Para muchos se trata del mejor retrato de la indescifrable Corea del Norte jamás publicado. Su autor, el quebequés Guy Delisle, se instala en Pyongyang para supervisar los trabajos de un estudio de animación y convive durante dos meses con la asfixiante realidad de un régimen empecinado en pisotear cualquier molécula de librepensamiento. Es un relato en primera persona, en el que resulta fácil empatizar con el protagonista, constantemente sometido a la vigilancia de sus “guías”, unos tipos enjutos e impenetrables que no le quitan el ojo de encima.
Por sus viñetas en blanco y negro van desfilando escenas de la militarizada vida cotidiana en la Corea comunista, descritas con un humor corrosivo. Y eso es lo que lo convierte en un clásico de la novela gráfica: Delisle consigue explicar la sinrazón de un sistema paranoico desde la sonrisa mordaz.