¿El “mito” Bolsonaro o el “macho” en el poder?

LUCIANA PANKE

Analizar la comunicación del presidente brasileño Jair Bolsonaro (sin partido) es observar casi una realidad paralela en Brasil. La comunicación del gobierno y su comunicación personal en algún momento se encuentran, pero acá me detengo en interpretar su imagen pública. El posicionamiento de la persona pública se realiza delante del mensaje comunicado pero aún más de la percepción generada. Para Bolsonaro, la manifestación emocional y el discurso nacionalista cristiano son marcas destacadas especialmente en su campaña electoral presidencial. La palabra “mito” se quedó asociada a él y fue repetida miles de veces por sus seguidores, que ignoraban el hecho de que fuera diputado hace 30 años y al mismo tiempo considerarlo la “nueva” política. Hablar desde la perspectiva conservadora implica entender que para este grupo político la política es patriarcal, heteronormativa, autoritaria y donde las emociones como el miedo y la ira están mezcladas con el papel del salvador varón. 

El héroe en la perspectiva de la imagen pública de Bolsonaro recurre a la masculinidad tóxica agresiva, el “macho”. Sus actitudes en ese sentido son evidentes en diversos momentos. Pronto las ejemplifico. Sin embargo, primeramente, me gustaría comentar la política desde una perspectiva de género. Históricamente, la política contemporánea mundial es masculina. Eso significa no solamente la presencia predominante de hombres en los puestos de mando, sino de actitudes agresivas de disputas del poder por el poder, sin cooperación y la necesidad del ego de tener la razón y de mantener los avances de la economía en primer plano. Hoy día poco más del 7% de todos los países son liderados por mujeres y a ellas les cuesta llegar al poder. Más que eso, en la mayoría de los países, para ellas es toda una trayectoria obtener respeto, visibilidad y voces políticas activas. De ser así, las sociedades en general se acostumbraron a ver a los hombres en los puestos de toma de decisión pública, relacionando a las mujeres, a menudo, con la maternidad y los espacios privados. Ese modo de vivir cambia de perspectiva más o menos consciente de acuerdo con otros factores socioculturales, económicos, políticos e ideológicos. 

La política conservadora es manejada por varones de mediana edad acostumbrados a sus corbatas, sus oficinas muy cómodas, sus whiskys, sus juntas directivas entre ellos y su toma de decisiones igualmente privadas. Para muchos, no les entra en la cabeza compartir la toma de decisiones públicas con mujeres, afros, pueblos originarios, jóvenes, u otras minorías. El sistema político patriarcal es dominador por esencia y domina a otros varones que están en sumisión económica. El sistema se manifiesta en comportamientos conocidos como “machistas” que, por ende, están presentes también en grupos progresistas. Aunque varios no lo admitan, vale ver por ejemplo, sindicatos y partidos donde no hay mujeres en sus mesas directivas o donde las mujeres son invitadas a ser vicepresidentas para adornar ceremonia, o para transmitir una imagen simpática del varón que está en la cabeza de la votación. 

Desde que se ha juzgado a Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores – PT) y entrado a su vice, Michel Temer (Movimiento Democrático Brasileño – MDB, partido que siempre estuvo en el poder como ‘base’), Brasil hizo una vuelta hacia a la derecha. Con la elección de Bolsonaro y su gobierno militar se ha oficializado el inicio de ese período neoliberal conservador. Para eso, la comunicación electoral tuvo como factores las narrativas resultantes del juicio en contra de Rousseff, de la investigación de los trabajos de la Policía Federal y del Ministerio Público (Operação Lava Jato), los problemas económicos y la detención del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en la cárcel, de modo que no pudo disputar la presidencia el 2018.

El escenario fue construido, entonces, para hacer creer que el PT había creado la corrupción en el país y todos los que no eran cristianos o cuestionaban a Bolsonaro eran “comunistas”. La comunicación se pasó por aplicaciones de mensajería instantánea, principalmente WhatsApp, financiada ilegalmente por empresas que presuntamente patrocinaron noticias falsas a su favor y contra todos los contrincantes, en especial, al enemigo principal: el partido de los trabajadores y Lula da Silva.   

En paralelo desde su campaña, el actual mandatario realiza lives en sus perfiles digitales donde presenta su versión de realidad. Afirma, por varias veces, que la prensa es otra enemiga, en especial cuando revela las sospechas de corrupción de su clan, los números de muertes por covid-19 y en su discurso repite sus narrativas electorales. ¿Por qué lo digo? Porque todavía afirma el discurso de “Dios arriba de todos”, acá el Estado es laico por ley, “Brasil arriba de todo” el discurso nacionalista de morir por el país. Los ministros de la salud no se quedan en la función, pues recomiendan el aislamiento y el mandatario caminaba (hasta recibir punición de la justicia hace un par de días) por las calles saludando la gente sin usar mascarilla, como si nada pasara y además incentivando a la gente a aglomerarse a su favor y en contra de todas las instituciones democráticas del país. O sea, su autoritarismo presente: como presidente no ve que hay diputados, vicepresidente, leyes, el Supremo Tribunal Electoral y de Justicia, nada. Sus hinchas lo siguen con palabras de orden y dudando de la existencia de la pandemia, por ejemplo. 

Cuando disertaba que Bolsonaro es ejemplo de una masculinidad tóxica en la política me refería, así, de esos comportamientos antidemocráticos evidentes, por esencia, cuando el “macho” cree que puede mandar y listo, ya está. El autoritarismo está presente en muchos liderazgos, algo desde Maquiavelo, con hombres temidos y no amados. En Bolsonaro, lo tóxico es el desprecio hacia las mujeres: su invisibilidad en el poder, la única hija fue denominada como “error”, sus chistes grotescos, sus varios matrimonios –si bien defiende “la familia tradicional”–. El símbolo de su campaña electoral, los dedos en forma de arma, la defensa de la muerte y el armamento de la población, además fálico, es algo violento por esencia –si bien defienda valores humanitarios cristianos–. Otro punto, que seguro que la psicología explica muy bien, es el perjuicio en contra de cualquier orientación sexual que no sea heterosexual y la necesidad de expresiones sexuales de todos los matices en sus comentarios. Finalmente, los gritos con que recibe a los periodistas que no son pagados por el gobierno. Gritos que se ven en las respuestas a tuits u otras interacciones en redes sociales, sean las suyas, o las pagadas/espontáneas de los hinchas en la defensa de su “mito”.  

La vieja masculinidad no admite cooperación en la política. Es patriarcal, autoritaria, los ritos son masculinos, no hay diversidad en las mesas de toma de decisiones y hay la ira, la ironía o el sarcasmo a los cuestionamientos. Es el uso simbólico o explícito de la violencia política. Una vez que el macho no admite ser cuestionado, además por quienes él considera su inferior, ataca, con el grito, con el silencio, con la exclusión. 

Si se quiere conocer la comunicación de Bolsonaro es necesario entender que allá está un líder populista que usa las emociones del miedo al “comunismo” y la esperanza al Brasil de la gente “decente”. Allá está un mundo donde las cosas están mejorando, donde los enemigos criaron una enfermedad que no está matando, que “es algo natural, una vez que todo se van a morir” dijo en una entrevista que se quedó conocida como “e daí” cuando preguntado sobre los números de óbitos en el país. Además en sus discursos, pronunciados por lives, en el app propio de su familia (una vez que sus hijos también son políticos) creado para sus fans y por los medios donde el gobierno tiene sus publicidades continúa afirmando que el país va bien y que él está realizando un excelente trabajo con la ayuda de oraciones y de Dios. Si acá dentro el mantiene unos 30% de aprobación, alrededor del mundo igualmente se cuestiona su gestión, todavía hay quienes se fían de su imagen y la perciben como la mejor para el momento brasileño.

 

Luciana Panke es posdoctora en Comunicación Política y doctora en Ciencias de la Comunicación. Vice-presidenta de la Asociación Latinoamerica de Investigadores en Campañas Electorales (Alice) (@lupanke)

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