2020: El retorno del imperio del Sol Naciente

GUILLEM PURSALS

El pasado no sólo nos devuelve al pasado. Hay ciertos recuerdos del pasado que tienen fuertes resortes de acero y cuando los que vivimos en el presente los tocamos, de pronto se estiran tensos y luego nos propulsan hacia el futuro. – Yukio Mishima, «El Templo del Pabellón Dorado» (1956).

La escalada del conflicto coreano está provocando el fin de muchas etapas trascendentales no sólo para la región sino también para el resto del mundo. Con estos cambios, el equilibrio de poder que se había conseguido mantener hasta ahora se puede romper. Algunas de las etapas que se pueden terminar y que pueden desestabilizar la región y, de rebote, la relación de fuerzas a nivel internacional son las buenas relaciones entre el régimen norcoreano y China, la importancia prácticamente nula de Rusia en el océano Pacífico, la tolerancia de Estados Unidos hacia Pyongyang y también, y es lo que me interesa en este punto, el papel esencialmente defensivo de Japón en todas estas tensiones.

La reforma de la constitución del país nipón puede marcar su reconversión en potencia y, en consecuencia, su posicionamiento como actor relevante en la región. De entrada todo ello puede parecer poco importante, pero el retorno de una memoria olvidada e incluso de una cierta nostalgia parece indicar que estamos en camino de la consolidación de una nueva etapa de la política japonesa.

Cada vez hay más personas que sienten interés por Yukio Mishima, un filósofo y escritor japonés que dedicó la parte más densa y profunda de su obra en señalar la decadencia de su país como consecuencia del abandono de la moral y los valores tradicionales y de la moda de la occidentalización. Para él, todo ello no era otra cosa que el fruto de la moral de derrota a la que el país se vio arrastrado tras la rendición ante los Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial. Esta moral de derrota, sin embargo, se ha ido desvaneciendo progresivamente en la sociedad japonesa, comenzando con las visitas del antiguo primer ministro Junichiro Koizumi, del actual, Shinzo Abe, y de cada vez más altos funcionarios del Estado al santuario de Yasukuni, donde reposan los cuerpos de quienes han dado su vida por el Emperador desde el fin del período Tokugawa (1868) hasta la rendición de 1945. Precisamente, las visitas a este santuario siempre han levantado ampollas porque los cuerpos de muchos generales, almirantes y otros oficiales de la Segunda guerra Mundial que son considerados criminales de guerra también descansan allí.

Donde también hay un malestar cada vez mayor es en la isla de Okinawa, donde tuvo lugar la batalla más encarnizada de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico. Durante los casi tres meses que duró, cientos de miles de soldados japoneses, estadounidenses y civiles perdieron la vida. La isla fue ocupada por los Estados Unidos hasta 1972 y, a día de hoy, todavía mantiene una base militar, donde han crecido las manifestaciones en su contra año tras año en todo el país. En respuesta a esto, la administración Trump ha declarado que tiene la intención de trasladar la base de Okinawa a la isla estadounidense de Guam entre 2024 y 2029, poniendo fecha a uno de los puntos fundamentales de los acuerdos militares a que los dos países llegaron el año 2013.

El año pasado, además, la ministra de defensa japonesa también visitó el santuario de Yasukuni. Esto provocó cierta incertidumbre porque, el día anterior, había acompañado el primer ministro Abe a Pearl Harbor. En aquella visita, todo el mundo esperaba que uno u otro se disculparan por los crímenes de guerra de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, pero no lo hicieron. Algunos miembros de su partido aprovecharon las críticas para recordar a Abe, durante la celebración del aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial de 2015, que dijo que no creía que tuviera que pedir perdón por un conflicto que las generaciones actuales no han vivido.

Toda esta escalada de la voluntad de recuperación de parte del pasado imperial de la era Shōwa, la del emperador Hirohito, resulta inquietante para los países vecinos como China o Corea del Sur debido al posible crecimiento del área de influencia japonesa. El temor a un nuevo Imperio Japonés es muy relevante porque, si llegara a hacerse realidad, provocaría la aparición de otro actor en el Pacífico que debería ser tenido en cuenta en las relaciones bilaterales, que se debería sumar al regreso de Ferdinand Marcos en Filipinas en forma de Duterte, a una Tailandia que a finales de año entrará en una nueva etapa con la coronación de Vajiralongkorn y en China, que este año vivirá un nuevo Congreso Nacional de su Partido Comunista. Todos estos hechos no pueden ser ignorados porque tienen la capacidad de reestructurar tanto la política de la ASEAN (Association of Southeast Asian Nations), así como la de la región Asia-Pacífico.

Así pues, volvemos a la cita de Mishima que inicia este artículo para afirmar con cierta rotundidad que la sociedad japonesa está tocando los resortes de acero de sus recuerdos del pasado para salir propulsada hacia el futuro. Un futuro donde será un país realmente soberano, que podrá elegir su propia política de defensa, cuáles son sus valores y que estos pueda ser libres de perder el complejo de derrotados que hace tanto tiempo que arrastran y que, como sociedad, sufren cada vez menos.

Hace un tiempo no se querían cambiar tanto la bandera (el Hinomaru) como el himno nacional (Kimi ga yo) porque se decía que promovían el retorno de los tiempos de la guerra y del culto al Emperador. Ahora, en cambio, la tendencia es contraria y el himno y la bandera son cada vez más respetados. Otro símbolo que había sido polémico, el de las Fuerzas de Autodefensa Naval, también vuelve a ser respetado, y no es un caso sin importancia porque este símbolo es nada menos que el mismo que utilizaba la antigua Armada Imperial Japonesa: la bandera del Sol Naciente.

La consolidación del Emperador como figura de unidad nacional, gracias a diferentes movimientos de los sucesivos gobiernos nipones de 1999 hasta la actualidad; la firmeza en actos como las visitas a Yasukuni; el reivindicar no tener que pedir disculpas por la guerra y la voluntad de modificar el noveno artículo de la Constitución, a fin de poder tener fuerzas imperiales en vez de fuerzas de autodefensa, son señales inequívocas que reafirman que en 2020, cuando el gobierno Abe planea llevar a cabo dicha reforma, será el momento del renacimiento del Imperio del Sol Naciente, que volverá a ser un actor internacional y una potencia militar en el Pacífico imposible de ignorar.

Artículo publicado inicialmente en la revista l’Endavant.

 

Guillem Pursals es politólogo y Director de Seguridad. Master en Seguridad. Columnista sobre Israel, Irán, Rusia y China en @RevistaEndavant. Vaticanista y analista de conflictos (@GPursals).

[Fotografía de portada: El Emperador Hirohito visitando el santuario de Yasukuni en 1935. Fuente: Japan Focus.]