Reseña de “Las reglas del contagio”

XAVIER PEYTIBI

Un virus mortal se extiende repentinamente en la población, un movimiento político se acelera y luego desaparece rápidamente, una idea avanza como un incendio forestal, cambiando nuestro mundo para siempre… El mundo está más interconectado que nunca, nuestras vidas están formadas por brotes de enfermedades, de desinformación o incluso de violencia que aparecen, se propagan y se desvanecen a una velocidad desconcertante. Los brotes parecen estar impulsados por la aleatoriedad y leyes ocultas, y para comprenderlas debemos comenzar a pensar como matemáticos. 

El epidemiólogo Adam Kucharski, a través de su libro Las reglas del contagio (Capitán Swing, 2020),  ofrece explicaciones sobre el comportamiento humano y sobre cómo podemos mejorar para predecir lo que sucederá a continuación, y nos revela cómo los nuevos enfoques matemáticos están transformando lo que sabemos sobre el contagio, desde las iniciativas revolucionarias que ayudaron a abordar la violencia armada en Chicago hasta la verdad detrás de la difusión de noticias falsas. Y en el camino, explica cómo las innovaciones y las emociones pueden extenderse a través de nuestras redes de amistad, lo que las enfermedades de transmisión sexual nos pueden decir sobre la banca y por qué algunas predicciones de brotes se equivocan.

En la medicina, y por lo que se refiere al contagio de enfermedades, Kucharski (que es profesor en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y trabaja en análisis matemático en brotes de enfermedades infecciosas), nos habla del umbral de in inmunidad de rebaño, de qué es el R -y cómo varía en diferentes enfermedades- y de cómo se propagan. También nos explica por qué hay super contagiadores, con numerosos ejemplos, y los compara con grandes nodos de conexiones. 

Estos nodos, no sólo existen en las enfermedades, sino en la mayoría de contagios, desde el social al político, desde el sexual a las redes. Sobre ello, en 1999, Albert-László Barabási y Réka Albert propusieron un mecanismo simple para explicar esta extrema variabilidad de las conexiones: los nuevos pequeños nodos que se unen a la red preferirían vincularse a los que ya eran populares. Al año siguiente, un equipo de la Universidad de Estocolmo demostró que el número de parejas sexuales en Suecia también parecía seguir esta norma: la gran mayoría se habían acostado con, como mucho, una persona el año anterior, mientras que algunos habían tenido docenas de parejas. Desde entonces los investigadores han encontrado pautas similares de comportamiento sexual en países que van desde Burkina Faso al Reino Unido. ¿Qué efecto tiene sobre los roles esta extrema variabilidad en el número de parejas? Epidemias, como la gonorrea o el SIDA, que el autor cita y explica. Descubrir a estos nodos permite entender mejor los contagios. Sean sexuales, sean políticos, sean pandemias, sean redes sociales. 

Por ejemplo, en redes, la mitad de los tuits virales dependen de que la persona que hace el tuit ya sea conocida. La otra mitad, después de estudiar millones de datos y miles de tuits virales, solo se explica por la aleatoriedad. Tuvieron suerte. Aún así, ser un nodo conocido e importante explica la mitad del éxito.    

El contagio tiene, además, tres explicaciones. Una es el contagio social: quizás usted se comporta de una determinada manera porque sus amigos, con el tiempo, le han acabado influyendo. También puede ser al revés: han decidido ser amigos porque ya comparten ciertas características. Esto se conoce como «homofília», la idea de que las aves del mismo plumaje forman una bandada». Por supuesto, su comportamiento podría no tener que ver con sus conexiones sociales. Podria ser, simplemente, que ustedes comparten el mismo entorno, lo que influye en su comportamiento. El sociólogo Max Weber utilizó el ejemplo de un grupo de personas que abre el paraguas cuando empieza a llover. No están necesariamente reaccionando a lo que hacen los otros; están reaccionando a lo que cae de las nubes. El propio Kucharski indica que puede resultar complicado establecer cuál de las tres explicaciones -contagio social, homofilia o un entorno compartido- es la correcta. ¿Le gusta una determinada actividad porque les gusta a sus amigos, o son sus amigos porque a ambos les gusta esa actividad? ¿Cambia sus planes porque así lo han hecho sus amigos?

Puede ser una, o las tres explicaciones a la vez. Pero lo interesante es pensar cómo se producen los contagios complejos. Pensemos, por ejemplo, en una protesta social, o en un tuit viral. Para empezar, suele funcionar mejor no ser el primero/a, sino que otras personas ya estén participando, así como la interacción. Para conseguir que una innovación se propague en el mundo de los negocios, por ejemplo, no es suficiente con fomentar más interacciones en el sí de una organización. Para que los contagios complejos se propaguen, las interacciones deben ser agrupadas de manera que permitan un refuerzo social de las ideas: es más probable que alguien adopte un nuevo comportamiento si ve que todo el mundo en su equipo lo ha adoptado. No obstante, las organizaciones no pueden centrarse mucho en grupos, o de lo contrario las nuevas ideas no se propagarán más allá de un pequeño número de personas. Tiene que haber un equilibrio en la red de interacciones, además de tener equipos locales que actúen como incubadoras de ideas, hay que favorecer solapamientos entre grupos, para permitir que las innovaciones alcancen una audiencia más amplia. La ciencia del contagio social ha avanzado mucho en la pasada década, pero queda mucho por descubrir, entre otras cosas porque establecer si algo es contagioso es a menudo difícil. 

Sin embargo, hay un gran obstáculo en el contagio: la falta de persuasión, que existirá cuando nuestras creencias están ya muy arraigadas. Supongamos que usted cree fuertemente en algo. Puede ser cualquier cosa, desde una posición política hasta una opinión sobre una película. Si alguien le presenta una evidencia que es consistente con sus creencias -con independencia de si la evidencia es convincente o débil – usted seguirá aferrado a esas creencias. Pero ahora imaginemos que alguien presenta un argumento contra sus creencias. Si el argumento es débil, no cambiará de opinión, pero solo si es a prueba de bombas, tal vez, podria estar dispuesto a hacerlo. 

Hace unos pocos años, los psicólogos sociales Matthew Feinberg y Robb Willer le pidieron a un grupo de personas que presentasen argumentos para persuadir a alguien con una opinión política opuesta. Descubrieron que muchos de ellos usaban argumentos concordes con sus propias posturas morales, más que con las de las personas a las que intentan persuadir. Los liberales intentaban apelar a valores como la igualdad y la justicia social, mientras que los conservadores basaban sus argumentos en cuestiones como la lealtad y el respeto a la autoridad. No era una estrategia efectiva: la gente era mucho más convincente cuando envolvió sus argumentos en los valores morales del oponente. Esto sugiere que si se quiere persuadir a un conservador, será mejor centrarse en ideas como el patriotismo y la comunidad, mientras que un progresista se convencerá más con mensajes que promuevan la justicia social.

Incluso si usted consigue identificar un argumento efectivo para sustentar su posición, hay otras cosas que puede hacer para mejorar sus posibilidades de persuasión. En primer lugar, cómo ofrece sus argumentos puede ser importante. La evidencia demuestra que es mucho más probable que se complete una encuesta si se pide en persona en lugar de por correo electrónico, por ejemplo. Otros experimentos han alcanzado conclusiones similares: es más convincente la comunicación cara a cara que por teléfono, correo electrónico o redes sociales (sobre ello hablo en mi libro Las campañas conectadas).

Parece que la repetición importa: las nuevas creencias sobreviven más -y se contagian más- si a la gente se las recuerda varias veces, en lugar de solo una. También, como hemos avanzado, pensar en las posiciones morales de los otros y tener interacciones cara a cara. Todas estas cosas pueden mejorar la persuasión. El autor muestra diferentes artículos que descubrieron que una conversación de diez minutos podía cambiar una creencia, por ejemplo cuando narra que una charla sobre derechos de las personas transgénero podia reducir significativamente el prejuicio. 

El factor R, que tanto explica estos meses la Covid-19, también permite entender cualquier otro contagio. Pensemos en unos disturbios. Para que comiencen, al menos algunas personas deben estar dispuestas a unirse a ellos. En 1978, Mark Granovetter publicó un estudio ya clásico que analizaba cómo podían tomar cuerpo los disturbios. Sugirió que las personas tienen diferentes umbrales para las revueltas: un radical podría participar en ellas con independencia de lo que hagan los demás, mientras que un conservador podría rebelarse únicamente si muchos otros también lo hacen. 

Como ejemplo de ello, Granovetter sugirió que nos imaginamos un centenar de personas reunidas en una plaza. Una persona tiene un umbral (R) de 0 que quiere decir que se rebelará aunque nadie más lo haga. La persona de al lado tiene un umbral (R) de uno, de manera que solo se revela si al menos otra persona lo hace; el de al lado tiene un umbral (R) de dos, y así sucesivamente, incrementándose los umbrales en una unidad en cada caso. Granovetter señaló que esa situación lleva inevitablemente a un efecto dominó: la persona con el umbral de cero empezaría los disturbios arrastrando a la persona con el umbral de uno, que a su vez arrastraría a la persona con el umbral de dos. La pauta continuaría hasta que todo el mundo estuviese participando en los disturbios. Ahora bien, ¿qué ocurriría si la situación fuese ligeramente diferente? Digamos, por ejemplo, que la persona con un umbral de uno tuviese un umbral de dos. Esta vez, la primera persona empezaría los disturbios, pero no habría nadie más con un umbral lo suficientemente bajo como para seguirle. Aunque la multitud en ambas situaciones sea casi idéntica, el comportamiento de una persona puede suponer la diferencia entre una revuelta y un berrinche. Granovetter sugirió que los umbrales personales pueden aplicarse también a otras formas de comportamiento colectivo, desde hacer huelga hasta abandonar un evento social. 

Si R está por encima del valor critico de 1, existe el potencial de que se produzca una gran epidemia. Pero incluso si R está por debajo de 1, sigue existiendo la posibilidad de que una persona contagiada transmita la enfermedad a otra. Puede ser poco probable, pero es posible. Si conocemos el número de reproducción, podemos predecir la magnitud media que alcanza el brote, sea una enfermedad o sea una protesta. Es una fórmula matemática.

 

Xavier Peytibies Politólogo. Consultor de comunicación política en Ideograma. Profesor en diferentes masters. Autor de xavierpeytibi.com (@xpeytibi)

Las reglas del contagio. Cómo surgen, se propagan y desaparecen las epidemias. Adam Kucharski. Editorial Capitán Swing. 2020. Traducción de Francisco Herreros

Se puede comprar en Capitán Swing

Recomendamos también:
This Overlooked Variable Is the Key to the Pandemic, en The Atlantic (vía Gonza Ibáñez Mestres)