JOSÉ MIGUEL ROJO
El guion de Rachel Lears y Robin Blotnick nos regala una de las grandes películas documentales del año 2019. Knock Down The House, que se está distribuyendo a través de Netflix, presenta a cuatro mujeres de arrolladora fortaleza que un día decidieron desafiar al sistema: Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), Paula Jean Swearengin, Amy Vilela y Cori Bush. Todas ellas víctimas directas de diversas injusticias, activistas incansables, están convencidas de que la actual élite política demócrata no puede representar los intereses de la clase trabajadora. Perder a una hija por no disponer de seguro médico o trabajar más de 18 horas al día para evitar un desahucio son relatos vitales que contrastan con la comodidad de los viejos congresistas, maniatados por las grandes corporaciones que financian sus campañas.
Su alocada decisión de disputarle las primarias a candidatos tan asentados como Joe Crowley (Distrito 14) podría no acabar demasiado bien para ninguna de ellas, pero un nuevo momento político está en marcha. El relato de este documental permite iniciar una reconciliación con la democracia: gente corriente decide cambiarlo todo, desde la base, sin ningún tipo de recurso. En cierta forma, todas estas historias de mujeres carismáticas y hartas reinterpretan el sueño americano en su mejor versión. Y, además, todo sucede en ese tipo de campañas románticas en las que nadie suele creer, pero tan llenas de innovación que a todo asesor político vocacional le gustaría dirigir.
Sus travesías electorales evidencian al menos dos grandes cosas. La primera: se acabó ligar dinero a éxito en un entorno digital que revoluciona los procesos de transmisión de mensajes. La segunda: que las corrientes izquierdistas cada vez están cobrando más protagonismo dentro del Partido Demócrata, en una clara reacción a la llegada de Trump. El DSA (movimiento de Socialistas Democráticos de América) y Justice Democrats son las plataformas comunes de las protagonistas y la sororidad se convierte en el valor que mueve a todo el film. Entonces nos damos cuenta de que no sólo son candidatas de abajo frente a los de arriba o personas de izquierdas en un país hegemonizado por el pensamiento conservador. Ellas son, antes de todo, mujeres. Y eso ha definido sus vidas y su posicionamiento político.
Posiblemente nada de todo lo dicho tendría sentido si no viviéramos de forma general, y Estados Unidos en particular, una de las más agudas crisis de representación democrática conocidas. Existe una sensación general de que el poder no está en manos de la gente, de que los políticos están alejados del sentido común de las cosas. Y esto ha supuesto que en muchos países el debate político haya transitado de las clásicas dicotomías ideológicas, a unos términos discursivos más populistas. Nunca antes tantos candidatos se habían postulado para las elecciones de 2018 forzando la celebración de primarias y rechazando los fondos oficiales. Las respuestas tradicionales parecen insuficientes para afrontar retos extraordinarios.
Paula Jean, hija de un minero del carbón, se declara indignada por la contaminación en Virginia Occidental. La industria ha acabado con las montañas y envenenado el agua, pero nadie se atreve a pararles. Tal vez influya que su contrincante, el senador Joe Manchin, haya ganado miles de dólares en activos de las compañías del carbón. El poder aparece entonces desprovisto de toda ética, al servicio de intereses económicos, y convierte a la gente en pequeños daños colaterales que a nadie importan. ¿Su principal objetivo? Hacerte creer que ni siquiera merece la pena que lo intentes. Ser insurgente podría costarte caro.
Junto a Paula, otra de las candidatas, Cori Bush, enfermera, no olvida los sucesos de 2014 en Ferguson, en la periferia de Saint Louis, que acabaron con la muerte de Michael Brown. El componente racial también atraviesa la brecha de desigualdad que sufren estas mujeres mientras se preguntan cuándo habrá justicia. Bush se enfrenta a la dinastía Clay y pronto comprende esto: su principal batalla será conseguir que la gente supere el miedo a lo desconocido.
Algo parecido pasa con AOC y Crowley. El segundo es un caucásico distante que ni siquiera vive en el Bronx y que apoyó la intervención en Irak, pero su elección se ha convertido en una tradición más. Mientras tanto, Amy Vilela, por Nevada, compromete al resto de candidatos al demostrar que sólo ella rechaza recibir dinero de las corporaciones. Vilela, acusada de marxista, es firme defensora de la norma 676 de asistencia sanitaria universal y, además, dice, los demócratas deben dejar de recibir dinero de los hospitales privados.
De entre todas estas potentes historias, la de la joven Alexandria Ocasio destaca claramente. Forzó por primera vez la celebración de elecciones primarias en la ciudad de Nueva York y, contra todo pronóstico, venció, convirtiéndose por el camino en un fenómeno viral y en uno de los grandes referentes demócratas en la oposición a Trump. La noche electoral cambiaría la vida de Alexandria para siempre. Como en el mito de David contra Goliat, una campaña desde la base logra un 57% de los votos. Esa noche, además de la vida de AOC, cambio la historia política del Bronx y de Queens y, también, la maquinaria del Partido Demócrata. Algunas de las claves que definirán las primarias presidenciales demócratas para 2020 están en el movimiento de estas cuatro mujeres que han hecho historia.
La última escena del largometraje, frente al Capitolio, recuerda una frase del padre de Alexandria. Él le señaló el monumento a Washington y le dijo, “¿Sabes? Todo esto es nuestro. Este es nuestro gobierno. Nos pertenece. De modo que todo esto es tuyo”. Cuando estaba a punto de olvidar esa frase su aventura con final feliz le hizo recordarla más que nunca. Convertir a las instituciones democráticas en aliadas de la mayoría y empoderarte como parte de ellas, aún sin apoyo de ningún lobby, de ningún fondo financiero, son momentos que necesitamos para seguir creyendo. Un día ellas pensaron que no era imposible y entonces lo hicieron.
José Miguel Rojo Martínez es politólogo. (@derjota)
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