Hay momentos en la historia en que resultan indispensables definiciones y renunciamientos.
La Asamblea Legislativa ha proclamado oficialmente a la fórmula que integró con el doctor Juan Carlos Romero como ganadora de la primera vuelta de las elecciones presidenciales.
Motiva de mi parte un enorme reconocimiento a los millones de compatriotas que, en condiciones particularmente adversas, me ratificaron su confianza el 27 de abril.
Muy particularmente a los miles y miles de compañeros justicialistas y de otras fuerzas políticas de todos los rincones del país que me acompañaron en este esfuerzo común. Pero me obliga también a realizar una serena reflexión, que está por encima de especulaciones personales e intereses subalternos.
Como decía la compañera Evita, renuncio a los honores y a los títulos, pero no a la lucha.
El país atraviesa una de las crisis más graves de su historia. Hoy más que nunca, la Argentina requiere contar con un poder político imbuido de la mas plena y transparente legitimidad democrática.
Lamentablemente, considero que este objetivo, absolutamente necesario, no esta garantizado con el cumplimiento de la segunda vuelta electoral prevista para el próximo domingo 18 de mayo.
El origen de esta situación es la maniobra del actual gobierno que frustró la realización de las elecciones internas, abiertas y simultáneas en todos los partidos políticos, que en su momento fueran aprobadas por unanimidad por el Congreso Nacional.
Quedó así frustrada una voluntad de renovación política expresada por la amplia mayoría de la ciudadanía argentina.
En el caso específico del peronismo, esa maniobra fue acompañada por la decisión de eliminar la realización de elecciones internas del Partido. Ello impidió que el justicialismo pudiera elegir democráticamente a su fórmula presidencial. Como resultado, por primera vez en su historia, el peronismo se vio obligado a concurrir a las urnas con tres formulas presidenciales surgidas de sus propias filas y por capricho de las actuales autoridades nacionales.
El sistema electoral establecido por la Constitución Nacional prevé una segunda vuelta cuando en la primera ronda electoral no se obtienen determinadas mayorías. Permite que las dos fórmulas presentadas por los partidos políticos que resulten más votadas en esa primera ronda concurran a una segunda vuelta a ser dirimida por el conjunto de la ciudadanía. Pero va contra el espíritu del sistema constitucional el hecho de obligar a toda la ciudadanía argentina a dirimir una lucha interna de uno de los partidos políticos, que no pudo resolverse previamente en su propio seno.
Este vicio de origen sólo hubiera podido subsanarse si en esa segunda vuelta electoral hubiera existido una competencia entre alguno de los tres candidatos justicialistas que se presentaron en los comicios del domingo 27 de abril y la fórmula presidencial de otra fuerza política.
Pero en las actuales circunstancias del país ha quedado encorsetado en una falsa opción, en la que se siente excluida una anchísima franja de la ciudadanía.
Al mismo tiempo la existencia de una campaña sistemática de difamación y de calumnia contra mi persona, orquestada desde el comienzo del gobierno de la Alianza, y continuado luego durante el actual gobierno de transición, han generado las condiciones para que una importante franja de la opinión pública se pueda ver virtualmente sometida, esta vez, el acto de violencia moral de tener que escoger un candidato presidencial al que apenas conoce y en el que no confía, no como expresión de adhesión a una propuesta y a un programa que se negó a debatir públicamente, sino con el sólo objeto de impedir la victoria de otro candidato presidencial.
Este intento de resucitar la política de las falsas antinomias que el pasado provocó estallidos de violencia que tanto dolor y sangre costaron a la República, conspira contra la paz social y la necesaria concordia entre los argentinos. O es que hemos olvidado los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001 en el que murieron tantos argentinos.
En este contexto queda comprobado que nuestra sociedad se encuentra extremadamente fragmentada. Toda mi vida política ha sido y es un ejercicio permanente de búsqueda de la unidad nacional, como quedó demostrado durante los 10 años ininterrumpidos en que ejercí la Presidencia de la Nación por voluntad de mis conciudadanos.
Por estos motivos, estimo conveniente no participar en esta segunda vuelta electoral. Comprometo desde ya todo mi respaldo y mi colaboración con las nuevas autoridades constitucionales para defender a rajatabla la estabilidad del sistema democrático, recuperado para siempre en la Argentina desde 1983.
La principal amenaza contra la democracia en la Argentina no proviene ya, como tantas veces ocurriera en el pasado, de la acción de los enemigos del sistema democrático, sino del peligro de la ingobernabilidad. El estrepitoso fracaso del gobierno de la Alianza constituye una trágica y acabada demostración de un fenómeno cuya repetición puede tener funestas consecuencias para el país.
Para evitar recaer en una nueva crisis de gobernabilidad, el nuevo gobierno tendrá que encarar, como tarea urgente y prioritaria, la búsqueda de consensos y la superación de los antiguos enfrentamientos. Será necesario que ejerza su autoridad sin odios ni rencores, animado de un profundo sentido de la responsabilidad histórica que le toca asumir, y que coloque siempre el interés nacional por encima de cualquier consideración ideológica o partidista.
En ese sentido expreso mi decisión inquebrantable de realizar todos los esfuerzos y renunciamientos personales que sean necesarios para contribuir a recrear un verdadero clima de unidad nacional, afianzar la vigencia de las instituciones democráticas e impulsar una renovación a fondo del sistema político argentino.
A los millones de argentinos que me acompañaron con su voto, en particular a los más humildes, les digo que los llevo en mi corazón y agradezco profundamente la confianza que depositaron en mí. Admiro su fe, su lealtad y su coraje para enfrentar este proceso electoral en condiciones tan desiguales y adversas. Agradezco en especial a los miles y miles de militantes justicialistas y de otras fuerzas políticas que trabajaron abnegadamente en esta campaña electoral para transmitir nuestro mensaje de fe y de esperanza en el futuro de nuestra Patria. A todos ellos les digo que los llevo en mi corazón, que no bajaré los brazos y que pueden tener la absoluta seguridad que no abandono la lucha política, que ha sido y es la existencia y la razón de mi vida.
Que Dios los bendiga y bendiga a nuestra querida Argentina.