Baron Noir (o lo que esconden las cloacas de la política francesa)

CLAUDIA BENLLOCH

“On n’a pas besoin d’un saint, on a besoin d’un chef” (1). Las palabras de Philippe Rickwaert, protagonista de esta serie, retumban en mi cabeza.

Qué difícil es hablar de Baron Noir. La serie es muchas, demasiadas cosas. Es, ante todo, crueldad y realismo en estado puro. Es también la gran olvidada de entre las series que versan sobre política, aunque poco a poco está sabiendo ganarse su espacio. Es sorprendente, en parte por su país de origen. Porque no, no es americana ni británica, de dónde provienen la mayoría de series de conspiraciones políticas aclamadas por la crítica –con la honrosa excepción de la danesa Borgen–, sino francesa. Allí muchos la llaman “la verdadera House of Cards”.

Al igual que su homónima danesa, Baron Noir se ha convertido muy merecidamente en el referente de la intriga política en Francia. Y es que esta serie, estrenada en 2016, ya ha anunciado su tercera temporada tras cosechar críticas internacionales excelentes.

Pero ahí acaban las similitudes. Al contrario que en Borgen, en Baron Noir no hay “político bueno” como Birgitte Nyborg. Todos los personajes tienen algo que nos hace detestarles, aunque también amarles al mismo tiempo: sea por su dedicación, sus convicciones, su inteligencia o su astucia. Por saber luchar y rendirse, por saber (o aprender) a esperar al momento oportuno.

También contrariamente a la serie danesa y a otras ficciones políticas, Baron Noir decide desviar la mirada y alejarse del centro de mando. Su protagonista no es el presidente de la República, sino un alcalde, miembro del partido socialista, proveniente de la zona norte de Francia, concretamente de Dunkerque. Es un candidato de “grassroots”: conoce cada colegio electoral de su circunscripción, cada líder sindical, incluso cada una de las personas que se dedican a pegar los carteles electorales. Dunkerque es su ciudad, y nadie mejor que él sabe cómo llevar las riendas de la misma. Pero sus aspiraciones van más allá de la política municipal.

La elección de la procedencia de este personaje no parece casual, pues es una región que representa la decadencia de las zonas industriales en el país y encarna el fin de la base sociológica e ideológica del voto. A través de Rickwaert, la serie quiere señalar que la política no es una actividad gratuita: implica convicción, compromiso, requiere esfuerzo, y por ello conduce en ocasiones a hacer cosas malas por una buena razón. Él viene de ese mundo que desaparece, y se adentra en otro completamente distinto. Uno en el que juegan un papel clave tecnócratas como Amélie Dorendeu, que carecen de aquello que mejor domina Rickwaert: el conocimiento de lo humano que rodea la política. Pero, ¿es posible aprovechar los consejos de un estratega brillante como Philippe Rickwaert sin perder el norte?

Con un retrato hiperrealista, Baron Noir nos muestra sin tapujos las cloacas de la política francesa. La serie aborda aspectos de sobra conocidos, como el desencanto general, y otros para muchos desconocidos, como la vida interna de sindicatos y la influencia de los mismos, sobre todo en los partidos políticos y en el comportamiento de candidatos, militantes, afiliados y votantes.

No tiene problema en exponer de forma abierta las divisiones internas que tienen lugar en el seno de las distintas formaciones y sus consecuencias. Tampoco evita hablar de los intereses e injerencias de la Comunidad Europea, de qué manera el éxito o fracaso de un político de un país puede condicionar la vida de cientos de millones de personas en Europa, o cómo un pequeño escándalo en una ciudad del norte de Francia puede hacer peligrar la mayor reforma europea planteada hasta la fecha. Y, valientemente, no duda en señalar con el dedo a quien manda en Europa.

Pero lo mejor es que no teme tratar temas tan polémicos como la corrupción en su estado más puro: casos de fraude en la financiación de partidos o campañas electorales de gran trascendencia. Nada más y nada menos que la de las presidenciales francesas, las más importantes del país. Y no únicamente desde un punto de vista condenatorio.

La serie toma como referentes figuras reales (actuales o no) para ilustrar el caótico mundo de la política que nos presenta. Así, el personaje principal rinde tributo a Julien Dray, político socialista que fue bautizado como “Baron Noir” cuando trató de poner a la juventud en contra de un gobierno ostentado por su propio partido. El mismo Dray admitiría: “el Baron Noir, soy yo”. También emula a Patrice Carvalho, diputado comunista de Oise, quien en 1997 entró a la cámara francesa vestido con su mono de trabajo como lo hace Rickwaert en la serie. Y de forma muy realista (casi visionaria), la serie fue capaz de anticipar la llegada de un centro reformista, encarnado en la ficción por Amélie Dorendeu. También se aventura con la irrupción de un partido a la izquierda de los socialistas, materializado en Michel Vidal. Un auténtico y sólido animal político que clama a los cuatro vientos que “el PS ha muerto” y critica duramente ese “viejo mundo” representado por Philippe Rickwaert. No en vano en Francia se han referido a ellos como Amélie “Macron” Dorendeu o Michel “Mélenchon” Vidal.

Baron Noir es una historia despiadada, un relato de mentiras, luchas de poder, grandes traiciones y poderosas venganzas. Es una historia de desengaño, y a la vez de esperanza e ideales. Pero sobre todo Baron Noir es una peculiar forma –en realidad, muchas– de entender el mundo. ¿Todo vale para lograr la unión de la izquierda? ¿Es necesario pasar por lo más oscuro para lograr que triunfen los ideales que defendemos? ¿Pagan justos por pecadores? ¿Puede alguien de alta cuna y descendiente de una familia adinerada liderar el partido referente del mundo obrero y la lucha de clases? ¿Es posible reformar el país y al mismo tiempo hacer frente a la ultraderecha del Front National? ¿Dónde está el límite de la ética política? Éstas son algunas de las preguntas planteadas hasta ahora por la serie. Y todas ellas están más de actualidad que nunca.

La serie explora esa zona grisácea entre lo correcto y lo incorrecto, lo posible y lo necesario, lo importante y lo imperativo. Baron Noir es una serie de contrastes, en la que un mismo personaje es capaz de hacer cosas terribles y grandes sacrificios por el bien común. Nos muestra que hacer política significa, por supuesto, jugar según ciertas reglas, pero también que a veces implica utilizar alguna que otra argucia retorcida. Y aunque moralmente estos quiebros a la legalidad no deben ser ignorados y no pueden ser excusados, lo que nos quiere enseñar Baron Noir es que no siempre son evitables.

Pero Baron Noir es todo esto y mucho más. Adapta los tormentos de la política francesa con una agudeza que roza la insolencia, y consigue dejar ese sabor agridulce al final de cada capítulo. Pero no tenéis por qué fiaros de mi. Fiaros mejor del propio Philippe Rickwaert, pues la mejor definición de la serie la encarna una frase que él mismo pronuncia en la primera temporada: “La barbarie, c’est la politique”[2].

  1. “No necesitamos un santo, necesitamos un líder”.
  2. “La barbarie, es la política”.

 

Claudia Benlloch es Licenciada en ComunicaciónAudiovisual y Publicidad y RRPP,actualmente cursando máster enmarketing político (ICPS-UAB) (@claudiabenlloch)

Descargar en PDF

Leer el resto de artículos de la  revista bPolitics número 03