SANTIAGO CASTELO
«Cuando el rey está desnudo y el poder es impotente, ¿en qué consiste el ejercicio del Estado, el hecho de gobernar, sino en jugar deliberadamente con las apariencias?”
Christian Salmon nos suelta esa pregunta en las primeras páginas de su libro “La Ceremonia Caníbal. Sobre la performance política”. La política se teatraliza y los políticos, en consecuencia, se vuelven actores, performers: «El hombre político se presenta cada vez menos como una figura de autoridad, alguien a quien obedecer, y más como algo que consumir; menos como una instancia productora de normas que como un producto de la subcultura de masas, un artefacto a imagen de cualquier personaje de una serie o un programa televisivo…».
Esta teatralización de la política —similar a lo que se suele conocer como politainment o lo que Gianpietro Mazzoleni, citado por Xavier Peytibi, llamó política pop— es resultado de dos fenómenos: la transnacionalidad que ha reducido el poder decisional de los EstadoNación al mínimo y la hipermediatización de la sociedad que ha supuesto que los líderes políticos ya no ostenten el monopolio del relato y los símbolos. Así, según Salmon, el state craft (arte de gobernar) se transforma en stage craft (arte de la puesta en escena).
Aparece, entonces, una nueva generación de líderes políticos, de performers. Líderes que encarnan una identidad política flexible: vacuos eslóganes, propuestas que se repiten… Clinton, Obama, G.W. Bush, Berlusconi, Sarkozy, Hollande y ¿por qué no también Aznar, Rodríguez Zapatero y Rajoy? El relato, del cual Salmon se ocupó en “Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes”, se vuelve insuficiente y entra en juego el cuerpo. Una relectura del biopoder foucaltiano: desde el torso desnudo de Putin hasta los zapatos con tacón de Sarkozy. Las apariencias gobiernan.
Hasta aquí la performance política. Pero… ¿por qué aquello de la ceremonia caníbal? Sucede que esta teatralización de la política es casi siempre autodestructiva. Los líderes devenidos C A H performers están continuamente vigilados en una especie de panóptico mediático y cualquier mínimo error los puede llevar a la ruina. Además, la tecnología da lugar a una superabundancia de relatos que mina su credibilidad y, tal vez lo más cruel, las campañas electorales se han convertido en el cenit de la teatralización, verdaderos golpes performativos que crean demasiadas expectativas en el electorado y hacen que la desilusión sea abismal una vez pasado el golpe de gracia que disfrutan los gobernantes en sus primeros días de gobierno.
Los líderes políticos se vuelven, entonces, víctimas y victimarios. Victimarios al ser la cara visible de una política teatralizada y víctimas porque, tarde o temprano, sufrirán sus consecuencias. El círculo es vicioso.
«El poder de la comunicación es el reverso de la impotencia política», apuntaba Salmon en una entrevista a ElDiario.es. Y es que Salmon es, en su libro, algo crítico con el papel de los profesionales de la comunicación, principalmente con la obamanía y los narrateurs, a quienes el formateo del lenguaje, lo que ya describió en su célebre Storytelling, la máquina de fabricar historias y formatear mentes, ya parece resultarles insuficiente. E igual de crítico es con la izquierda. Para él, no hay distinción: todos son performers. A la izquierda la acusa de guiarse por la lógica del «I would prefer not to», la frase más conocida de la obra “Bartleby, el escribiente“ de Herman Melville. En la obra, Bartleby desobedece a su patrón, pero nunca abandona la oficina. Es una lógica infantil, casi caprichosa. Y así, cree Salmón, que actúan la izquierda — también— performativa.
Salmon, en lo que por su extensión y tono podría clasificarse como un manifiesto político, hace una acabada crónica de una política que no nos enorgullece. Es, por momentos, crudo. Su análisis puede resultar algo fatalista y bastante más pesimista que lo que se muestra en la entrevista al ElDiario.es, donde sí reconoce que «Las nuevas tecnologías de la información pueden ayudar a crear nuevas formas de deliberación democrática, una democracia desterritorializada», pero sí es una excelente explicación de por qué prevalecen, al menos en Europa, el descreimiento y la indignación.
Pero cabe, creo yo, ser más optimistas. Hoy pareciera que podemos traer a la política la conocida frase de Shakespeare: «Todo el mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres meros actores». La tecnología es una herramienta para el empoderamiento ciudadano y, como tal, permite el surgimiento de nuevos actores, o mejor, se suben al escenario quienes antes eran meros espectadores. Podemos imaginar, así, una nueva política, más coral, con menos performers y más ciudadanos activos.
Santiago Castelo es es politólogo. Consultor de comunicación en Ideograma. @SantiagoCastelo
Publicado en Beerderberg
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