobierno, cuando se inició esta nueva gran coalición. Me tocó observarla en tanto que competencia directa de mi jefe. En sus discursos se mostraba un poco más accesible y humana, sin embargo nunca se dejaba llevar por debates emocionales.
Al estar más cerca de ella por mi trabajo con Gabriel, observé que su costumbre de eliminar a contrincantes a sangre fría se complementaba con una actitud no tan conocida. En el trato diario ella nunca se muestra arrogante o infalible, incluso cuando tiene contacto con los empleados de otros políticos. Su estrategia de esperar antes de tomar una posición, de buscar el consenso en lugar del debate confrontativo, es particular. El mundo de la política muchas veces se ve dominado por una suerte de masculinidad tóxica, donde el más agresivo sobrevive. Sin embargo, la falta de debates también adormece la cultura democrática. “No se preocupen”, nos murmulla la cancillera, “Yo sé lo que estoy haciendo”.
La “madre” de la nación
Resulta paradójico que una mujer que nunca ha tenido hijos encarne tan bien el rol de la “madre” de la nación. Al principio el término “Mutti” (“mamá”) fue usado maliciosamente por sus opositores dentro del partido. Por entonces, el mensaje implícito era que ella sería incapaz de gobernar en la alta política. Sin embargo, hoy día, hasta los refugiados acampados en Grecia llevan carteles que dicen “Help us, Mama Merkel!”.
La primera vez que Merkel se posicionó claramente en un tema fue cuando dejó ingresar directamente a unos veinte mil refugiados atrapados en la ruta de Hungría. Al hacerlo, incorporó un elemento moral muy potente a su forma de hacer política y de gobernar el país. Fue una decisión relativamente espontánea, cuyo impacto fue permanente. No sólo porque se atrevió a tomar una posición claramente impopular, sino también por el significado que tuvo para los refugiados en el país. Hace un tiempo hablando sobre la campaña una amiga de Siria me dijo: “¿Si ella ya no es gobierno, si pierde las elecciones, ¿nos van a matar?”. Mi reacción inicial fue argumentar las razones por las que el SPD tiene la política más favorable para los refugiados. Pero terminé aceptando que para muchas personas, Merkel se ha convertido en un escudo simbólico casi existencial.
En enero, Martin Schulz (SPD) había entrado con bombos y platillos al escenario como un nuevo actor prometedor. Se sintió una añoranza casi desesperada de la sociedad alemana por una figura nueva, una figura que conmueva. El SPD subió en las encuestas, casi al nivel de la CDU de Merkel.
Ahora, faltando pocas semanas para la elección, la campaña está adormecida. La euforia por Schulz se evaporó. Tanto el SPD como su candidato se enredaron en sus propias dificultades. Esto generó que las diferencias entre los partidos no estén claras para los votantes.
Mientras tanto, desde los carteles que cuelgan de las luminarias callejeras, ella nos observa con una sonrisa alentadora y luciendo una chaqueta de azul real: Angela I, la intocable. La veo cada día y a veces me pregunto: ¿Dónde estaríamos hoy si la joven secretaria de agitación socialista se hubiera incorporado al SPD en lugar de a la CDU cuando cayó el muro? ¿Estaría haciendo campaña para ella?
Maria Befeldt es politóloga por la Universidad Libre de Berlín. (@maria_thinks)
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