ARIADNA ROMANS
La Revolución feminista no iba a llegar sin un impulso, y el protagonista de nuestra obra era consciente de ello. La apropiación de la revolución por parte de un renegado del grupo privilegiado suele ser casi siempre la chispa que permite al resto las condiciones materiales y psicológicas unirse a la lucha. Y si no, mirad la Revolución francesa o la americana.
Lo que es evidente es el proceso de conversión de un hombre mediocre en “aliado”, signifique lo que signifique este término, llevó a las mujeres a emprender lo que hacía años que necesitaban: una lucha a todas contra su opresor.
Mírate. Eres tu propio resumen de crímenes: ahí están las bromas sexuales, la usurpación, los silencios cómplices, todas las veces que no has escuchado lo que te decía una mujer, tu condescendencia. Ahí estás, usando la magnitud de tus conocimientos para volver al pecado original, sintiendo el poder que ejerces sobre ellas cuando hablas, disfrutándolo: “Quiero que obedezcas, quiero controlarte, quiero educarte. Quiero usar lo que sabes en mi beneficio”. (fragmento de la obra)
Iván Repila no sabemos si pretendía hacer ciencia ficción o cayó de patas a ella. Lo que sí es clave es que hizo un proceso similar al de I.R.R. (siglas con las que se identifica nuestro protagonista) cuando empezó a escribir. Espero, y supongo, que muchas de las anécdotas de continua interrogación a las mujeres sobre sus derechos que se ven en la obra sean verídicas. Como mujer, que cada vez que un hombre dude de su masculinidad te haga un interrogatorio es un coñazo, nunca mejor dicho. Es incómodo como por tu involuntaria experiencia de víctima un hombre crea que pueda aprender de ti, pueda extraer todo el conocimiento de algo que a ti te gustaría no haber sufrido nunca y, a partir de ello, vaya construyendo su deconstrucción. Es pesado y molesto, cierto, pero ha llegado un punto donde prefiero esto a que se inventen su propio relato o, en el peor de los casos, interpreten la opresión y la desigualdad sin ser conscientes de su privilegio. Así que como Najwa en el libro, hay que joderse porque este es el mal menor de nuestra socialmente construida opresión.
Se necesita un mártir sin gloria para el éxito del plan del maestro. El papel del traidor es un papel fundamental en toda novela épica. Sin él, muchas veces no existe héroe o, en este caso, heroínas. Incordiar sistemáticamente a las mujeres de su entorno no fue en vano, pues nuestro protagonista (que recibe diferentes nombres a lo largo de la obra, pero todos sabemos quién es en realidad), va a encontrar la mejor manera de librar a las mujeres del miedo de su opresión, liberarlas de las contingencias mismas que el patriarcado ha ido construyendo minuciosamente y cuidadosamente para hacerlas sumisas, silenciosas y borregas a lo largo de las generaciones, y consigue despertar mediante un efecto de choque de formas aberrantes e histriónicas. Se necesitaba un judas para el triunfo del feminismo, y como hombre, Iván sabía que no podía hacer otra cosa que asumir el peso de la traición para que no fuera otra vez una mujer la víctima.
—Revisa tus privilegios, chico. (fragmento de la obra)
Una vez, en clase de ciencias políticas, nos dijeron que las revoluciones debían ser lo más exageradas posibles, porque después de ellas todo se modera y podrían terminar en nada, o en una forma totalmente descafeinada de lo que se quería conseguir. Además, en una revolución, hay que ofender a alguien por narices. Los recientes procesos feministas buscaban la inclusión del hombre, “que no sientan que esto no va con ellos”, “no ahuyentemos a los que deben ser nuestros aliados”, “somos demasiado radicales”. Por aceptar un feminismo sin mujeres habíamos cosechado un feminismo lleno de hombres, nos recuerda la autora del epílogo, y me juego que creadora de contenidos de muchas escenas, Aixa de la Cruz. Las mujeres, por nuestra creación social de consenso, crianza, dulzura y rosa purpurina, muchas veces no hemos querido que la rotura sea radical, y nos hemos refugiado en formas laxas de “feminismo para todos” que no nos han llevado a ninguna parte. No hay que fustigarnos, sólo siendo feministas ya estamos yendo contracorriente. Pero el espectador de la opresión, aquél que vive la fiesta como si no fuera suya siendo un perpetuador de desigualdades, este puede hacer algo porque no está ligado por ningún freno sistémico. El resultado está en las páginas del libro.
No debemos olvidar la importancia que ha tenido lo simbólico en la lucha contra el patriarcado. Hay muchas maneras de entender el feminismo, pues, a diferencia de lo que es compartido por muchos, no se trata de una corriente homogénea de mujeres abducidas por la espeluznante idea de que van a acabar con todos los hombres. Los símbolos son importantes y Najwa, a quién no se le pasa ni una, lo sabe. Sabe que las mascarillas, las pancartas, los eslóganes y los zapatos de tacón en la mano significan mucho. El patriarcado fue incapaz de comprenderlo. El valor del símbolo del artista se puede convertir en algo aurático, algo que no permite al público hacer una interpretación personal de éste. Sin embargo, cuando el símbolo es colectivo se convierte en revolucionario, y gana la fuerza que recuperan las mujeres después de su constante agotamiento por la tarea de ser siempre perfectas, limpias, obedientes, guapas: princesas.
El final saramaguiano de la obra nos brinda una oportunidad de comprender lo que pasa realmente: las mujeres estamos hasta el coño en todos los sentidos posibles. Cansadas de ser madres, cansadas de ser esposas, cansadas de ser cuidadoras y cansadas de que os penséis de que con un beso en la mejilla antes de iros nos vais a alegrar el día. Esto no funciona así. Ya no. La madre del protagonista es, como siempre, el personaje más dejado de lado, pero el más determinante: la mujer que estalla, la mujer en llamas. La mujer que dice basta.
Esto soy yo explicándole a una víctima cómo dejar de serlo. Esto soy yo explicándole a una mujer lo que es una víctima. No he sido un aliado, sino un hostigador. (fragmento de la obra)
La madre, la perfecta madre que lo ha criado, que ha sacrificado su vida por él, que se ha entregado al cuidado de su familia porque esto era ser una buena mujer, se da cuenta de que ha perdido el tiempo. Se siente engañada, utilizada y sumamente estúpida. Siente que ha sido burra por dejar que esto durara tanto, sin saber que ha sido la víctima perfecta, silenciosa, calladita y en su sitio, sin darse cuenta y quejándose con quien sabía que ni la escuchaba. Pero un día mamá dijo “basta” y el imbécil de su hijo, el que la sacó de quicio en aquella discusión enfurecida que empezó llena de elogios a su tarea de eternos cuidados, la liberó de una vida de magdalenas, toallas, fregonas y vestidos bonitos los domingos. Y ahora mamá se toma mojitos en la playa y se va de viaje con sus amigas, con los platos sucios en el fregadero y papá preguntándose qué coño ha pasado. La lucha feminista nos lleva a paradojas acojonantes.
Ariadna Romans i Torrent. Ciencias Políticas y Filosofía. Presidenta de deba-t.org. Consultora júnior en ideograma. (@ariadnarmans)
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