NATALIE RUIZ CASADO
Con sólo 2.526 palabras, el coronel José Francisco Alberto Caamaño Deñó logró permanecer en todos los libros de historia dominicana, al pronunciar un discurso que perduraría más de cinco décadas, cerrando un episodio de la historia y “devolviendo al pueblo, lo que el pueblo le dio: el poder”.
Surge entonces la pregunta, ¿puede un presidente a través de su renuncia convencer al pueblo de la existencia de la libertad y soberanía, luego de la más devastadora guerra civil de los últimos años?
Fortaleza Ozama: una prisión como símbolo de libertad
El día 3 de septiembre de 1965, en la antigua prisión conocida como la Fortaleza Ozama, con un tono drásticamente diferente a lo acostumbrado para la época, Caamaño Deñó pronunció un discurso basado en la voluntad impuesta de entregarle al pueblo el poder que, el mismo pueblo le había otorgado, luego de haber sido nombrado Presidente Constitucional por el Congreso de la República Dominicana, el 4 de mayo de 1965. Es en este episodio de la historia dominicana, que un presidente, por convicción y conciencia, devuelve la investidura de presidente, anteponiendo los valores políticos y humanos, que ahora en nuestros días vemos ausentes y carentes de fuerza.
No obstante, el contexto histórico en el cual se desarrolla este discurso, hace difícil encasillarlo en un paradigma. Requiere más de una lectura para completar el estudio profundo de la ideología que muchos constitucionalistas han estado buscando durante años, lo que hace preciso observar detalles como: los hechos, el contexto y la acción que tienen las palabras.
Sin desmerecer el elaborado discurso de Caamaño, este puede resumirse en la siguiente frase, una frase que quedará grabada en la historia del pueblo dominicano y en aquellos corazones, necesitados de creer en la democracia y con sed de justicia social:
“Porque me dio el pueblo el poder, al pueblo vengo a devolver lo que le pertenece. Ningún poder es legítimo si no es otorgado por el pueblo, cuya voluntad soberana es fuente de todo mandato público…”
Poco importa un discurso aunque sea pronunciado por un presidente, si no ejerce ninguna influencia efectiva en quienes lo escuchan o si no trae consecuencias reales en el cambio de “marco”, como lo establece George Lakoff: “la gente piensa mediante marcos”. En este caso, Caamaño trató de convencer al pueblo de que a pesar de que él entregaba el poder, permanecería la democracia y la libertad por la que ellos habían luchado. Él utiliza un lenguaje comprensible y emotivo al dirigirse a diferentes estratos socioeconómicos de la sociedad. El recurso retórico se podría definir como clásico, pero de aquellos clásicos de antaño, aquellos que no se olvidan y se quedan para siempre. No es fácil construir una visión de libertad y convencer sobre el concepto de democracia en un contexto donde el país concluía una devastadora guerra civil para liberarse de una intervención estadounidense. ¿Qué necesitaba escuchar el pueblo dominicano? Esperanza, valor, optimismo, desde una figura valiente y líder, como lo fue Caamaño.
Caamaño utiliza también la metáfora como un recurso simbólico, enérgico, que toca a la gente. Como diría Lakoff: “las metáforas duermen en nuestros cerebros esperando que las despierten”. Y fue justamente este, el recurso que utilizó el líder dominicano para hacerle entender al pueblo que la valentía con la que el pueblo lucha para lograr restaurar su independencia, nunca sería revocada:
“Heroicamente, con más fe que armas y con enorme caudal de dignidad, el pueblo dominicano abría de par en par las puertas de la historia para construir su futuro. Hondas, muy profundas eran las raíces de esa lucha. Desde la Independencia, desde la Restauración, caminaba el pueblo muriendo y venciendo tras su derecho de ser libre”.
Cada párrafo que enlaza el desarrollo de este speach, como dicen los gringos, hace aún más interesante su análisis. Pero a la vez recaptura la palabra democracia, perdida y pisoteada en aquella época, y en su discurso toma vida, acogiéndola como el fin supremo al que un país soberano puede aspirar. Redimensiona la palabra democracia como el poder que tenemos todos y todas de ser iguales y sentirnos como tal. Se convierte entonces, en la boca de Caamaño, en una palabra poderosa que traspasa las fronteras de la opresión y devuelve la esperanza y la posibilidad de un mejor país, construido por todos y para todos. El líder devuelve ese poder a la gente, pues a ellos les pertenece. Ese es el mensaje central, la idea “marco” del discurso, y el alma de las frases de aquel día.
Concluye, el valeroso presidente, con la melancolía en la mano, pero con la cabeza en alto y deparando un mejor porvenir para los dominicanos y dominicanas:
“Ante el pueblo dominicano, ante sus dignos representantes que aquí encarnan el honorable Congreso Nacional, renuncio como Presidente Constitucional de la República. Dios quiera y el pueblo pueda lograrlo, que esta sea la última vez en nuestra historia que un Gobierno legítimo tenga que abandonar el poder bajo la presión de fuerzas nacionales o extranjeras. Yo tengo fe que así será”.
No cabe duda que este análisis del discurso no es suficiente para entender la magnitud de aquella tarde en la Fortaleza Ozama, sólo son referentes de un personaje que, a través de la palabra, tocó las mentes y conciencias de la gente, cambiando su “marco” hacia uno basado en la libertad, la independencia y la democracia. Fue, por medio de la palabra, que cambió el modo de ver la política con su fuerza transformadora, aún en las inevitables desavenencias e injusticias que tiene la vida.
Natalie Ruiz Casado es periodista política. Articulista y logógrafa (@natalieruizc)
Publicado en Beerderberg
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