IRENE J. SÁNCHEZ
Valga la pena iniciar este reportaje declarándome una completa, absoluta e irremediable desconocedora del mundo del fútbol. Durante unos años, en mi etapa de estudiante en prácticas de periodismo me vi en la vicisitud de aceptar un contrato, no remunerado por supuesto, en una cadena de radio local para ostentar el cargo de locutora de partidos de regional B.
Creo, al menos, que eso fue lo que locuté.
Incluido un momento que hoy en día podría haber sido uno de esos horribles documentos virales para humillación y persecución de por vida del protagonista, cuando anuncié por radio el final del partido y resultado, al tiempo que descubría al sentarse la muchedumbre presente, que lo ocurrido no era otra cosa que el pitido que anunciaba un penalti. “Me anuncian –dije– que no se ha acabado el partido” como si por un pinganillo me hablasen… “Es más –añadí– me informan que han marcado penalti y el resultado es…”
Con esta presentación, debe ser comprensible que me parezca absolutamente increíble, ilógico y desconcertante que un grupo de hombres prefiera la muerte a perder un partido. O quizás… quizás tenga un punto de heroico. Desarrollemos.
Esos hombres son prisioneros de guerra ucranianos. Año 1942, que nos sitúa en plena II Guerra Mundial. Es decir, que Ucrania se encuentra ocupada por el III Reich. Los nazis, vaya. Os pongo un poco en contexto, en los años 30 el fútbol lo peta en la Unión Soviética, y sobre todo en Ucrania. Y por aquel entonces el mejor equipo era el Dinamo de Kiev, que formaba parte de la sociedad deportiva Dinamo, fundada de la unión entre la policía y el Ejército Rojo. En 1938 quedan cuartos en la clasificación, pero en 1939 y 1940 sacan unos resultados pésimos. Entonces llega 1941 y no les da tiempo a completar la temporada porque Alemania invade la Unión Soviética en junio. Muchos de los jugadores son reclutados y enviados a luchar en el frente, otros se quedan en la defensa civil de Kiev pero cuando la ciudad cae, los que sobreviven, son hechos prisioneros y en Kiev se ubican varios campos de concentración.
En la panadería estatal número 3 de Kiev, de la ocupada Kiev, se reunían los jugadores buscando trabajo. Mykola Truseyych, portero del Dinamo de Kiev vuelve a la ciudad y Iosif Kordik, un fanático del fútbol le da trabajo en la panadería como barrendero. Es el mismo Kordik, que al ser de origen alemán tenía cierto margen de movimiento, quien tiene la idea de formar el equipo de fútbol de la panadería. Y así el portero, Truseyych, se dedica a buscar a sus antiguos compañeros. Reúne a ocho del Dinamo y a tres del Lokomotiv Kiev. Se llaman el Futbol Club Start.
El 7 de julio de 1942 juegan su primer partido en la liga local y ganan contra el equipo alemán Rukh, el favorito de Shtetsov 7 a 2. El FC Start era un grupo de hombres mal alimentados y mal equipados, pero aún así, ganaron. Flakelf un equipo al que el FC Start ya le había ganado 5 por 1 le pidió la revancha. Se conoce como “el partido de la muerte”.
Este punto de partida de la historia real es el que atrapa al director John Huston que decide juntar en el mismo celuloide a Pelé, Ardiles, Bobby Moore y Deyna, y a los actores del momento: Michael Caine y Sylvester Stallone. La película tiene por título Victory que en España que somos dados a no quedarnos convencidos con la propuesta de guionistas y directores, le añadimos al título lo de “o evasión” para que el espectador pudiese escoger entre dos opciones que a los jugadores reales venían a suponerle lo mismo: un final no muy alentador.
La película es una exaltación constante de la épica de este deporte. Y para épica la escena final, cuando un tipo que se parece mucho a Rafa Nadal –ved la peli y lo discutimos– se mira cara a cara, ojo con ojo al portero, en la película de nombre George (muy ucraniano), o sea el personaje protagonista que interpreta Silvester Stallone. El alemán titubea mientras Stallone mantiene fija la vista. Entendedme, el alemán está desafiando a Rocky, a Rambo… no tiene las de ganar. Toda la tensión del mundo está acumulada entre esas dos miradas. Entonces el tipo se va hacia atrás dispuesto a tirar el penalti de su vida, y George se sitúa entre los palos de la portería. Plano decisivo a Michael Caine, que solo con salir ya lo dice todo. En ese momento, sin que George deje de mantener contacto visual con el alemán que va a chutar, otro de los jugadres del FC Start le dice: “Párala, George”. Sentenciando en esa frase, por cierto, la vida de casi todo el equipo. ¿Pero qué dice con esa frase? Pues es un “no nos vamos a dejar vencer George. No vamos a dejar que estos alemanes nos metan un gol. Nos vaya o no la vida en ello”.
El alemán chuta y George salta con toda su fuerza, al tiempo que la banda sonora de la peli se pone en acción, para coger entre las dos manos la pelota de cuero marrón. Cae al suelo. ¡Todos gritan! ¡George salta! Pelé con su diez a la espalda dando brincos por el campo. Los jugadores se abrazan. El estadio, llenito de alemanes que sucumben a la épica ucraniana, se levanta y aplaude. Abrazos, lágrimas, vítores (en alemán, no sé). El público salta al campo ante la mirada insegura de los oficiales del III Reich presentes, que se dan por vencidos, qué narices han jugado un partidazo por muy enemigos que sean, y permiten que la turba les saque en volandas del campo logrando así la ansiada libertad.
Bueno, aquí es donde el director Jon Huston decide no ser fiel a la historia, claro. Es una peli y nos gusta que acaben bien, vale. Pero la realidad fue sustancialmente diferente. Como era de esperar el árbitro favoreció constantemente a los jugadores alemanes, permitiendo incluso una patada al portero que le dejó aturdido el tiempo para que el Flakelf anotase un gol. Pegaron, pusieron la zancadilla, tiraron de la camiseta… pero al pitar medio tiempo el FC Start ganaba 3 a 1. En la segunda parte marcan dos goles cada uno y en ese momento el delantero Klimenko sortea a los defensas y cuando está delante de la portería, en lugar de buscar gol, lanza el balón al público. El árbitro pita final de partido antes de los 90 minutos. Los jugadores del FC Start aunque habían sido advertidos de las consecuencias, aunque sabían que el arbitraje iba en su contra, aunque tenían todas las de perder, decidieron que lo que les gustaba era ganar. Y no solo jugaron igual o mejor que siempre, sino que incluso se negaron a dar el saludo nazi a sus oponentes antes del partido.
Y el 16 de agosto, fueron enviados a centros donde fueron torturados y varios de ellos asesinados.
Durante los primeros años de la posguerra se les acusó de colaborar con los nazis, pero luego la propaganda soviética recuperó la historia real para usarla a su favor, convirtiendo al equipo en totales héroes del régimen con películas exaltantes, llenas de política y sentimentalismo. La versión americana no está menos edulcorada y retocada. En 2005 un tribunal de Hamburgo declaró que no se podía probar la relación entre la tortura y muerte de algunos futbolistas.
Detalle curioso es que a las personas que demuestran tener una entrada del partido de agosto de 1942, el Dinamo les ofrece libre acceso a sus partidos. En la puerta del Start Stadium una escultura rememora al FC Start.
¿Valió la pena? Elegir ganar. Elegir la emoción, el orgullo, la lucha, el saber que no tienes ya nada más que perder y darlo todo. Pelear hasta el final y vencer. Ver a la muerte franqueando la portería y marcarle un gol. Si ese es el espíritu del fútbol, ellos supieron llevarlo hasta el límite y sólo por eso vale la pena recordar sus nombres como héroes de este deporte, al que como decía al principio de este reportaje miro muchas veces desde la incomprensión y el escepticismo. Hoy, tras conocer esta historia, también un poco desde la admiración.
El FC START:
- Georgy Timofeyev
- Mykola Trusevych
- Ivan Kuzmenko
- Pavel Komarov
- Alexei Klimenko
- Nikolai Korotkykh
- Vasily Sukharev
- Feodor Tyutchev
- Makar Goncharenko
- Milkhail Mielnizhuk
Irene J. Sánchez es periodista, escritora y responsable de comunicación e imagen en Gabinete de prensa, especializada en política. (Instagram: @jezabelbedman).
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