ANA POLO
A pesar de los libros sobre su vida, de los ensayos, análisis y reportajes, Vladimir Putin no deja de ser un enigma para muchos. Conocemos la versión oficial de su biografía: el hombre nacido en la entonces Leningrado cuando esta ciudad todavía adolecía de los destrozos de la Segunda Guerra Mundial, el agente de la KGB en Dresde, el hombre que vio como la Unión Soviética se derrumbaba, el político en ciernes que abraza tímidamente la causa reformista, que se curte a la sombra de Anatoly Sobchak (entonces alcalde de Leningrado) y que, de forma meteórica, va escalando escalafones hasta hacerse con el poder máximo de Rusia. Es el hombre que invita a las cámaras para que le fotografíen con el torso desnudo montando a caballo. El hombre que devora información a diario. El hombre que, según algunos periodistas que han tenido acceso a su entorno inmediato, lee con fruición historia de Rusia, de aquella Rusia de antaño dominada por figuras como Iván el Terrible, la emperatriz Catalina o Pedro el Grande.
Sin embargo, a pesar de los datos y los relatos, cómo piensa Vladimir Putin y, sobre todo, en qué cree Vladimir Putin, no deja de ser un acertijo (o un rompecabezas, según se mire) para miles de analistas políticos.
Cuando en el 2012, Putin se hizo cargo de la Presidencia de Rusia, dos libros más que interesantes aparecieron en escena para intentar contestar a estas preguntas. El primero, The Strongman por Angus Roxburgh, se ciñó a la biografía y nos ofreció un análisis riguroso no sólo del hombre, sino del sistema en el que se mueve. El segundo, The man Without a Face de Masha Gessen, fue un retrato psicológico de un hombre que vio como el sistema en el que nació, se crió y llegó a creer, se derrumbaba; un hombre que sobrevive a todos los cambios, que ansía el poder y que no duda en ejercerlo con puño de hierro.
Son dos libros muy interesantes, pero para realmente entender al Putin de hoy hay que leer otro libro: “Putin vs Putin” de Alexander Dugin. No porque explique en qué cree Putin (que no lo hace), sino porque Dugin (se dice) es el filósofo de cabecera de Putin y en este libro ofrece una explicación sobre su particular cosmogonía.
Para muchos, este libro no será más que una sucesión de ideas conspiratorias y maniqueas, un retorcido intento por reivindicar la hegemonía de Rusia en un mundo en constante cambio. Al fin y al cabo, Dugin, controvertido y polémico, no deja de ser el principal apóstol del “Neo-Eurasianismo”. Su biografía no deja de ser, cuando menos, curiosa: Dugin fue un anticomunista en los ochenta, pero también un colaborador estrecho del Partido Comunista después de la defunción de la Unión Soviética. Más tarde se unió a la causa del “Bolchevismo Nacionalista”, una amalgama de grupúsculos que defendían una vuelta a la economía planificada, pero que incidían, al mismo tiempo, en la importancia de los valores tradicionales rusos. Es un hombre que ha hablado bien de Stalin, que ha defendido públicamente las bienaventuranzas de la Unión Soviética y que, a la mínima ocasión, reivindica la religión y la importancia central de la familia (entiéndase, claro está en este contexto, familia tradicional).
Desde finales de los noventa, Dugin ha intentado llevar este pensamiento a la esfera internacional y, sobre todo, geoestratégica. Para él, el mundo se divide en dos grandes polos, a la usanza de la Guerra Fría: un grupo de países basados en el trabajo duro de la tierra, centrados en venerar la historia y sus tradiciones, y un segundo bloque, corrupto y egoísta (según su propia terminología, son los países de tradición “liberal”) en donde han florecido, arraigado y llegado a sus últimas consecuencias los aspectos más lamentables y perniciosos del capitalismo, y en donde los valores de la tradición han sido derrocados en favor de un individualismo acérrimo basado en el disfrute personal, las ganancias fáciles y rápidas, y el puro hedonismo.
El “Nuevo Eurasianismo” que Dugin propone es una manera, según él, de superar esta dicotomía o, al menos, de proteger a los países tradicionales de las garras agresivas del bloque liberal.
En este libro, Dugin expone esta teoría y, lo que resulta interesante, es que analiza a Putin bajo este contexto. Es, por tanto, uno de los pocos libros traducidos a los que tenemos acceso que analizan a Putin desde la óptica de las percepciones y deseos de uno de los sectores más poderosos de Rusia. Al menos uno que está teniendo mucho eco en la opinión pública.
La pregunta que intenta responder el libro es: ¿hasta que punto Putin es el presidente que realmente necesita Rusia? ¿Hasta qué punto Putin está defendiendo la causa del Eurasianismo? El mismo Dugin ha reconocido que respeta a Putin y cree que está “avanzando en la buena dirección”. Pero el libro contiene advertencias sobre errores que ha cometido y juicios que ha llevado a cabo y que pueden acabar por aparatarlo del sendero euroasiático.
El libro contiene frases que van a hacer que a más de uno (ya no digamos a los neocons) se le pongan los pelos de punta. Un ejemplo: “La Rusia de Putin es cada vez más consciente de sus misión global –servir como contrapoder a la dominación unilateral del “Norte rico” y construir un orden mundial que favorezca los intereses y los deseos de todos aquellos países y civilizaciones. La Rusia contemporánea no tiene suficiente potencial estratégico para servir de contrapeso ella sola al bloque occidental, tal y como lo hizo en la era soviética. Pero tiene todavía suficiente energía y se mantiene como uno de los países más desarrollados del mundo. Así, puede hablar en nombre de todos aquellos países que han sido humillados e insultados”.
Dugin habla del “compromiso patriótico” con fruición y deleite, y se descuelga a la mínima con críticas directas a los Estados Unidos: “Los Estados Unidos se están moviendo sistemáticamente hacia la dominación mundial (…). Estratégicamente hablando, controlan el mundo porque tienen el poder sobre la zona de la costa del continente euroasiático, que tienen que estar constantemente expandiendo hacia la parte central del continente. Para Rusia y el espacio postsoviético, este juego de “Gran Ajedrez” sólo significa una cosa: un mundo unipolar dominado por los Estados Unidos establecido a expensas de Rusia”.
En resumen, es un libro que hay que leer con distancia y atendiendo al contexto. Un libro con una retórica rimbombante, que habla de traiciones y de conspiraciones, y que reclama una y otra vez la vuelta a una visión nostálgica de Rusia que no se atiene a la realidad histórica de lo que realmente acaecía en el país en la época presoviética.
Ana Polo es politóloga. Trabaja como Speechwriter en el Ayuntamiento de Barcelona. @nanpolo
Publicado en Beerderberg
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