ÁNGEL ARCE
Jürgen Habermas filósofo y sociólogo alemán llamó a la acción deliberada de hacer que las instituciones del estado fallen, la “legitimación de la crisis”; esta teoría establece que con el objetivo de privatizar los servicios públicos colectivos que garantizan los derechos básicos de las personas como la educación y la salud pública de calidad, estos deben entrar en crisis culpando ante la opinión pública no a quienes llevaron a cabo la implementación de dichas acciones o políticas destructivas de lo público, sino al gobierno mismo haciendo que las personas pierdan la confianza en la gobernanza democrática.
La aplicación de esta táctica de corte neoliberal de privatización y de administración de la crisis pública, la podemos contemplar en una profunda práctica en Estados Unidos en donde la segunda administración de Donald Trump junto con sus aliados republicanos en el Congreso estadounidense aprobaron un paquete legislativo llamado “The One Big Beautiful Bill” – no es broma – el cuál corta fondos multimillonarios a programas sociales como Medicaidy a otros rubros que atendían principalmente a personas en situación de vulnerabilidad y de pobreza incluyendo a los veteranos de las Fuerzas Armadas estadounidenses y personas de la tercera edad que con esta nueva legislación perderán incluso, el derecho a recibir apoyo económico para comprar sus medicinas y satisfacer necesidades elementales y tan básicas como lo es el comer, mientras que a los supermillonarios se les recortarán como resultado de esta legislación impuestos por un trillón de dólares. ¿El resultado? Se estima que cincuenta y un mil norteamericanos morirán al año como resultado de la puesta en práctica de la “legitimación de la crisis” de la administración Trump.
Pero no sólo en Estados Unidos sino también en países como México – la economía número doce del mundo – podemos distinguir la aplicación de la “legitimación de la crisis” en donde el partido gobernante Morena, ha reducido considerablemente y paulatinamente la capacidad del estado mexicano para garantizar el acceso a servicios públicos de calidad para toda la población, principalmente en beneficio de los sectores más pobres de la sociedad. Tan solo en el sexenio de uno de los presidentes más populares de la historia del país, Andrés Manuel López Obrador, debido a la implementación de su política insignia de austeridad, 6 millones de niños de entre 0 y 5 años de edad se quedaron sin la aplicación del esquema completo de vacunación básica; a la vez de recortar del presupuesto público para salud 157 mil millones de pesos suspendiéndose como resultado en un 97% las atenciones en el sistema público de los pacientes con cáncer. Para el 2025 nuevamente se redujo el presupuesto público para salud en 12.2% y la inversión pública productiva del gobierno mexicano cayó a su nivel más bajo desde 1995 con un 29.15%.
En El Salvador, en Israel, en Argentina, en Austria, en Rusia y en Turquía por nombrar algunos países, podemos encontrar además otro patrón que se suma al de la gestión de la legitimidad de la crisis que es, el ascenso y la permanencia en el poder de figuras ampliamente populares pero también, autoritarias y extremistas que utilizando un discurso autenticista que apela a las emociones y necesidades – principalmente negativas -de la población usando la comunicación como arma, han sido no solo los artífices del deterioro y de la degradación del lenguaje y el discurso público (ya he abordado el tema con un poco más de profundidad a partir del libro “Sin Palabras” del periodista Mark Thompson en un texto anterior) sino también de la construcción de regímenes antidemocráticos, violatorios de derechos humanos y de las libertades civiles evolucionando hacia estados policiales o militarizados que vigilan prácticamente toda la actividad de la población a través de políticas públicas, reformas de leyes y tecnologías enfocadas en la “seguridad pública” que nos hacen recordar la primicia de la novela “1984” de George Orwell.
Con los sucesos recientes en Estados Unidos como ejemplo, podemos comprobar también que el análisis y la hipótesis de los politólogos y académicos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro “Cómo mueren las democracias”, se está cumpliendo a cabalidad y que la erosión democrática del país más poderoso del mundo la estamos presenciando en vivo conforme avanza la segunda administración de Donald Trump en donde se criminaliza a la oposición, se busca controlara a los medios masivos de comunicación y a las plataformas digitales sustituyendo la información y la narrativa características de la comunicación política y gubernamental, por las campañas de propaganda además de perseguir a las minorías étnicas y políticas utilizando a al aparato del estado que ya están siendo controladas por una sola persona en este caso, el presidente de los Estados Unidos acercándonos – digo acercándonos porque las acciones de un país como EEUU sin duda tiene repercusiones mundiales – a un retroceso de 80 años en donde el fascismo en Europa y otras partes del mundo como Latinoamérica dominó naciones por años causando uno de los conflictos bélicos más extensos y catastróficos de la historia de la humanidad, además de varias de las crisis de desaparición forzada de personas más indignantes también de la historia del siglo XX.
Y a todo esto ¿En dónde está la izquierda progresista y democrática?
Salvo algunas voces trascendentales, importantes, congruentes y con gran impacto en la opinión pública mundial como las del senador demócrata Bernie Sanders, la representante también demócrata Alexandria Ocasio – Cortez, el presidente Gabriel Boric en Chile y recientemente también en Estados Unidos la del gobernador de California Gavin Newsom y el nominado demócrata a la alcaldía de la Ciudad de Nueva York Zohran Kwame Mamdani, los actores políticos y partidos políticos socialdemócratas o progresistas tradicionales parecen “noqueados”, sorprendidos, indecisos e incapaces de reaccionar ante el crecimiento y el fortalecimiento del neofascismo del siglo XXI. Sin articulación internacional como la que ha construido eficazmente la alianza de partidos de derecha y extrema derecha en la Internacional Conservadora y con derrotas, victorias circunstanciales o electorales muy lejanas a las votaciones históricas en comicios recientes de partidos como el Laborista de Inglaterra, el PSOE de España, el Socialdemócrata de Alemania, los Demócratas de EEUU, el histórico PRD de México – que perdió su registro en las últimas elecciones presidenciales del país norteamércano -; el Frente Amplio de Uruguay que con la muerte del histórico José Pepe Mujica ha perdido toda mística u opciones recientes como El Nuevo Partido Democrático de Canadá que tuvo un derrota catastrófica en las últimas elecciones generales del país de la hoja de maple, el panorama político de contención democrática institucional ante el avance de la agenda de la extrema derecha parece profundamente endeble.
A su vez las organizaciones de la sociedad civil progresistas o de izquierda además de medios de comunicación alternativos e independientes (salvo honrosas excepciones como AJ +, Spanish Revolution, Greenpeace, Article 19, Progressive International y Amnistía Internacional: me gustan mucho sus contenidos, sus estrategias generales de comunicación y la creatividad de sus campañas) también carecen de un plan de acción que más allá de la organización de sus coloquios, discusiones internas, foros temáticos y congresos de autoconsumo entre otras actividades de difusión, acción política o comunicacional, tampoco han podido impactar de manera territorial apelando a las soluciones reales de las necesidades de las sociedades de sus respectivos países, para crear junto con los partidos del espectro político de avanzada las circunstancias necesarias para amasar una base social de apoyo que es fundamental para no solo ganar elecciones sino también, para dar un vuelco cultural, de percepción y de acción política que posicione en la mayoría de la ciudadanía la importancia de contar con instituciones públicas y gubernamentales sólidas y democráticas que garanticen los derechos y las libertades fundamentales para el desarrollo humano y por ende, el acceso a una vida digna para todas las personas sin distinción.
¡Más activismo político, social y digital!
El activismo político y social además del activismo digital o ciberactivismo – que surgió con el desarrollo, popularización y democratización del acceso a Internet y a las Tics – han sido aliados naturales y herramientas muy importantes en la lucha por la consecución de los derechos humanos y las libertades civiles, principalmente desde las luchas sociales de las minorías étnicas y políticas en la década de los años 60’s y hasta la fecha.
Grandes activistas como Martin Luther King, Malcolm X, Nelson Mandela, Rosario Ibarra, Harvey Milk, el movimiento feminista histórico entre otros en diferentes latitudes del globo, han utilizado el activismo político y social como un agente de cambio poderoso que no solo ha influenciado la metamorfosis de sus países de origen hacia sociedades más incluyentes, diversas, democráticas y plenas en el goce de derechos, también el activismo ha sido el “arma” pacífica histórica por excelencia para enfrentar a régimenes y personajes autoritarios.
¿Qué es el activismo político, el activismo social y el activismo digital?
El activismo político se asocia normalmente con la militancia activa en un instituto político u organización política sin embargo, puede ponerse en acción por cualquier ciudadano que participe e impulse decididamente campañas que evoquen o busquen un cambio sustancial en el ámbito público pero sobre todo, un cambio en su entorno comunitario en beneficio de la gran mayoría de sus habitantes. A su vez el activismo social o cívico se desarrolla a través de la organización de grupos o personas que puede darse en asociaciones civiles con diferentes fines y áreas que apuntan a lograr cambios en diversos aspectos de la vida en sociedad. Entonces podemos definir al activismo en general, como la actividad social y proselitista que desarrolla una persona o un conjunto de personas concretamente en la vida pública apuntando a lograr algún cambio sustancial en su comunidad o en la sociedad.
El activismo defiende y promueve una causa y lo expresa con el objetivo de sumar apoyo para propiciar que las autoridades o los responsables de la toma de decisiones, actúen en sintonía con sus ideales o motivaciones. Finalmente el activismo digital es aquel que utiliza las herramientas y plataformas digitales es decir, el Internet, las redes sociales, las plataformas de peticiones, los medios de comunicación autogestivos, alternativos e independientes; las aplicaciones y cualquier otro canal de comunicación electrónico para captar la atención, comunicar cuál es su causa, qué cambios promueven y con qué objetivos llamando a más personas a sumarse para tomar acciones concretas en el entorno digital por medio de campañas y temas específicos para influenciar la discusión pública y con ello la toma de decisiones con respecto a las causas que se promueven legitimando ante la opinión pública, dichas acciones y cambios planteados.
Es entonces en el contexto político, social y cultural en que se encuentra actualmente el mundo – invasiones de un país a otro, resurgimiento del fascismo, genocidios y en general el fin del consenso – que las organizaciones civiles progresistas y los partidos políticos de izquierda democrática, pueden lograr la articulación no solo institucional, sino programática y temática deseada que es necesaria para hacer frente al extremismo político.
Es poniendo en práctica y con estrategia que todos los tipos de activismo tomando la creatividad como primicia además de la comunicación asertiva, racional, auténtica y en un lenguaje sencillo – el de las personas con las que se busca conectar – que la construcción de una base social popular mayoritaria que pueda legitimar el discurso, las causas y la agenda progresista y de izquierda democrática – sobre todo una agenda que incluya el derecho a un empleo digno, a la seguridad social, a la educación de calidad, a la vida y el retiro digno – tendrá más posibilidades de concretarse y de hacerse realidad.
Nadie es dueño de sí mismo hasta que es totalmente libre y la lucha por la libertad hoy tiene un nuevo paradigma que superar en un nuevo campo de batalla que empieza no por el control político, sino por la reconstrucción de la palabra; por la recomposición del lenguaje público y con ello por la legitimación popular del quehacer político como herramienta de transformación de la realidad en beneficio de la gran mayoría y no del 1% de la población más rica del mundo.
Ángel Arce es Director creativo, consultor político y apasionado de la creatividad viva que nos rodea. Comunicólogo y publicista por la FCPyS de la UNAM. Entusiasta del activismo político y el activismo digital. (@AngelArceOrtiz)

