ÀLEX MAÑAS
«El miedo va a cambiar de bando», esta fue una de las consignas repetidas por quien consiguió, mediante el ejercicio de una inteligente estrategia, un buen equipo y una coyuntura favorable, convertir las derivadas sociales de las crisis de 2008, que culminaron en una profunda crisis reputacional de la clase política expresada en el 15M, en un nuevo partido que rompió el bipartidismo y el techo electoral de la izquierda de la izquierda.
A partir de su irrupción en las elecciones europeas de 2014, Podemos se consolidó, en las elecciones municipales y autonómicas de 2015, como fuerza alternativa de la izquierda, hablando de tú a tú al PSOE y acariciando el sorpasso como meta estratégica posible. No conquistarían el cielo, pero podían sustituir a la vieja socialdemocracia como en su momento lo logró la Syriza de Alexis Tsipras.
Podemos leyó el descontento, analizó la realidad, construyó y tejió las alianzas necesarias y acumuló el capital político necesario para conseguir, y a mi modesto entender lo logró, cambiar de ciclo enterrando la transición y dando paso a un nuevo ecosistema político que adaptaba la representación partidaria a los cambios en la sociedad producidos en España durante la transformación llevada a cabo en el país por el PSOE de Felipe González.
La clave de ese éxito pasó, en parte, no solo por capitalizar el descontento a derecha e izquierda (recordemos ese primer Podemos transversal y ciudadanista), sino por entender que en España cualquier opción política debe articularse mediante las alianzas imprescindibles en la izquierda derivadas de nuestra pluralidad lingüística y nacional.
Se ha escrito, analizado y hablado mucho de los porqués del decrecimiento posterior del espacio político de la izquierda de la izquierda en este país, del difícil encaje orgánico de formaciones diversas que representan nuestra pluralidad nacional y de los errores cometidos. No ahondaré en ello. Mucho hay escrito y más se escribirá sobre ello después de la competencia electoral directa entre Podemos y Sumar en los comicios al Parlamento Europeo del 9 de junio.
Podemos, Pablo Iglesias y la irrupción de candidaturas municipalistas en mayo de 2015 enterraron la cultura política de la transición, modificaron el bipartidismo imperfecto llevándonos a un sistema parlamentario que refleja más y mejor la pluralidad, elevaron el nivel de exigencia ética y transparencia exigible a nuestros representantes y retrasaron, dando una opción atractiva por la izquierda, la aparición de la ultraderecha en nuestras instituciones.
Sin duda un éxito. Pero mientras este terremoto sacudió la política española, un desconocido concejal de Madrid, Pedro Sánchez, ocupaba, a mitad de la legislatura en el año 2009 tras la renuncia de Pedro Solbes, un escaño en el Congreso de los Diputados.
Nada más que decir, en 2010, los periodistas parlamentarios le eligieron diputado revelación, título que muchos han obtenido sin más trascendencia posterior en la vida política nacional.
En 2011, el diputado revelación ni siquiera obtuvo el escaño al no figurar en un puesto de salida, pero volvió al Congreso de los Diputados tras la renuncia al escaño de Cristina Narbona en 2013. El 15M ya había convulsionado el país y parecía que un tal Pablo Iglesias llevaría de nuevo a la izquierda a reconectar con las mayorías progresistas del país.
En mayo de 2014, Podemos iniciaba un recorrido electoral imparable. Nadie en ese momento ponía la vista en quien sucedería a Alfredo Pérez Rubalcaba al dimitir tras los malos resultados de las elecciones europeas; nadie pudo prever que el casi desconocido ganador de las primarias a la secretaría general socialista, con el apoyo de la andaluza Susana Díaz, pasaría a ser más que un nuevo líder socialista y quizás posible presidente del gobierno.
Pero ese casi desconocido también leyó la realidad, acumuló fuerzas, entendió los anhelos de gran parte de la sociedad española, articuló alianzas, etc. Su historia desde la victoria en las primarias de junio de 2014 hasta hoy es de sobra conocida.
Para los nacidos entre 1970 y 1980, el socialismo español carecía por completo de épica, de relato, de emoción. La épica de la izquierda estaba en otros lugares, en otras organizaciones, tanto políticas como sociales.
Pero hoy, a menos de diez años de su triunfo en las primarias socialistas, creo que podemos concluir que no sé si el miedo cambió o no de bando, pero que Pedro Sánchez cambió la épica, el relato y la emoción de bando.
El viejo PSOE de González en nada se parece ni en lo político, ni en lo discursivo, ni en lo comunicativo al PSOE del actual secretario general de la Internacional Socialista. El éxito del 15M y de Podemos es haber hecho posible que, bajo un audaz liderazgo, el PSOE hoy haya vuelto a conectar en valores, políticas y propuestas con la mayoría progresista de la sociedad española.
El 15M y Podemos tuvieron éxito: consiguieron cambiar al que ha sido el principal instrumento político de la modernización social de nuestro país. A la España heredada de Felipe González no la conocía ni la madre que la parió, como pronosticó el que sería su primer vicepresidente. Hoy, a este PSOE, que encabeza la candidatura de las próximas europeas con una candidata ecologista y sitúa, por exigencia ética y asunción de responsabilidades políticas -que no penales-, a su ex secretario de organización en el grupo mixto, no lo conoce ni el Felipe que lo parió.
Àlex Mañas es consultor de comunicación política en Think O’Clock.