Un acontecimiento llamado Gabriel Boric o de los futuros presidentes de México

ALBERTO I. GUTIÉRREZ

Boric por aquí, Boric por allá, así se leía en las noticias, y él en un «solo lugar»: Santiago de Chile. Es bastante probable que varios infantes del país sudamericano llevarán por nombre el apellido del mandatario que acaba de ocupar el cargo, un fenómeno que incluso podría extenderse a México, y ser considerado un acto de admiración.

En lo que respecta al triunfo de Gabriel Boric en Chile, debo decir que cuando este hecho tuvo lugar, varios allegados míos se alegraron por su victoria, a la par de haberles parecido algo sorpresivo e inesperado. Sin embargo, meses antes de las elecciones yo ya intuía que él saldría victorioso. La cuestión fundamental es preguntarse cómo pude saberlo sin valerme de informantes privilegiados o de artilugios adivinatorios tales como el tarot o recurrir a la cafeomancia —el arte de leer los residuos que deja el café en el fondo de una taza—. Para entenderlo, les sugiero continuar con la lectura, anticipándoles que haré un par de predicciones para el escenario político mexicano, todo esto planteado bajo la máxima que rige mis letras desde hace años: sensatez con dejos de oscuridad.

Para explicar el triunfo de Boric, se requiere de un punto de partida o un pretexto detonador, y que mejor que recurrir a la frase «cada pueblo tiene el gobierno que se merece», una sentencia atribuida al gran Joseph de Maistre, la cual iremos adecuando con miras a los tiempos actuales y quitando el dejo negativo. De entrada, podemos advertir que la frase dispone de validez particularmente en lo que respecta a las democracias representativas de inspiración Occidental, donde la sociedad elige a sus representantes mediante el voto, triunfando aquel que tenga el favor de la mayoría estadística.

Hay que anotar que las victorias, en términos ideales[1], suelen ser obtenidas por aquellas figuras que conectaron con la mayor cantidad de ciudadanos, esto al compartir un modo de vida, postura, inquietudes o expectativas. No hay que perder de vista que los individuos tienden a votar en función de lo que creen les es semejante, aunque también pensando en cómo les gustaría ser o lo que quieren conseguir. Como resultado, el «ser» es un atributo bastante útil para un aspirante, aunque «parecer» o fingir sintonía es más común dentro del arte de la representación.

Ante dicha circunstancia, podemos aseverar que los mandatarios suelen constituir o pueden aparentar ser una síntesis, una instantánea o un indicador cualitativo de cómo piensa, siente, vive o sueña una nación en un momento determinado, principio que también puede aplicar a unidades administrativas menores como los estados o los municipios. Ahora bien, muchos de ustedes podrán percatarse que mis palabras provienen del podio de las condiciones ideales, donde no hay diferencia en la correlación de fuerzas, de recursos, ni la posibilidad de imposición. Esta apreciación es cierta, aunque he de señalarles que de darse esto último, el dirigente impuesto no sería capaz de escapar de su contexto, algo llamado ser «hijo de su tiempo», lo que en inglés se diría «son of his time«.

En este punto, la relevancia de la frase de Joseph de Maistre es más que palpable, inclusive su planteamiento nos lleva a una fórmula política que podría ayudar a garantizar el éxito: para ganar una contienda electoral es importante que el candidato sea o se vuelva a “imagen y semejanza» de la mayoría. Una vez en el poder, el mandatario puede continuar con la senda discursiva empleada durante la campaña, aunque intuyo que siempre estará latente un anhelo, un deseo ferviente de contradecir dicho principio: la posibilidad de que el pueblo se vuelva a “imagen y semejanza» del gobernante en turno, acercándonos a los dominios de lo sublime, de lo divino, evocándonos un pasaje del Génesis.

Carezco de información para establecer si esta motivación aplica en todos los casos, en todas las figuras de poder. Como es usual, siempre faltan ejercicios estadísticos o una estrella que alumbre a la mitad de la noche, pero sospecho que ha de ser una intención subrepticia que, de lograrse, constituiría una fuente de placer intensa e invaluable para quien la experimenta. La posibilidad de efectuar ciertas modificaciones es algo que nos abre una ventana a un aspecto que tal vez no es tan notorio o visible en la frase de Joseph de Maistre: que el sentir, pensar y vivir colectivo puedan ser parcialmente alterados, cual alfarero durante el modelado de una pieza de barro.

Esto explicaría en gran medida por qué las agrupaciones políticas en turno invierten parte de sus recursos en acciones formativas y actividades de difusión, tratándose de medidas encaminadas a garantizar la continuidad de sus objetivos, de su proyecto, ya que los mandatarios suelen tener una fecha de expiración. Aunque hay que reconocer que la acción de modelado no solo es a partir de contenidos internos, inscritos en los límites de la apacible vida nacional, sino que las fuerzas del cambio son mucho más amplias y vastas en el mundo contemporáneo.

Fenómenos como la globalización o las redes sociales son medios que han contribuido al cambio dirigido. «Extension du domaine de la lutte» —Ampliación del campo de batalla— diría con beneplácito Michel Houllebecq ante la cantidad de frentes que llegan a las escenas nacionales, siendo estas receptoras de ideas, discursos y posturas procedentes de latitudes de lo más diverso. Ahora bien, los contenidos no siempre van a ser asimilados de forma homogénea por un determinado auditorio o contingente, pero hay casos de éxito, entre ellos, el progresismo que ha estado consolidándose en el imaginario occidental y latinoamericano en los últimos años, con consignas a favor de los derechos civiles, la corrección política, la igualdad, el feminismo, el ecologismo, entre otras causas.

Cabe preguntarse ¿qué ha pasado para que la consolidación del progresismo haya tenido lugar en el horizonte político?, ¿por qué se han invertido cantidades ingentes de dinero a dicha doctrina? Es verdad que hay aciertos de esta vertiente contemporánea, sin embargo, no deja de ser llamativo su grado de extensión, al punto de que he encontrado atisbos de su existencia en las localidades más alejadas de México. Francamente adolezco de respuestas para tales interrogantes, o tal vez sí las tengo, pero a estas alturas podría pecar de adentrarme demasiado en las aguas turbias de la especulación. Debe ser terrible solo ser capaz de advertir efectos en lugar de causas, ¿no les parece? Algo frustrante, aunque para nuestra fortuna, el poder sigue siendo el mismo viejo de siempre.

En fin, con lo que he expuesto hasta este momento, creo que ya intuyen por qué el progresismo obtuvo la victoria en Chile, pues esta sociedad mira todo el tiempo a Occidente, gusta de las tendencias, algo que es palpable tanto en sus medios de comunicación o al hablar con personas procedentes de dicho país. No es secreto para nadie que la escuela progresista se ha ido consolidando en Latinoamérica, teniendo el respaldo europeo, inclusive de los Estados Unidos de Norteamérica, cuyo presidente nacido en 1942 —lo que lo hace perteneciente a la Generación silenciosa, la cual precede a los Baby boomers—, es un abanderado progresista, un papel que deja entrever una inconsistencia, muestra clara del predominio del «parecer» en detrimento del «ser».

La verdad es que no puedo evitar sorprenderme de ver cómo los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá han abrazado al progresismo con ahínco, por lo que no sería de extrañar que México se adhiera a esta tendencia, y más cuando la opinión pública ha sido orientada, moldeada elegantemente con miras a dicha doctrina. Sobre nuestro vecino próximo, debo advertirles que si bien no se encuentra en buena forma o en su mejor momento, eso no exime de que siga siendo una potencia y mantenga o quiera mantener su protagonismo, buscando marcar el paso de aquellos que se encuentren en su “campo gravitatorio” o su círculo de influencia.

Derivado de la posibilidad de que ocurra un contagio político y valiéndome de este análisis, avizoro que al concluir el sexenio del presidente actual de México, Andrés Manuel López Obrador, el siguiente mandatario en la lista será de corte progresista. Es altamente probable que gane el partido en turno debido al enorme capital social e infraestructura con el que cuentan, pudiendo ser sus heraldos Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard. Ahora, en lo concerniente a la oposición, puedo decir que la derecha mexicana al igual que Norteamérica, no están pasando por su mejor momento, aunado a que sus valores parecen contrariar el espíritu político contemporáneo. Una afrenta más sólida podría provenir de otro frente, de un partido afín al progresismo, siendo el caso de Movimiento Ciudadano, que en años recientes se ha hecho con las capitales de algunos estados, aunque es evidente que aún le falta camino por recorrer.

Sin embargo, después del mandato de este gobernante progresista, podrían venir otros perfiles de hechura o manufactura similar, pero no puedo negar que el conflicto que está teniendo lugar en el Viejo Mundo, la intervención de Rusia en Ucrania, tenga un impacto en las tendencias políticas. Considero que, de desatarse el conflicto a una escala mayor, el bloque Chino-ruso sería el ganador, aunque también está la posibilidad del surgimiento de un organismo internacional articulador. Tras darse alguno de estos escenarios, preveo que la administración, la disciplina y el control serán atributos imperativos en los regímenes gubernamentales de la posguerra, los cuales llevarán el sello del ecologismo, el cuidado de los recursos naturales y el control social. No hay que olvidar las estimaciones del MIT que dictan que el colapso social llegará antes de 2050 si no se hacen los ajustes y regulaciones necesarias.

Luego de leer este último párrafo, no puedo negarles que a la humanidad le esperan tiempos bastante difíciles. Aunque a estas alturas de la reflexión me siento satisfecho al haber cumplido con lo acordado. Quiero concluir el presente texto comentándoles que, al inicio de la disertación, les dije que Boric se encontraba en un «solo lugar», fragmento que coloqué entre comillas intencionalmente pues, como hemos podido constatar, esta circunstancia no es del todo cierta, ya que el espíritu del progresismo que él representa se encuentra en varias partes de Latinoamérica, esperando las condiciones propicias para emerger. El tiempo será el único que podrá decirnos si esto es verdad, aunque para serles sincero la espera tiende a irritarme, pero a pesar de esto suelo operar con elegancia, siempre hay que serlo, incluso si vivimos en el accidente, en la imaginación o en el error.

 

Alberto I. Gutiérrez (San Luis Potosí, México, 1990). Estudió la licenciatura y la maestría en Antropología social en su ciudad natal. Su interés académico ha estado orientado a reflexionar sobre el pensamiento de mercado, y también escribe textos sociológico-literarios con el fin de abordar diversas temáticas que experimenta la sociedad contemporánea. Actualmente, labora como asesor gubernamental. (@gutierr_i)

[1] Es evidente que triunfar en una elección es un aspecto multifactorial, por lo que en este texto se habla de términos ideales y limitados a ciertos criterios como los socioculturales e identitarios. Ahondar en el total de estrategias formales e informales para la obtención de la victoria en un proceso electoral, nos alejaría diametralmente del objetivo de este trabajo y demandaría un tratamiento distinto.