Sansa y Arya Stark, la mujer no nace, llega a serlo

FERNAN CAMACHO Y JULIA OJEDA

Desde que empezó la serie, no sin falta de razón, hemos considerado que Arya Stark es un icono feminista. Su belicismo, su valentía y sus formas irreductibles la han convertido en un adalid del feminismo de la década. Quizás haya sido la comparación con su hermana menor la que haya hecho que el personaje de Sansa haya pasado, en este campo, más desapercibido. No obstante, Arya Stark no es un personaje más feminista que Sansa; son, sencillamente, dos feminismos distintos.

Antes de adentrarnos en la profundidad de Sansa, debemos reflexionar sobre qué es “lo femenino”. Siguiendo una lectura de Margaret Mead, articulamos el calificativo “femenino” con base al campo cognitivo de la maternidad (la dulzura, ternura, el cuidado, la prudencia…). En cambio, el calificativo de “masculino” lo empleamos según una actitud se aleje de lo anterior. Y no sólo lo articulamos así, haciendo una dicotomía social de lo que es meramente biológico, sino que, además, lo dotamos de una jerarquía. Dado lo anterior, en tanto que Arya se aleja más del patrón (nunca mejor dicho) maternal y su campo cognitivo, nos parece mejor o más feminista.

Debemos, pues, adoptar el pensamiento de Beauvoir en el que se afirma que una mujer no nace, sino que llega a serlo. Arya elige ese camino a pesar de las continuas reprobaciones de su madre, que no ve con buenos ojos que su hija pequeña no se ciña a lo que se espera de una mujer. Muy al contrario, cuando empieza la saga, vemos a una Sansa que asume el rol que la sociedad le otorga. Desde ahí empezamos a ver cómo Sansa empieza a recibir influencias que hacen que crezca en todos los sentidos. Qué duda cabe que estas influencias son, en su inmensa mayoría, horripilantes experiencias. A través de susodichas vivencias, Sansa construye una identidad que atraviesa lo que su madre hubiera llamado femenino. No sólo se atreve a buscar su independencia respecto de los hombres, también comienza a ambicionar un liderazgo sobre éstos.

A estas circunstancias, habrían de añadirse determinados diálogos con Cersei Lannister y Margaery y Olenna Martell. Si pensamos en las agresiones sobre Sansa y cómo va cambiando sus respuestas ante estas, nos es inevitable recordar lo que Sansa aprende cuando se rodea de otras mujeres. ¿Hubiéramos visto a Sansa planteándose gobernar Invernalia si no hubiese visto que Cersei era quien llevaba las riendas en Desembarco del Rey? Así mismo, es Sansa quien persuade a Meñique para que mande a los caballeros de Arryn a la Batalla de los Bastardos, desobedeciendo a su hermano. Nos sería del todo complicado si no hubiera visto cómo las Martell manejaban la psicología de los hombres a su alrededor. El culmen de este aprendizaje en sororidad y de su consecuente liderazgo lo vemos en la escena en la que condena a Meñique. En los tres casos citados, el haber visto que otras mujeres antes que ella lo hacían resulta fundamental.

Si pensamos en la sociología que rodea a Sansa, no nos hubiera cabido sino la resignación. Sansa no sólo no se resigna, sino que desarrolla un notable instinto de supervivencia. Y eso que, si se hubiera resignado, nadie hubiera podido recriminárselo. Su caso se parece, en cierto modo, al de Ana María de Austria, reina consorte de Francia por su matrimonio con Luis XIII. La reina Ana, hija de nuestro Felipe III y hermana de Felipe IV, convivió en un ambiente de total hostilidad por parte de su suegra, María de Médici, y del principal consejero del reino, el cardenal Richelieu. No obstante, una vez muerto su esposo en 1643, con un hijo de apenas cinco años, es ella la que toma el mando de Francia saliendo victoriosa de, por ejemplo, una guerra contra España en la que se enfrenta a su propio hermano. ¿Podría alguien acusar a la Reina Ana de no ser un ejemplo por no haber sido una gran soldado (como dicen que era su marido)? Raro sería. Su mérito deriva en haber escrito con letras de oro su nombre en la historia de un país que ni siquiera era el suyo. En ser, verdaderamente, una gran reina y no sencillamente la esposa de Luis XIII.

Cuando terminamos la séptima temporada vemos a una Sansa determinada a liderar uno de los momentos más complicados de Invernalia. Los caminantes blancos van a cruzar el Muro por primera vez en milenios. Su hermanastro Jon Nieve no contempla el realismo como una opción y pacta con Cersei, mientras una exuberante nueva reina llega a Poniente con muchísimas opciones. La situación no sólo es peliaguda en lo que se refiere al belicismo, diplomáticamente exige de un saber estar que ni Arya ni Jon parecen asimilar. Y Sansa está más que preparada para afrontar todo esto cuando en los libros no pasa de los quince años. No cabe sino levantarse y aplaudir.

 

Lo masculino y lo femenino

Si algo nos ha enseñado la teoría del discurso es que todos los significantes pueden cambiar de significado. Hemos elogiado al maquiavélico Meñique por su astucia, a Jaime Lannister por su estoica manera de soportar los suplicios, a Lord Varis por su control de la información, de Tyrion nos hemos quedado, más allá de su sabiduría, con que es, en el buen sentido, bueno… Si cogiésemos todas estas cualidades daríamos con un liderazgo perfecto. Curiosamente, todo lo que acabamos de repasar son aptitudes que Sansa Stark ha logrado desarrollar de las formas más cruentas posibles. Cualidades como astucia o maquiavelicismo forman (todavía) parte del campo cognitivo de lo masculino.

No obstante, si bien la influencia de Meñique es determinante en ciertos momentos, lo más interesante es que las mejores cualidades de Sansa las ha aprendido, como hemos dicho ya, de otras mujeres. Mujeres que, por una razón u otra, no han podido llegar a esa posición o que, cuando han llegado, se han visto perpetuamente cuestionadas. Sansa es, por tanto, un ejemplo de cómo lo femenino puede llegar a liderar un país con la misma solvencia que lo masculino.

Arya Stark se ha convertido en una heroína por mérito propio, qué duda cabe. Desde el primer momento de la serie hemos visto cómo superaba un rol de género que no era para ella y se superponía a todo tipo de obstáculos. La sociedad ha asumido bien lo que hace Arya: No es que haya decidido parecerse a un hombre, es que ha decidido separarse de lo que está ligado al campo cognitivo de lo femenino. Sin embargo, la indeterminación de la masculinidad hace que pensemos que Arya la buscaba. La propia serie, de una forma brillante, lo desmiente en la séptima temporada. En una escena técnicamente perfecta, vemos a Arya en un duelo de entrenamiento con Brienne de Tarth. Mientras Brienne usa las técnicas de combate convencionales, duras y toscas, Arya es tremendamente elegante, fina y, como ella misma demuestra, inusitadamente letal.

Las dos hermanas Stark son, por tanto, muy buenos ejemplos de que se puede ser una líder de muchas formas distintas. Si bien el mérito de Arya consiste en haber superado con creces un rol de género que ella no ha elegido; Sansa se ha revelado contra una vida que le venía impuesta sin dejar de ser femenina. Además, ha tornado el significado de adjetivos que hubieran sido más fáciles de adjudicar a un personaje varón.

Fernando Camacho es escritor y columnista (@FernanCamacho). Julia Ojeda tiene estudios de Derecho y Ciencias políticas y un máster en género.

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