Señores, preciso es cerrar los ojos a la luz para no ver, taparse los oídos para no oír, [9.939] que la inteligencia se ofusque para no entender lo que está pasando a nuestro alrededor.
Aquí y fuera de aquí, en el Parlamento y en la prensa, en las plazas y en las calles, en todas partes, en fin, se siente el descontento, la zozobra, la vacilación, el disgusto que ha producido la última crisis ministerial; y no tanto, creo, por las personas que han entrado a reemplazar en el Ministerio a las que de él han salido, cuanto por la manera con que ha venido agitándose esta cuestión y la solución que ha tenido. La crisis aparece aquí; tiene agitados todos vuestros ánimos, tiene conmovido al país por más de una semana; la crisis se termina; pero, señores, ¿de qué manera? ¿Acaso los Ministros que han salido del Gabinete merecen más desagrado que los que han quedado? La Cámara ¿ha manifestado su desagrado en mayor escala a los que han dejado sus puestos que a los que en ellos han quedado? ¿Ha variado la política del Gobierno? Pues esto era necesario, señores, porque uno de los miembros que componían el Ministerio anterior así nos lo dijo ayer. El Sr. Alonso Martínez decía ayer, entre otras cosas, lo siguiente: «He creído, señores, examinando el estado de las provincias, al estado de los ánimos en Madrid, la política del Gobierno y los elementos de que se componía el Gabinete, que aquel, como estaba aquí constituido, no podía hacer el bien del país.» Pues ahora pregunto yo, Sres. Diputados: si con la política que el Gabinete seguía no podía hacerse el bien del país, ¿podrá hacerle el Gabinete que ha quedado? ¿Ha variado la política de ese Gabinete? ¿Ha variado el carácter de ese Gabinete? Para reorganizar ese Gabinete, Sres. Diputados, ¿se han tenido en cuenta los principios parlamentarios? ¿Se han ido a escoger para reorganizarle las notabilidades parlamentarias, después de haber expuesto aquí en las diferentes veces que han dirigido su palabra al país, sus programas?
Pero hay más todavía, Sres. Diputados. Aquí vemos un Ministerio que ha sido, digámoslo así, la manzana de la discordia; un Ministerio que no ha querido ser aceptado por unas personas, y que por último lo ha sido por otra; pero comparad la persona que primero fue llamada a ese Ministerio con la que fue llamada la última. Primero lo fue el Sr. Gómez de Laserna; después, entre otras que no recuerdo, porque creo que lo han sido muchos, lo fue el Sr. Echarri; por último, lo fue el Sr. Arias Uría. Señores, ¿hay semejanza entre unas y otras personas? Si era bueno en las circunstancias políticas actuales que el Sr. Laserna ocupara ese puesto, ¿será posible que sea bueno que lo venga a ocupar el Sr. Arias Uría? ¿Hay siquiera paridad en las opiniones de estos señores? ¿Qué se observa aquí? Una falta de pensamiento, fatal; una falta de sistema, que no hay remedio, tiene que conducirnos a un abismo. ¿A qué es debido este desconcierto? ¿A qué es debida esta falta de sistema? Pues yo entiendo, señores, que esta falta de sistema es debida a que desde que estamos aquí andamos tras de un fantasma que no podemos nunca alcanzar; fantasma que cuanto más corremos, más se separa de nosotros: aquí nos hace tropezar, allí titubear, y por fin, señores, nos precipitará, nos hará caer para no podernos levantar jamás.
Señores, cuando por circunstancias especiales, por fatalidad, amenaza un cataclismo al país, deber es de todos los partidos que este título merecen, unirse y estrecharse para evitar ese cataclismo, para hacer desaparecer el peligro que amenaza al país. Eso sucedió antes de la revolución. Los partidos que verdaderamente merecen ese título, los que de buena fe creen que defendiendo sus principios pueden hacer la felicidad al país, estaban en el deber y en la necesidad de unirse y estrecharse para conjurar el peligro que amenazaba a la Nación. La unión entonces pudo ser íntima, compacta, omnímoda, absoluta, porque el objeto a que se dirigía era el mismo para uno y otro, el fin idéntico, y el mismo el camino que conducía a ese mismo fin. La unión, en su consecuencia, pudo ser compacta y absoluta; mas, fue necesario que así fuese, si los partidos apreciaban a su país y eran verdaderamente partidos. Pero una vez recorrido ese camino, una vez llegado al fin que se propusieron esos partidos, una vez hecho desaparecer el peligro, alcanzada la victoria, ¿qué procede?
Hay ya un punto de división marcadísimo: hasta ese punto, hasta la victoria, los partidos juntos han marchado, juntos han podido y debido marchar; es necesario que marchasen así, porque así lo exigía la salvación del país, y ante la salvación del país quedan subordinados todos los principios. Conseguida la victoria por los partidos, una vez logrado el objeto, entra el punto de división; de aquí no puede pasar ya esa unión absoluta, y es menester que en lo sucesivo sea solo relativa, porque la unión absoluta nos conduce a un precipicio.
¿Y por qué? La cosa es evidente y clara. O no hay partidos, y en este caso no hay cuestión, o hay partidos, y en ese caso es necesario que cada partido tenga sus principios, y entonces no es posible que dos principios tengan cabida en la gobernación del país. Mientras el objeto ha sido luchar, todos los principios han podido unirse; pero para gobernar no es posible, absolutamente no es posible la unión de los partidos. ¿Por qué no puede verificarse la unión de los partidos?
Porque no es posible; no es posible que esa unión se verifique más que con la unión de pensamiento. ¿Y qué es lo que resulta de aquí? ¿Qué es lo que está resultando desgraciadamente? Que hoy apelamos a un principio del partido progresista, que mañana queremos aplicar un principio del partido moderado, y que ni el partido progresista ni el partido moderado consiguen su objeto: no pueden conseguirlo, porque en el credo político de un partido las diferentes partes que le constituyen tienen cierto enlace, y es imposible modificar una de esas partes sin que esa modificación afecte a las demás. Desde el momento que un principio se involucra, no puede haber sistema, no puede haber paz.
¿Queréis que yo os detalle esto? Pues os lo voy a detallar.
Echad una ojeada sobre la administración; por un lado aplicación de los principios progresistas; desaparece el Consejo Real; por otro lado aplicación de los principios moderados; con distinto nombre, con el de Consejo de Estado, aparece el Consejo Real. Aquí, señores, tenéis la aplicación de un principio del partido moderado; pero un principio del partido moderado absoluto, aislado. (El Sr. Ministro de la Gobernación (Escosura): Pido la palabra.) ¿Y por qué, Sres. Diputados? El Consejo Real en el partido moderado era una parte integrante de su sistema, bueno o malo, que yo no entro a examinarlo: el Consejo de Estado o el Consejo Real, que el nombre importa poco, era en el partido moderado la cúpula de un edificio completo, cuyas partes eran los Consejos provinciales: aquí hay plan, aquí hay sistema, aquí hay unidad; pero ¿qué es lo que hacéis vosotros? Principios del partido progresista. [9.940] Diputaciones provinciales; fuera Consejo Real. Principio del partido moderado: una cúpula de ese edificio, que no está en armonía con ninguna de las demás partes, Consejo de Estado.
Pero volvamos ahora nuestra vista a la Hacienda, y observaremos: primero, aplicación de los principios progresistas, abolición de la contribución de puertas y consumos: se resiste el Gobierno a esta abolición; después cree que va a ser posible aplicar por completo los principios del partido progresista, y juzga que puedo ir introduciendo en alguna parte grandes economías, y se adhiere a la abolición de la contribución de puertas y consumos. Sin embargo, en su camino se interpone un obstáculo, de que no puede hacer las modificaciones que en un principio creía, de que no puede introducir las economías que pensaba, y que le es imposible por esas razones entrar en el camino que se había propuesto, y opina por el restablecimiento de la contribución de puertas y consumos. El país se alarma, las Cortes se agitan, y las puertas y consumos vuelven a desaparecer. ¿Y esto es gobernar, Sres. Diputados?
¿Qué se observa aquí, señores? Aquí no se ve más que la duda, no se ve más que la vacilación, no se ve más que la debilidad; y la debilidad es la consecuencia inmediata de la duda y de la vacilación del Gobierno; es la consecuencia inmediata de la falta de unidad; es la consecuencia inmediata de la falta de sistema. De aquí, señores, que se vean disposiciones dadas por el Gobierno a nombre de S. M., disposiciones que aún no se han cumplido.
Hay una disposición; se presenta un obstáculo, por insignificante que sea, a esa disposición, y esta disposición no se cumple. Vemos, señores, que las personas que componen o han venido componiendo el Gobierno hasta aquí, llenas de los mejores deseos, han estado continuamente luchando con los principios políticos que abrigaban, con su conciencia y con lo que yo pudiera llamar ahora gratitud mal entendida. Han querido llevar a cabo hasta el absurdo una unión que no es posible mas que en ciertas y determinadas circunstancias.
La unión de los partidos, señores, desde el punto de la victoria, desde el punto en que tienen que llegar a ser Gobierno, no se puede comprender más que en un sentido: una vez llegado el día de la victoria, el país decide qué partido ha de venir aquí a dirigir a la Nación, y ese partido en su puesto debe absolutamente poner en práctica todos sus principios políticos; si no lo hace así, se pierde.
¿Y cuál es el deber del otro partido unido a él? El deber de ese otro partido es el de apoyarlo en todo aquello que sea común a ambos, y combatirlo en todo aquello que sea contrario a los principios que profesa; pero esa oposición debe ser legal, debe ser de buena fe, porque esa lucha, lejos de ser contraria a la marcha bien ordenada del Gobierno, le es favorable, porque así se dilucidan las cuestiones, porque esa oposición produce la discusión, que es el crisol por donde pasan las ideas para poder ser bien apreciadas, y así se discuten los principios, se examinan los sistemas políticos: el país en vista de esa lucha y de ese debate juzga, y cuando llega el día designado puede decidir con pleno conocimiento si los principios del partido que está gobernando han de continuar aplicándose, o si han de ser reemplazados con otros; y en este segundo caso, los mismos deberes tiene el partido caído, al dejar su puesto al que entra a sustituirle, que tuvo este primero.
A más todavía obliga el deber que tienen los partidos unidos en el terreno del Gobierno. El partido que sucede a uno que está unido con él como lo debe estar, cuando se halla en el mando debe respetar, absolutamente respetar todo lo que no afecta a sus principios políticos y que estableció el partido caído; y de esa manera los partidos unidos, cuando están en el Gobierno, impiden que los partidos bastardos vengan a monopolizar el país; y de esa manera se pueden los partidos unidos suceder unos a otros sin alteraciones, sin revoluciones, y llegar a constituir un estado normal como el que tiene la Inglaterra.
Así, y solo así, se puede comprender la unión de los partidos; primero, unión absoluta hasta hacer desaparecer el estado anormal en que pueda encontrarse el país; segundo, que pudiéramos llamar relativo, para que una vez el país en estado normal, unos y otros se sucedan en el mando como tenga por conveniente el país, sin convulsiones, sin trastornos y sin revoluciones; y de esa manera unidos pueden marchar bien, y evitar además lo que es necesario que todo partido que tal nombre quiera llevar evite, y es, que los partidos bastardos vengan a hacer un botín de la Nación española.
Pero esta unión, unión a que debemos mucho, unión que ha hecho mucho, destruirá su propia obra si continuamos por el mismo camino; a esa unión llevada a un extremo en que es imposible sostenerla, no ha contribuido, no, el partido progresista. Aquí se han dirigido diariamente al partido progresista inculpaciones graves, pero no se ha sabido apreciar bien este partido; en este partido hay dos campos: el uno le constituye esa fracción que hace tiempo ha venido dirigiendo los destinos del país cuando ha estado el partido en el poder; y esta fracción, guiada sin duda por su mala fortuna, no ha sabido aprovecharse de los elementos de que ese partido pudiera utilizarse, y así es que la hemos visto constantemente en lucha con todos los elementos que en algún día pudieran no solo fortificar el partido, sino ayudar a la misma fracción en su tarea. Allí donde ha visto un elemento que cultivándole la hubiera dado vida, y que habiéndole adquirido hubiera sido para ella un apoyo grande, sin duda por la fatalidad lo ha despreciado. Sistema contrario ha seguido el otro partido, y no poco ha contribuido a su larga duración en el mando: allí donde el partido moderado veía un elemento que en su día podía fortalecerle y darle vida, le favorecía para que se desarrollase, y se servía de él, haciéndole útil y apropiándosele para cuando pudiese fortificarle, siendo así que de abandonarle hubiera perecido, y le manifestaba más grande de lo que en sí era, porque un hombre solo por sí poco vale.
En ese partido moderado se ve esta solicitud, al paso que en el nuestro se ve la repulsión de todo aquello que pudiera algún día elevarse y elevarle, sin duda por el temor de que su sombra pueda oscurecer a la fracción que ha venido dominando. (El Sr. Luxán: Pido la palabra.) En el otro partido se ve, por el contrario, que todo lo que puede darle vigor algún día, todo lo que puede darle fuerza algún día, lo favorece, lo que nosotros no hacemos. Así no podemos continuar. Esa fracción, como todas las que tienen por base de su conducta o por una de sus bases el exclusivismo, llega por último a constituir un edificio ruidoso y carcomido, amenazando ruina por todos lados; un edificio que por todas partes necesitaba apoyo, y si este apoyo se rechaza, el edificio se [9.941] desplomará; al contrario, si no se rechaza ese apoyo, nunca llega a ser viejo, porque continua y diariamente se está reformando y reedificando. Por eso es necesario que no nos excluyamos unos a otros, dentro de ese partido, pues que todos podemos servirle y dar vigor a su existencia, y todos unidos y compactos, sin exclusivismo de ningún género, podremos ocuparnos de hacer el bien del país, y con esta conducta el partido progresista marchará sin cuidado, no habrá obstáculo que nos detuviese en nuestro camino y llegaríamos a constituir mayoría compacta en la Asamblea y llegaríamos a tener gobierno; porque uniéndome a una expresión que oí días pasados a un compañero nuestro, ante todo, para que podamos continuar; es necesario, o una mayoría que haga Gobierno, o un Gobierno que haga mayoría. Y esto supuesto, sin tratar de ofender a nadie, pues nunca puede ser mi ánimo descender a personalidades de ninguna especie, yo desearía que los Sres. Diputados se sirviesen tomar en consideración la proposición que acabo de presentar, para que una vez dadas por el Gobierno las explicaciones que crea convenientes, desaparezca la duda y la vacilación y entremos de lleno en un terreno seguro: de otra manera, yo siento decirlo, pero temo que la situación se hunda.