ALBERTO MENDOZA
En la sociedad del espectáculo diseccionada por Guy Debord, las imágenes asumen una forma material, ejerciendo una influencia real en la sociedad. Como señala John Berger, el arte de cualquier época tiende a servir a los intereses ideológicos dominantes; y no cabe duda que las ideologías son mucho más que meras ficciones. Debord y sus colegas de la Internacional Situacionista impulsaron el détournement desde los años 50, considerando que el patrimonio literario y artístico de la humanidad debía utilizarse con fines de propaganda. La influencia de los situacionistas puede rastrearse a lo largo de las décadas, y hoy sigue viva incluso entre quienes utilizan esta técnica desde el poder, con los propósitos opuestos a sus orígenes revolucionarios.
En el texto “Modo de empleo del détournement”, Debord y Gil J. Wolman dan diversos consejos para utilizar esta técnica con eficacia. Comienzan con una distinción oportuna: esto no va de pintar un bigote a la Mona Lisa como hizo Duchamp en su célebre ready-made. Ya no se trata de oponerse a la noción burguesa de arte, sino de una empresa de mayor implicación crítica y revolucionaria. Para ello, recomiendan acciones simples, directas, con un enfoque más emocional que racional, y lo suficientemente creativas como para no limitarse a la mera táctica de invertir la obra a desviar. Han pasado más de sesenta años, pero consejos similares se siguen escuchando en el war room de cualquier campaña política.
Los ejemplos que aportan para hacer más comprensible la técnica anticipan ejercicios que se desarrollarán con mayor facilidad con la tecnología digital: alterar la banda sonora de la película El nacimiento de una nación para remarcar el carácter racista de algunas de sus secuencias; crear “metagrafos” como si de memes se trataran; o renombrar la sinfonía Heroica de Beethoven como Lenin.
La ingeniosa producción de imágenes y eslóganes del parisino mayo del 68 suele verse como el apogeo de las ideas y tácticas situacionistas, pero también es evidente en el calculado marketing que aplicó Malcolm McLaren para la construcción del fenómeno de los Sex Pistols y su transgresora narrativa punk. El retrato de la reina de Inglaterra fue objeto de détournement colocándole un gran imperdible en la nariz en plena celebración de su jubileo.
Las acciones de este tipo por parte de artistas y activistas son innumerables a lo largo de las décadas, pero no pierden su potencial polémico. En septiembre de este mismo año, colectivos de víctimas y feministas tomaron la sede de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) de México como protesta por la inacción del Estado a la hora de procurar protección y justicia, en un contexto de violencia creciente. Pero más que la ocupación del edificio, destacó el détournement de varios cuadros que allí se encontraron las activistas, retratos de los personajes históricos Francisco I. Madero, Benito Juárez, José María Morelos y Miguel Hidalgo. Los cuadros fueron subastados por las activistas para recaudar fondos, siendo el más valorado el de Madero, intervenido en parte por una niña víctima de abuso sexual. Los retratos al óleo de estos héroes de la patria mexicana pasaron a contar otra historia y protagonizaron el debate político y mediático. El uso del détournement conserva su potencia a pesar del paso del tiempo, adaptándose a las luchas y demandas de cada época. Pero también continúa enfrentándose a su opuesto, el concepto de recuperación, igual que en tiempos de De Gaulle y Debord. El caso de los Sex Pistols sirve para ilustrarlo, ya que tras atragantársele el té a la reina, el punk se tornó una commodity más de la industria cultural, si es que no lo había sido desde el inicio.
El proceso de recuperación logra que ideas o acciones revolucionarias pasen a formar parte del sistema hegemónico, se tornen inofensivas o directamente se mercantilicen. Así sucedió con las peroratas de Johnny Rotten, o con el trillado caso del Che Guevara. No falta la cantina que se denomine Cheve Bara (cerveza barata). Podría decirse que los fenómenos de recuperación son incluso más numerosos que los de détournement. No obstante, además de esta relación de oposición entre ambos conceptos, vale la pena preguntarse si también existe una relación de contradicción todavía más incisiva. Se trataría de un détournement desde el poder. De arriba abajo. No una acción de resistencia o subversión, sino la utilización del patrimonio simbólico desde la élite.
Un tipo de détournement del que no faltan ejemplos recientes. Buena parte del impacto radica en la distorsión o cambio del contexto en que se ubica originalmente el elemento a desviar. En España se puede advertir esta suerte de détournement de las banderas, símbolos que se alteran con una operación de contextualización a favor de un partido político o una causa particular. De esta forma, un símbolo nacional o autonómico se desvía a favor de un sector separado de la generalidad.
En distintos países de América, en una operación análoga al citado caso mexicano de los cuadros intervenidos, es habitual que líderes políticos hagan su propio uso de retratos de figuras emblemáticas, de Benito Juárez a Eva Perón, pasando por Simón Bolívar. Sin necesidad de repintar los óleos o subastarlos, basta con su ubicación estratégica como decorado de un discurso relevante para apropiarse de sus efectos de sentido. Que sea algo frecuente no implica que pierda fuerza este détournement, una desviación del sentido original de la obra al utilizarse en un nuevo contexto y con un nítido objetivo político.
Por si fuera poco, a la recuperación mercantilista y al détournement elitista se ha unido en los últimos tiempos una nueva fórmula que deshidrata y diseca la acción subversiva con la excusa de integrarla a la alta cultura. Los museos han fagocitado protestas emblemáticas como Occupy Wall Street mejor que la policía. Todavía resonaban en Nueva York los reclamos de justicia social de los activistas cuando los curadores de instituciones como el MOMA, el Smithsonian o el Contemporary Jewish Museum de San Francisco se abalanzaron a adquirir serigrafías, carteles y pancartas de este movimiento para nutrir sus exhibiciones.
La producción material del movimiento que aspiraba a representar al 99% acabó petrificada en salas de museo. Los tiempos han cambiado, y es difícil imaginar que esto les hubiera sucedido en su momento a los integrantes de Black Mask, también conocidos como los Motherfuckers, quienes además de enemistarse con la Internacional Situacionista probaron a combinar la actividad artística con acciones físicamente más exigentes como asaltar el Pentágono. Es recordado que en octubre de 1966 lograron clausurar el MOMA tras repartir centenares de volantes por las calles neoyorkinas en los que anunciaban su intención de cerrarlo por la fuerza. La sola amenaza surtió efecto y cuando los activistas llegaron se encontraron las puertas cerradas y una dotación de policía protegiendo el edificio. No vencieron al gobierno de los Estados Unidos, pero tampoco un curador del MOMA se atrevió a pedirles un flyer.
Alberto Mendoza es Consultor de comunicación política y periodista con base en México. (@AlbMendoza)
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