Ciudadanos diputados:
La confianza del pueblo, que se ha dignado honrarme otra vez con sus votos, me impone nuevos y sagrados deberes.
Con el propósito leal y patriótico de cumplirlos, he venido a hacer, ante vosotros, la protesta solemne que prescribe nuestro Código fundamental.
Apenas acaba de pasar el conflicto en que la guerra comprometió a la República, cuando presenta ante el mundo el ejemplo de volver a entrar en la práctica regular de sus instituciones.
Para que funcionen conforme a ellas, así en la Unión como en los estados, el pueblo ha hecho libremente la elección de todos los poderes públicos.
La representación nacional decretó, en el peligro de la patria, que el Poder Ejecutivo fuese depositario de las más amplias facultades.
Entonces, por un efecto necesario de las circunstancias, se interrumpió la observancia de varios preceptos de la Constitución.
Sin embargo, procuré siempre obrar conforme a su espíritu, en cuanto lo permitían las exigencias inevitables de la guerra.
Ahora que el triunfo feliz de la República ha hecho que se pueda restablecer plenamente el régimen de la Constitución, cuidaré fielmente de guardarla y hacerla guardar, por los deberes que me impone la confianza del pueblo, de acuerdo con mis propias convicciones.
La leal observancia del pacto fundamental, por los funcionarios federales y de los estados, será el medio más eficaz para consumar la reorganización de la República.
Se alcanzará tan importante objeto siempre que, conforme a la Constitución, el Poder Federal respete los derechos de los estados y ellos respeten los derechos de la Unión.
Sin esto, faltaría la primera base para consolidar la paz, que debe ser el fin principal de nuestras aspiraciones.
Dependiendo de la conservación de la paz todos los derechos privados y todos los intereses de la sociedad, nada debe omitir el gobierno para la celosa protección de la libertad y las garantías de los ciudadanos fieles a la obediencia de las leyes y para la enérgica represión de los que se rebelen contra ella, perturbando el orden público.
Durante los años que he desempeñado el gobierno, en las situaciones prósperas, lo mismo que en las adversas, ha sido el único objeto de todos mis actos, cuidar de los intereses del pueblo y procurar el bien de mi patria.
Siento obligada toda mi gratitud, reconociendo que, para ser elegido de nuevo, no he podido tener más mérito que la lealtad de mis intenciones.
Es uno de los principios fundamentales consignados en la Constitución, que todo poder público dimana del pueblo y se instituye para su beneficio.
Como hijo del pueblo, nunca podría yo olvidar que mi único título es su voluntad y que mi único fin debe ser siempre su mayor bien y prosperidad.
En mi administración, ciudadanos diputados, me servirán de guía vuestras luces, cumpliendo el deber de ejecutar vuestras decisiones, de sostener la independencia y dignidad de la nación y de hacer efectivos los principios de libertad y de progreso, que ha conquistado con su sangre el pueblo mexicano.
Enviado por Enrique Ibañes