Marruecos-Tánger. Si mis palabras terminaran en este punto estoy seguro de que diríais que no os había dado a conocer todo mi pensamiento, que voluntaria o involuntariamente había hurtado el hablar de un tema que puede por sí solo bastar para que todas estas aspiraciones se conviertan en sueños irrealizables, porque ante la idea de esta confraternidad de nosotros con otros grandes pueblos se alza con imperio algo que puede convertir en polvo nuestras ilusiones: Marruecos-Tánger.
Ya ha pasado la hora en todo, pero principalmente en la política y en la política internacional, de las habilidades y de las reservas; cuando existen escollos hay que señalarlos, hay que precisarlos; quererlos ocultar sólo sirve para estrellarse en ellos; con toda claridad, con el ánimo exento de prejuicios, debemos examinar este aspecto grave y delicado.
Mis opiniones sobre Tánger y Marruecos son bien conocidas; las he repetido en el Parlamento muchas veces, las he dado a conocer en otras ocasiones; nuestros derechos en Marruecos, consagrados por Tratados solemnes, son intangibles; lo que allí se pactó pactado está, y hay que mantenerlo; se trata para nosotros de lo que pudieran llamarse valores imponderables. Si España desertara de Marruecos, aunque sus costas estén bañadas en una gran extensión por el Mediterráneo, dejaría de ser nación mediterránea. Para nosotros la costa Norte de Marruecos es tan indispensable como lo ha sido para Francia el litoral argelino, como lo fue para Italia la Tripolitania, para cuya consecución tuvo que realizar tantos esfuerzos; porque el mar Mediterráneo no separa, sino que une, es un reducido pasillo, y al que ocupa una de sus orillas, no le puede ser indiferente el que la orilla opuesta pueda ser dominada por uno o por otro. Por eso para mí no cabe duda: no tenemos siquiera el derecho de opción; la responsabilidad que habríamos de contraer ante las generaciones futuras sería enorme, y, por tanto, para conservar nuestra posición actual, todo sacrificio por grande que sea, lo estimo pequeño.
Hay entre nosotros quienes creen, yo reconozco su buena fe, que la mejor solución para España es el abandono de Marruecos; a ellos invito a reflexionar sobre lo que con aplauso de todo el Parlamento francés, desde las extremas derechas a las izquierdas socialistas, se ha dicho respecto de Marruecos, estimándolo como de un valor inapreciable, proclamando que Marruecos ha de pesar considerablemente en el porvenir de Francia. ¿Por qué para nosotros no ha de tener igual justiprecio y estima?
Enviado por Enrique Ibañes