Turismo Político en Varsovia

VÍCTOR CAMINO

La política y la historia siempre se han condicionado mutuamente. Numerosos actores políticos han distorsionado los acontecimientos con el fin de encajarlos interesadamente en imaginarios colectivos. El objetivo habitual: acceder al poder o lograr una hegemonía duradera para mantenerlo.

La beca Erasmus me brindó la oportunidad de vivir un intenso año académico en la capital de Polonia, ciudad que rezuma historia por cada uno de sus rincones. Con más sombras que luces, el mundo contemporáneo recuerda Varsovia como el epicentro de las devastadoras consecuencias de la Segunda Guerra Mundial; y Polonia, como la cuna del exterminio nazi. No obstante, hay mucha política antes, durante y después, y como no, infinidad de lugares que rinden tributo o que simbolizan un esfuerzo para olvidar.

Las principales atracciones turísticas están impregnadas por hechos políticos, pero es realmente interesante atender a cómo las mismas se mitifican y, a su vez, refuerzan actitudes de pertenencia. No podemos interpretar la política –o las paradas que la representan– sin atender al escenario actual: la ultraderecha liderando el país con una cómoda mayoría, la izquierda bajo mínimos (sin representación) y el euroescepticismo reivindicado semanalmente en las calles. El fantasma soviético sigue invadiendo las alternativas que ofrece la izquierda y, por otro lado, la religión continúa arraigada en el comportamiento político. El resultado: una fuerte reacción frente a la globalización, las reformas sociales y los valores posmodernos.

A continuación, os propongo una ruta política combinando paradas en el centro moderno y en el casco antiguo, fijando principalmente la atención en los equilibrios de poder que han delimitado la historia y sus escenarios por excelencia. Las extremadas temperaturas del invierno no son capaces de erosionar el recuerdo de la demolición y la reconstrucción de Varsovia. Bloque a bloque, las estructuras retienen la memoria de las decisiones políticas que marcaron el curso de las cosas.

En medio de una multitud de rascacielos –construidos estratégicamente para tapar mediante arquitectura moderna la pasada época de dictadura soviética–  se encuentra el que fuera durante más de cinco décadas el edificio más alto de la ciudad: El Palacio de la Cultura y de la Ciencia. Actualmente, el Pałac Kultury i Nauki (tal y como se conoce en polaco) es un enorme complejo que alberga inimaginables actividades, como por ejemplo estudios académicos. En el duodécimo piso se ubica la universidad donde enriquecí el doble grado en Derecho y Ciencias Políticas en el año 2015.

En la década de los cincuenta, Stalin obsequió al pueblo polaco con este edificio de 237 metros cuyo aspecto es llamativamente similar a un gran número de bloques ubicados en la vecina Rusia. La República Popular de Polonia recibió así un reconocible elemento de control de la URSS en medio del panorama de la Guerra Fría. Tras derrocar –mediante el movimiento Solidaridad, apoyado por potencias occidentales y la Iglesia Católica– el régimen comunista en los años ochenta, hubo un profundo debate acerca de si dejar “la jeringa o pene de Stalin” (tal y como el pueblo polaco denomina al Palacio) o derribarla para escenificar una ruptura total con el pasado ruso. Finalmente se optó por mantenerla, pero reconvirtiendo los aledaños para forjar una imagen de un centro de ciudad abierto, moderno y cosmopolita; con altísimos rascacielos, oficinas y sedes internacionales, explícitamente marcando una victoria política del modelo capitalista. Lo que antes simbolizaba la autoridad de la URSS, ahora muestra un libre mercado asentado y con perspectivas de crecimiento. El protagonismo del edificio ha sido claramente reducido y en su interior quedan pocos resquicios de los orígenes que lo levantaron.

Desde el centro moderno –donde se plasma el paso del siglo XX al XXI– hasta el casco antiguo –el centro de la masacre de 1945– hay una ruta bastante corta en la que se encuentran tres espacios que vuelven a hablarnos de política.

Uno de los apenas 140 Bares de Leche que quedan en todo el país –tan sólo resisten 140 en todo el territorio– rodea el centro histórico de la capital polaca en nuestra particular ruta. Estos restaurantes, ahora atípicos, se crearon en la etapa soviética para garantizar que, mediante cartillas de racionamiento, toda la población tuviese garantizado el acceso a comida caliente y nutritiva. Hoy en día quedan sólo un 4% de los 40.000 que se establecieron a mediados del siglo XX (a pesar de aparecer en 1896). Eso sí, todos ellos continúan guardando su particular esencia sobria, antiestética, lúgubre y alejada de toda modernidad, emulando de esta manera, años pasados donde el Estado establecía una forma de redistribución de los recursos alimenticios mediante un total control de la organización social; un modelo que huía del mecanismo de precios y mostraba una nítida alternativa al occidentalismo.

Al igual que el Palacio de la Cultura y de la Ciencia, los bar mleczny (bares de leche, en polaco), generaron rechazo en la década de los 90 al asociarse al pasado. Hoy en día siguen reconvirtiéndose en espacios que alojan su esencia –menús nutritivos y simples– y la combinan con platos tradicionales de la gastronomía polaca. Sillas viejas, bandejas de plástico y menús económicos, caracterizan estas reliquias que reúnen a estudiantes, pensionistas o sin techo.

En segundo lugar, el Gueto Judío rodea la parte sudoeste del casco antiguo. Este espacio alberga aún restos de la muralla que lo delimitaba y mantiene el recuerdo de la invasión alemana que desembocó en el Alzamiento de Varsovia. El Alzamiento, que representa la resistencia del pueblo frente a las fuerzas de ocupación nazis, constituye un hito heroico para todos los polacos. El Gueto está fielmente retratado en la película El Pianista en la que se simula los rincones que quedaron en ruinas tras la Segunda Guerra Mundial.

Para representar las consecuencias de la respuesta de Hitler, aparece, junto a la Corte Suprema de Polonia, el Monumento al Alzamiento, que guarda recuerdo a todos los polacos que se rebelaron y que fueron reprendidos con la destrucción del 80% de la ciudad en 1944 por órdenes concretas de Hitler. A pocos metros, en las antiguas cocheras del tranvía, está construido el Museo del Alzamiento que viaja por esta cruenta guerra, detallando sus fases y apuntalando la conciencia de pueblo luchador y valiente.

Si los bares de leche son característicos de la etapa soviética, y lo relativo al Alzamiento, del período de la Segunda Guerra Mundial, el Jardín de los Sajones –limítrofe entre los dos centros de la ciudad– data de finales del siglo XVII y se convirtió en el primer parque público del país. En ese parque se sitúa la Tumba del Soldado Desconocido, un rincón donde en 1925 se enterraron los restos sin vida de un luchador no identificado. Este monumento, custodiado en todo momento por miembros de la guardia de honor, homenajea a los soldados abatidos en las causas bélicas de toda la historia polaca. Cada domingo, los veteranos de guerra se reúnen religiosamente frente a la mencionada tumba –realizada sobre uno de los muros que resistió el derribo de la ciudad– y desfilan con sus medallas puestas. Frente a la tumba aparece una enorme cruz. La fe aparece de nuevo en forma de resistencia ante las invasiones.

El centro histórico conecta mediante un largo paseo el Castillo Real –cuyo momento de esplendor fue el período de monarquía polaca– con los lujosos jardines y residencias aristócratas. En la actualidad, en este recorrido podemos encontrar el palacio presidencial, más cercano a la plaza principal, y la particular “Moncloa” polaca, donde reside la Primera Ministra.

El Old Town presenta un aspecto no muy desgastado debido a su reciente reconstrucción apenas medio siglo atrás, simulando pieza a pieza el aspecto anterior a la guerra. La UNESCO lo declaró patrimonio de la Humanidad en 1980 por ser ejemplo de esfuerzo y capacidad de recuperación tras un duro golpe histórico.

Un templo religioso recuerda un hito político que no ha trascendido a pesar de su importancia. En la Catedral de San Juan de Varsovia se vivió el 3 de mayo de 1971 la ratificación de la primera Constitución Europea, la segunda en el mundo tras la de los Estados Unidos de América. Distinguida con un Sello del Patrimonio Europeo y pionera en su tiempo, duró menos de un año al ser derrotada la Mancomunidad de Polonia y Lituania. Es importante reconocer la vocación europeísta del código de leyes de 1971, un hecho que chirría con el creciente rechazo a la Unión Europea.

Si al inicio de esta ruta hablábamos de imaginarios colectivos, acabamos con un repaso a la pequeña muestra de los monumentos sobre los que se construyen. Bases sólidas que confrontan, unen o provocan indiferencia en una sociedad donde la política cada vez cede más espacio al mercado. Polonia se agarra al marco nacional. Lo intensifica. Cada 11 de noviembre sale a las calles para reivindicar un país para los polacos. Sin injerencias.

Con diversas llamadas de atención sobre retrocesos sociales por parte de las instituciones europeas, el pasado sigue condicionando las perspectivas de quienes hoy lideran la política polaca ¿Qué lugar escenificará lo que ocurre en la República de Polonia en estos tiempos? Recomiendo viajar allí cada década para descubrirlo.  

Víctor Camino está finalizando sus estudios en Derecho y Ciencias Políticas en la Universitat de València y colabora con diversas organizaciones políticas en su comunicación.(@victorcaminovlc)

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