Pax americana, ONU y Guerra Fría: la Corea que no fue

LUCAS RUIZ

La siguiente cita de René Dumont abre una de las principales obras que se han escrito sobre la historia reciente del ser humano, a saber, Historia del siglo XX de Hobsbawm:

«Es simplemente un siglo de matanzas y de guerras»[1].

Solo entre la Gran Guerra y la II Guerra Mundial, el monto de muertos asciende hasta aproximadamente más de 100 millones. Con la Guerra Civil Rusa, habríamos de añadir, al menos, 10 millones más. La Guerra Civil española suma medio millón más; la Guerra de Corea, alrededor de 3 millones. La Guerra Afgana aumenta en otros 2-3 millones la cifra (según las fuentes consultadas). Si seguimos sumando la Guerra de Vietnam, la de Irak, la Guerra Civil Somalí, etc., el montante quizás apabulle de sobremanera a los lectores. (Para ampliar, leer aquí).

Tecnología, globalización e intereses económicos y territoriales modelaron el siglo XX a su antojo, dejando tras de si un reguero de sangre sin antecedentes en la historia universal. Las nuevas estrategias de guerra, ya anticipadas en el siglo XIX (como la Guerra a Muerte de Bolívar, los ) y que se basaban en la destrucción total del enemigo, comenzaron su eclosión en la IGM; y alcanzaron su cénit en la IIGM.

Sin embargo, las condiciones sobre las que se iba desarrollando la historia del siglo XX hacía inevitable, tras la IIGM, la construcción de una mesa de diálogo (más o menos sincero; más o menos a menudo) entre los diferentes Estados que componían el mundo para asegurar su mutua no-destrucción. El belicismo iniciado con la Paz armada en Occidente había llegado a un punto donde era posible la extinción del ser humano. Hiroshima y Nagasaki eran la prueba fehaciente de ello (220 mil muertos), y allí solo se lanzaron las armas atómicas de Generación 0 o bombas A, bajo órdenes de Harry S. Truman.

Europa occidental se encontraba, en 1945, mutilada y devastada. Empero, un nuevo estado se había estabilizado tras los Cárpatos, elevándose a la categoría de potencia mundial o hegemón: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los Urales habían salvado a la vieja Rusia de la devastación y del pillaje nazi, permitiendo al régimen comandado por Stalin trasladar la industria pesada tras las montañas, y asegurando la producción de guerra. Este aislamiento territorial impulso a Rusia. Del mismo modo, el aislamiento geográfico de los Estados Unidos les permitió sufrir únicamente perdidas en ultramar (a expensas de los ataques sobre Oregón de Fujita). Sin caer en determinismos geográficos, creemos que los hegemones del siglo XX, a saber, Rusia y EEUU, se consolidaron gracias a sus ubicaciones geoestratégicas (amén de multitud de factores: potencias industrializadas, demografía envidiable, estrategias de guerra, etc.).

Ambos estaban obligados a entenderse, y así dejó constancia Churchill en su discurso[2] en el Westminster College, en Missouri, en 1946:

“Y esto sólo se puede conseguir [evitar la guerra] si hoy en 1946, alcanzamos un buen acuerdo con Rusia en todas las cuestiones bajo la autoridad general de la Organización de las Naciones Unidas y con el mantenimiento de ese acuerdo a lo largo de muchos años de paz mediante este instrumento mundial apoyado por todas las fuerzas del mundo de habla inglesa y todos los países relacionados con él.”

Dónde y cómo debía ser este entendimiento también estaba claro para el Primer Ministro: en la ONU (de reciente creación, solo un año atrás) y bajo el auspicio de las fuerzas de habla inglesa. Esto no es casualidad, pues la creación de la ONU comenzó a perfilarse en la Carta del Atlántico, documento que emana de una reunión entre Roosevelt y Churchill en 1941. Los anglosajones ya preveían la bipolaridad que le esperaba al mundo y el sueño húmedo de Woodrow Wilson esta vez si convenció al Congreso. La dialéctica entre Estados no era la de 1918 y EEUU necesitaba salir de su aislacionismo tradicional en política exterior.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) se constituyó el 26 de junio de 1945, con la proclamación de la Carta de las Naciones [3]. Sus objetivos prioritarios, establecidos en la dicha carta, fueron:

  1. Mantenimiento de la paz.
  2. Fomento de relaciones amistosas entre naciones.
  3. Promoción de los llamados derechos humanos.
  4. Servir como organismo armonizador.

Los roces no tardaron en llegar en el Consejo de Seguridad, donde se sentaban las grandes potencias (con el archiconocido derecho de veto).

En junio de 1950, las fuerzas norcoreanas lideradas por Kim Il Sung penetraron el paralelo 38º. El objetivo era claro: reunificar la nación coreana bajo el estandarte del PTC (Partido del Trabajo de Corea). La respuesta estadounidense, basada en la Doctrina Truman o contain policy, también era clara: respaldar al infame régimen surcoreano para contener los tentáculos moscovitas. La primerísima ayuda naval y aérea norteamericana fue respaldada posteriormente con divisiones de marines y de la Army, bajo mando del anticomunista MacArthur. En 1953, las tropas comunistas se habían replegado, tras tres años de guerra, de nuevo al paralelo 38.

La respuesta estadounidense estaba respaldada y apoyada por la resolución 82[4] del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Allí, la URSS se había abstenido, haciendo desuso de su derecho de veto. Las elucubraciones que sobre esta decisión podemos verter son innumerables. ¿Quería Stalin jugar a la no intervención? ¿Quería desmarcarse de las acusaciones de controlar el régimen norcoreano? Lo que podemos descartar es que la omisión del veto respondiese a falta de interés en la península coreana. Stalin, el mago de las relaciones internacionales, sabía que allí se jugaba mucho: continuar abriendo Asia al marxismo tras la victoria del PCCh frente al Kuomintang.

La Pax americana impuesta tras 1945, con los instrumentos internacionales de la OTAN, el FMI, el BM o la ONU, fue y es responsable de la actual división política de la península coreana en dos entidades diferentes, divergentes y enfrentadas. La previsión de un escenario futuro de unificación no deja de ser un anhelo para los coreanos, que empiezan a ver un horizonte lejano en la idea “un país dos sistemas”, ya perfilada por sus vecinos chinos.

Anteriormente, planteamos la cuestión de qué idea fuerza, qué motivos, impulsaron a Stalin a no mover ficha en la ONU. No nos atrevemos a responderla. Pero con osadía, nos atrevemos a afirmar que la intervención americana en Corea nada tenía que ver con los derechos humanos, con la paz o con cualquier otro artilugio intelectual de corte liberal; y si mucho que ver con Kennan[5], Truman, MacArthur y la contain policy. El mundo de hoy sigue viéndose cincelado por la Guerra Fría, y reconocer las vicisitudes que como mundo globalizado hemos atravesado es simplemente necesario para plantear alternativas de futuro.

 

Lucas Ruiz es un joven sevillano entusiasta de las humanidades y la filosofía. Graduado en Geografía e Historia, sus intereses académicos y periodísticos giran en torno a la política, las relaciones internacionales, la teoría política, la educación e incluso el deporte. (@lamasvq)

 

[1] Hobsbawm, Eric. 1994. Historia del Siglo XX. Crítica.

[2] Kennedy, Paul. 1989. Auge y Caída de las Grandes Potencias. Plaza & Janes Editores.

[3] Carta de las Naciones Unidas: https://www.un.org/es/about-us/un-charter/full-text Consultado a [26-07-2022]

[4] Resolución n. 82 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, 25 de junio de 1950: https://documents-dds-ny.un.org/doc/RESOLUTION/GEN/NR0/065/28/PDF/NR006528.pdf?OpenElement Consultado a [26-07-2022]

[5] Para ampliar sobre el telegrama Kennan: https://www.realinstitutoelcano.org/el-telegrama-largo-de-kennan-reflexiones-desde-el-pasado-y-el-presente/ Consultado a [26-07-2022]

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