V de Vendetta: más que un cómic de un vengador con máscara

ANNA ESCARDÓ

Inglaterra apenas había vivido dos años bajo el mandato de Margaret Thatcher cuando Alan Moore empezó a gestar V de Vendetta en la isla de Wight del verano de 1981. Tan solo dos años bajo el gobierno de la Dama de Hierro le bastaron a Moore para decidir situar la acción en 1997 y en lo que quedaba de una Inglaterra superviviente de una Tercera Guerra Mundial, totalitaria y controlada por una supercomputadora en manos de un gobierno fascista. Un marco ideal para que un héroe antisistema escondido tras una máscara tomara cartas en el asunto.

Hoy, en primavera del 2018 y en este rincón del mundo desde donde escribo, aunque podría ser en cualquier otro lugar, 21 años después del futuro ficticio que Moore creó, V de Vendetta ha pasado a ser una crónica casi milimétrica de nuestro presente. Un reflejo de la actualidad política con su corrupción a todo color, su impunidad ante casos atroces que atentan contra los derechos humanos, su forma de entender la justicia, sus normas e incluso su sociedad lobotomizada. Un retrato de nuestro corrompido presente, donde parece que sólo sea la venganza la única forma de hacer justicia.

Tal ha sido el impacto de este cómic que V, su personaje principal, ha trascendido a la obra y se ha convertido en icono de revoluciones políticas y sociales, llegando a ser la reconocidísima imagen del grupo hacktivista Anonymus, o la de tantas protestas antisistema por todo el mundo. Podría decirse que V de Vendetta se ha convertido en la parábola popular de la venganza frente a la justicia pervertida que tan a gritos estaba pidiendo la humanidad desde hacía muchísimo tiempo.

 

Inglaterra después del diluvio

Por si no fuera suficientemente inspiradora la tendencia que tiene la humanidad de no aprender de sus errores, o la inercia que ya se entreveía en los guiños totalitarios del thatcherismo, Alan Moore se encontró con la necesidad de partir de los últimos coletazos de una guerra nuclear (cual macabro diluvio divino y purificador) para arrancar la historia y que, tanto V como el resto de los personajes, tuvieran los suficientes argumentos para justificar cualquiera de sus acciones.

El autor nos sitúa en los restos de un Londres ficticio que ha logrado sobrevivir al invierno nuclear provocado por el uso indiscriminado de armas nucleares en la Tercera Guerra Mundial, lidiada entre Estados Unidos y Rusia. Sin apenas haber podido sanar sus heridas, el partido fascista Fuego Nórdico da un golpe de estado e implanta un estado totalitario basado en el control obsesivo de sus ciudadanos, arrebatándoles de cuajo su legado cultural, lo único que les hacía diferentes, y la capacidad de tener pensamiento crítico para poder cuestionar cualquier cosa. Este hecho facilita al partido la imposición de su computadora Destino, que controla todos los detalles de la vida de los ciudadanos. El partido deja el control de esta computadora en manos del líder de Fuego Nórdico que así está al tanto de todo. Con la ayuda de los órganos de gobierno, controlados por Destino, atinadamente llamados Ojo (que todo lo ve por videovigilancia), Boca (la radio que se encarga de emitir propaganda política las 24 horas del día), Oído (que escucha todas las conversaciones telefónicas), Dedo (que se encarga de usar la fuerza bruta para reprimir todo intento de desobediencia) y Nariz (que husmea en todos los casos policiales); cualquier atisbo de rebelión es fácilmente controlable. Un panorama que sólo un vengador podría empezar a cambiar.

 

1997 ha sido, es y será siempre

La genial idea de llevar la trama a un futuro aterradoramente no tan lejano a 1982 (año en que se empezó a publicar el cómic), le concedió a la dimensión del tiempo un papel de peso en la misma historia. El autor jugó con este detalle para crear el punto exacto de turbación para que el lector pudiera entrever un rayo de esperanza y, al mismo tiempo, no pudiera atisbar los límites temporales de inicio o final de la ideología fascista que inspiró a la obra. El tiempo no ha esperado a poner en su sitio a V de Vendetta convirtiéndola en una obra maestra del cómic y en un reflejo terriblemente parecido a nuestra actualidad no sólo política, sino también cultural y social. Un mundo conectado a una red que no tiene noción de la privacidad, y que poco a poco va matando la cultura diferencial y el pensamiento crítico, en pro de una cultura global más maleable. Moore predijo el abusivo control que llegarían a tener los gobiernos con las nuevas tecnologías y los medios de comunicación que se generasen a partir de éstas. Cabe recordar que por entonces Facebook y las demás redes sociales aún no eran, ni tan siquiera, una idea inmadura en la mente de un genio iluminado.

 

¿Conectados o controlados?

Aunque tal vez en la actualidad soportamos una realidad aún más atroz que la ficción, pensadlo bien. Vivimos conectados a una red las 24 horas del día que sólo nos ofrece aquello que nos gusta, y cada vez nos hace más intolerantes a las opiniones y a los gustos diferentes a los nuestros. No damos cancha a la magnífica oportunidad de aburrirnos, ni a aquellos que no opinan como nosotros. Simplemente nos dirigimos a lo que queremos y bloqueamos a las personas que nos molestan. Así no tenemos que hacer el esfuerzo de pensar y comprender. ¿Somos conscientes de que le estamos poniendo las cosas muy fáciles a los controladores? Pueden condicionar a su gusto incluso nuestra forma de pensar y de sentir (sólo hace falta disparar noticias falsas que nadie contrastará, o sacar de contexto una acción, para caldear los ánimos y para provocar incluso una guerra) en tan sólo un clic. Más que conectados, estamos controlados.

Pero lo peor del caso es que creemos que somos libres y tomamos las decisiones de forma autónoma y anónima en este océano de la información que es la red. Creyendo que somos nosotros los que tenemos acceso abierto a todo el conocimiento y a la cultura que nos apetezca, cuando únicamente estamos consumiendo una cultura globalizada y cada vez más previsible y, en consecuencia, infinitamente más maleable. Hemos sido tan poco audaces y tan previsibles que sólo hemos generado una calca virtual del estado totalitario del que V quería vengarse. ¿O acaso creemos que nuestro más inocente comentario en Twitter queda exento de juicios y consecuencias? ¿Pueden nuestras virtuales opiniones cotidianas ser verdugo de otras ideologías distintas a las nuestras? ¿Y si somos nosotros los que estamos equivocados?

Destino, ciertamente, controla nuestras vidas.

 

Anna Escardó es comunicadora científica (@escardoanna)

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