MARINA ISUN
En 1934 se celebraba la segunda copa del Mundial en la historia donde Italia se levantaría campeona consiguiendo así su primera estrella en el escudo.
Italia fue el primer país europeo en albergar el torneo futbolístico por excelencia por equipos nacionales. La importancia del momento no pasó desapercibida para el dictador italiano Benito Mussolini. Sabiendo que todas las miradas estarían atentas al país italiano, Mussolini vio en el mundial una oportunidad más en su estrategia propagandística del fascismo. Con este evento, podría demostrar al mundo las virtudes de su régimen, buscar la legitimidad internacional y alimentar el ideal fascista a través del futbol.
Benito Mussolini llegó al poder en 1922, en una Italia conmocionada por la Primera Guerra Mundial y en un contexto de inestabilidad nacional. Apodado Il Duce, Mussolini configuró un movimiento político basado en una doctrina, la cual se oponía al sistema democrático y parlamentario, rechazaba el progreso y los derechos individuales, así como demostraba un odio visceral al socialismo e internacionalismo y, por supuesto, una exaltaba el Estado como máxima entidad histórica. Como apunta Emilio Gentile, el fascismo fue el primer movimiento político que, surgido en una democracia liberal europea, introdujo en la organización de masas y en la lucha contra los adversarios la militarización de la política, e incorporó al poder la primacía del pensamiento mítico, consagrándolo oficialmente como forma superior de expresión política de las masas.
Se dice que Mussolini no había visto un partido entero antes y que il calcio no había sido su deporte favorito, pero sí que era consciente de la virtud del deporte en su transformación fascista de la sociedad, especialmente dirigido a los jóvenes italianos. Podríamos afirmar que este fue uno de los primeros usos políticos del fútbol en la sociedad moderna, una primera articulación del opio del pueblo y obviamente con victoria italiana.
Conseguida la sede del Mundial, el siguiente paso era conseguir la victoria y usar el momento como un triunfo más del fascismo. Para poder realizar dicha gesta, la selección italiana hizo el primer movimiento fichando figuras argentinas de ascendencia italiana, a cambio de la nacionalización y de dinero. Así, jugadores como Attilio Demaría, Enrique Guaita, Luis Monti o Raimundo Orsi, pasarían a formar parte de la squadra italiana. También se habla de una conversación entre Mussolini y el presidente de la Federación Italiana de Fútbol, Giorgio Vaccaro, en la que Il Duce casi ordenaba una victoria italiana.
El Mundial empezó en mayo del 1934. Se inscribieron un total de 32 equipos, de los cuales 16 se clasificarían para la fase final. Las ausencias más notorias fueron las de algunos equipos latinoamericanos, como Uruguay, que se ausentaron de la competición como protesta por la ausencia italiana en el anterior Mundial celebrado en el país charrúa. Finalmente, Latinoamérica se vio representada solamente por Brasil y Argentina, siendo así la primera vez que el vigente campeón no defendía su título en el siguiente Mundial. Los partidos se jugaron en distintas ciudades italianas como Turín, Florencia o Nápoles, todos ellos en estadios con gran vinculación y simbología fascista como el Estadio Benito Mussolini (Turín), el Estadio Littorio (Trieste), el Estadio Giovanni Berta (Florencia) o el Estadio Nacional del Partido Nacional Fascista (Roma). Asimismo, también se creaba la copa de Il Duce, para galardonar al equipo victorioso con la mayor distinción posible, la de Duce.
Italia se llenaría de carteles, pancartas y panfletos que anunciaban el Mundial. Siguiendo la misma lógica y estética que la propaganda fascista, en las creatividades se observaba a hombres jóvenes atléticos, ejerciendo deporte, en actitud victoriosa o haciendo el saludo fascista. En algunas ocasiones, iban equipados con camisetas de color negro, haciendo alusión a las camisas negras fascistas o con la camiseta azzurra con el escudo fascista. También era visible en los carteles la simbología fascista, como las fasces romanas, símbolo del Partido Nacional Fascista (PNF). En ocasiones, se representaba al joven atleta en poses similares a las de Mussolini, emulando así el dictador a un atleta victorioso, en actitud fuerte y viril. Tampoco es aleatorio el uso de los colores, la alternancia entre el negro y el azul en las vestimentas o los omnipresentes rojo, blanco y verde de la bandera de Italia.
Otro detalle curioso, era el protocolo en el inicio de los partidos. Al empezar se gritaba “Italia, Duce”, tras lo cual, se realizaba el saludo fascista desde el medio del campo y se daba comienzo al partido. También era común ver en los palcos y gradas más privilegiadas a las escuadras de las camisas negras, así como a militares y figuras relevantes del partido y gobierno fascista, alimentando así la angustia de los jugadores italianos en caso de derrota. Y es que se les inculcaba uno de los grandes lemas del fascismo italiano: vencer o morir. Finalmente, tras superar a España y Austria, Italia se plantó en la final. Ganaría a Checoslovaquia, por 3 goles a 1 y haría realidad el sueño de Mussolini: hacer a la Italia fascista campeona del mundo.
La siguiente competición internacional, el Mundial de 1938, lejos de ser un espacio deportivo y de confraternización en una Europa a punto de romperse en la guerra, volvería a ser, una vez más, un escenario muy político.
Mussolini, con un Mundial en las espaldas con sabor a victoria fascista, despedía personalmente a los azzurri desde una abarrotada Piazza Venezia, en Roma, escenario fascista por excelencia. Desde el habitual balcón donde Il Duce hacía sus discursos, despedía, en esta ocasión, a una selección italiana vestida con el uniforme fascista que iba a defender el título de campeona del mundo y a propagar el espíritu del fascismo italiano.
Los saludos fascistas antes de dar comienzo al partido no gustaron a los anfitriones franceses y, menos aún, cuando los azzurri se vistieron con equipaciones negras en un honor a los uniformes fascistas ante la Francia de Barreau. Los silbatos y gritos convirtieron el estadio en uno de los más hostiles. No sólo se estaba jugando un partido de fútbol, también era un cara a cara entre el fascismo italiano y la república democrática francesa.
De nada sirvió la presión. Italia vencería a los franceses y posteriormente a los húngaros para hacerse por segunda vez, y de manera consecutiva, campeona del mundo. Otra vez más, el fascismo italiano de Mussolini volvía a ganar.
El siguiente partido de la Italia fascista fue ya en campo de batalla. Un año más tarde estallaba la Segunda Guerra Mundial, dando pie a una guerra de seis años que finalizaría en 1945 y a un parón en las competiciones deportivas transnacionales. Y esta vez sí, en esta disputa, perdería Italia y perdería el fascismo.
Marina Isun es consultora en comunicación y actualmente trabaja para un servicio del Ayuntamiento de Barcelona y para una ONG. (@marinaisun)
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