PEDRO SILVERIO
John Keane disecciona la democracia tanto en el tiempo como en el espacio. No se trata de una historiografía al uso que parta desde la Atenas clásica hasta la actualidad. Keane estudia los orígenes, circunstancias, efectos y motivaciones de las tres grandes fases de la democracia: Asamblea, Parlamento y Monitorización. El autor concluye la democracia se dice de muchas formas y todas son producto de la red de influencias que en cada momento configuran la sociedad. Gracias a Keane, sabemos que las primeras asambleas no fueron en la Hélade, sino que en Mesopotamia ya se había establecido esta costumbre mucho antes de que Cleistenes promulgara una constitución para sus conciudadanos.
Pero lo que más repercusión ha dado a Keane en España, pese a que todavía no ha visto la luz la edición en castellano, es la afirmación de que el origen del parlamentarismo tuvo lugar en las cortes convocadas por Alfonso IX en León en marzo de 1188. El motivo que siempre ayuda a las democracias a crecer es la necesidad de los gobernantes de aumentar el apoyo de los gobernados en situaciones de inestabilidad. Que a las primeras Cortes asistieran los procuradores se debe a la costumbre árabe de nombrar un representante que atendiera los negocios mientras el mercader se ausentaba de su casa.
Keane entiende la democracia como un fenómeno global y desentraña las claves del desarrollo democrático en las colonias europeas de la orilla occidental del Atlántico, no sólo del norte, sino desde el sur de Río Grande hasta la Patagonia. En el capítulo Caudillo Democracy, Keane disecciona la figura del libertador en la emancipación de la metrópolis y configuración de las nuevas identidades nacionales siempre con el horizonte democrático como anhelo. Empero de los discursos cargados de sentimiento democrático, ya se anticipan los rasgos de los Tiranos Banderas que describió Valle Inclán. Por ello, Keane afirma que “la democracia de caudillos era democrática sólo en apariencia. En realidad, era el gobierno de aquellos que se tenían a sí mismos, como los mejores”. Y esta forma de gobierno acarrea problemas para el parlamentarismo, puesto que si la personalidad del líder se impone a las instituciones del Estado, asistimos a lo que Keane llama el lado oscuro de las democracias representativas. Pero la visión de la democracia latinoamericana no es negativa. El autor reconoce los aportes realizados desde el Atlántico Sur, como el sistema de doble votación de Battle en Uruguay. Sin embargo, y quizá por la amplia exportación del invento, lo más destacado fue el sistema de identificación con huellas dactilares que desarrolló el argentino de origen croata Juan Vucetich.
Precisamente, ese interés por evitar que los desmanes y abusos de poder queden exentos de castigo es lo que define al tercer periodo democrático. En la democracia monitorizada los gobernantes no pueden tomar el resultado de las urnas como un cheque en blanco otorgado por los votantes. Activistas, ONG, medios de comunicación, instituciones independientes… escrutan, investigan, analizan y diseccionan la labor de gobernantes y otras élites cercanas al poder que hasta ahora solo habían tenido como rival a quienes deseaban arrebatarles su cuota de poder. En la democracia monitorizada, la oposición no quiere gobernar, sólo vigila que el gobierno sea responsable y utiliza todos los métodos a su alcance que le ayuden a evitar que se cometan irregularidades. El lema “un hombre, un voto, un representante” propio del parlamentarismo, se reformula como “una persona, diversos intereses, diversas voces, múltiples votos, múltiples representantes”.
Cuando habla de la muerte de la democracia, Keane se refiere a la hubris. Con este concepto, los griegos aludían al desmesurado orgullo que terminaba por carcomer los más nobles propósitos y que arrastraba a los dirigentes y a sus pueblos a buscar la gloria a cualquier precio, que además solía ser la muerte política de gobernante y gobernados. Al igual que ocurrió en Atenas, las democracias actuales corren el riesgo de considerarse tan perfectas que no sean conscientes de la necesidad continúa de evolución. Además está la amenaza del fatalismo. Cuando la convicción de que la movilización política es inútil y no tiene sentido la actividad política, la democracia está en peligro.
Pero quizá lo más interesante sea el ejercicio de análisis del presente realizado desde el futuro. Llama la atención que tras publicar una obra que podría aspirar a convertirse en manual de referencia, Keane se muestre tan interesado en que su obra no sea más que una traviesa entre los raíles que permita seguir avanzando la locomotora de la evolución política democrática. Y lo hace porque cómo ya indica el mismo título del libro, la democracia no está exenta de riesgos ni amenazas mortales que acaben con ella, sino que además nunca lo estará porque la propia naturaleza histórica del hombre es una invitación constante al desarrollo y la evolución, por lo que habrá que permanecer atentos a las nuevas fórmulas democráticas que nos aguardan en el futuro.
Pedro Silverio es periodista y filósofo investigador en democracia y comunicación @7silverio
Publicado en Beerderberg
Ver el resto de artículos del número 3