Película: 8 apellidos vascos (o Gora Euskadi manque pierda)

JORDI CABRÉ

“Ocho apellidos vascos” es buena porque toca un tabú con gracia. Básicamente  por esa razón hemos comprado la entrada o alquilado el DVD o pirateado el archivo, porque toca un tabú con gracia, el tabú de las identidades peninsulares. Pero eso significa algo más: significa que ya tenemos un spoiler antes de empezar. Ya podemos deducir quién ganará la partida. Es bastante evidente: si se trata de romper un tabú, quién rompe el hielo con gracia dentro de la Península Ibérica? Los andaluces. El “cachondeo”. El “no te pongas así, mi arma, que se te ve muy desaborío”. Previamente ya podemos intuir, pues, que la caricatura será principalmente sobre Euskadi.  Y sobre el nacionalismo vasco.

La historia es muy divertida, una comedia de situación muy inteligente porque no se trata de un conflicto amoroso más, o de un dilema familiar más, o de una decisión vital más: se trata de un conflicto de identidades entre dos personas, algo que podría hacerse dentro de Euskadi mismo o entre un socio del Sevilla y otro del Betis, pero que queda mucho más exagerado si se contrasta el salero andaluz con la rigidez del norte peninsular. Y sí, también estamos haciendo tópicos en este instante.

Reírse sobre uno mismo. Bien, bravo. Parece ser que se prepara una segunda versión, de la que (curiosamente) sólo sabemos la mitad: se tratará la identidad catalana. Podemos suponer que se contrastará con la de algún personaje madrileño, pero no se nos ha avanzado. Sólo se nos ha dicho que la segunda parte tratará la identidad catalana, lo cual ya dice mucho, otra vez, de lo que se está persiguiendo: caricaturizar las identidades nacionales fuertes existentes dentro del estado español, diferentes de la castellana. No pasa nada, es normal, los “diferentes” son los vascos y los catalanes y es habitual que la diferencia se preste a más literatura. Y es bueno que tanto el nacionalismo vasco como el catalán se miren al espejo y se rían de sus dogmas, de sus prejuicios, incluso de sus costumbres y sus identidades cuando son sacadas de contexto o llevadas al absurdo. Eso es bueno siempre que no olvidemos una cosa: que en  “Ocho apellidos vascos”, el título no habla de andaluces. O que el protagonista andaluz es, sin duda, siempre el bueno o el “inocente” o el que pasaba por ahí y se ha encontrado con un país muy verde y muy complejo y muy contradictorio. Incluso muy intolerante. Entonces, admitámoslo, el argumento ya no es tan neutral. Ni falta que hace, por cierto: pero el detalle no se nos escapa.

La película consigue hacer reír porque todos nos reconocemos en ella. Todos hemos viajado por la Península y todos sabemos lo diferentes que somos, de hecho es una película casi inexportable fuera del Estado español. Tiene un código interno, muy nuestro, indescifrable incluso para un portugués o un francés. Somos nosotros, los que tenemos DNI español, los que hemos alucinado desde pequeños con la rareza del euskera o con el fanatismo atroz de ETA o con las referencias a la sangre, a los apellidos y al ADN. Estamos en franca celebración por una razón muy clara: esta película hubiera sido imposible si no se hubiera ya vencido el miedo al terrorismo, si no se hubiera desmembrado el nacionalismo violento, si no hubieran pasado ya caso 40 años de democracia y autonomía y por lo tanto las susceptibilidades no estuvieran mucho menos a flor de piel. Bravo por y para todos nosotros, debemos estar contentos por eso, sin duda, por poder compartir mesa y hacer chistes sobre el tema. Por mucho que, en este caso, sin duda la mesa la pone Andalucía y jugamos bajo sus normas. “Gora Euskadi manque pierda”

El guión es ocurrente, empieza fuerte, y sigue con cosquillas constantes al mecanismo de la sonrisa. Se sale con la suya. Clara Lago hace bien su papel y además está buenísima (a pesar de tener el flequillo que “parece que te han metío un hachaso”, o que “un burro te haya pegao un bocao”). Interpreta a una chica vasca que se resiste a las artes amatorias que a un joven andaluz (Dani Rovira) siempre le habían funcionado con todas. El andaluz irá a buscarla al lejano norte, que parece que es tierra muy chunga, y deberá “integrarse” a la cultura vasca para pasar unos días con ella. Ahí hay más que un tema de identidades, hay una jugosa historia de amor donde tenemos que reconocer que es normal que gane el sol del sur: normalmente las mujeres (perdón por el topicazo, de nuevo) adoran al hombre que las haga reír… y ni Arnaldo Otegi ni Sabino Arana parecen los reyes de la comedia. La película va también, pues, sobre la actitud: hace realmente falta estar amargado por el hecho de ser nacionalista, o por ser “muy catalán” o por tener “ocho apellidos vascos”? O incluso por ser un españolazo? Ese es un buen debate, cómo la política se puede vivir con alegría o con mal rollo. Por supuesto, sobra decir que un facha o un nazi o un skinhead tampoco enamoran a nadie. Hay que reconocer, pues, que el movimiento que hoy está revolucionando la política catalana ha conseguido por lo menos mostrar una cara amable, familiar y desenfadada del nacionalismo catalán. Matar a Pujol tiene algo de “Ocho apellidos vascos”, no sé si me explico. Estamos ante un verdadero cambio generacional en la política española, y eso vale para todos: la gente quiere ser feliz. ¿Queda claro? No ganará nadie, por razón que tenga, que no se acerque a ese propósito.

Por eso, ante el empate técnico de 40 años de autonomía contra 40 años de franquismo, quien gana ahora son Los del Río. Es necesario, seguramente. Es inevitable que triunfe al final la carroza sevillana y la sonrisa del sol, vamos a hacer una pausa para el buen rollo, hombre. Pues eso es seguramente lo que hoy está pasando en España: poca broma. Quién sabe si va a haber proclamaciones de independencia los próximos años, pero va a ser sin dramas. No olivdemos que la película toca un tabú, el de las identidades, por el que se mató y asesinó y se promovieron verdaderos genocidios culturales hace sólo 40 años. Poca broma (bis). Aunque “Ocho apellidos vascos” dé el triunfo de entrada (y de salida) a Andalucía, tiene una virtud innegable: nos desdramatiza a todos el problema. Sin negarlo, dejando que suceda lo que tenga que suceder, pero por favor: que nos coja a todos riendo. Que ya somos mayorcitos, ya nos afeitamos, y sobre todo ya no tenemos miedo ni de nosotros mismos.

Jordi Cabré es abogado, escritor y asesor político. Ex director general de promoción cultural de la Generalitat de Catalunya. @jordicabre

Publicado en Beerderberg

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