FERNANDO CUÑADO
¿Una reunión en plena calle entre un presidente de Gobierno y un banquero? Así actúa Tom Dawkings, un primer ministro inesperado que decide echar un pulso al poder financiero. La escena sucede en Secret State, una miniserie británica lanzada en 2012 ambientada en las conspiraciones que rodean el poder político. Y nada menos que en esa silla se sentó al poderoso presidente de Royal Caledonian Bank, justo delante de la puerta del 10 de Downing Street. “Usted tiene prisa y ninguno de nosotros tiene nada que ocultar”. Exquisita educación inglesa para representar una fotografía increíble en la vida real. ¿Alguien se imagina a Rajoy en los jardines de La Moncloa negociando una reforma laboral con los líderes empresariales y sindicales?
Esta imagen es una de las genialidades que deja este thriller. Secret State cuenta con un reparto de primer nivel y, además, los amantes de la política británica encontrarán en sus episodios recreaciones de los debates en la Cámara de los Comunes bastante bien logradas. Es todo lo contrario al título de la serie. Estamos ante un primer ministro que no quiere secretos de Estado, pero que se ve envuelto en luchas internas aderezadas con espionaje.
Secret State también retrata complejos lo que ahora llaman ‘los mercados’. Son nombrados a todas horas en las noticias económicas y parece que cualquier iniciativa necesita su beneplácito. Hay una frase demoledora: “Tenemos un 88% de influencia en el banco, pero sólo si no la usamos”, llega a admitir el primer ministro. Frente a ellos, se rebela el personaje interpretado por Gabriel Byrne. Sus buenas intenciones están condenadas al conflicto con quienes realmente dirigen la política británica y sorprenderá al espectador con medidas insólitas, incluso contra su propio gobierno.
Las buenas intenciones del primer ministro Tom Dawkings enlazan con algunas de las reflexiones sobre gobierno abierto que pudimos ver en la mítica serie británica Si, Ministro. Entonces veíamos como la administración se resiste a aceptar cambios y ahora vemos que aunque quieras ser transparente es más lo que no controlas que lo que desvelas.
No hay muchos Dawkings en la alta política. Pocos se atreverían a llevar la transparencia hasta el límite de reunirse en plena calle con el principal banquero de su país. Es utópico soñar con algo así en la realidad. Es un ejemplo de máximos, muchos nos conformaríamos con que la transparencia en política empiece a escribir su primera temporada.
Fernando Cuñado es Periodista y Asesor de Comunicación. Escribe en Qué haría Leo.
Publicado en Beerderberg
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