Señoras y señores:
Inicio estas palabras con la gratitud por vuestra presencia en esta ceremonia militar, la última con que culmina mi carrera de las armas, en la que he permanecido por 65 años, sirviéndola con gran cariño y amor porque a través de ella servía a mi Patria, único norte de mi diario vivir y felicidad profunda de mi razón de ser.
Al llegar a esta tribuna, para cumplir lo señalado en la Carta Fundamental en el mando de la institución castrense y despedirme de ella para entregarla al nuevo mando dispuesto por su Excelencia el Presidente de la República, lo hago estoicamente como corresponde a un soldado y con orgullo por entregar un Ejército de gran calidad profesional.
Al escribir mi Memorias expresé ya hace algunos años: «Cuando ingresé como cadete de la Escuela Militar, dentro de ese vetusto edificio de la calle Blanco, donde se vinculan sentimientos de amor a la Patria, el cumplimiento del deber y se somete a la dura disciplina, fue para mí uno de los momentos más felices de mi vida».
Recuerdo también que esta llegada al instituto formador de Oficiales fue en los primeros días de marzo de 1933 y con ello «se cumplía mi aspiración».
Quiso la Divina Providencia que este entusiasmo vocacional se cumpliera en plenitud mucho más allá de lo que las condiciones ordinarias podían haberlo previsto y siempre ajeno a todo cálculo personal.
Durante estos años he caminado por la senda del deber y la disciplina, y en este mismo mes de marzo, hoy, a los 65 años de servicio, cuando debo dejar la carrera activa como soldado, siento murmurar en lo hondo de mi corazón ¡gracias, Patria mía, he sido tu soldado!
Ello me hace feliz, pues llegué al mando superior de mi institución después de haber cumplido regularmente cada una de las etapas de la carrera militar, recibiendo con alegría las destinaciones y cumpliendo las tareas que se me asignaban en el orden táctico operativo y académico, entregando todas las energías de que soy capaz.
Asimismo quiero proclamar solemnemente, en este mismo acto, que en mi espíritu se mantienen con renovado vigor los mismos ideales e ilusiones que me acompañaron en esa lejana fecha de mi ingreso a la Escuela Militar.
Al hacer entrega del mando del Ejército, no puedo dejar de recordar los intensos y extensos años que dediqué a su servicio y, por su intermedio, a la Patria. Son muchas las imágenes y vivencias que cruzan por mi mente y corazón, nombres y hombres, éxitos y desazones; euforias compartidas con inolvidables camaradas y momentos de soledad que rodean las ineludibles decisiones de todo comandante.
En todos estos sesenta y cinco años no ha habido otro afán que haya motivado con más fuerza mi vida profesional y personal que hacer coincidir mi vocación de servicio con los grandes objetivos e intereses de la Patria.
En tal virtud, puedo dar fe de que el Ejército, invariablemente, ha estado a disposición de los supremos intereses nacionales y que su trayectoria ha estado indefectiblemente ligada a los destinos del país, no como una relación fatalista, sino que en una identidad consecuente con la misión fundacional del Estado y de sus instituciones fundamentales.
Señoras y señores:
No es mi ánimo mirar atrás, porque ello es anclarse en ele pasado y no avanzar de acuerdo con el mundo; sin embargo, quiero decir dos palabras sobre una materia pasada para recuerdo de la Nación misma.
Chile se enorgullecía como Nación de larga tradición democrática, señera en el continente, y sus Fuerzas Armadas habían contribuido eficazmente a su formación y defensa.
Sin embargo, en el devenir de nuestra historia fue generándose un estado de conflicto público, cada vez más extendido, agudo e incontrolable. Conflicto que llegó a afectar a la subsistencia de la Patria misma, como Nación libre y Estado soberano.
¡Eran evidentes las posibilidades de autodestrucción de Chile!
¡Primaron entonces los deberes patrióticos por sobre toda otra consideración!
Las Fuerzas Armadas, destinadas a asegurar y defender la integridad de la Patria, deben en estas circunstancias extremas pronunciarse.
El Ejército y sus instituciones hermanas asumieron la conducción del Estado y se abocaron a la restauración de la institucionalidad quebrantada y a la reconstrucción social, política y económica del país.
El estudio desapasionado de la realidad de la época hace concluir que, o las Fuerzas Armadas tenían éxito en esta empresa extraordinaria, o la suerte del país volvía a etapas de aniquilamiento peor. Una pieza trascendental, ene el cumplimiento de esta magna tarea, fue la promulgación de una nueva virtud de la cual se entregó el poder supremo a la civilidad en las fechas y formas preestablecidas y plebiscitadas.
En esta forma, la democracia chilena pudo retomar su rumbo.
A su vez las Instituciones Armadas pudimos decir entonces ¡misión cumplida!
Señora y señores:
Las circunstancias de inicio y término de mi gestión de mando son tan distintas como es la situación institucional que vivía el Ejército en los comienzos de la década del setenta, en comparación con la que vive hoy, al término de los noventa.
En efecto, la turbulencia que caracterizó la etapa previa y misma de mi asunción al mando no era precisamente la más favorable para emprender proyectos de modernización que la Institución requería urgentemente. A su compromiso con la restauración nacional se sumaron dos grandes crisis internacionales, que pusieron de manifiesto carencias que se arrastraban por décadas y que sólo pudieron ser reparadas parcialmente y con soluciones de emergencia, debido a la situación económica que atravesaba el país.
En esta misma vulnerabilidad el Ejército encontró la fuerza para superar, con iniciativa y mucho sacrificio de su personal, situaciones adversas que parecían insalvables.
En más de alguna oportunidad me he referido a las condiciones que rodearon esa primera década de mi mando institucional. Hoy sólo quisiera destacar que en el rol que históricamente han cumplido los ejércitos en el mundo suele juzgárseles mas que por las batallas ganadas en la guerra, que por las que han evitado.
Quiso el destino poner como prueba esta grave situación, cuyos episodios, aún no revelados del todo, trajeron con crudeza la realidad no superada del flagelo de los conflictos, que demandaron los soldados, marinos y aviadores, junto a la solidaridad y serenidad de nuestros compatriotas, una actitud digna y responsable en que los valores en juego no podían ser transados a cualquier precio.
Para un Comandante en Jefe, los momentos de apremio son los que miden la verdadera fuerza de sus medios. La fuerza de entonces, como lo fue históricamente y seguirá siendo en el futuro, no fueron los cañones o los tanques.
Nunca me sentí más orgulloso de mandar el Ejército de Chile que en los períodos en que asumimos tan variadas y diversas crisis en que sólo descansamos en el valor de nuestros hombres y mujeres.
Posteriormente, la década del ochenta pudo haber sido más propicia para cumplir nuestros proyectos institucionales, pero sus costos eran incompatibles con necesidades más apremiantes, sin contar con la carga que debió asumir el Ejército de un endeudamiento a largo plazo, que no fue traspasado al erario nacional. Ante esta nueva prueba, el recurso humano exhibió una vez más su capacidad para superar las carencias materiales.
Podría decir con toda justicia que, así como el país fue capaz de vencer la adversidad de las crisis económicas sucesivas que sacudieron al mundo con el ingenio y sacrificio de sus dirigentes, profesionales, empresarios y trabajadores, los soldados desarrollaron una capacidad tecnológica que permitió al Ejército mantener operacional su material antiguo y desgastado, contribuyendo eficientemente al nivel de disuasión nacional.
Esta medida permitió superar la emergencia recurriendo a la implementación de varios programas, como el aumento de la planta y del contingente, el desarrollo de la industria bélica nacional, que garantizara la provisión de armamento liviano, el aumento de la capacidad antiaérea y de antiblindaje, y el mantenimiento y reparación del material blindado y de artillería.
Paralelamente, el Gobierno Militar aplicó las medidas que la situación ameritaba, lo que permitió mantener el modelo económico y las reformas sociales emprendidas.
Dos décadas, con sus realidades internacionales, nacionales e institucionales particulares, hicieron confluir las características más notables de un ejército comprometido con el desarrollo y la paz: su apego a los valores tradicionales, su identidad con los intereses permanentes, su contribución al progreso y su visión optimista del porvenir.
La década del noventa, junto con el inicio de la plena institucionalidad, trajo los frutos de una economía sana y renovada y de un desarrollo anticipado por un trabajo previsor y austero, ofreciendo circunstancias más auspiciosas para llevar a cabo nuestros proyectos de modernización.
Se avanzó mucho en los procesos de formación, perfeccionamiento y entrenamiento del personal, alcanzando niveles que son reconocidos como similares a los de los ejércitos de los países más desarrollados del mundo.
El Ejército que hoy entrego es, en muchos aspectos, distinto al que recibí en 1973, pero también mantiene las características que le han hecho singular en el concierto americano.
Estoy consciente de una interpretación que suele darse a mi dilatada gestión de mando es que se habría generado una relación personal que rompe la subordinación normal de los hombres y la Institución que dirijo.
Si algo de verdad tiene tal afirmación es que mi entrega ha sido total y la respuesta ha sido una cohesión en torno a valores compartidos. Sin la percepción común de tales valores, ningún comandante puede llegar a reclamar la adhesión de sus subordinados. No es la persona la que encarna a la institución, son los valores trascendentes los que logran el espíritu corporativo. Esa es una constante de la historia de nuestro Ejército.
No son, por tanto, sólo más armas o recursos los que entrego a mi sucesor. Entrego un Ejército monolíticamente unido y comprometido. Unido en su sentido espiritual y valórico, consciente de su rol histórico y del provenir. Comprometido con un destino común con la Patria, con el apego a sus tradiciones y cultura, respetuoso del ordenamiento constitucional que sus hombres contribuyeron a forjar, y con la defensa y soberanía nacional que juraron proteger aún a costa de sus vidas.
Al hacer entrega del mando del Ejército de Chile al Señor Teniente General don Ricardo Izurieta Caffarena, pongo en sus manos, mente y corazón, una de las Instituciones que más ha gravitado en la vida de la Nación.
Cuando un General de la República accede a tan honroso cargo no sólo ha compartido la historia de su Ejército, sino que los mismo valores y desvelos de todos sus hombres. A ellos se debe, como el Ejército hace lo mismo con la Patria. Por ello es que también el señor General Izurieta, junto con asumir el mando institucional, acepta para sí la honrosa misión de ser el continuador de la inmaculada trayectoria de una institución que, como ha ocurrido en el pasado, habrá de trascender nuestras efímeras vidas.
A los soldados del Ejército de Chile les recuerdo que son herederos de un pasado glorioso, guardianes de un presente promisorio y actores de un futuro que habrá de construirse en plena armonía con los valores permanentes de la Nación. Cultiven con orgullo la contribución de este invicto Ejército a la paz y desarrollo de la Nación y renueven su compromiso con ella en cada acto de servicio, con la misma fe y respeto con que veneramos y conservamos nuestras más sagradas tradiciones de valor, honor y lealtad.
Señoras y señores:
Ante los estandartes del Ejército de Chile, que representan lo que más he querido en mi vida, tal como lo hicieran cuando presté mi juramento, vuelvo mi mirada al Todopoderoso para agradecerle tan inmenso privilegio, al haberme permitido ejercer el mando de esta gloriosa Institución.
Mi larga carrera profesional y el mando de este glorioso Ejército me han dado la posibilidad, como a pocos, de comprobar las notables virtudes que caracterizan el hombre de armas chileno. Aquellos que hicieron posible la independencia y la superación victoriosa de las grandes encrucijadas de nuestra historia.
Reitero mi gratitud más profunda por la leal y abnegada colaboración que he recibido en estos años de tantos camaradas de armas, que han entregado lo mejor de sí en el cumplimiento de las misiones que les fueron asignadas.
Rindo en esta hora mi más sentido homenaje a todos aquéllos que ofrendaron su vida en los momentos más decisivos que hemos vivido.
Por ello también, emocionado, hago llegar mi gratitud a las familias de todos los soldados de este Ejército, que con su comprensión y apoyo también participaron en las nobles tareas realizadas.
Asimismo con especial consideración formulo mi reconocimiento a todos los integrantes de la Armada, de la Fuerza Aérea y Carabineros que, en estrecha y leal acción común con la institución que he tenido el honor de comandar, supieron cumplir la orden con gran generosidad y eficiencia.
A mi querida esposa Lucía vayan mis cariñosos sentimientos de amor y de gratitud, porque ella ha sido para mí fuente de inagotable apoyo y comprensión, y en estos 55 años juntos siempre he visto en ella la compañera abnegada y a veces heroica de todos los imperativos que exige la vida de las armas. En ella he visto a la verdadera mujer del soldado valiente y abnegado.
A mis hijos gracias por eses cariño que siempre he recibido de todos.
En una palabra a todos los que han luchado y luchan por un Chile mejor con principios nacionales y no extranjeros.
A las Autoridades de Gobierno y representantes de los Poderes del Estado, por haber comprendido mi gestión de mando en un período de incertidumbres y cambios, con la grandeza que anima a los hombres que han puesto al bien común como el logro más preciado.
Al expresar mis sentimientos de gratitud a quienes han estado conmigo de una u otra forma, los extiendo a todos aquellos compatriotas que me brindaron su apoyo, confianza y amistad por tantos años y en tan variadas circunstancias. Su reconocimiento será mi mejor estímulo para continuar colaborando en el servicio público hasta que Dios, nuestro Señor, me lo permita.