Mexicanos:
¡Vosotros me habéis deseado! Vuestra noble Nación, por una mayoría espontánea me ha designado para velar de hoy en adelante sobre vuestros destinos! ¡Yo me entrego con alegría á este llamamiento!
Por muy penoso que me haya sido decir adiós para siempre á mi país natal y á los míos, lo he hecho ya persuadido de que el Todopoderoso me ha señalado por medio de vosotros la noble misión de consagrar toda mi fuerza y corazón á un Pueblo, que fatigado de combates y luchas desastrosas, desea sinceramente la Paz y el bienestar; á un Pueblo que habiendo asegurado gloriosamente su independencia, quiere ahora gozar de los frutos de la civilización y del verdadero Progreso.
La confianza de que estamos animados vosotros y yo, será coronada de un brillante suceso si permanecemos siempre unidos para defender valerosamente los grandes principios, únicos fundamentos verdaderos y durables de los Estados modernos.
Los principios de inviolable é inmutable justicia, de igualdad ante la Ley, el camino abierto á cada uno para toda carrera y posición social, la completa libertad personal bien comprendida, reasumiendo con ella la protección del individuo y de la propiedad, el fomento á la riqueza nacional, las mejoras de la Agricultura, de la Minería y de la industria, el establecimiento de vías de comunicación para un comercio extenso, y en fin, el libre desarrollo de la inteligencia en todas sus relaciones con el interés público.
Las bendiciones del cielo y con ellas el progreso y la libertad no nos faltarán seguramente, si todos los partidos dejándose conducir por un Gobierno fuerte y leal, se unen para realizar el objeto que acabo de indicar, y si continuamos siempre animados del sentimiento religioso por el cual nuestra bella Patria se ha distinguido aún en los tiempos más desgraciados.
La bandera civilizadora de la Francia elevada tan alto por su noble Emperador, á quien vosotros debéis el renacimiento del Orden y de la Paz, representa los mismos principios.
Esto es lo que os decía en el lenguaje sincero y desinteresado, hace pocos meses, el Gefe de sus tropas como anuncio de una nueva era de felicidad.
Todo país que ha querido tener un porvenir ha llegado á ser grande y fuerte siguiendo este camino.
Unidos, Leales y Firmes, Dios nos dará la fuerza para alcanzar el grado de prosperidad que ambicionamos.
¡Mexicanos! el porvenir de nuestro bello país está en vuestras manos.
En cuanto á mí, os ofrezco una voluntad sincera, lealtad y una firme intención para respetar vuestras leyes, y hacerlas respetar con una autoridad invariable.
Dios y vuestra confianza constituyen mi fuerza; el pabellón de la independencia es mi símbolo; mi divisa vosotros la conocéis ya: «equidad en la justicia»; yo le seré fiel toda mi vida.
Es de mi deber empuñar el Cetro con conciencia, y con firmeza la espada del honor.
Toca á la Emperatriz la tarea envidiable de consagrar al país todos los nobles sentimientos de una virtud cristiana y toda la dulzura de una madre tierna.
Unámonos para llegar el objeto común; olvidemos las sombras pasadas; sepultémos el Odio de los partidos, y la Aurora de la Paz y de la felicidad merecida renacerá radiante sobre el nuevo Imperio.
Enviado por Enrique Ibañes