JAVIER SÁNCHEZ GONZÁLEZ
En toda campaña electoral que se precie no falta nunca la aparición de referentes culturales, bien como apoyo externo, como prescriptores de algún candidato o partido, o bien incluso como candidatos en alguna lista. No deja de ser algo habitual, y no dejar de ser considerado como noticia. A veces pidiendo el voto directamente en medios o en redes sociales, subiéndose a escenarios de mítines a aportar la parte musical o participando de anuncios televisivos. En Estados Unidos es algo habitual ver a referentes como George Clooney o Bruce Springsteen haciendo campaña por el Partido Demócrata. En España también estamos acostumbrados a ello (especialmente recordada es aquella campaña de “la ceja” en época de Zapatero), aunque parece que cada vez menos. Esta presencia de figuras ejercen de altavoz de las ideas de un partido o un político y permiten amplificar el mensaje y llegar a una audiencia que muchas veces puede no ser la que sigue habitualmente las informaciones políticas. Pero, al contrario que ocurre con la publicidad tradicional, en este caso la figura cultural que ejerce de prescriptora puede ver ligado su destino al del político que apoya, algo que a largo plazo puede costarle caro a su imagen pública. Parece que el coste a pagar por estas personas que desde fuera se meten en política, a veces supera el rendimiento electoral que esos apoyos tienen en la población a la hora de decantar su voto.
Aunque cada vez se vaya reduciendo, es evidente que, por mucho que pasen los años, lo seguiremos viendo. Todo aquel que “influye” en la opinión pública tiene la posibilidad de participar de forma activa en política. No sería de extrañar que, en unos años, viéramos a influencers o a youtubers pidiendo el apoyo a un candidato, con todo el voto joven que esa acción pudiera arrastrar.
Algo habitual también es ver a figuras culturales ejercer como “palancas de cambio” en movimientos políticos que no necesariamente son partidistas. El último caso lo hemos visto en Puerto Rico, donde cientos de estrellas internacionales, como por ejemplo Ricky Martin, se movieron para lograr la dimisión del gobernador Ricky Rosselló. En este proceso, pocos pueden dudar que la canción de Residente y Bad Bunny, “Afilando los cuchillos”, influyó en hacer más conocido el movimiento a nivel internacional y aumentó la presión sobre el dimitido gobernador.
Otros movimientos no partidistas, y cada vez más frecuentes, en los que no es extraño encontrar la implicación de referentes culturales, son los movimientos medioambientales, feministas y pacifistas. Especialmente recordado en los últimos tiempos es el discurso de Glenn Close en los Globos de Oro del año 2018, que inauguró un año claramente denominado como el año de las mujeres.
Hay referentes culturales que llevan el compromiso político como algo inherente a su carrera y a su forma de ser, y no sólo en su país de nacimiento. El cantautor Joan Manuel Serrat es un claro ejemplo de ello. En el documental “El símbolo y el cuate” se explica muy bien cómo su compromiso político fue patente desde los años 70 en países latinoamericanos como Chile o Argentina, y ha contribuido a convertirlo en un auténtico mito y referente en esos países, no sólo por la calidad de sus canciones, sino también por su compromiso con la democracia.
Otro proceso de participación habitual, escaso y poco dado al éxito, es el de referentes culturales metidos directamente a políticos. Si es usted escritor, músico o cineasta y está pensando en dar el salto a la política, que sepa que las probabilidades de fracaso son muy altas. Uno de los ejemplos más claros es el del premio Nobel Mario Vargas Llosa, que en 1990 se presentó como candidato a Presidente de Perú. Partía como claro favorito a la victoria e incluso se alzó con una clara ventaja en la primera vuelta. Pero en la segunda vuelta, Alberto Fujimori le dio la vuelta al resultado y se convirtió en el presidente peruano. Gran parte de la experiencia política de Vargas Llosa puede encontrarse en el recomendable libro El pez en el agua.
Algo más cercano al éxito puede considerarse el caso de políticos metidos directamente a gestores culturales. Podemos citar como caso exitoso el del músico brasileño Gilberto Gil, referente de la bossa nova convertido en ministro de Cultura durante más de cinco años en el gobierno de Lula da Silva. Abandonó su cargo por la incompatibilidad de sus obligaciones políticas y su carrera musical.
En España vivimos un caso parecido con el escritor Jorge Semprún, nombrado ministro de Cultura en 1988 en el gobierno socialista de Felipe González. La experiencia duró tres años, y dejó algunas gestiones brillantes, cuyo legado aún perdura, pero también múltiples polémicas dialécticas. El escritor, obviamente, no respondía a la disciplina de partido y era alguien que obraba en su cargo, y en su proceder, de forma totalmente libre. Esto en política no abunda y no está precisamente muy bien visto. Su mandato estuvo lleno de polémicas: con otros escritores, con el mundo del cine y, por supuesto, con compañeros de gobierno. Gran parte de esta experiencia se puede encontrar en el libro Federico Sánchez se despide de ustedes, en el que ajusta cuentas con alguno de sus compañeros de gobierno.
En los últimos años, en España, destaca la presencia del actor Toni Cantó como diputado de Ciudadanos, o el fugaz paso del escritor y presentador televisivo Màxim Huerta como ministro de Cultura, que se convirtió en el ministro más breve de la democracia, ya que tuvo que dimitir por unos problemas con Hacienda que tuvo en su pasado.
Como puede verse, las experiencias de referentes culturales dentro de la política no pueden calificarse precisamente de exitosas. No dejan de ser vistos como elementos extraños, y su falta de entendimiento de las normas no escritas y propias de quienes llevan toda la vida en un partido político suele pasarles factura. A pesar de todos los problemas que les acarrea, tanto desde dentro como fuera, es evidente e inevitable que seguiremos viendo la influencia y participación de referentes culturales en política. Algunos, quizás, lo tengan como experiencia positiva. A otros les pasará, como a Vargas Llosa, que así lo calificó en una ocasión, como el mayor error de su vida.
Javier Sánchez González es politólogo. Trabaja como consultor político. @javisanchezglez
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