JAVIER SÁNCHEZ GLEZ.
Esta semana leía una entrevista del sociólogo y antropólogo argentino Pablo Semán, que lleva años estudiando el fenómeno del populismo y la ultraderecha, y que da muy buenas claves sobre por qué la gente cree en un fenómeno como el que representa Milei, y que puede ser extrapolable a otros lugares. Explica que la gente hoy vive vidas «neoliberales», donde no creen en el Estado como elemento que les ayude a vivir, sino que es algo que sólo les pone trabas y les coarta sus libertades. Esto se ha agudizado especialmente después de la pandemia. La gente vota, incluso, contra alguien que promete quitarles ayudas y subsidios. Pero el poder establecido no entiende que ya no funcionan estas políticas benefactoras. El «yo te he dado una ayuda y tienes que votarme» se rompió por completo porque la gente entiende que es una obligación de quienes gobiernan. Como quien recibe luz o agua en su casa: dejamos de valorarlo porque hace mucho que lo tenemos. Y entendemos que es un deber, una obligación. Donde otros ofrecen dependencia, candidatos como Milei ofrecen liberación. “Viva la libertad, carajo” es el simple slogan que repite, por activa y por pasiva, el economista en todos sus multitudinarios actos.
La gente vota para librarse del Estado, porque han dejado de creer en él. Y por ende lo mismo ocurre con la política tradicional (la casta, que la llama Milei), a la que sienten ligada con lo que ha sido ese Estado. Podemos pararnos a pensar en si las formas polémicas de Milei influyen también, pero lo que han logrado fundamentalmente es llamar la atención con dichas formas para conectar con un fondo. Se fijan por la anécdota, pero se quedan por el mensaje. Porque al final, si en algo han cambiado las campañas electorales en los últimos años es en el hecho de que el marketing y la imagen ha pasado a un segundo plano: más que nunca, lo que importa es el discurso. Construir las palabras exactas para conectar con el sentimiento mayoritario de una sociedad suple, y con mucho, a las estructuras territoriales de partidos tradicionales y a los presupuestos en publicidad. La viralización la dan las palabras, no las imágenes.
Milei es feo, despeinado y peculiar. No tiene estructura de partido. No es simpático. Nunca sonríe en las fotos. Pero aquello que dice es lo que la gente quiere escuchar. Haría mal la política tradicional y la izquierda en particular en quedarse sólo con la anécdota del personaje y obviar el mensaje de calado que tiene detrás. Pensar que la gente es idiota y que vota de forma kamikaze es ponerse una venda en los ojos y despreciar al pueblo al que se dice representar. La gente sabe muy bien lo que quiere y lo manifiesta con su voto. El pueblo argentino ha llegado a un punto en el que prefiere que todo estalle, sí, pero porque creen que ya está todo destruido. El Estado que no les ha protegido cuando más lo necesitaban, les pide un último esfuerzo. Y la gente lo que quiere es castigar a ese Estado matándolo.
No falla: cuando no entendemos algo tendemos a despreciarlo. Y nos pasa mucho, especialmente, cuando analizamos de forma paternalista los fenómenos de Latinoamérica. Nos pasó con Chávez, con López Obrador, con Bolsonaro, o ahora con Bukele o Milei. Además, no falla: siempre queremos analizarlo todo desde el eurocentrismo ideológico. Los derechas quieren ver como de los suyos a los que les parecen cercanos a su pensamiento, los de izquierdas lo mismo. Como si el peronismo tuviera algo que ver con la izquierda, o el PRI o MORENA en México. O queremos ver en Milei algo parecido a Trump, VOX o Ayuso. Los sistemas de partidos latinoamericanos poco o nada tienen que ver con los europeos: las realidades son distintas, y sus sistemas políticos también. Y por supuesto, analizar sus lenguajes y sus formas desde un prisma europeo es terriblemente absurdo.
Para entender a Milei es necesario entender al pueblo argentino. Y para hacerlo, es conveniente pasar una temporada yendo a comprar al supermercado, o yendo a una cafetería cada día a tomar medialunas. Sin haber hecho eso, es totalmente imposible entender el por qué la gente encuentra respuesta en las propuestas de Milei. De los candidatos a la elección presidencial argentina es el que tiene la base de votantes más heterogénea. No es clase alta ni clases populares: hay de todo ello. Hay gente con estudios superiores y gente que no. Y no podemos decir de ellos que se hayan visto inoculados por un virus de locura colectiva. Desde el hecho irracional que supone la mayor parte del voto, la gente encuentra los motivos para entender que votar a Milei es la respuesta que necesitan para sus problemas.
No sabemos si llegará a ser presidente, pero sí sabemos que su movimiento, y su discurso, llegaron para quedarse. Y que será replicado en muchos lugares. Para encontrar la forma de hacerle frente la política tradicional tendrá que inventar nuevos lenguajes y encontrar propuestas que conecten con el electorado. Porque sólo mirando y criticando lo que hace el otro, sólo se le alimenta y se le hace más grande. Como dijo el analista en narrativa argentino, Lisandro Bregant con un buen símil futbolístico: “como cuando vas a jugar al fútbol teniendo 35 años y te encara mano a mano uno de 18 que juega a otra velocidad. Reaccionás tarde, sacás la pierna para trabar cuando el pibito está llegando directo al arquero”. Exactamente eso fue la campaña de quienes no entendieron que el fenómeno de Milei era, y es, algo muy serio. A pesar de todo.
Y sólo quien quiera pararse a analizarlo, estudiarlo y tratar de entenderlo podrá hacerle frente. Quien se dedique sólo a despreciarlo, estará perdido.
Javier Sánchez Glez. es politólogo y consultor de estrategia y comunicación política (@javisanchezglez )