Guía para que parezca que has leído el libro del que todo el mundo habla

LUIS ARROYO

No porque no quieras leerlo: yo llevo una cuarta parte de sus 500 páginas (sin contar notas y apéndices), y te aseguro que merece la pena. No. Te doy esta guía porque no podrás leerlo de momento a menos que quieras hacerlo en inglés y compres la edición electrónica o lo cojas en una biblioteca si es que lo tiene alguna. Está completamente agotado. Pregunté por él en dos librerías de Nueva York, la muy comercial Barnes& Noble de Union Square y la muy fascinante Strand de Broadway. Nada. Volví a preguntar en la librería del Banco Mundial en Washington, que lo tiene todo. «Lo siento, el libro está agotado. Se supone que van a tirar otros 20.000 o 30.000 ejemplares».

Sorprendente, porque se trata de un auténtico tratado de Economía, larguísimo, salpicado de conceptos complejos, que está escrito por un francés (y sabemos que lo francés no cuenta con la simpatía inicial de los estadounidenses) y porque no hace muchas concesiones a la literatura, más allá de algunas menciones cultistas al realismo de las novelas europeas del siglo XIX.

Hablo, por supuesto, del libro de Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century. ¿Por qué ese éxito? ¿Qué dice? Y también, ¿por qué debemos ayudar a que sus ideas se extiendan?

Thomas Piketty (pronúnciese «Tomás Piketí») ha revisado más de un siglo de datos de la economía de dos decenas de países. Los cálculos sobre lo que esos países produjeron e ingresaron. Los datos de cómo distribuyeron sus ingresos. El economista ha recogido los cálculos sobre la riqueza mundial y cómo llega. Ha mirado en cada rincón de la economía mundial y de su historia. El trabajo y su muy fluida exposición a lo largo del libro, que se recorre más como un paseo que como una escalada, proporciona decenas de datos curiosos y de ejemplos e ilustraciones interesantes. Pero la línea argumental es muy poco anecdótica, muy sustancial y muy inspiradora.

Piketty plantea el problema nada más empezar el libro: «Cuando la tasa de rendimiento del capital supera la tasa de crecimiento de la producción y el ingreso, como sucedió en el siglo XIX y parece bastante probable que pase en el XXI, el capitalismo genera automáticamente desigualdades arbitrarias e insostenibles que dañan radicalmente los valores meritocráticos sobre los que se asientan las sociedades democráticas».

Pese a la complejidad de los análisis, sobre los que, sin embargo, el economista francés te guía de manera sumanente didáctica, la tesis es bastante sencilla: no es verdad ese axioma conservador según el cual «el aumento del caudal eleva a todos los barcos», es decir, que el crecimiento favorece a todos de forma similar. No: hay momentos en la historia, explica y demuestra el libro, en que a través de incrementos muy superiores del rendimiento del capital (inmuebles, por ejemplo), una concentración de la riqueza en unas pocas manos, salarios estratosférios, autoconcedidos y completamente injustificables a los grandes directivos, y unas leyes que permiten que eso se perpetúe y aún aumente (eliminando impuesto de sucesiones o facilitando transmisiones patrimoniales), crece la desigualdad y el famoso 1% se refuerza en sus privilegios y su extraordinario poder.

Sucedió, dice Piketty, en el siglo XIX, y podría estar pasando ahora, especialmente desde los años 70 y 80. No sucedió en el siglo XX porque las guerras mundiales actuaron como un nivelador que alivió las desigualdades por la vía más trágica y porque en los años 50 se optó por el Estado Social como modelo, con fuertes inversiones públicas en igualdad a través de la educación pública, la salud pública, las pensiones y los subsidios, etc. Naturalmente, eso implicó la instauración de un sistema fiscal progresivo, improvisado en buena parte en el periodo caótico de las dos guerras. Pero en sociedades como la nuestra, con tiempos de paz muy sostenida, con crecimientos que tienden a estabilizarse –convenientemente, dice Piketty– entre el 1 y el 2% –sucede que unos pocos cada vez tienen más, se fijan a sí mismos sus propios privilegios, copan los accesos a las mejores universidades –Piketty detiene su atención particularmenten en la educación superior– establecen sus propias normas y las de los demás, y fijan sus propios impuestos. Al mismo tiempo aumenta la distancia con el resto y la desigualdad se hace más patente.

Las propuestas de Piketty son tan concretas que dan título a sus subcapítulos: un sistema fiscal verdaderamente progresivo, que no admita lo que sucede ahora en Estados Unidos o en Europa, donde los más ricos entre los ricos pagan proporcionalmente menos que los demás. Un impuesto «confiscatorio» del entorno de un 80% sobre las rentas del capital excesivas (intereses, rentas inmobiliarias, dividendos), y sobre los salarios de infarto que se autoasignan las grandes compañías, como el que se ha aplicado de hecho en Estados Unidos desde la Gran Depresión y hasta los años 80 del siglo XX. Un impuesto global a la riqueza –utópico reconoce el propio autor– que grave los ingresos no productivos. Por ejemplo sugiere Piketty, en un 1% si el ingreso es de entre 1 y 5 millones de euros, o en un 2 si los ingresos son superiores a 5 millones. O un incremento inmediato de la transparencia en las transacciones internacionales. Por ejemplo con una transmisión automática de los datos de la banca mundial.

Dos centenares de líderes de opinión europeos discutían el otro día en Amsterdam posibles medidas para «hacer que las políticas progresistas funcionen». En Economía no estábamos de acuerdo en nada. Para unos había que subir impuestos; para otros, bajarlos. Si alguien decía que había que imponer el impuesto de sucesiones, a otro eso le parecía casi trotskista. Basta mirar el lamentable manifiesto de los socialistas europeos para las próximas elecciones al Europarlamento, para constatar la lamentable vaguedad de la socialdemocracia y su aburguesamiento. Cómo no iba a ser así si en la propia Unión Europea se permite que haya paraísos fiscales como Luxemburgo o Andorra, o limbos como Irlanda o la propia Holanda.

Puede que en Piketty haya algo de marketing editorial y de este déficit de atención que nos aflige al ritmo de trending topics, pero creo que hay mucho más. Con conocimiento de causa, con elegancia, y sin dogmatismos Piketty le dice al mundo lo que el mundo intuye: Que hay una ínfima minoría con enormes e indecentes privilegios. Y también le dice al mundo lo que el mundo quiere oir: Que hay soluciones científicas, concretas y sí, de fuerte inspiración ideológica, para que eso deje de ser así.

Luis Arroyo es consultor de comunicación política. Presidente de Asesores de comunicación pública.Publicado en www.luisarroyo.com

Publicado en Beerderberg

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