MARTIN SZULMAN
El dramaturgo alemán Bertolt Brecht, en su famoso poema del analfabeto político, acusaba al sujeto desinteresado y renegado de la política. Aun así, decía, ésta lo interpelaba desde su supuesta abstracción. Lo que Brecht nos estaba queriendo decir es que, como afirma Julio Otero al comienzo de Política en serie: “Todo es política”.
Y es que las series de televisión son efectivos mecanismos de interpelación en tiempos donde la forma en la que llegan ciertos temas se torna más aguda. La política, quizás más que cualquiera otro tópico, enamora cada vez menos dentro de las sociedades modernas occidentales, por lo que requiere de dispositivos más hábiles para llegar al seno de ellas. Así, las series políticas generan un cierto efecto de acercamiento entre la política y el ciudadano en general, aun en quienes no son consumidores diarios de ella. No, con esto no estoy diciendo que las series de televisión vayan a cerrar la grieta existente entre la clase política y la ciudadanía; pero es evidente que la política se ha logrado colar en los televisores, computadoras o tablets de las personas de una forma al menos poco perceptible.
Escrito por doce consultores e investigadores de renombre, el libro –que, según los autores, Frank Underwood no quiere que leas– está atravesado por dos cuestiones centrales: la relación entre el mundo de ficción y el mundo real; y el poder –en términos weberianos– y su relación dual dentro de la pantalla y con los televidentes. “La ficción televisiva es el mejor espejo de lo que sucede en gobiernos y medios de comunicación, como dos mundos que se retroalimentan”, señala Diana Rubio.
El primer hilo conductor se refleja en el análisis cuando la delgada línea entre ficción y realidad se torna difusa. Ignacio Martín Granados destaca en el capítulo “Borgen: breve manual para la negociación política” que si bien se nos hace muy difícil imaginar cómo sucede o se traslada a la vida real lo que vemos en la pantalla (algo que siempre deseamos poder conocer), las series ayudan a comprender mejor la realidad política.
Para clasificar esta relación entre realidad y ficción recurre a tres series –medulares en todo el libro–: House of Cards como ejemplo de hiperrealismo, el idealismo de la política y el poder en The West Wing, y Borgen, como punto medio entre ambas con el realismo.
Pero ojo, la verosimilitud que pueden encarnar estas series también viene acompañada de la imprescindible necesidad de ser atractivas para sus espectadores. El autor señala un dato que resulta imposible saltear: en un sondeo realizado por la agencia Reuters en marzo de 2015, el 54% de los estadounidenses elegiría antes que a Barack Obama a cualquier otro “homólogo” de las series. Los encuestados incluso aprobaron en un 57% al maquiavélico e inescrupuloso “presidente” Underwood, tres puntos por encima de Obama. Un dato no menor en tiempos de crisis de representación política en Occidente.
En cuanto al segundo hilo conductor, Eli Gallardo, en su capítulo “New media y comunicación política”, expone tres categorías para el análisis de series: paleotelevisivas, neotelevisivas y metatelevisivas. La primera agrupa a aquellas series que se enfocan desde una perspectiva jerárquica, donde sus principales objetivos son informar, educar y entretener, siendo The West Wing el ejemplo más claro, según ella. La segunda se refiere a aquellas que tienen una vertiente más participativa, con canales tradicionales como encuestas, llamadas a programas de televisión o el espectador en el plató; Scandal o Borgen constituyen buenos ejemplos de ésta. La última, describe, son aquellas que utilizan la autoreferencialidad, la intertextualidad e incluso la mezcla de géneros; Lost, The Newsroom y The Good Wife se evidencian en ésta.
Asimismo, dos aportes fundamentales también son la hipertelevisión, referida más al “cómo” de la relación entre espectador con los medios, y la presencia de los new media. Esto último se ve claramente en la evolución de la forma de comunicar en las series. Si Eisenhower en 1952 dio un quiebre en la historia de las campañas electorales y Obama hizo lo propio con el uso de internet en las del 2008, series como The West Wing, Borgen, Scandal o House of Cards han introducido, con mayor o menor preeminencia, la new media en las series de televisión.
Los diez capítulos de Política en serie muestran cómo muchas veces la ficción y la realidad se mezclan y nos habilitan a pensar ejemplos que podrían tener sentido en la vida real de la política.
“Porque las series, y en especial las series políticas, son algo vivo”, las ficciones se basan en elementos reales y en tramas que pudieran parecer ficticias, pero no lo son. Ya lo dijo el expresidente norteamericano Bill Clinton al reconocer que House of Cards es “99% real”. Aunque ahora, con Trump al mando, ¿alguien se animará a afirmar eso?
Martin Szulman es Sociólogo. Estudiante del Master en Marketing Político (ICPS-UAB). (@martinszulman)
Publicado en Beerderberg
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